Nathanael acusa injustamente a Clara de ser un autómata. Irónicamente, la abandona por un autómata de verdad (Ironía situacional)
Clara y Olimpia se construyen como un par de dobles opuestos en “El hombre de la arena”, sobre todo porque son vistas a través de los ojos de Nathanael, que las ama a ambas. El contraste entre ellas es evidente: Clara es una mujer razonable e inteligente, capaz de expresar su punto de vista y oponerse activamente a los desvaríos de su amado. Olimpia, por el contrario, es un autómata sin raciocinio; un ser inerte, pasivo. Cuando Nathanael comienza a dar indicios de locura, Clara lo confronta con toda una serie de argumentos bien razonados. Ante ello, él la insulta: “¡Tú, maldita autómata sin vida!” (38). Irónicamente, Nathanael se termina enamorando de Olimpia, un autómata de verdad.
Nathanael cree que no hay catalejo mejor que el suyo, aunque este solo le muestre falsas imágenes (Ironía situacional)
El catalejo de Coppola cumple una importante función simbólica en este relato, en la medida en que se asocia a la percepción distorsionada de nuestro protagonista. Los catalejos tienen la función de volver visibles y nítidas las imágenes lejanas, y Nathanael cree tener el mejor de todos: “En toda su vida había visto un catalejo que acercará los objetos a los ojos con tanta pureza, nitidez y claridad” (41). Irónicamente, Nathanael interpreta erróneamente todo lo que ve a través de este objeto: primero, se autoconvence de que Olimpia está viva al espiarla; luego, confunde a Clara con un autómata al verla tras su lente. Esta ironía es bien conocida por Coppola, que se ríe siniestramente al vendérselo.
Clara le dice a Nathanael que cree en la existencia demoníaca del hombre de la arena cuando, en realidad, cree exactamente lo contrario (Ironía verbal)
Clara es una mujer inteligente, racional y poco supersticiosa, que se molesta por el miedo poco fundamentado de su amado ante el hombre de la arena, a quien considera un demonio. Un día, cansada de oírlo a Nathanael hablar al respecto, concede que el demonio existe. Sin embargo, lo hace ambiguamente, lo que revela lo irónico de su comentario: “¡Sí, Nathanael! Tienes razón, Coppelius es un principio maligno y hostil, puede hacer muchas cosas espantosas, como un poder diabólico que entra visiblemente en la vida” (35). Nathanael, que advierte la ironía, se enoja con ella, “indignado porque Clara inscribiera la existencia del demonio únicamente en su propio interior” (ídem).
Nathanael se enorgullece de ser el único en saber apreciar el vasto mundo interior de Olimpia, cuando en realidad es el único que ignora su falta de espíritu (Ironía situacional)
Una de las ironías más potentes de esta historia es la que se evidencia en el amor desmesurado que siente Nathanael por Olimpia, que contradice por completo las opiniones del resto de la sociedad; incluido Spalanzani, el creador del autómata. Tras la fiesta, por ejemplo, todos le atribuyen a la joven “una necedad absoluta, buscando en ella la causa de que Spalanzani la hubiera tenido oculta tanto tiempo” (46). Ello enoja a Nathanael, pero, al mismo tiempo, considera que es la “propia necedad” de la gente “la que les impedía reconocer la naturaleza profunda y magnífica de la muchacha” (ídem), y eso lo llena de orgullo. El resto de la historia se encarga de señalar lo irónico de que se sienta orgulloso de su mayor equivocación.