Resumen
Escena 1
Filinto le cuenta a Elianta cómo Alcestes no dio su brazo a torcer en lo que respecta al caso de Orontes, y cómo le ha repetido a los marqueses que no tiene nada en contra de Orontes, pero no por eso dirá que sus poemas son buenos, cuando son malos. Elianta considera noble la honestidad de Alcestes. Filinto no entiende por qué Alcestes se dispone a amar a Celimena, prima de Elianta, pudiendo amar a esta última, quien sí parece estimarlo. Elianta reconoce estar inclinada hacia el protagonista. Filinto admite, a su vez, sentirse atraído por ella.
Escena 2
Entra Alcestes, indignado, afirmando haber sido traicionado. Descubrió que Celimena le es infiel. Tiene una carta que la muchacha le escribió a Orontes. Pide a Elianta que le ayude a vengarse de su prima, uniéndose a él en el amor. Elianta afirma que si bien no desdeña el corazón de Alcestes, quizás la supuesta infidelidad no es tal y el asunto con Celimena aún puede recomponerse. Alcestes sentencia que nada puede cambiar su propósito.
Escena 3
Alcestes y Celimena hablan a solas. El protagonista le reprocha a su amada su traición, y afirma que jamás podrá perdonarle sus palabras mentirosas de amor. Celimena no comprende a qué traición se refiere. Alcestes le muestra la carta, enfurecido, exigiéndole que reconozca que es su letra. Celimena afirma que es su letra e igualmente no entiende cuál es la traición y le pregunta quién le dijo que esa carta era para Orontes. Afirma luego que la carta es para una mujer. Alcestes no le cree y exige explicaciones, lo cual hace que Celimena se canse y decida no discutir. La mujer plantea que sus sentimientos deberían bastarle a Alcestes, que no tiene por qué tolerar su desconfianza, que él no la ama de verdad. Luego, le pide, ofendida, que se retire.
Escena 4
Entra Du Bois agitado y le dice a Alcestes que deben huir de esa casa. Afirma que un hombre dejó en la cocina de la casa un papel inentendible sobre el pleito que enfrenta Alcestes. Luego, un amigo del protagonista apareció para advertirle que corre peligro y le ha dejado el papel que ahora entrega a Alcestes. Du Bois lamenta haber dejado ese papel en la casa. Alcestes debe retirarse junto al sirviente, pero le promete a Celimena que retomarán la discusión.
Análisis
La primera escena de este cuarto acto plantea dos cuestiones. Por un lado, accedemos por boca de Filinto al conocimiento de que Alcestes ha perseverado en su actitud sincera, aunque eso solo aumenta sus problemas. El protagonista, tal como atestigua su amigo, sostuvo su opinión sobre los versos de Orontes a pesar de que varios mariscales de la Corte hayan insistido para que se pronuncie de otro modo. La intransigencia de Alcestes en torno a este punto abre a dos opiniones adversas: una es la de Filinto, quien a pesar del cariño que siente por su amigo no logra comprender su alma “tan empedernida y menos fácil de llegar a acomodos” (p.108); la otra es la de Elianta, quien admira el modo en que Alcestes persevera en su creer, admitiendo que “la sinceridad de que tiene prurito su alma encierra en sí algo de noble y heroico” (ibid.). En una pieza donde, como hemos mencionado, lo que se considera virtud o vicio es relativo y depende del punto de vista de quien lo juzga, el caso de la sinceridad de Alcestes también se encuentra sometido a opinión y criterio de diversos personajes.
La otra cuestión que presenta esta primera escena es la inauguración de una nueva trama amorosa. Filinto y Elianta se presentan como personajes asimilables en su bondad: tanto uno como otro tiene un interés amoroso, ambos expresan con sinceridad y claridad su deseo, pero al mismo tiempo no lo colocan por sobre el bienestar o el deseo de aquella persona a la que aman. Elianta actúa de esa forma en relación con Alcestes, reconociéndose interesada por aquel, pero aclarando que, si dependiera de ella, haría que la relación entre Alcestes y Celimena funcionara, puesto que esto es lo que haría feliz a su amado. Filinto se confiesa de igual voluntad, aunque en su caso el objeto de amor es la misma Elianta. En una obra donde reina la hipocresía, la conveniencia y el ocultamiento, el cuarto acto muestra con toda claridad a dos personajes desprovistos de esos vicios. Así, son estos mismos personajes los únicos que acabarán enlazados amorosa y felizmente al final de la pieza.
En contraposición a la historia de amor que nace de la honestidad y la bondad, la relación entre Celimena y Alcestes se evidencia, desde la segunda escena de este acto, basada en lo falso. “Todo está perdido. He sido traicionado, he sido muerto” (p.109), entra diciendo Alcestes, herido por lo que considera el arma más vil: la mentira. Así, la infidelidad aparece como el elemento que concentra la noción de ocultamiento que se viene construyendo a lo largo de la obra. El ocultamiento se revela, al fin, estrechamente ligado a la traición, tal como venía prefigurando o sospechando Alcestes desde el primer acto. De algún modo, el descubrimiento de la infidelidad de Celimena no hace sino reunir y resignificar las acciones y los parlamentos de los diversos personajes en las escenas anteriores. “Las frecuentes sospechas que hallabais odiosas buscaban la desgracia que han encontrado mis ojos” (p.110), explicita Alcestes en la tercera escena, enfrentando a la ejecutora de la traición. El lenguaje utilizado por el enfurecido protagonista pone en primer plano los elementos que, como vimos, se asociaban a la verdad y la falsedad, a la luz y la oscuridad: Alcestes habla de sus ojos, mientras agita en su mano una carta, escrito por el puño y letra de Celimena, como una prueba irrefutable, inocultable, de la verdad. Si bien la muchacha intentará desmentir la acusación por medio de la palabra hablada (alegará que la carta era para una mujer), ahora esa simulación debe competir con un elemento inocultable, difícil ya de disfrazar o ensombrecer. Ante el intento de la joven por disimular su traición, Alcestes contraataca: “¿Tan faltas de luces crees a las gentes?” (p.111).
Lo interesante, quizá, de este develamiento y consecuente enfrentamiento es que en el discurso doloroso del protagonista se hace visible cuál es para él el horror de la infidelidad de Celimena. No se trata tanto de celos, o del hecho de que su amada ame en verdad a otros (o, también, a otros), sino del ejercicio de la mentira. “No me quejaría, pues, si vuestra boca, hablándome sin fingimiento, hubiera desde el comienzo rechazado mis ansias”, declara Alcestes, “pero estimular mi llama con una falsa confesión, es traicionero y pérfido” (p.110). El develamiento de las relaciones entre Celimena y otros hombres pone de manifiesto la mentira de que Alcestes era el único dueño del corazón de la muchacha. El hecho de que la ira o el dolor del protagonista apunten a la mentira, a que ella haya faltado a su palabra, y no al hecho de que el amor no sea recíproco, no hace sino acentuar el carácter de un protagonista que no ha cesado de posicionarse, una y otra vez, como un intransigente defensor de la honestidad.
En el parlamento recién citado del protagonista vuelve a aparecer el elemento de la llama. Esto se conecta con una declaración que, poco después, hará en la misma escena: “Temed cualquier cosa después de ofensa semejante”, dice a Celimena, “yo hiervo; no puedo más; mis sentidos, penetrados del golpe mortal que me asestáis, no se rigen ya por la razón (...) y, arrastrado por los movimientos de una justa cólera, no respondo de lo que pueda hacer” (p.110), finaliza. Esta súbita pérdida de control racional que azota al protagonista se relaciona con la combinación de humores tal como la habíamos presentado al inicio de este análisis. Ahora, un carácter pulsional, violentamente emocional, se intensifica al interior del personaje, poniéndose por encima del carácter atrabiliario que lo había caracterizado en momentos menos afectados por la pasión. “¡Cómo sabéis, pérfida, (...) manejar en vuestro interés el prodigioso fuego de este fatal amor nacido de vuestros ojos traidores!” (p.112), se lamenta Alcestes.
En suma, el factor pasional parece actuar siempre en contra de su razón: tanto como un fuego que lo atrae a una mujer poco confiable, como en la furia y el dolor que lo perturban una vez que se sabe traicionado. Si bien, por vía de la razón, el protagonista sabe que, ahora más que nunca, debe olvidar a Celimena, sus intensas emociones y sentimientos por la muchacha no le permiten tomar esa decisión. De este modo, el parlamento en el afirma que su “corazón es tan vil que no logra romper la cadena que le prende” (p.111) no hace sino expresar, metafóricamente, este conflicto interno al protagonista.