Quiero que se sea sincero y que, como hombres de honor, no digamos palabra alguna si no nos sale en verdad del alma.
Alcestes es un hombre que sostiene la importancia de la franqueza, la honestidad y la sinceridad. Estas son virtudes que el protagonista considera ausentes en su época, enviciada en la hipocresía de los modales de cortesía vigentes. La misantropía de Alcestes encuentra su razón en que el hombre se considera inmerso en una sociedad lisonjera, falsa, injusta e hipócrita. Él intenta ser fiel a sus ideales siendo franco en toda oportunidad, lo cual no hace sino traerle problemas, ya que la sociedad y sus instituciones parecen tener como base a la hipocresía.
Cuando se vive en el mundo es menester hacer las exterioridades corteses que exige el uso.
La primera escena de la obra muestra una discusión entre Alcestes y Filinto que pone en escena el tema de la disyuntiva o la tensión entre la ética individual y la vida en sociedad. Alcestes sostiene una postura que condena cualquier acción humana que falte a la honestidad o franqueza. Filinto, por su parte, comprende la irritación del protagonista y hasta se considera de acuerdo, en términos teóricos, en torno a la superioridad de la honestidad por sobre la hipocresía, de la verdad por sobre la falsedad. Sin embargo, concibe impracticable en la praxis las exigentes conductas propuestas por Alcestes. Desde la perspectiva más pragmática de Filinto, los ideales deben relativizarse, deben pensarse en relación con las circunstancias, ya que, en ciertos casos, las normas de cortesía convienen en la vida social antes que una franqueza brutal.
No es la razón lo que gobierna el amor.
El protagonista de la obra padece un conflicto interno. Por un lado, aborrece las nuevas modas de cortesía que hacen carne en la sociedad de su época, ya que encuentra a las personas gobernadas por la hipocresía y la falsedad, motivadas por el interés, la conveniencia y la mentira. Por el otro, se siente completamente atraído por Celimena, una mujer que posee todas las características que él critica. Cuando su amigo Filinto le plantea esta contradicción entre sus ideales y su elección amorosa, Alcestes señala que el amor no se determina por cuestiones racionales. Efectivamente, este conflicto de intereses al interior del protagonista parecería resumirse en una disyuntiva, un combate interno entre la razón y la pasión. Esta lucha se libra en él durante toda la obra: en términos racionales, Alcestes preferiría rehuir a su relación con Celimena, pero su componente más sanguíneo, pulsional, le impide alejarse de ella.
ALCESTES: Pero yo, a quien acusáis de celoso, decidme, señora: ¿qué ventaja tengo sobre ellos en vuestro corazón?
CELIMENA: La dicha de saber que sois amado.
ALCESTES: ¿Y qué motivos me asisten para creerlo?
CELIMENA: Pienso que, habiéndome ocupado de decíroslo, esa confesión os debiera bastar.
ALCESTES: ¿Y quién me asegura que no decís lo mismo a todos a la vez?
Desde el primer acto de la obra se pone en escena la no coincidencia entre los valores de honestidad y franqueza promulgados por el protagonista, y los atributos de la mujer a la cual él ama. El segundo acto presenta a Celimena, efectivamente, como una mujer asociable a las modas de comportamiento que Alcestes califica de hipócritas: la muchacha se muestra complaciente en exceso con las opiniones de los demás, a la vez que extremadamente crítica para con gente ausente en la reunión.
La primera escena del segundo acto presenta este intercambio entre Alcestes y Celimena. En estos parlamentos lo que se deja en evidencia es lo que realmente parecería perturbar al protagonista: la falta de transparencia en Celimena no molesta a Alcestes por una cuestión meramente moral, sino porque este atributo de la muchacha le hace sospechar acerca de su amor. El hecho de que Celimena no sea honesta perturba al enamorado que debe confiar en las palabras de la mujer que ama. La desconfianza y la sospecha acechan a Alcestes en forma de celos, ya que no ve a su alrededor más que máscaras ni puede escuchar palabra sin considerarla falsa. En suma, esa desconfianza no hace sino obstaculizar su amor, separarlo de él, tornando a su amada en un adversario. Alcestes acusa a Celimena de decir iguales palabras de amor a todos sus pretendientes, traicionando así su relación.
Se ve siempre a los enamorados elogiar el objeto de su elección. Nunca su pasión halla en ellos nada de censurable, sino que todo es satisfactorio en el ser amado.
La cuarta escena del segundo acto ofrece divergentes perspectivas sobre el mismo tópico: qué actitud debe tomarse en lo que se refiere a los defectos o los vicios del ser amado. Mientras que Alcestes parece sostener que no solo se debe señalar dichos defectos, sino también intentar reprenderlos y corregirlos, otros como Acasto o Clitandro dicen no ver sino virtudes en la persona que aman. Esta segunda opinión es la que resume en su teoría Elianta, quien declara que “los amantes extremados aman hasta los defectos de sus preferidas” (p. 99) y que “nunca su pasión halla en ellos nada de censurable, sino que todo es satisfactorio en el ser amado” (ibid.). Sin embargo, el protagonista no logra encauzar dentro de sí las fuerzas contrapuestas que, por un lado, condenan a Celimena y, por el otro, se aferran a su amor. Esta batalla en su interior provoca que estalle en furia cuando su enamorada exacerba un comportamiento que considera indigno y, más aún, cuando los otros pretendientes, por ceguera o por hipocresía, se lo festejan.
Con quienes hemos de ofendernos es con los aduladores de los humanos vicios.
En línea con el pasaje anterior, esta cita exhibe la posición de Alcestes frente al narcisismo imperante en la sociedad. El protagonista atraviesa varios contratiempos, como perder buenos contactos en la Corte por ser honesto y no lisonjear ni adular a quien no lo merece. Ello responde a un tema de índole de denuncia moral muy presente en las obras de Molière: el problema no son solo los aduladores, sino aquellos que quieren ser adulados. Esto es señalado en varios momentos por Alcestes, quien denuncia que Celimena ilusione falsamente a sus pretendientes: pareciera que la muchacha disfruta de la adulación de estos hombres a los cuales no necesariamente quiere ni respeta demasiado.
No es que yo crea, en el fondo, dañada vuestra honestidad. ¡Líbreme el Cielo de tal pensamiento! Pero es que a las sombras de mal se presta fácilmente fe, y no conviene por ello vivir como a uno le plugiere. Os atribuyo, señora, un alma lo bastante razonable para atenerse a mi provechoso consejo y no imputar a otra cosa que a un íntimo impulso el celo que me une a vuestros intereses.
El tercer acto funciona exponiendo el funcionamiento de la cortesía en la sociedad de la época. Esta característica epocal aparece claramente denunciada por Molière, o al menos parodiada, en tanto, en la obra, la cortesía no parecería ser más que un conjunto de formas elegantes usadas para ocultar, esconder y disfrazar verdades.
En la cuarta escena del tercer acto, efectivamente, el modo en que tanto Celimena como Arsinoe se dirigen la una a la otra no hace sino parodiar los modelos de cortesía de la época: con un lenguaje sofisticado y aparentemente respetuoso, se disfraza un contenido que es más que nada agresivo. Tanto Celimena como Arsinoe se critican fuertemente la una a la otra, señalando defectos en su interlocutora, pero lo hacen simulando que se trata de un consejo amistoso, la sugerencia de una amiga que simplemente cuenta lo que otros, malintencionados, dicen a sus espaldas. Como se sabrá poco después, esos otros no son más que ellas mismas. La escena muestra entonces el ejercicio de la cortesía, por medio del cual, la verdad, mediante disimulos, se oculta y oscurece.
No me quejaría, pues, si vuestra boca, hablándome sin fingimiento, hubiera desde el comienzo rechazado mis ansias; pero estimular mi llama con una falsa confesión es traicionero y pérfido.
El develamiento de la infidelidad de Celimena trae dolor al protagonista, quien entonces decide enfrentar a la mujer. Lo interesante quizás de este develamiento y consecuente enfrentamiento es que en el discurso doloroso del protagonista se hace visible cuál es para él el horror de la infidelidad de Celimena. No se trata tanto de celos, o del hecho de que su amada ame en verdad a otros, sino del ejercicio de la mentira. El descubrimiento de la existencia de las relaciones entre Celimena y otros hombres pone de manifiesto la mentira de que Alcestes era el único dueño del corazón de la muchacha. Así, el hecho de que la ira o el dolor del protagonista apunten a la mentira, a que ella haya faltado a su palabra, y no al hecho de que el amor no sea recíproco, no hace sino acentuar el carácter de un protagonista que no ha cesado de posicionarse, una y otra vez, como un intransigente defensor de la honestidad.
Si vuestro ardor corresponde a mi llama, ¿qué puede importaros el resto del mundo?
El protagonista es el único de los hombres que no se retira de la casa de Celimena inmediatamente después del develamiento de su traición. Lo que lo detiene no es su razón, sino un factor pasional que lo incapacita para abandonar esa relación.
Esta pulsión se identifica a lo largo de la pieza con el motivo del fuego. Aquí, Alcestes habla de “ardor” y “llama”, elementos que refieren al deseo, a la pasión amorosa. Con este parlamento, el protagonista completa su propuesta a Celimena de que ambos se retiren a un desierto. La ilusión que sostiene a Alcestes es la posibilidad de que Celimena le corresponda en ese deseo al punto tal de que comparta con él la indiferencia por el resto de la sociedad. Como veremos, lejos está de cumplir su deseo.
Yo, traicionado por todas partes, colmado de injusticias, quiero salir de este abismo donde los vicios triunfan y buscar en la Tierra un apartado lugar donde se tenga la libertad de ser hombre de honor.
En uno de los últimos parlamentos significativos de la obra, se trasluce el destino final del protagonista. Lo único que ataba o vinculaba al protagonista al mundo social era su amor por Celimena. En tanto ese vínculo se quiebra, nada detiene a Alcestes en su objetivo de radicarse en el desierto. Como se aprecia en la frase citada, la libertad de Alcestes equivale a la soledad, un aislamiento autoimpuesto que le permite vivir según sus propias exigencias, criterios y valores. El personaje acaba planteando a la sociedad como una suerte de prisión, un pozo de oscuridad gobernado por el dominio de lo falso. La única manera de sostener algo de honor, parecería plantear el protagonista, radica en la mismidad, en el hermetismo. Este final plantea también, en términos de la tensión entre la ética individual y la vida en sociedad, las consecuencias de la intransigencia y la intolerancia: el no poder estrechar lazos que negocien entre el criterio propio y el ajeno lleva ineludiblemente a la soledad.