Resumen
Escena 1
Alcestes discute con su amigo Filinto. Lo acusa de adular y halagar a desconocidos, hombres a los que en verdad no admira ni estima particularmente. Para Alcestes, eso es traicionar el propio alma: no debería decirse nada que no sea sincero. Lamentablemente, piensa él, la época está enviciada por una moda de cortesía falsa. Filinto sostiene que para vivir en sociedad es preciso mantener cierta cortesía, que en algunas situaciones la franqueza resulta ridícula. Alcestes insiste: se debe ser siempre franco, siempre decir lo que se piensa. El protagonista entra en grandes disgustos cuando ve el estado actual de lo que lo rodea: puras “lisonjas, injusticia, interés, traición” (p.88).
Filinto intenta que el protagonista sea menos crítico y exigente con la sociedad, entender los defectos de las personas es parte de la naturaleza humana. Pero Alcestes es inconmovible: no tolera la traición y la hipocresía y, como la mayoría de los hombres le parecen insinceros y mentirosos aduladores, últimamente odia a la naturaleza humana y tiene deseos de retirarse a un desierto en soledad.
Filinto menciona un pleito judicial que Alcestes está enfrentando. Aconseja a su amigo dejar de polemizar con su antagonista en ese litigio. Alcestes está seguro de que su causa es justa, así que no se presentará ante ningún juez. Si pierde el pleito, dice, el protagonista verá cuán malvados e injustos son los hombres.
Filinto cuestiona a Alcestes acerca de sus intereses amorosos, rubro en el que no parece aplicar la rigidez que el protagonista establece para otros asuntos. Existiendo muchachas honestas, sinceras e interesadas en él, como Arsinoe y Elianta, Alcestes ama a Celimena, una hermosa, pero falsa e hipócrita joven de la Corte. Alcestes considera que con su amor podrá transformarla.
Escena 2
Aparece Orontes, un poeta que se declara admirador de la inteligencia de Alcestes. El hombre alaba en exceso al protagonista y le ofrece su ayuda para hacerlo entrar en la Corte, ya que mantiene una muy buena relación con el rey. Luego acaba pidiéndole su opinión sobre unos versos que ha escrito. Alcestes se niega: teme ser demasiado sincero y que eso no sea tomado a bien por Orontes. Pero el recién llegado insiste, asegurando que quiere oír la más pura verdad cuando Alcestes le confíe su opinión. Finalmente, lee en voz alta sus sonetos. Alcestes considera los versos muy malos y acaba diciéndoselo al joven mediante largas argumentaciones. Orontes se ofende, alegando que sus versos son buenos. Alcestes sostiene su posición y el poeta acaba retirándose lleno de ira.
Escena 3
Filinto, nuevamente a solas con Alcestes, dice al protagonista que debería haber moderado su sinceridad. Alcestes, molesto, le pide que se calle y dice que no quiere ver ni hablar con humanos nunca más.
Análisis
La producción dramática de Molière se enmarca en Francia y en la segunda mitad del siglo XVII. El contexto espacio temporal de El misántropo (1666) y demás comedias de Molière está cifrado por el ascenso del rey Louis XIV, figura del absolutismo francés. En 1661 se había inaugurado una suerte de etapa de esplendor nacional, en tanto Louis XIV había dejado de residir en París para instalar la Corte en Versalles. En ese período, Francia se instaló como modelo estético y artístico, imponiendo su moda y sus costumbres. El palacio de Versalles reunía a una sociedad cortesana, al interior de la cual se definía, entre otras cosas, el gusto artístico, y desde el cual se proyectaba un modelo que los críticos e historiadores definen como “de la politesse”, es decir, de la cortesía. Se trata de un modelo de conducta que luego se filtraría en varios planos, como el mundo de la diplomacia, de las letras y hasta de la vida cotidiana.
Por la biografía de Molière sabemos de la estrecha relación que el autor tiene para con la Corte y la monarquía de su época; primero por su padre, tapicero real, y luego por él mismo, que acaba representando varias de sus piezas teatrales en el palacio de Versalles. Sin embargo, es preciso atender a la referencias que se dan a ese universo cortesano al interior de las obras, en sus temáticas y alusiones. Ya en Las preciosas ridículas (1659), Molière había parodiado el lenguaje de moda, preciosista y amanerado, de la alta sociedad de la época. El misántropo es otra obra en la cual tiene presencia la Corte, y donde se hace una crítica a sus costumbres, a los comportamientos de la sociedad cortesana de la época y a la hipocresía reinante en ese ámbito.
El misántropo se inicia con una discusión, precisamente, acerca de las costumbres sociales de la época. “Yo no puedo sino sufrir ese método vil que afecta a la mayoría de la gente de moda” (p.87), sentencia Alcestes, que no ve en su entorno sino “lisonjas, injusticia, interés, traición y truhanería”, tanto “en la ciudad como en la Corte” (p.88). Desde la perspectiva del protagonista, el comportamiento de las personas parece gobernado por la hipocresía y la falsedad, motivado por el interés. Ningún halago sería genuino y toda palabra de admiración de un hombre a otro no estaría signado sino por la conveniencia, la mentira. En boca de su protagonista, Molière parecería denunciar lo que se esconde detrás de la cortesía reinante en la época, señalándola como pura forma, pura máscara que no hace sino ocultar la verdad, una verdad opuesta a lo que se dice.
El desprecio que genera en Alcestes la hipocresía y falsedad de su entorno es la razón de su misantropía. “Siéntome mortalmente herido viendo tener con el vicio tales maneras. Os digo que a veces tengo repentinos impulsos de rehuir, yéndome a un desierto, el trato de los humanos” (p.89). Así, el hecho de que el protagonista argumente una y otra vez los motivos de su aborrecimiento a la humanidad, mientras sufre ver cómo la sociedad se envicia y la honestidad no se como un bien de valor, forma parte del procedimiento molieresco de “destipificación” de la figura del misántropo. Esta figura ha sido definida por La Bruyère, un crítico francés del siglo XVII, en su libro Los caracteres, donde esboza los rasgos de varios “tipos” de personaje. Allí describe figuras como el avaro, el hipocondríaco, y otras figuras que luego trabajará Molière, pero La Bruyère las describe como tipos ideales, perfectos, llanos, sin grises. En las obras de Molière, en cambio, se aprecia cómo el autor concibe la realidad de una forma mucho menos típica y más individualizada. Así, el protagonista de El misántropo es mucho más que lo que definía La Bruyère. Producto de la operación según la cual Molière convierte a tipos en personajes, el protagonista de El misántropo está cargado de una psicología, de una relación vincular con otros personajes, posee un nombre, matices, dolores y anhelos. Alcestes posee la misantropía como un rasgo constitutivo de su carácter, pero también está dotado de otros atributos que lo convierten en un personaje. Es también un joven de la alta sociedad, fanático de la honradez, inflexible, amarrado a sus opiniones, que observa y juzga a un mundo al que considera indigno.
Entre las cuestiones que lo convierten en un personaje no llano, con matices, puede contarse el hecho de que Alcestes tenga obstáculos, problemas que ponen a su idealismo en conflicto. Él defiende la franqueza, la necesidad de ser honesto en cualquier circunstancia, y ya en el primer acto se nos presentan dos asuntos que ponen en problemas su voluntad purista. Por un lado, debe decirle a Orontes la verdad sobre sus poemas, perdiendo así el conveniente vínculo con la Corte que una buena relación con el poeta podría facilitarle. Por el otro, tal como plantea Filinto, Alcestes está enamorado de una mujer cuyos atributos contradicen lo que para él es deseable en los humanos. El amigo del protagonista pone sobre la mesa la “extraña elección” (p.90) del corazón de Alcestes. Mientras que “la sincera Elianta” y “la casta Arsinoe” (ibid.) se sienten atraídas por el protagonista, él no parece tener ojos más que para con Celimena, “cuyo coqueto humor y maldiciente espíritu tan bien encajan con las costumbres de ahora” (ibid.). Así, tanto en la esfera amorosa como en la del rango social, Alcestes enfrenta fuerzas que batallan contra el purismo de sus ideas.
La primera escena de la obra muestra una discusión entre Alcestes y Filinto que pone en escena el tema de la disyuntiva o tensión entre ética individual y vida en sociedad. Alcestes sostiene una postura que condena cualquier acción humana que falte a la honestidad o franqueza, mientras que Filinto plantea que “cuando se vive en el mundo es menester hacer las exterioridades corteses que exige el uso” (p.88). Este último comprende la irritación del protagonista y hasta se considera de acuerdo en términos teóricos en torno a la superioridad de la honestidad por sobre la hipocresía, de la verdad por sobre la falsedad. Sin embargo, concibe impracticable en la praxis las exigentes conductas propuestas por Alcestes. Para Filinto, hay casos en que “la plena franqueza trocaríase ridícula”, ya que a veces “conviene ocultar lo que se siente”(p.88). Desde la perspectiva más pragmática de este personaje, los ideales deben relativizarse, deben pensarse en relación a las circunstancias, y en ciertos casos las normas de cortesía convienen, en la vida social, antes que una franqueza brutal. Pero Alcestes no da el brazo a torcer, para él nada justifica el entregarse a “los vicios” (ibid.) de la época, y prefiere en efecto abandonar la vida en sociedad y retirarse a un desierto con tal de perseverar en lo que cree honesto.
Esta primera discusión de la obra contrapone dos elementos generalmente presentes en las producciones de Molière: virtud y vicio. Un gran tema transversal en el siglo XVII era el de la moral, y una de las particularidades de la comedia molieresca yace en la forma en que esta trabaja el problema de bien y el mal, traducibles en su dramaturgia a las nociones de virtud y vicio. Molière trabaja ambas nociones en simultáneo, señalando el vicio en contraposición a la virtud, o viceversa. Se trata de una operación que la crítica ha dado en llamar “de negro sobre blanco”, y que se aplica según el vicio a tratar en cada obra. En el caso de El misántropo, la contraposición moral reinante sería la de la verdad y la falsedad, y estos temas se discuten, o bien se denuncian en acciones, en cada acto de la pieza. Lo interesante, sin embargo, es que el carácter virtuoso o vicioso de determinados comportamientos parecería plantearse en términos relativos, ya que depende de la perspectiva del personaje que observa y evalúa. Mientras que Alcestes considera completamente viciosas las costumbres de cortesía de la época, Filinto afirma la conveniencia de algunas de esas conductas criticadas por su amigo, en tanto “preciso es tener en el mundo una virtud sociable” (p.89). Así, a lo largo de las escenas de la obra, los personajes se posicionarán ofreciendo sus miradas sobre determinadas cuestiones, y la etiqueta de vicio o virtud dependerá, en varias ocasiones, del juicio de quien etiquete.
La contraposición de perspectivas que se pone de manifiesto en la primera escena coincide con la diferenciación entre dos tipos de personajes según lo establece una teoría trabajada por la literatura de la época: la teoría de los humores. Esta, también conocida como Teoría de Hipócrates, retoma un sistema de medicina arcaico, adoptado por los antiguos médicos y filósofos griegos y romanos, que detalla la supuesta composición y funcionamiento del cuerpo humano basándose en la interacción entre cuatro humores básicos: flema, sangre, bilis negra y bilis amarilla. En el siglo XVII, la sociedad y el arte europeos vuelve a poner en vigencia dicha teoría, y, en efecto, una lectura legítima de la comedia de Molière puede guiarse por el trabajo que el dramaturgo hace de esta. En varias obras del autor los personajes se configuran, en parte, en la identificación con la preeminencia de un humor por sobre los otros, determinando así su carácter. Por ejemplo, el personaje sanguíneo (en el cual predomina la sangre) es el personaje más pulsional, atravesado por emociones más fuertes, violentas. El flemático es, en cambio, más descreído, menos comprometido por la emoción, es un personaje capaz de reírse de todo, de tomarse menos en serio lo que lo rodea. En El misántropo, el personaje flemático es Filinto, quien en efecto habla sobre su “flema” en contraposición a la “bilis” (p.89) de Alcestes. Y en los parlamentos del mismo protagonista aparece la propia identificación con la bilis:
Ya me duelen los ojos de ver, en la ciudad y en la corte, objetos que me revuelven la bilis. Os digo que entro en un negro humor y en un profundo disgusto cuando veo vivir a los hombres según viven (p.88).
Está claro que Alcestes es uno de los personajes molierescos más identificables con la bilis. El misántropo contiene, de hecho, un subtítulo o segundo título, que es El atrabiliario enamorado. La palabra “atrabiliario” contiene, justamente, la palabra “bilis”. El atrabiliario es el que tiene el humor complejo, no fluido. Es quien tiene la bilis atravesada, que no encuentra su cauce. Por eso el misántropo critica todo el tiempo, no encuentra la paz, aborrece a su alrededor. Generalmente, el atrabiliario se identifica con la bilis amarilla. En este caso, en el personaje de Alcestes encontramos una combinación, puesto que es un atrabiliario, pero identificable también con la bilis negra, oscura, la que produce melancolía —“entro en un negro humor” decía Alcestes en el fragmento previamente citado—. “Melas” en griego significa “negro”, y es la bilis negra la que atraganta al protagonista de El misántropo, quien aborrece lo que le rodea a su vez que, en su carácter melancólico, parece idealizar un pasado que habría carecido de los horrores que encuentra en las modas actuales de su época.