El hombre de arena

El hombre de arena Temas

El progreso tecnológico

Aunque la tecnología de principios del siglo XIX no estaba ni cerca de lo que podemos llegar a conocer hoy en día -el teléfono, el cine, las vacunas e incluso la máquina de escribir se inventaron recién a fines del siglo XIX-, para la época en que Hoffmann escribe este cuento, los científicos ya contemplaban la posibilidad de imitar mecánicamente el movimiento y el comportamiento humanos. De hecho, la primera máquina humanoide o autómata fue un soldado con trompeta, fabricado en 1810 por Friedrich Kaufmann, en Dresde, Alemania. Es muy probable que Hoffmann haya estado influenciado por este reciente avance tecnológico, a tan solo unas horas de su casa en Berlín, a la hora de construir al personaje Olimpia, la amada autónoma de Nathanael. En todo caso, el siglo XIX fue testigo de una especulación tecnológica sin precedentes que superó ampliamente el ámbito estrictamente tecnológico, y varios escritores, como Hoffmann, Mary Shelley y Edgar Allan Poe, se hicieron eco de ello.

La locura

La locura no solo es un tema elemental y constante, a lo largo de todo “El hombre de la arena”, sino que se presenta como un elemento necesario para el efecto de ambigüedad de sentido que Hoffmann intenta transmitirnos. Constantemente, los lectores debemos evaluar el estado psicológico de Nathanael para tomar postura respecto a los acontecimientos de la historia: ¿Se encuentra el protagonista del relato ante el acecho constante del hombre de la arena o, por el contrario, es todo una proyección de su mente alucinada y errática?

El crítico estructuralista Tzvetan Todorov sostiene que una de las características más predominantes del género fantástico es la ambivalencia constante entre una explicación natural y una sobrenatural de los acontecimientos. En este punto, la presencia de la locura es lo que le permite a Hoffmann crear y sostener el sentido de lo fantástico a lo largo de su cuento.

La mujer

Las mujeres en tanto objeto de deseo masculino, así como el modo correcto de tratarlas y el lugar que ocupan en la sociedad, son elementos muy importantes en esta historia. Como podemos comprobar a simple vista, el tratamiento que aquí reciben abunda en elementos misóginos. Nathanael se enamora perdidamente de Olimpia cuando, en contraposición con Clara, advierte que ella se entrega completamente al pasivo acto de escucharlo, respondiendo con monosílabos y sin distraerse con el tejido, jugando con animales o vencida por el sueño. En este punto, Hoffmann deja en claro que está parodiando esta visión misógina de las mujeres desde el momento en que se descubre que Olimpia es un autómata, un objeto a la merced de su padre y creador, pero también territorio de intervención por parte de Coppola y un objeto de placer para Nathanael.

La obsesión

Muchos de los protagonistas de Hoffmann tienen una idea o imagen que se les impone en la mente de forma recurrente y obsesiva, con independencia de su voluntad y sin que puedan evitarla o escapar de ella. Por lo general, el autor explora las consecuencias de estas tendencias psicopáticas a partir de la fatalidad: las obsesiones les producen a sus protagonistas las pasiones más ruines, el odio excesivo o el terror absoluto, y los arrojan al asesinato, a la perdición o al suicidio.

Como podemos comprobar, “El hombre de la arena” no es la excepción a esta tendencia. Nathanael presenta dos obsesiones que terminan acabando con su vida: la primera es la obsesión con el hombre de la arena, cuya presencia evoca constantemente de niño. La segunda es su amada Olimpia, a quien no se cansa de espiar hasta que finalmente consigue su afecto.

La escritura, la narración y la autoría

En “El hombre de la arena”, los problemas de la escritura, la narración y la autoría son elementos centrales que aparecen tematizados tanto explícita como implícitamente.

Tenemos, en un nivel más básico, al autor indiscutible del cuento: el propio Hoffmann. Sin embargo, su autoría se pone ficcionalmente en duda cuando un narrador anónimo explica que es él quien transcribe las cartas de los involucrados. Su supuesta autoría se vuelve a reforzar cuando confiesa que escribe la historia que le ha contado su amigo Lothar. Más aún, se toma el tiempo para discurrir acerca del modo óptimo de embarcarse en la escritura de un relato.

Por otro lado, el rol de narrador también se intercambia a lo largo del cuento. Primero sucede con Nathanael, quien lleva la narración en una carta en la que explicita, a su vez, las condiciones y los motivos de su escritura. Pero también puede decirse lo mismo de Clara, quien también es narradora y autora de su propia correspondencia. Podemos, finalmente, considerar otros narradores menores por fuera de los ya mencionados, como la madre de Nathanael y la empleada de la familia, quienes le narran el cuento popular que tanto lo asusta, y el propio Lothar, quien le cuenta al narrador la tragedia de Nathanael.

El doble

Otro tema fundamental en este relato y en la obra de Hoffmann en general es el del doble. Cabe mencionar que este elemento no es específico del autor, sino que constituye uno de los temas más recurrentes en la tradición de la literatura fantástica, tradición que lo retoma, a su vez, de los antiguos relatos populares y maravillosos y de las leyendas medievales europeas.

En este caso en particular, la figura del doble asume diferentes formas. En un principio, lo podemos encontrar en Coppelius y Coppola, dos personajes que, bajo la mirada obsesiva y aterrorizada de Nathanael, no son sino encarnaciones del diabólico hombre de la arena. Además, Olimpia se presenta como el doble mecánico y desalmado de Clara. Finalmente, el propio Nathanael se presenta como un personaje dual, atormentado por la lucha interna de dos pulsiones opuestas, la racional y la alucinada, criminal.

La religión

Quizá no del modo más explícito, pero el tema religioso juega un papel fundamental en “El hombre de la arena”, sobre todo en su cosmovisión judeocristiana. En un principio, la descripción de Coppelius sugiere un carácter diabólico, al estar constantemente rodeado de imágenes de dolor y fuego. Al igual que el Diablo, este antagonista tienta constantemente a los demás personajes: con su ‘disfraz’ de Coppola, ocasiona que Nathanael se enamore de Olimpia a través de sus siniestros artilugios. Antes de eso, es quien arrastra al padre de nuestro protagonista a la práctica de la alquimia, disciplina protocientífica de larga data que combinaba saberes propios de las ciencias con otras prácticas espirituales y que, con el advenimiento del cristianismo, fue asociada a la práctica de la hechicería y el satanismo. Más aún, cuando ataca a Nathanael de niño, el propio Coppelius se compara con Dios: “¡Hay algo que no cuadra! ¡Está bien como estaba…! ¡El viejo sabía lo que hacía!” (24). Para entonces, la historia se encarga de dejar en claro que intentar emular a Dios solo puede llevar al fracaso, cuando no al horror.

La alta sociedad y sus reglas de etiqueta

Hoffmann se burla de la alta sociedad y sus ridículas reglas de etiqueta a través de las actitudes que exhiben los personajes, primero ante la presencia de Olimpia y luego cuando se revela su verdadera naturaleza como autómata. En la fiesta de Spalanzani, por ejemplo, los miembros de los altos círculos sociales elogian el buen comportamiento de Olimpia debido a que se mantiene callada y nunca bosteza. Las cosas cambian radicalmente cuando se revela su verdadera naturaleza. En ese momento, estas mismas personas se afanan en demostrar que son humanos bostezando en público y expresando constantemente sus pensamientos. El comportamiento humano, sugiere este texto, se guía más por costumbres vacías y frívolas que por convicción.

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