El apartamento de Tom (Imágenes visuales y olfativas)
En el segundo capítulo de la novela, Tom regresa a su apartamento después de su conversación con Herbert Greenleaf. La descripción de este espacio abunda en imágenes sensoriales que sugieren suciedad y desorden, y que generan un contraste importante con el resto de los escenarios presentes en otras partes del libro. El apartamento tiene “un maloliente retrete” y una “sucia habitación que, a juzgar por su aspecto, parecía haber sido habitada por mil personas distintas, cada una de las cuales había dejado su propia clase de porquería sin levantar una mano para limpiarla” (13). Más aún, cuando debe bañarse, “de la ducha, llena de herrumbre, salen dos chorros de agua, uno contra la cortina y otro, éste en espiral, que apenas basta para mojarle” (14).
La sordidez de estas imágenes revelan que, si bien Tom se esfuerza en dar buenas impresiones en público, no posee los recursos para mejorar sus propias condiciones de vida. A su vez, nos permiten a los lectores comprender las motivaciones internas que lo impulsan a desear tan ávidamente el lujo y las comodidades. Tom siempre ha carecido de dinero y bienes. Por eso la vida que lleva Dickie le resulta atractiva al punto de la obsesión y el crimen.
El paisaje desde el tren (Imágenes visuales)
Mientras viaja en tren a Mongibello para encontrarse con Dickie, Tom se asombra por las vistas europeas que aprecia a través de las ventanas. En París, ve “la fachada de un café, iluminada y con la lluvia cayendo sobre su toldo y sus mesitas”, y compara la imagen con “los carteles de las agencias de viajes” (46). Luego llega a Pisa, Italia, donde se entusiasma la imagen de la “columna maciza y blanca que sobresalía de entre los tejados de las casas que formaban la ciudad, y se inclinaba, se inclinaba de un modo que parecía imposible” (46). En ambos casos, Tom está emocionado por el modo en que cada paisaje urbano se asemeja a su propia representación estereotipada de lo que es Europa, y lo considera un “buen presagio” (46). Estas imágenes pintorescas y estáticas se parecen más a fotografías o a postales que a ciudades reales, y tienen el efecto de complacer las expectativas idealizadas de nuestro protagonista. Hasta ahora, Tom es un mero espectador de este nuevo mundo, pero a medida en que avance la narración, será su intención de formar parte de estas postales uno de los motivos que lo llevan a la criminalidad.
El asesinato de Dickie (Imágenes visuales y auditivas)
El talento de Mr. Ripley incluye dos escenas de violencia gráfica perpetradas por Tom: el asesinato de Dickie y el de Freddie. En ambas escenas, Tom utiliza objetos pesados para golpear a sus víctimas en la cabeza. A pesar de las similitudes, la escena del crimen de Dickie incluye una avalancha de imágenes auditivas y visuales que no aparecen en el momento del asesinato de Freddie, y transmiten en el lector una sensación de velocidad, vértigo y violencia irrepetible en el resto de la novela: en un principio, Tom golpea a Dickie en la cabeza con un remo hasta hacerle una “herida que se llenó enseguida de sangre”. Tras ello, Dickie queda “tumbado en el fondo de la lancha, retorciéndose” y “lanza un gruñido de protesta, tan fuerte que Tom se asustó al oírlo”. Para callarlo, Tom vuelve a golpearlo “en el cuello, tres veces, con el canto del remo, como si este fuera un hacha y el cuello de Dickie un árbol” (111). Después de dar un golpe final, Tom mira a su alrededor y no ve nada más que “una motora que navegaba raudamente hacia la orilla” (112). La escena es rápida y está repleta de imágenes que se suceden una tras otra, acelerando la narración y representando eficazmente la abrumadora pérdida de control que domina a Tom en ese momento.
Venecia (Imágenes visuales y gustativas)
Cuando Tom consigue sentirse a salvo en Venecia, un rapto de buen humor lo domina y decide ir cenar a un lugar donde pueda “contemplar la luna en el Gran Canal, con sus góndolas perezosas transportando a los recién casados y la silueta de los gondoleros y los remos recortándose sobre las aguas bañadas por la luz de la luna”. Tom decide que pedirá “algo exquisito y caro para cenar (...), pechuga de faisán o petto di pollo y, para empezar, tal vez canelloni con una cremosa salsa por encima de la pasta y un buen valpolicella para ir bebiendo a sorbitos” (217). Esta mezcla de imágenes visuales y gustativas nos revela a un protagonista muy distinto respecto al del comienzo de la novela. Ahora, Tom se considera un conocedor de lo mejor que las ciudades europeas tienen para ofrecer: las vistas del canal, cuya referencia a los recién casados recupera su tradicional valor turístico, y la comida cara, disponible solo para los paladares más exquisitos y con el dinero suficiente para pagarlos. El que conozca los principales atractivos de Venecia y los sabores de los platos, que encima puede nombrar bajo su lengua original, advierte sobre el hecho de que ya se ha internalizado tanto en la lengua como en la cultura de la ciudad.