Resumen
De nuevo en la carretera, el hombre le da al chico la pistola y le ordena que lo espere mientras busca el carrito que abandonaron en el bosque. El chico no quiere quedarse solo, pero el padre insiste, sin mucha paciencia. Luego encuentra el carrito: fue saqueado y solo quedan algunas pertenencias del chico. El padre se da cuenta de que los hombres del camión son caníbales, ya que dejaron huesos hervidos.
Los protagonistas regresan al puente para acampar. El padre va a buscar leña para hacer fuego. El chico está asustado. Más tarde, el hombre prepara la cena y luego le lava la cara y el cabello a su hijo para deshacerse de los restos de sangre y cerebro del muerto. El chico se queda dormido del cansancio mientras el padre mantiene el fuego encendido. Más allá del puente, el hombre ve que está nevando.
Al día siguiente, parten nuevamente. El padre lamenta lo sucedido con el hombre del camión: "Debería haber tenido más cuidado" (61), dice, y agrega que esos eran los malos. Le asegura también que ellos son y siempre serán los buenos. El padre talla una flauta con un trozo de caña para su hijo y al día siguiente se la da. El chico la toca.
Observan el valle debajo de ellos en busca de señales de vida, y el niño ve humo. El padre decide ir a investigar, a pesar del peligro, porque necesitan comida. De una tienda abandonada, el hombre se lleva unas americanas. Desafortunadamente, no encuentran nada más de valor, ni en la tienda ni en las casas abandonadas en las afueras de la ciudad.
De regreso a su campamento escuchan un perro. El hombre le promete a su hijo que no lo matarán, pero lo vuelven a escuchar. Esa noche duermen dentro de un auto estacionado, y cuando se despiertan, logran encontrar algunos utensilios, ropa y plástico para usar como lona. El padre siente que los están vigilando, pero no ven a nadie.
Después de comer, el niño de repente se da cuenta de que alguien lo mira desde una casa al otro lado de la calle. Entonces ve a otro chico de su edad y corre tras él. "Vuelve, dijo en voz alta. No te haré daño. Estaba allí de pie llorando cuando su padre llegó a la carretera y lo agarró del brazo" (66). El hijo desea ayudar al niño, pero el padre niega que haya visto uno. Una vez más, el chico se enfada e insiste. "¿Es que quiere morir?", pregunta el padre. "Me da lo mismo" (67), responde el chico. Entonces el hombre se disculpa y le dice que no debe decir esas cosas.
Mientras siguen camino, el chico le pregunta a su padre si el otro niño tiene a alguien que lo cuide. Sigue profundamente conmovido por el incidente y todavía quiere ayudarlo. Se pregunta qué le pasará, y propone volver a buscarlo, pero su padre le dice que no es posible.
El hombre recuerda otro incidente ocurrido cuando su esposa aún estaba viva. Entonces encontraron otro perro, y el padre iba a matarlo para comerlo, pero el chico le rogó por su vida y el hombre lo dejó ir.
Pasan la noche y a la mañana siguiente, el lento y doloroso viaje continúa. El padre adivina que es el mes de noviembre. Encuentran un huerto y allí descubren "Dibujos de sangre seca en los rastrojos y grises vísceras enroscadas allá donde los muertos habían sido destripados como animales y llevados a rastras. Sobre el muro del fondo un friso de cabezas humanas, todas de parecido rostro, resecas y hundidas con la sonrisa rígida y los ojos marchitos" (70).
Una mañana, el padre se despierta y ve a un gran grupo de personas marchando detrás de ellos. El hombre y el niño se esconden. El grupo sigue avanzando. Todos portan armas mortales. Detrás de ellos, "carros tirados por esclavos con arneses y repletos de mercancía de guerra y más atrás las mujeres" (72). No los ven y siguen camino.
El clima empeora; cada vez nieva más fuerte. El hombre y el chico se protegen bajo el plástico mientras empujan el carrito. El hombre tose, el chico tirita. Tienen que parar, pero hace demasiado frío. Buscan leña. El padre hace un fuego y mientras el chico duerme junto al fuego, él va a buscar más leña para mantenerlo encendido. En medio de la noche, el hombre despierta por el ruido de árboles que caen. Despierta al chico y se apresuran a un sitio despejado para salir del peligro. Encuentran un lugar y se duermen "pese al frío intenso" (76).
Análisis
Un contraste importante en esta sección es el que se da entre el canibalismo de los hombres que hierven huesos humanos, por un lado, y la imagen del padre lavando los restos de sangre y cerebro humano del rostro y el cabello de su hijo, por otro. En ambos casos, lo que tenemos es el proceso de deshacerse de partes del cuerpo no deseadas. Pero los malos asesinan y se comen a la gente, mientras que los buenos matan solo cuando es necesario, y luego tratan de eliminar el terrible recuerdo de lo que han hecho. Así, la novela parece reivindicar sutilmente, con este paralelismo, la distinción entre buenos y malos que sostiene y repite el padre, como una promesa, frente a su hijo.
Es posible que la escena en la que el padre le regala al chico una flauta y este intenta sacarle música aluda al flautista de Hamelín, una conocida leyenda alemana que, en su versión original, pone en escena a una figura mortal que atrae con su música niños que luego desaparecen. En la novela de McCarthy, luego de que el padre le dé la flauta al chico, este
la cogió sin decir palabra. Al cabo de un rato se quedó un poco rezagado y minutos después el hombre oyó que tocaba. Una música amorfa para la próxima era. O quizá la última música en la Tierra, surgida de las cenizas de su devastación (...). El hombre pensó que parecía un triste y solitario niño huérfano anunciando la llegada al condado de un espectáculo ambulante, un niño que no sabe que a su espalda los actores han sido devorados por lobos (62).
Si aceptamos asociar esta imagen a la leyenda germana, McCarthy invierte la imagen del flautista: el niño es un flautista benigno que no se da cuenta del daño que provoca su interpretación. No busca llevar a sus seguidores invisibles a la muerte, pero estos han sido devorados por lobos a sus espaldas. Esta imagen también puede asociarse a los efectos de las tecnologías fuera de control haciendo estragos tras el paso de la humanidad por la Tierra.
Por otro lado, cabe destacar en esta parte de la novela un párrafo en el que el punto de vista narrativo cambia sin aparente justificación, y a lo largo de unas líneas es el padre quien habla en primera persona. De hecho, el texto hace el cambio de punto de vista en una frase que comienza en tercera persona y termina en primera, lo que provoca un efecto de sorpresa y confusión: "El perro que él recuerda nos siguió a distancia durante dos días" (68). El punto de vista vuelve a la primera persona antes de terminar el párrafo, que narra el recuerdo de un perro que los siguió un par de días en el pasado, y el hombre se abstuvo de matarlo a pedido del chico. El hecho de que nos acostumbremos enseguida al cambio de punto de vista da cuenta de hasta qué punto el texto está focalizado en el protagonista, a pesar del narrador en tercera persona omnisciente. No obstante, el efecto de extrañamiento es contundente.
Por último, hacia el final de esta sección de la novela, padre e hijo deben esconderse rápidamente de un grupo de personas armadas que llevan esclavos, y luego el relato insiste sobre el frío extremo y la nieve, cada vez más abundante, así como en la tos del padre y en la debilidad del chico. Esta concentración de elementos de peligro vital funciona como un fuerte recordatorio de que la vida de los protagonistas pende de un hilo, aportando así a la atmósfera oscura y opresiva que caracteriza al relato en general.