Los ojos (Motivo)
Los ojos son el motivo más importante de esta historia y aparecen en reiteradas oportunidades a lo largo del texto. Su centralidad se manifiesta desde las primeras páginas, cuando Nathanael rememora su miedo al hombre de la arena, personaje monstruoso “que, cuando los niños no quieren irse a la cama, viene y les echa puñados de arena en los ojos, hasta que estos se les salen de la cabeza, llenos de sangre” (18).
Cabe mencionar la recurrencia de este motivo en distintas culturas alrededor del mundo: en la cosmovisión cristiana, por ejemplo, se vincula a la fe y a la omnipresencia divina; en la egipcia, a la protección y a la vida; más aún, en distintas creencias paganas, así como en los cuentos populares, se considera que los ojos tienen propiedades curativas y son muy codiciados para la fabricación de pociones y elíxires.
Las cartas (Motivo)
Las cartas son un motivo fundamental en “El hombre de la arena”, y tienden a estar asociadas al amor entre Nathanael y Clara. Al comienzo del relato, Nathanael le escribe una carta a Lothar, pero se confunde de remitente y elige a Clara como destinataria: “Seguro que te estabas acordando vivamente de mí cuando fuiste a enviar tu última carta a mi hermano Lothar y, en lugar de su dirección, escribiste la mía” (26). Este vínculo entre la correspondencia y el afecto de los amados es lo que se pone en juego cuando Nathanael, después de comprarle el catalejo a Coppola, tiene la intención de escribirle a Clara, pero cambia de opinión y toma el objeto para espiar a Olimpia.
Las gafas de Coppola (Símbolo)
Antes de que Nathanael le compre el catalejo a Coppola, se narra una escena ambigua en la que no es posible comprender del todo si el vendedor está ofreciendo lentes u ojos: “Mientras decía esto no dejaba de sacar gafas y más gafas, y toda la mesa empezó a brillar y a chisporrotear de una forma extraña. Miles de ojos miraban y se estremecían convulsivamente y contemplaban fijamente a Nathanael” (40). La crítica coincide en interpretar las gafas de Coppola como un símbolo de los sentimientos de Nathanael de ser observado y acosado. Nuestro protagonista se siente doblemente en la mira: primero por Coppelius, ese hombre de arena que lo amenaza en su imaginación desde niño; luego, por Clara y Lothar, quienes ponen en duda su cordura al cuestionarlo.
El fuego (Motivo y símbolo)
El fuego es un motivo muy recurrente a lo largo de la historia y suele estar asociado a la locura y la perdición, tanto del padre de Nathanael como de él mismo. Su primera aparición se produce en el estudio del padre, donde el hombre practica alquimia rodeado de fuego, junto a Coppelius. Luego vuelve a aparecer cuando Nathanael repara, por primera vez, en los ojos de Olimpia: “Parecía como si ahora su visión se inflamara; las miradas lanzaban llamas cada vez más vivas” (41). Finalmente, cuando la locura lo invade, el joven comienza a gritar: “¡Gira, círculo de fuego!” (50). De hecho, es lo último que dice antes de saltar al vacío. Por supuesto, su aparición en torno a la figura de Coppelius, un personaje que se sugiere diabólico, permite interpretar el fuego como un símbolo del mal.
El catalejo de Nathanael (Símbolo)
Un catalejo tiene la función de acercar una imagen lejana, de volverla más clara y nítida. Sin embargo, el catalejo llega a esta historia a través del siniestro Coppola, quien se ríe malévolamente después de vendérselo a Nathanael. Con el catalejo, el joven se autoconvence de que Olimpia está viva y luego desencadena su último y fatal ataque de locura cuando lo usa para ver a Clara y la termina confundiendo con un autómata: “Pálido como un muerto miró fijamente a su amada (...) y gritó en tono cortante: —Marionetita, gira... Marionetita, gira...” (54). De este modo, el catalejo se transforma en un símbolo de la locura que invade a Nathanael; es su percepción distorsionada, confundida.