La trágica historia del doctor Fausto

La trágica historia del doctor Fausto Resumen y Análisis Acto V: Escenas 1-3, Epílogo

Resumen

Acto V, Escena 1

Tras el estallido de truenos y relámpagos entran demonios, y Mefisto los conduce al estudio de Fausto. Luego, entra Wagner y, dirigiéndose al público, afirma creer que Fausto se prepara para la muerte, porque ha escrito un testamento. Allí le otorga a él toda su fortuna. Sin embargo, aun en esas circunstancias, Fausto no ha dejado de celebrar y embriagarse con otros estudiantes.

Wagner se retira e ingresan Fausto, Mefisto y tres estudiantes. A pedido de uno de los estudiantes, Fausto evoca la imagen de Helena de Troya. Los estudiantes manifiestan su admiración por la visión de aquella mujer incomparable y se marchan. Luego, entra un anciano y, hablándole tiernamente, exhorta a Fausto a arrepentirse, sosteniendo que aún tiene tiempo para hacerlo. Fausto parece conmovido y, pese a que Mefisto le extiende una daga, se muestra dispuesto a arrepentirse. Entonces, le pide al anciano que se aparte para que él pueda examinar sus pecados.

Después de que el anciano se retira, Mefisto se dirige a Fausto llamándolo “traidor” (5.1. 71), y amenaza con despedazarlo. Entonces, Fausto pide perdón y le ordena que atormente al anciano. Mefisto afirma que no puede tocar el alma del anciano, pero que afligirá su cuerpo, aunque no valga la pena hacerlo. A continuación, Fausto le pide a Mefisto tener como amante a Helena, con cuyos abrazos terminará de extinguir los pensamientos que lo apartan de sus votos a Lucifer. El diablo accede inmediatamente, y Helena vuelve a ingresar. Fausto le pide un beso que lo haga inmortal y le dirige un discurso sobre cómo revivirá la mítica guerra de Troya, ocupando él el lugar de Paris. El anciano ingresa mientras Fausto pronuncia su discurso y, luego, Fausto y Helena se retiran. Finalmente, unos diablos entran para hostigar al anciano, pero él permanece impasible.

Acto V, Escena 2

Tras el sonido de un trueno, ingresan Lucifer, Belcebú y Mefistófeles. Es la noche en la que el tiempo concedido a Fausto ha concluido. Luego, allí mismo, entran Fausto y Wagner, y el primero le pregunta a su sirviente qué opina sobre su testamento. Wagner se muestra complacido y expresa su gratitud.

Más tarde se presentan tres estudiantes. Uno de ellos observa que el aspecto de Fausto ha cambiado, y otro sugiere traer médicos, pero Fausto declara que no se trata de una indigestión, y que ha condenado su cuerpo y su alma eternamente. Los estudiantes le aconsejan que se arrepienta, señalando que la misericordia de Dios es infinita, pero Fausto sostiene que ya es tarde para hacerlo. Él afirma que hubiera preferido no haber visto nunca Wittenberg, ni haber leído un solo libro. Finalmente, revela que ha vendido su alma al diablo por el vano placer de veinticuatro años. Uno de los estudiantes pregunta qué pueden hacer para ayudarlo, y otro sugiere ir a otra habitación y orar por él. Fausto les dice que al día siguiente, si sobrevive, irá a visitarlos. De lo contrario, estará en el infierno. Los estudiantes se retiran.

Mefistófeles, que permanecía en el escenario sin ser visto, se dirige ahora a Fausto para recordarle que está condenado. Fausto lo culpa por haberle robado la felicidad eterna, y el diablo reconoce, con satisfacción, que obturó su camino al cielo, distrayéndolo mientras leía las Escrituras. Luego, antes de retirarse, Mefisto señala: “Los necios que ríen en la tierra, deben llorar en el infierno” (5.2. 103).

A continuación, ingresan el ángel bueno y el malo. El primero lamenta que Fausto haya perdido las alegrías celestiales y señala que ahora él debe abandonarlo. Luego de que se marcha, se abren las puertas del infierno, y el ángel malo explica las torturas que allí se ven. Fausto está horrorizado y el ángel malo se retira, señalando que regresará pronto.

Luego, el reloj da las once, y Fausto suplica que el tiempo se detenga, dirigiéndose a las esferas móviles del cielo. Más tarde, contemplando la sangre de Cristo fluyendo en el firmamento, invoca a Jesucristo y tiene una visión en la que Dios se muestra iracundo. Después, dirigiéndose a las montañas, a la tierra y a las estrellas, pide que lo salven de diversas maneras, para evitar su destino.

Pasada media hora, le pide a Dios que su condena en el infierno tenga un límite. Luego se pregunta por qué tiene un alma inmortal, y desea que la teoría de la transmigración de las almas sea cierta, para convertirse en una bestia. Sostiene que las bestias son felices, porque al morir sus almas se disuelven en elementos. Después, maldice a sus padres por haberlo engendrado y, luego, se retracta y se maldice a sí mismo y a Lucifer. El reloj da finalmente las doce y, con el estallido de truenos y relámpagos, Fausto ruega que su cuerpo se esfume y que su alma se transforme en gotas de agua en el océano, para no ser hallada. Finalmente, los diablos entran y se llevan a Fausto, mientras él implora clemencia. Sus últimas palabras son: “Quemaré mis libros. ¡Ah, Mefistófeles!” (5.2. 197).

Acto V, Escena 3

Los tres estudiantes ingresan. Se han escuchado alaridos y gritos terribles entre las doce y la una de la madrugada. Allí encuentran el cuerpo mutilado de Fausto y deciden darle sepultura.

Epílogo

El coro lamenta el destino Fausto, cuyas dotes fueron desperdiciadas, y advierte a los sabios que se abstengan de practicar más de lo que el poder celestial permite.

Análisis

El Acto V comienza con la declaración de Wagner de su presentimiento acerca de la proximidad de la muerte de Fausto. Sin embargo, tal como observa su sirviente, Fausto continúa buscando placeres efímeros y mundanos, acaso como una forma de distracción frente a su condena, o porque su pacto demoníaco lo conduce a ello. Su actitud despreocupada también es consecuente con su afirmación previa de que cree que el infierno es una fábula (1.5.123). Por otro lado, el hecho de que Fausto haya legado toda su fortuna a su sirviente puede resultar extraño, puesto que los bienes solían dejarse en manos de familiares inmediatos. El hecho podía sugerir al público de la época el caos que impregna el final de la vida de Fausto, y subrayar el aislamiento en el que se encuentra sumido el personaje.

La invocación de Helena de Troya vuelve sobre uno de los temas centrales de la obra. Justo después de que el anciano exhorta a Fausto a arrepentirse, y luego de que Mefisto lo amenaza, el conjurador pide ser el amante de Helena, afirmando que sus “dulces brazos pueden extinguir del todo / aquellos pensamientos que me apartan de mi voto” (5.1. 91-92). Así, una vez más, el protagonista evade sus pensamientos acerca de temas acuciantes, deleitando sus sentidos. En este caso, además, vemos que pierde su última oportunidad de redención, la que le ofrece el anciano, malgastando su tiempo en un deleite lujurioso.

Por otro lado, Helena de Troya podría no ser más que un espíritu bajo la forma de la dama griega, dado que, en el caso anterior, con la invocación de figuras históricas, el conjurador solo había convocado sombras que se les asemejaban, y no seres reales. De esta manera, las últimas horas de Fausto habrían sido desperdiciadas con una mera ilusión, un símbolo que condensa el trayecto de sus últimos veinticuatro años y el alcance del poder que obtuvo con la magia.

A partir del discurso de Fausto dirigido a Helena de Troya, observamos que el protagonista recupera la elocuencia de las primeras escenas. El discurso es notable. Comienza con una alusión a la guerra de Troya: “¿Fue éste el rostro que lanzó mil naves / y quemó las altas torres de Ilión?” (5.1. 96-97). Luego, Fausto enumera las hazañas que hará por el amor de Helena. Acá podemos observar que el protagonista altera el relato mítico, o se muestra incapaz de comprenderlo: cuando se compara con Paris, el príncipe troyano que provoca la guerra luego de raptar a Helena, afirma: “combatiré con el débil Menelao” (5.1. 105). El rey griego, esposo de Helena, estaba lejos de ser débil. Más aún, cuando Paris se enfrenta a él, el príncipe solo se salva por la intervención de la diosa Afrodita. También Fausto afirma: “Sí, heriré a Aquiles en el talón” (5.1. 7). Sin embargo, el episodio, lejos de mostrar la grandeza de Paris, es un ejemplo de un hombre débil que vence a un guerrero superior explotando su única debilidad. De esta manera, la interpretación de Fausto del relato mítico parece selectiva y superficial, tanto como su lectura de los pasajes bíblicos en 1.1.

En la segunda escena, los sonidos del reloj contribuyen a aumentar el suspenso de la última hora del protagonista agonizante. También podemos observar que, mientras se acerca a su destino, Fausto deja de lado el comportamiento mediocre y las bromas inútiles, y adquiere cierta grandeza trágica. Su emotivo soliloquio final muestra la desesperación del personaje. Su mente atormentada pasa, aceleradamente, de una idea a otra. En 57 versos, el discurso salta de un concepto a otro: Fausto suplica sol y a las esferas del cielo que el tiempo se detenga (5.2. 143-149), pide a algunos elementos de la naturaleza que lo oculten o eviten su destino (5.2.160-170), implora a Dios que su condena se atenúe (5.2. 172-177), y alude a diversas teorías y concepciones del alma (5.2.178-186).

Fausto se muestra en sus últimos momentos como un hombre patético y aterrorizado. Hacia el final del soliloquio, maldice a sus padres por haberlo engendrado, pero pronto advierte dónde reside la culpa y asume su responsabilidad: "¡Malditos sean los padres que me engendraron! / No, Fausto, maldícete a ti mismo y a Lucifer / que te ha privado de los gozos del cielo" (5.2.187-189).

Las últimas palabras de Fausto, “Quemaré mis libros. ¡Ah, Mefistófeles!” (5.2. 197), retoma uno de los temas presentes en la escena inicial: su pacto con Lucifer aparece asociado al deseo de conocimiento ilimitado.

En el epílogo, el coro enfatiza la pérdida de potencial que representa el fracaso de Fausto, comparando al protagonista con una rama “que pudo crecer derecha” (Epílogo, 1), y con el laurel de Apolo “quemado” (Ídem, 2). Finalmente, el coro concluye con una admonición a obedecer los mandatos del cielo, exhortando a los sabios a no practicar más de lo que el poder celestial permite:

Fausto se ha ido. Contemplad su infernal caída.
Que su diabólico destino exhorte a los sabios
solo a meditar sobre las cosas ilícitas,
cuya profundidad tienta a los espíritus audaces
a practicar más de lo que el poder celestial permite.
(Epílogo, 4-8)

El hecho de que al final de la obra se retome la cuestión de los límites del conocimiento realza la idea de que el germen de la corrupción espiritual de Fausto se encuentra en su apetito desmedido de conocimientos, una cuestión central durante el Renacimiento, cuando las búsquedas intelectuales comenzaban a desafiar los límites impuestos por la Iglesia. La obra deja planteado, además, el interrogante moral sobre qué hacer con el conocimiento y cuál es precio a pagar por las acciones que realizamos.