Hasta que hinchado de vanidad y amor propio,
sus alas de cera lo elevaron en exceso,
y derritiéndose, tramaron los cielos su caída.
El coro anuncia desde la apertura de la obra el final trágico de Fausto, aludiendo al mito de Ícaro, cuyas alas de cera se derritieron al sol, por elevarse excesivamente al cielo. De manera análoga, Fausto perderá su alma por buscar conocimientos más allá del límite de lo permitido.
¡Oh, qué mundo de provecho y deleite,
de poder, de honor, de omnipotencia
se promete al estudioso artesano!
Hacia el final del primer soliloquio, Fausto fantasea con el poder ilimitado que deriva del conocimiento de la magia. Fausto anhela un poder absoluto, la "omnipotencia", es decir, tener la cualidad de un dios. Esto muestra la soberbia del personaje.
¡Qué dócil es este Mefistófeles!
Lleno de obediencia y humildad,
tal es la fuerza de la magia y de mis conjuros.
Ahora, Fausto, eres un conjurador laureado:
puedes dominar al gran Mefistófeles.
La cita muestra la medida de la arrogancia de Fausto, quien desde la primera invocación a Mefistófeles cree tener el dominio sobre este diablo. Muy pronto, sin embargo, el diablo le demuestra que sus pretensiones son desmedidas, puesto que él acudió por su propia voluntad y no a causa de la invocación. Además, más tarde se hará evidente también que la suposición de Fausto sobre la docilidad de Mefisto es errónea.
(...) este es el infierno y no estoy fuera de él.
¿Piensas que yo, que he visto la cara de Dios
y probado las eternas alegrías del cielo,
no estoy atormentado con diez mil infiernos,
al estar privado de la felicidad eterna?
Paradójicamente, antes de cerrar el pacto, Mefisto deja ver que su experiencia del Infierno es profundamente angustiosa. Además, revela que el infierno no es un lugar, sino un estado del espíritu, puesto que el infierno es estar "privado de la felicidad eterna".
Vamos, yo creo que el infierno es una fábula
Más de una vez, al comienzo de la obra, Fausto muestra su incredulidad a propósito de la existencia del infierno. Esto puede mostrar, o bien su incapacidad de comprender lo que Mefisto le enseña sobre él, o bien, que, enceguecido por su deseo de poder, se niega a aceptar lo que parece evidente. Por otro lado, esta incredulidad podría explicar su actitud despreocupada frente a su condena en la mayor parte de la obra.
Creo que mi amo piensa morir pronto.
Ha hecho testamento y me ha dejado su fortuna,
su casa, sus bienes y su vajilla de oro,
además de doscientos ducados recién acuñados.
El último acto comienza con el anuncio de la muerte de Fausto. Wagner explica que su amo le ha legado todas sus riquezas. El hecho podría resultar extraño para el público, ya que los bienes solían dejarse en manos de familiares inmediatos. El hecho de que Fausto le legue sus posesiones a Wagner da una idea del caos que impregna la última parte de su vida, y da cuenta del aislamiento en el que se encuentra el protagonista.
¿Fue éste el rostro que lanzó mil naves
y quemó las altas torres de Ilión?
Dulce Helena, hazme inmortal con un beso.
Sus labios absorben mi alma: allí vuela.
Vamos, Helena, vamos, devuélveme mi alma.
Aquí viviré, porque el cielo está en esos labios,
y todo es escoria, lo que no es Helena.
Esta es una de las citas más famosas del Doctor Fausto. Aquí, Fausto se encuentra con Helena de Troya, la hermosa mujer cuyo rapto por parte de Paris desencadena la Guerra de Troya. Cuando le pide a esta figura conjurada que lo haga "inmortal", el protagonista parece buscar insensatamente una forma de gracia eterna en una mera aparición. Esto muestra su desesperación al acercarse al final de su vida y darse cuenta del error que cometió negociando con Lucifer.
Hombre necio, la sangre de su corazón se seca de dolor.
Su conciencia lo mata, y su cerebro laborioso
concibe un mundo de vanas fantasías
para burlar al diablo. Pero en vano:
el festín de placeres debe sazonarse con dolor.
Transcurridos veinticuatro años, en la última noche del protagonista, Mefisto da cuenta del estado en que se encuentra Fausto. Lejos de alcanzar los objetivos que anhelaba al comienzo de la obra, el protagonista malgastó su tiempo entreteniéndose con trucos de magia insignificantes, ya sea para complacer a la nobleza o para burlarse de diferentes personas, y solo en el momento final comienza a tomar conciencia de su error.
¿De qué te servirán ahora las riquezas,
los placeres y las pompas?
En la última escena, mientras transcurre la última noche de Fausto, el ángel bueno, acaso como una personificación de su conciencia, resalta la banalidad de las riquezas que acumuló el personaje.
Deteneos, siempre móviles esferas del cielo,
para que el tiempo cese y nunca sea medianoche.
Antes de que los diablos se lleven al protagonista, en su soliloquio final, Fausto se muestra arrepentido del pacto que hizo con Lucifer. Es el momento más dramático de la obra, puesto que la condena es ahora inminente e inexorable, y el discurso muestra la conciencia atormentada de Fausto. En este fragmento, el protagonista ruega al tiempo que se detenga, para escapar de su condena.