El segundo sexo

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La mujer

La mujer es el tema principal de El segundo sexo. Simone de Beauvoir se reconoce a sí misma como mujer y observa que la sociedad le impone identificarse ante todo como miembro del sexo femenino, lo cual no es exigido a los hombres. Por eso se propone analizar qué es ser mujer y recorre la historia de las mujeres, analizando cómo son concebidas socialmente, qué características se les asignan y en qué condiciones desarrollan sus vidas. Así, llega a la conclusión de que siempre han sido oprimidas, cosificadas y tratadas como seres inferiores. Sus funciones sociales han sido reducidas a la maternidad, el cuidado del marido y el hogar. Es importante observar que la autora usa el concepto "la mujer", en singular, ya que establece un análisis general de los individuos femeninos.

Beauvoir encara el tema de modo original: en principio, reconoce que, dada su situación de opresión, la mujer ha desarrollado un carácter negativo en la sociedad. Se ve forzada a elegir entre aceptar su propia inferioridad para integrarse en la sociedad o defender su libertad individual y vivir marginada. En determinadas sociedades, las mujeres casadas pueden hacer uso de los recursos de sus maridos y, por lo tanto, gozan de cierto estatus y son respetadas. Sin embargo, dependen absolutamente de su unión matrimonial; no pueden acceder a posiciones sociales equivalentes por sus propios medios. El matrimonio en sí, de acuerdo con Beauvoir, siempre implica una esclavitud de la mujer porque ella tiene obligaciones sexuales y domésticas que cumplir. En contraste, las mujeres que se dedican a la prostitución suelen ser solteras y ganan su propio dinero, por lo que tienen una independencia que las mujeres casadas no poseen. Sin embargo, las prostitutas son marginadas por la sociedad y, por lo general, no gozan de respetabilidad. A su vez, las trabajadoras sexuales suelen luchar contra la pobreza, tienen un acceso muy limitado a la salud y corren mayores riesgos de ser violentadas por los hombres. En ambos extremos, la mujer depende de su aspecto físico y de su capacidad de agradar al hombre, quien en ambos casos la considera un objeto o un ser inferior.

El recorrido histórico trazado por Beauvoir concluye en un momento moderno de mayor independencia de las mujeres en general. De todas maneras, la autora subraya que la opresión de las mujeres sigue siendo una cuestión activa y central de la sociedad. La liberación de las mujeres depende de factores legales, económicos y socioculturales.

La Alteridad

La dualidad entre el Uno y el Otro está en el corazón del planteo de Beauvoir. Esto se debe a que la noción de Alteridad permite explicar cómo se construyen y relacionan entre sí las identidades y funciones de hombres, por un lado, y mujeres, por el otro, en la sociedad que describe la autora.

Tradicionalmente, los hombres se han definido a sí mismos como el "uno", el "neutro" y el "positivo", por lo que las mujeres solo pueden definirse como un contraste de los hombres, como su opuesto, su negativo. La mujer es el Otro del hombre, es su Alteridad. Así, los varones son esenciales, centrales, independientes, y el mundo está hecho a su medida. Por su parte, las mujeres no son esenciales sino accesorias, no gozan de libertad ni de independencia, son poco creativas y poco productivas y, en última instancia, son objetos funcionales a las necesidades sexuales, reproductivas y materiales de los hombres.

Se trata de una dualidad tan establecida socialmente que incluso las mujeres creen ser inesenciales, menos inteligentes, menos importantes. Beauvoir describe esta categorización como una realidad social, pero no la defiende, sino que, por el contrario, la critica duramente y pretende modificarla. De hecho, finaliza su libro asegurando que las diferencias entre el hombre (el Uno) y la mujer (el Otro) se desprenden de desigualdades sociales y que, si las personas de ambos sexos crecen con las mismas oportunidades, pueden desarrollar las mismas capacidades y gozar de la misma independencia.

El sentido de la vida

El segundo sexo, en tanto que reflexión filosófica, interroga de qué manera los seres humanos buscan darle sentido a sus vidas. Como existencialista, Beauvoir retoma y reinterpreta una propuesta teórica realizada por Sartre en El ser y la nada para explicar que la esencia humana radica en un deseo de trascender el propio yo de alguna manera. Es decir, todo humano busca ir más allá de los límites de su propio ser para darle un sentido a su vida.

Dentro del marco de esta teoría, el deseo de trascendencia permite explicar la relevancia de la reproducción sexual, ya que tener hijos permite perpetuar la propia existencia. Simone de Beauvoir se encarga de explicar, de todas maneras, que la verdadera trascendencia también puede ser procurada y alcanzada de otras maneras; para la filósofa feminista, la reproducción no es el único modo de realizarse como ser humano. La producción de conocimiento, de literatura y de arte son los modos más contundentes de transcender. Esto se debe a que, a diferencia de los animales, los humanos están compuestos por elementos naturales tanto como por elementos culturales. La sexualidad es un factor fundamental de la organización social, pero no el único. Por lo tanto, las diferencias sexuales no pueden explicar por completo la configuración social de los hombres, por un lado, y de las mujeres, por el otro.

Beauvoir sostiene que las mujeres son seres humanos y, por eso, tienen este deseo de trascendencia, pero socialmente se ven muy limitadas y oprimidas, y no logran cumplirlo; su destino está mucho más atado a la reproducción de la especie que a cualquier otra actividad.

La libertad

La libertad es un tema central de la filosofía y el existencialismo demuestra un particular interés en el asunto. De acuerdo con esta corriente, los seres humanos no están determinados por un dios ni por una naturaleza absoluta. Por el contrario, todo ser humano vive en una situación caracterizada por la libertad. Para Simone de Beauvoir, esa libertad no es absoluta, sino que se configura socialmente. De hecho, el análisis de la autora en El segundo sexo indica que la situación de la mujer históricamente se define por la ausencia de libertad. Las mujeres son reducidas a su animalidad, a la sexualidad, a la reproducción de la especie. Son concebidas como objetos y como seres inferiores. Así, la mujer no puede realizarse como ser humano pleno; tiene bloqueada la posibilidad de trascender. De este modo, la autora explica la diferencia social entre el hombre y la mujer. Sin embargo, también indica que las mujeres pueden alcanzar la liberación, y que es su responsabilidad organizarse de manera colectiva para lograrlo, modificando las circunstancias que las oprimen.

La alienación

Simone de Beauvoir sostiene que los humanos tienen una tendencia a alienarse en algún objeto siguiendo algunos postulados psicoanalíticos. Esto quiere decir que las personas se identifican con algo diferente a su propio yo para poder definirse a sí mismas y configurar su posición en el mundo.

La autora explica que, de acuerdo con Sigmund Freud, en los hombres esta alienación toma por objeto el pene. En la infancia, los genitales masculinos aparecen como una cosa autónoma y separada de sus cuerpos que representa una virilidad activa y positiva. La subjetividad masculina admira esa virilidad como cualidad central de todo varón, y el niño construye su yo alrededor de esa identificación con lo que el pene representa.

En el caso de la mujer, los genitales no tienen la misma función porque no se presentan como objeto externo ni tienen una manifestación activa visible en sus funciones sexuales. Por ese motivo, muchas niñas tratan de identificarse con sus muñecas y muchas mujeres adultas se alienan en sus propios cuerpos, ya que la sociedad las trata como objetos. En casos extremos -pero bastante frecuentes, de acuerdo con la autora- la mujer se identifica excesivamente con su aspecto físico, con su amante o con la religión. Dadas las desigualdades sociales entre los sexos, la alienación es un proceso de creación de la subjetividad para los hombres, pero resulta destructiva para la mayoría de las mujeres porque ellas no tienen roles activos positivos en la sociedad.

La mala fe

La mala fe es un concepto propio de la filosofía existencialista para explicar el rechazo de las personas a enfrentar la realidad. Beauvoir aprovecha el concepto a lo largo de toda la obra para explicar muchas de las contradicciones que surgen de los obstáculos que la mujer debe enfrentar en una sociedad que la oprime. La mala fe es común en la mujer porque su realidad es tan dolorosa y limitada que resulta difícil de aceptar. Así, la mala fe femenina se manifiesta de varias maneras, según el tipo de vida y la situación de cada mujer. Por ejemplo, la mujer independiente se ve atormentada por la exigencia de conciliar su autonomía con una representación perfecta de feminidad. La madre, por su parte, debe sentirse necesitada y desespera cuando sus hijos crecen y ganan autonomía. En suma, la mujer está condenada a vivir en un permanente estado de mala fe, lo cual daña su psiquis porque implica un autoengaño constante. Para la autora, esta es una de las principales consecuencias negativas de las limitaciones y los obstáculos que la sociedad impone a la mujer.

La conciencia de la realidad

De acuerdo con Simone de Beauvoir, la mujer tiende a poseer menor dominio de la realidad. Esto se debe a que sus funciones y oportunidades sociales están severamente limitadas. Como resultado de la falta de propósito más allá de la obediencia automática al marido y a sus funciones reproductivas y domésticas, las niñas, las jóvenes y las adultas se dejan llevar con más frecuencia por la fantasía y la imaginación. Además, consciente o inconscientemente, ellas saben que estos sueños no son realizables, ya que sus papeles sociales son extremadamente limitados y no tiene ningún sentido esforzarse por convertirlos en realidad.

Los varones, por el contrario, suelen estar más ocupados en estudios y trabajos desde pequeños, lo cual da menos pie a este tipo de ensoñaciones y los lleva a concentrarse en objetivos alcanzables. Este planteo le permite a Beauvoir justificar por qué las mujeres suelen ser más dramáticas y fantasiosas en sus relaciones amorosas y en otros aspectos de sus vidas: dado que están oprimidas, tienen un conjunto de expectativas inadecuadas a la realidad. Las mujeres adultas adquieren conocimiento de sus experiencias y dejan de fantasear con el futuro de esa manera, pero tienden a fijarse en recuerdos de un pasado perdido.

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