Resumen
Un hombre se despierta por la noche y mira a su hijo dormido. Incluso mientras duermen, ambos usan mascarillas. El hombre soñaba que vagaba con el chico por una cueva y llegaban a un "lago antiguo y negro" (9). En la orilla opuesta, una criatura ciega y traslúcida se aleja de ellos.
Al amanecer, el hombre se aleja un poco del niño para explorar la tierra "Árida, silenciosa, infame" (10). No sabe qué mes es, aunque supone que octubre. Se dirigen al sur, porque el hombre asume que es imposible sobrevivir otro invierno ahí donde están.
Cuando el niño despierta, su padre ya está a su lado con la comida lista. El hombre cree que su ubicación no es segura durante el día porque se los puede ver desde la carretera. Un rato después están caminando por la carretera, cargando sus mochilas y un carrito con sus pertenencias.
Encuentran una estación de servicio abandonada y el padre entra a buscar algo que pueda ser de utilidad, pero no encuentra nada. Levanta el teléfono y marca el número que solía ser de su padre. Salen de la estación, pero el padre regresa rápidamente y saca todas las botellas de aceite de motor de la basura y recolecta lo que puede para su lámpara. El niño dice que su padre ahora podrá leerle un cuento.
Continúan caminando por un paisaje cubierto de ceniza, abandonado, bajo una luz plomo. Empieza a llover, por lo que el padre deja el carrito de la compra en un barranco, protegido por una lona, y se sienta debajo de un saliente de piedra con su hijo para mantenerse seco. Una vez que cesa la lluvia, recuperan su carro y acampan. Observan la ciudad desde lo alto de una colina para verificar si hay señales de fuego o luz, pero no ven ninguna. Se preparan para acostarse. El chico está demasiado cansado para que su padre le lea, pero le pide que deje la lámpara encendida hasta que se duerma.
Antes de quedarse dormido, el niño le pregunta a su padre si van a morir, a lo que su padre responde: "Algún día. Pero no ahora" (14). Agrega que si su hijo muriera, él también desearía morir para que pudieran estar juntos. Después de que el chico se duerme, el padre permanece despierto escuchando el goteo del agua en el bosque.
Nuevamente, el padre se despierta antes del amanecer. Mira el cielo. "¿Estás ahí?, susurró. ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón? ¿Tienes alma maldito seas eternamente? Oh, Dios, susurró. Oh, Dios" (15).
Cruzan la ciudad. El hombre sostiene la pistola. Ven un cadáver. El padre recuerda un hermoso día de su infancia en la granja de su tío.
Durante semanas, los dos continúan hacia el sur a medida que baja la temperatura y las noches se alargan. El terreno es particularmente árido y no pueden hacer fuego. Un día comienza a nevar. Descubren un taller de auxilio en la carretera en el que pueden hacer un fuego y reparar una de las ruedas del carrito. Continúan por la mañana y, al pasar por un granero, descubren tres cuerpos colgando. El niño desea hurgar en busca de elementos que puedan necesitar, pero su padre no lo deja.
Continúan su viaje. El padre sueña con su novia acercándose a él "desde una verde bóveda de ramas" (19). No se fía de sus sueños: cree que son "la llamada de la languidez y de la muerte" (19). Pero también cuando está despierto tiene fantasías diurnas con el pasado y su mujer.
El padre construye dos barrederas para agregar al carro y despejar obstáculos mientras avanzan. Luego monta al chico en la cesta y él sonríe por primera vez en mucho tiempo. Ven un lago, y el padre le dice a su hijo que no hay peces allí. El viaje continúa y los sueños del padre se vuelven cada vez más vívidos. Por la presencia de un anuncio que invita a visitar Rock City, el lector puede asumir que están cerca de lo que solía ser el Estado de Georgia.
Se detienen en un granero, de donde el padre se lleva unas mantas. En un supermercado abandonado, el padre encuentra una lata de Coca Cola y se la da a su hijo. Él sabe que es probablemente la última que beberá, al menos durante mucho tiempo. En otra ciudad encuentran innumerables cadáveres momificados.
Un día llegan a la casa donde creció el padre. El niño está asustado y no quiere entrar, pero su padre sí. Las habitaciones de la casa están vacías. Las mira y recuerda algunas escenas de su infancia. Le muestra su dormitorio al chico, que sigue asustado, y luego se van.
Tres noches después experimentan un terremoto. Luego, el narrador nos cuenta que "En aquellos primeros años" (27), las carreteras estaban llenas de caminantes como ellos, con sus carritos de supermercado a cuestas, abrigados con harapos y protegidos por mascarillas y gafas.
Los dos se instalan en una casa abandonada, donde el niño duerme y el padre lee periódicos viejos. El hombre mira a su hijo y se pregunta: ¿Serás capaz? ¿Cuando llegue el momento? ¿Serás capaz? (27).
Análisis
Desde la primera página de La carretera, el distintivo estilo de McCarthy se adapta al mundo que describe. Las frases y los párrafos son cortos: el discurrir narrativo parece entrecortado por puntos donde un estilo más florido pediría comas y conectores de frase. Además, no se utilizan líneas de diálogo, comillas ni cursivas para introducir los diálogos, que simplemente se despliegan como si fueran versos, uno debajo del otro:
Abrió la puerta del armario casi esperando encontrar las cosas de su infancia. La Luz diurna cruda y fría colándose por el tejado. Gris como su corazón.
Deberíamos irnos, papá. ¿Podemos irnos?
Sí. Claro que podemos.
Estoy asustado.
Lo sé. Perdona.
Tengo miedo.
Tranquilo. No deberíamos haber venido.
(26)
Por momentos, la voz del narrador en tercera persona se mezcla con la del protagonista: "Miró dormir al chico. ¿Serás capaz? ¿Cuando llegue el momento? ¿Serás capaz?" (27). Otro ejemplo de la escasez de recursos con la que se construye el texto es la ausencia de divisiones internas en la novela, que se desarrolla a través de párrafos que van describiendo escenas, y que se separan unos de otros a través de espacios. Así, el escenario posapocalíptico estéril donde tiene lugar la novela tiene su paralelo en la austeridad de la prosa con la que se lo describe.
Es curioso: lo que dista de ser austero en la prosa de McCarthy es el vocabulario. El narrador describe con gran precisión y abundancia de términos técnicos las construcciones y las embarcaciones con las que los personajes se encuentran, y aquí podemos leer cierto interés en la conservación de la memoria de esos resabios del mundo del pasado que probablemente estén prontos a desaparecer, como si el narrador fuera consiente de que su relato es también un archivo, el testimonio de una civilización que ya no existe.
En esta primera parte, el hombre y el chico son los únicos personajes vivos que aparecen. No obstante, ambos insinúan la presencia de los demás. El hombre se asegura constantemente de tener su pistola a mano y de dejársela al chico si decide alejarse un poco. Además, vigila constantemente sus espaldas mirando el espejo retrovisor que lleva enganchado al carrito. Su hijo, por otro lado, se muestra temeroso frente a los lugares aparentemente abandonados que encuentran.
El conflicto inicial y más evidente que enfrentan los protagonistas, por ahora, es la lucha por la mera supervivencia en un paisaje desolador: su vida depende de evitar la congelación y de conseguir comida no perecedera que logran hallar allí donde otros no han buscado lo suficientemente bien. Vemos aquí una suerte de versión degradada del tópico del hombre contra la naturaleza, donde esta es un páramo helado y muerto, y las herramientas con las que cuentan los protagonistas son vestigios de una civilización ya inexistente.
La desolación del escenario se vuelve omnipresente, con potentes imágenes que insisten en el frío, la luz grisácea, la lluvia constante, la naturaleza muerta y la superficie de todo cubierta de cenizas: "Cuando hubo clareado lo suficiente observó el valle con los prismáticos. Todo palideciendo hasta sumirse en tinieblas. La suave ceniza barriendo el asfalto en remolinos dispersos. Examinó lo que podía ver. Segmentos de carretera entre los árboles muertos allá abajo" (10).
Pero la muerte no solo impregna el paisaje. Padre e hijo se sienten acosados por ella y hablan con frecuencia sobre el tema: el chico suele preguntarle al padre si van a morirse, y aunque él le asegura que no lo harán, es consiente de que el hilo que los separa de la muerte es muy fino: está siempre pendiente de resguardarse de la lluvia, sobre todo si no tienen las condiciones para hacer un fuego y secar su ropa, y de la cantidad de comida que les queda. Sabe que un error o unos días de mala racha pueden matarlos. Por otro lado, el hombre le da la razón a su pareja, quien le decía que "el chico era lo único que había entre él y la muerte" (27). Viéndolo dormir, el hombre también se pregunta: "¿Serás capaz? ¿Cuando llegue el momento? ¿Serás capaz?" (27), en referencia a la posibilidad de tener que matar al chico antes de verlo torturado por otros, por la enfermedad o el hambre.
En contraste con la muerte impregnando toda la realidad, los sueños del hombre suelen remitir al pasado y enmarcarse en escenarios naturales llenos de vida. No obstante, lejos de representar para el protagonista un refugio, él reniega de ellos y los considera un peligro y un presagio de muerte.
Finalmente, es importante destacar que ya en esta primera parte de la novela, el padre da señales de concebir a su hijo como una figura redentora: "Solo sabía que el niño era su garantía. Y dijo: Si él no es la palabra de Dios, Dios no ha hablado nunca" (10).