Resumen
Capítulo 19
En su viaje a Palermo, Tom se pregunta con regocijo si Marge habrá concluido que él y Dickie tienen una relación romántica. Además, disfruta mucho su paseo por la ciudad, se deleita con la arquitectura y reafirma que disfruta más asumiendo la identidad de Dickie que la suya propia.
Al día siguiente recibe una carta de Marge, con Dickie como destinatario. Ella dice saber que Tom y Dickie están en pareja y le reprocha a este último no haber sido honesto respecto a su sexualidad. También dice que habló con la policía de Roma y le dijo que Tom y Dickie estaban juntos. Aunque Tom teme que la policía lo siga, no encuentra indicios de ello. Finalmente le escribe una carta a los Greenleaf, de parte de Dickie, con la intención de que no se preocupen por las noticias.
Capítulo 20
En Palermo, Tom se siente solo y acepta que su vida en la clandestinidad le dificultará el tener vínculos cercanos. En ese momento, se pregunta si no se sentirá mejor si viaja a Capri. Sin embargo, antes de que se decida a irse recibe dos cartas del banco y una de la compañía fiduciaria de Dickie. En estas cartas se notifica que las firmas de algunos cheques son sospechosas y solicitan que se acerque al banco para confirmar que no han sido falsificadas. Tom responde de inmediato asegurando que su firma es la correcta y que espera que su respuesta disipe cualquier sospecha.
Capítulo 21
Poco después, la policía le escribe a Dickie para exigirle, de manera algo amenazante, que se presente en Roma para responder preguntas sobre Thomas Ripley. Tom está aterrorizado, pero desarrolla un plan: volverá a transformarse en Tom Ripley, comprará un automóvil barato, fingirá que ha estado viviendo en él y viajando por Italia durante meses. Aunque odia la sensación de tener que asumir su verdadera identidad, sabe que no tiene otra opción.
Tom pone en funcionamiento su nuevo plan y guarda todas las pertenencias de Dickie, excepto sus anillos, en una compañía de correo, con la indicación de que solo puede retirarlas una persona con un nombre que él ha inventado. De ese modo, podrá recuperarlas en el futuro en caso de que sea necesario. Luego, vuelve a asumir su identidad, compra un automóvil y se va a Venecia. Al llegar se relaja un poco y se informa de las nuevas noticias en el periódico. En él, encuentra un artículo que informa sobre la desaparición del estadounidense Dickie Greenleaf. Más aún, el artículo afirma que Dickie es amigo tanto del asesinado Freddie Miles como del desaparecido Tom Ripley. Tras leer la noticia, Tom elabora una estrategia para presentarse ante la policía con su propia identidad.
Capítulo 22
Al día siguiente, Tom se dirige a una estación de policía donde explica que acaba de descubrir que lo daban por desaparecido. La policía lo manda de vuelta al hotel, donde debe aguardar para ser interrogado por oficiales romanos. Mientras espera, Tom practica y exagera sus propios ademanes, con el objetivo de diferenciarse lo más posible de Dickie.
El mismo oficial de policía que lo había interrogado por la muerte de Freddie, el teniente Roverini, se presenta a entrevistarlo. Tom le transmite su historia inventada y dice que vio a Dickie por última vez en Roma. Además, aunque afirma haber visitado San Remo con Dickie, dice que devolvieron su lancha después de usarla.
Por su parte, Roverini no advierte el parecido entre Dickie y Tom, y se muestra muy interesado en la vida personal de Dickie. Debido a ello, Tom aprovecha para insinuar que Freddie y Dickie competían por el afecto de Marge. Aunque Roverini no parece sospechar de Tom, sí lo hace de Dickie. Finalmente, confirma que la lancha hundida no tiene nada que ver con ellos, ya que ambos fueron vistos con vida luego del viaje a San Remo.
Cuando Roverini se retira, Tom decide celebrar con una cena cara en Venecia. Mientras se prepara, un nuevo plan se traza en su mente: falsificará el testamento de Dickie poniéndose a sí mismo como beneficiario de su herencia. Luego colocará el testamento en un sobre con la instrucción de que no se abra hasta pasados unos meses.
Capítulo 23
El Capítulo 23 se inicia con dos cartas. La primera es de Tom a Mr. Greenleaf. En ella miente sobre sus últimos encuentros con Dickie en Roma, justo después de la muerte de Freddie. Tom explica que Dickie se encontraba conmocionado y molesto, y sugiere que es posible que se haya suicidado tras la muerte de Freddie. La segunda carta la escribió Marge para Tom. En ella argumenta que Dickie podría haber sido asesinado, pero descarta la posibilidad de un suicidio. También informa que Mr. Greenleaf irá a Roma y quiere reunirse con él.
La noticia de la desaparición de Dickie se ha convertido en un tema central de la prensa y constantemente se publican artículos en los que se teoriza sobre su paradero y su personalidad. Tom se siente halagado de que los periódicos lo describan como un turista bien acomodado y de que caractericen la casa que ha alquilado en Venecia como un ‘palazzo’. En efecto, la casa es lujosa, está bien ubicada, y Tom se ha esforzado en decorarla con antigüedades. Aunque se siente confiado, sufre la familiar sensación de que alguien lo sigue, y sabe que la policía podría dar con la verdad solo con esforzar un poco su imaginación.
Un día, Marge lo llama para decirle que está de visita en Venecia y Tom la invita a su casa. Al reencontrarse, Marge le comunica su sospecha de que Dickie sigue vivo. Además, le avisa que Mr. Greenleaf está en Roma y que ambos han estado hablando con todos los conocidos de Dickie en el intento de encontrar una respuesta. Por su parte, Tom trata de parecer generoso y feliz de verla, pese a que su presencia lo irrita profundamente. Finalmente, la invita a pasar la noche en su casa, aunque recuerda haber visto cómo colgaba su ropa interior en Mongibello y le repugna la idea de que haga lo mismo allí. A Marge le entusiasma la idea y Tom decide llevarla a la casa de Peter, un amigo que se hizo en Venecia, para matar el tiempo.
Capítulo 24
Una vez en la casa de Peter, Tom aprovecha para telefonear a Mr. Greenleaf, quien se muestra ansioso en la llamada y arroja dudas sobre las competencias de la policía italiana. Aunque Tom lo invita a Venecia, él prefiere quedarse en Roma.
Tras la llamada, Tom se reúne con el resto de los invitados. Todos están encantados por tener a Marge y Tom, figuras centrales de la prensa, junto a ellos: especulan sobre lo que pudo haberle ocurrido a Dickie, buscan información en los periódicos y bromean sobre el asunto. Mientras tanto, Tom juzga el modo de vestir y el comportamiento de varios de los invitados. Por su parte, Marge parece disfrutar de la velada y conversa animadamente con todos. Tom se fastidia con ella cuando la ve acceder a la invitación de una fiesta al día siguiente, lo que implica no se irá tan pronto como a él le gustaría.
Cuando finalmente dejan la casa de Peter, Marge insiste con ir a cenar afuera para luego volver en una góndola privada al palazzo. La góndola los deja en la puerta principal de la casa, pero Tom ha olvidado esa llave y, debido al sistema de canales de Venecia, no pueden llegar a la otra entrada sin un bote. Aunque eventualmente consiguen uno, la irritación que siente Tom por Marge se encuentra para entonces en un punto álgido.
Análisis
En esta sección, el nombre de Dickie Greenleaf se pone en el centro de la escena social y mediática: la policía busca a Dickie por el asesinato de Freddie y, tras el descubrimiento de la lancha en San Remo, por la presunta desaparición de Thomas Ripley. Si a ello le sumamos la sospecha de los bancos acerca de los cheques falsificados, ya contamos con los elementos suficientes para comprender la próxima gran jugada de Tom; una jugada, desde su perspectiva, devastadora: volver a asumir su propia identidad.
Si bien Tom desea poseer riquezas, lujos y recorrer el mundo, su más profundo anhelo es convertirse en una persona diferente, dejar atrás esos aspectos de sí mismo que lo avergüenzan y lo hacen sentir humillado. Por eso mismo, ahora que está a punto de ser descubierto, lamenta profundamente el hecho de que ya no podrá hacer uso de la imagen social que le proporciona el nombre de Dickie. De hecho, la certeza de que debe volver a usar su antiguo nombre lo lleva a llorar sobre las ropas de las que debe desprenderse: “Odiaba volver a su auténtica personalidad del mismo modo en que hubiese odiado tener que ponerse un traje viejo, manchado y sin planchar, un traje que ni cuando era nuevo valía nada. Sus lágrimas cayeron sobre la camisa de Dickie” (199).
Anteriormente, la novela ya había trazado un paralelismo explícito entre Tom y Dickie, uno basado tanto en sus parecidos físicos como en algunas características de sus personalidades. Es esta similitud, además, la que le permitió a Tom robar con tanto éxito la identidad del muerto. A lo largo de estos capítulos, la estrecha vinculación entre ambos personajes vuelve a hacerse explícita, sobre todo en los momentos en los que Tom habla con los policías y les sugiere un presunto conflicto amoroso entre Dickie, Freddie y Marge. De algún modo, la triangulación amorosa, que Tom intenta hacerles creer a los investigadores, se nos presenta curiosamente parecida a la que él mismo atravesó en Mongibello con Marge y Dickie. Podría afirmarse, en este sentido, que la mentira de Tom cumple una doble función en la historia: en un principio, le permite desligarse de las sospechas acerca del asesinato de Freddie, ya que posiciona a Dickie como el principal sospechoso, y, al mismo tiempo, le permite externalizar los motivos personales que lo llevaron a asesinarlo.
Con todo, tras volver a asumir su identidad, Tom consigue reconciliarse parcialmente consigo mismo. En principio, esto sucede porque comprende que el carácter flexible de su identidad le permite, más allá del nombre que use, impostar los sentimientos, las actitudes y los comportamientos que desea tener: “Además, algo había aprendido durante los últimos meses. Si uno deseaba ser alegre, melancólico, pensativo, cortés, bastaba con actuar como tal en todo momento” (200). Pero más allá de eso, su decisión de cambiar el nombre resulta efectiva en tanto lo libra de toda sospecha ahora que la policía solo busca a Dickie. Adicionalmente, el hecho de que su verdadero nombre aparezca ahora en los periódicos le gana una popularidad impensable entre los más distinguidos círculos sociales italianos; una popularidad de la que Tom goza intensamente.
Por otro lado, el improvisado viaje a Venecia termina siendo sorpresivamente gratificante para Tom. Pese a que él no esperaba que la ciudad le gustara, al conocerla acaba encantado por su apariencia y disposición orgánica: “Le gustaba que en Venecia no hubiera automóviles. Eso daba a la ciudad un aire más humano. Las calles eran sus venas y la gente que iba y venía constantemente era su sangre” (203). En cierto modo, este aspecto ‘humano’ de Venecia le permite a Tom compensar un poco la soledad a la que lo arrastra su existencia criminal.
A su vez, los días que Tom pasa en Venecia , antes de que su situación vuelva a empeorar, se desarrollan en la trama acompañados de imágenes sensoriales que sugieren belleza y comodidad y que, en contraste con su tiempo en Manhattan al comienzo de la novela, nos muestran que la situación de nuestro protagonista es ahora radicalmente distinta. Por ejemplo, Tom se dedica a “contemplar la luna en el Gran Canal, con sus góndolas perezosas transportando a los recién casados y la silueta de los gondoleros y los remos recortándose sobre las aguas bañadas por la luz de la luna”. También busca un restaurante para cenar “algo exquisito y caro (...) pechuga de faisán o petto di pollo y, para empezar, tal vez canelloni con un cremosa salsa por encima de la pasta y un buen valpolicella para ir bebiendo a sorbitos” (217). Como vemos, esta mezcla de imágenes visuales y gustativas ilustran que Tom ya no es un simple turista, sino que ahora es un conocedor de lo mejor que las ciudades europeas tienen para ofrecer.
Pese a ello, su paranoia constitutiva no cesa ni en sus más felices paseos por Venecia, algo comprensible si tenemos en cuenta los crímenes que ha cometido: “Tom no pensaba específicamente en la policía al imaginar un ataque contra su persona, sino que sus atacantes eran seres o cosas sin nombre, sin forma, rondando constantemente su cerebro como las furias” (224). Es notable que el modo en que su imaginación se sale de control y proyecta enemigos informes contraste significativamente con la lucidez y la agudeza que demuestra al planificar sus distintos crímenes. En este caso, el pasaje presenta una comparación entre sus miedos y las furias, entidades mitológicas de la Antigua Grecia que encarnaban a la venganza y perseguían a los criminales para hacerlos pagar por sus actos.