El falo (Símbolo)
A lo largo de la obra, Simone de Beauvoir se refiere al falo como símbolo de la virilidad y la superioridad masculina. A grandes rasgos, el falo es una representación abstracta del pene, tal como en el psicoanálisis. Como los genitales masculinos son externos y sus funciones parecen más activas y evidentes que las de los órganos reproductores femeninos, de pequeño el varón se identifica con esta parte de su cuerpo y simboliza en el falo su masculinidad. Así se desarrolla como sujeto en las sociedades descritas por la autora. Esto implica que el falo representa la posición dominante del hombre en la sociedad. De acuerdo con Freud, es por eso que la mujer siente envidia del pene; siente que su propio cuerpo -y, por lo tanto, su identidad- son inferiores, insuficientes; le falta algo.
El mar (Símbolo)
En sus capítulos dedicados al análisis de los mitos sobre la mujer, Simone de Beauvoir afirma que "el Mar es uno de los símbolos maternos más universales" (p. 230). El mar representa la maternidad en diversas culturas, de acuerdo con la autora. Esto se debe a que, con frecuencia, la fecundidad de la mujer se ha considerado una virtud pasiva: el hombre tiene la función activa de inseminarla, mientras que ella es apenas un contenedor donde se produce la vida. Así, una serie de características asociadas al mar coinciden con las descripciones masculinas tradicionales del aparato reproductor femenino y sus funciones: los movimientos cíclicos, el pasaje de la calma a la agitación, la humedad, la profundidad, lo misterioso.
La menstruación (Símbolo)
La menstruación es interpretada por Beauvoir como un símbolo de la esencia negativa de lo femenino. Por supuesto, la autora no defiende esta noción, sino que se trata de la valoración social que examina. La menstruación representa la feminidad en varios sentidos.
En primer lugar, es un sangrado improductivo, doloroso e inútil. En segundo lugar, es vergonzosa, desagradable y debe ser escondida, disimulada. En tercer lugar, recuerda sin cesar que la mujer está mucho más arraigada a su naturaleza como hembra, más afianzada a la especie animal que a la cultura humana. En cuarto lugar, disminuye las capacidades productivas de las mujeres, al igual que el embarazo y el parto, pero ocurre con más frecuencia, todos los meses. De un modo u otro, la menstruación paraliza la actividad social de la mujer. En quinto lugar, para las chicas, empezar a menstruar es abandonar por completo la niñez, etapa en la que todavía pueden desarrollarse como individuos más plenos.
Así como el hombre identifica su virilidad en el falo, la mujer "se ve a ella misma en el flujo rojo que se escapa entre sus muslos" (p. 421). La interpretación dominante de la menstruación como símbolo negativo de la feminidad sirve para continuar oprimiendo a la mujer. En palabras de Beauvoir, la sangre menstrual tiene "poderes maléficos" (p. 237), tiene "caprichos peligrosos" (p. 237) como la luna, es una "servidumbre femenina" (p. 415) que inspira horror y, en suma, simboliza "una caída brutal en la feminidad" (p. 897).
La montaña (Símbolo)
Simone de Beauvoir sostiene que, para el hombre, la mujer representa la naturaleza porque ella se encuentra mucho más afianzada a sus funciones como hembra de la especie. Este factor permite distanciarla de la cultura, cosificarla y dominarla. El hombre cree que al someter a la mujer domina la naturaleza, y esto le permite realizarse como sujeto. Esta relación se exhibe de diferentes formas; por ejemplo, en los mitos, las mujeres dan forma a las fuerzas naturales. Beauvoir aprovecha esta concepción cultural en sus propias explicaciones. Así, por ejemplo, presenta a las montañas como símbolo de las mujeres: "Orgullosa, rebelde, virginal y malvada, la montaña es mujer para el alpinista, que quiere violarla arriesgando su vida" (p. 244).
La mantis religiosa (Símbolo)
Desde la primera página del primer capítulo de la obra aparece la mantis religiosa como símbolo de la feminidad devoradora. Se trata de un insecto popularmente conocido porque la hembra -que es de mayor tamaño- tiene un comportamiento agresivo y con frecuencia se come al macho después de aparearse. Beauvoir explica que, mediante este símbolo, el hombre describe a la mujer como peligrosa, vengativa, irracional y malvada. Y así justifica sus miedos por aquello que no puede comprender en el otro sexo. A su vez, la representación de la mujer como mantis religiosa justifica sus deseos de dominarla: la feminidad devoradora debe ser controlada, subyugada. La fuerza de este símbolo es tal que cuando una mujer "rechaza este papel, se transforma en mantis religiosa" (p. 345) en sentido metafórico: cualquier mujer que se resista a ser sometida es vista automáticamente como una amenaza.