¿Puede este gallinero contener los vastos campos de Francia? ¿O podemos hacer entrar en esta O de madera los cascos que aterraron el aire en Azincourt?
A lo largo de la obra, el coro derriba varias veces la cuarta pared y se dirige directamente al público. En algunas de estas apariciones, como la citada, pide disculpas por la incapacidad de representar fielmente los sucesos históricos sobre el simple y limitado escenario, y ruega a los espectadores que utilicen su imaginación para visualizar lo que la obra intenta infructuosamente mostrar en las tablas.
El curso de su juventud no lo prometía. No bien la vida abandonó el cuerpo de su padre, su salvajismo, que lo mortificaba, pareció morir también.
El cambio radical en el carácter de Enrique V es un motivo de conversación recurrente dentro de la obra. Tanto los ingleses como los franceses están sumamente sorprendidos por el modo en que aquel irreverente, descarriado e inmaduro príncipe Hal, tras la muerte de su padre y su coronación, se convirtió en un rey severo, maduro y recto.
Dile al agradable príncipe que esta broma suya ha convertido las pelotas en balas de cañón, y su alma se lastrará de pena por la venganza terrible que volará con ellas.
Al principio de la obra, el delfín, en respuesta a la exigencia de Enrique V de ciertos ducados, le envía un cofre lleno de pelotas de tenis. A través de este "regalo", el príncipe francés intenta burlarse del carácter juvenil e inmaduro de Enrique V. El problema es que el rey inglés ya dejó de ser aquel príncipe descarriado, y ahora es un monarca severo y sumamente poderoso, capaz de convertir esas pelotas de tenis en poderosas balas de cañón.
Otra vez a la brecha, queridos amigos, otra vez, o tapen la muralla con nuestros muertos ingleses. En la paz nada conviene más a un hombre que la serena modestia y la humildad, pero si el estallido de la guerra suena en los oídos, entonces hay que imitar la conducta del tigre. Tensen los músculos, conjuren a la sangre.
Una de las grandes virtudes del carácter de Enrique V es su versatilidad. A diferencia de otros monarcas, como su padre Enrique IV (un amante del enfrentamiento bélico), él puede ser sereno, humilde y pacífico, pero también puede ser despiadado y feroz como un tigre. Esta versatilidad le permitirá conseguir alianzas dentro de su reino a través de la diplomacia, y también llegar a la corona francesa a través de la guerra.
El rey no es sino un hombre, como lo soy yo. La violeta huele para él como para mí; el cielo se le aparece como se me aparece a mí.
Enrique V está convencido de que él, pese a ser el rey de Inglaterra, es igual a los hombres comunes y corrientes del reino. Considera que los monarcas no tienen ningún beneficio que el resto de los mortales no tenga. Al disfrazarse de soldado raso y mezclarse en su ejército, Enrique V descubrirá que los hombres comunes y corrientes no están de acuerdo con esa idea. Entonces recitará un largo monólogo, lleno de bonitas frases como la citada, para intentar convencerlos de que son iguales. Esta es una de las pocas cosas que Enrique V no conseguirá.
La obediencia de cada súbdito pertenece al rey, pero el alma de cada súbdito le pertenece a sí mismo.
Los límites entre el poder y la libertad vuelven en esta cita a ponerse en cuestión. A Enrique V le molesta profundamente que los hombres del pueblo lo responsabilicen de todo lo que les sucede. Para él, un rey debe encargarse solamente de que sus súbditos le obedezcan, pero no puede hacerse cargo de los actos privados de cada uno de ellos.
Esta cita tiene una profunda relación con el concepto bíblico de libre albedrío. Así como Dios no es responsable de los actos de sus criaturas, el elegido por Dios para llevar la corona tampoco debe cargar con los pecados de sus ciudadanos.
El esclavo, integrante de la paz del país, la disfruta, pero a su opaco cerebro poco le importa qué vigilia ha mantenido el rey para conservar la paz cuyas horas aprovecha mejor el aldeano.
Desde la perspectiva de Enrique V, el poder es irreconciliable con la libertad y la paz. Aquellos que, como él, deben velar por el bien de su pueblo, no tienen el tiempo ni la paz necesaria siquiera para dormir bien. Por el contrario, los hombres comunes, e incluso los esclavos (a los que el rey considera ignorantes), disfrutan de la paz, sin que les importe el bienestar del rey.
Más bien proclama pronto entre mis huestes que a quien no tenga estómago para este combate, lo dejen partir.
Enrique V tiene una retórica extraordinaria. Sabe qué fibras debe tocar para que sus hombres den la vida en cada batalla. Esta cita pertenece a su célebre "Discurso de San Crispín", en el que el monarca inglés, lejos de lamentarse por la falta de soldados, afirma que ser pocos es una ventaja, ya que cada uno de los que luche se llevará una porción mayor de honor. Tras esta afirmación, confiado en el poder de sus palabras, el rey refuerza la idea instando a que los cobardes deserten, sin recibir pena alguna. Por supuesto, nadie abandona a Enrique V.
Estos pocos, felices pocos, nuestra banda de hermanos. Porque quien hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano.
En el "Discurso de San Crispín", Enrique V se dirige a su pueblo emulando a Jesucristo. Esta cita es muy semejante a la frase que Cristo les dice a sus discípulos en la última cena: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (2020, p. 989). Luego, tal como Jesús, Enrique V también les ofrecerá la eternidad a sus soldados, afirmando que quienes dejen la vida en Azincourt serán recordados por siempre como héroes.
Su majestad no se presentó como él mismo. Se me apareció como un hombre común. Lo prueban la noche, sus prendas, su humildad.
Este es el desenlace de la broma que Enrique V le gasta a Williams. Obstinado en demostrarle a sus soldados que él es como ellos, el monarca inglés, disfrazado, desafía a duelo a Williams. Sin embargo, Enrique V no es un hombre común y corriente. Sus prendas y su humildad son parte de un disfraz que se desvanece con la luz del día. Ningún soldado raso se batiría con su monarca. Williams abandona el duelo al advertir que aquel que lo desafió en mitad de la noche era, en realidad, Enrique V. Para el rey, no hay lucha posible de hombre a hombre porque él, antes que ser un hombre, es el rey.