Resumen
Prólogo
El coro anuncia que la obra que se presenta no tratará sobre guerras, amoríos en cortes reales, ni grandes hazañas heroicas; sino sobre la historia de Fausto. Proveniente de una familia humilde, Fausto nace en la ciudad alemana Rhodes. Al llegar a la mayoría de edad, se traslada a Wittenberg para vivir con familiares y estudiar. Allí, gracias a su gran talento, completa rápidamente sus estudios y obtiene el doctorado en Teología, disciplina en la que se vuelve inigualable. Finalmente, aludiendo al mito de Ícaro, el coro explica que, ensoberbecido por su inteligencia, Fausto excede los límites de lo permitido y comienza a estudiar necromancia.
Acto I, Escena 1
Sentado solo en su estudio, Fausto reflexiona sobre los diferentes campos del conocimiento, para escoger entre ellos aquel al que desea abocarse. Primero, considera la lógica, a la que alude refiriéndose a Aristóteles y a su obra. Pero, cuando repara en el fin de dicha ciencia, se prgunta: “¿Acaso «argumentar bien es el fin principal de la lógica»?” (1.1. 8), y rechaza la idea con desdén, afirmando que ya ha alcanzado ese fin. En segundo lugar, reflexiona sobre la medicina, a la que alude refiriéndose al famoso médico Galeno. También examina su fin, la salud, y considera que lo ha alcanzado, pues ha conseguido curar numerosas enfermedades. Sin embargo, por su condición humana, no tiene poder sobre la vida y la muerte, por lo que también rechaza esta disciplina. En tercer lugar, alude al derecho, refiriéndose al emperador Justiniano y citando su obra. Asimismo, desestima ese campo del conocimiento, sugiriendo que es adecuado para quien tiene aspiraciones miserables. Luego, reflexiona sobre la teología y recurre a la Biblia. Fausto lee dos pasajes: en uno se indica que el pecado se paga con la muerte y en el otro, que todos los hombres pecan. Entonces también desestima esa doctrina, sugiriendo que el destino es inevitable: “Che serà, serà” (1.1.46, “Lo que ha de ser, será”). Finalmente, se refiere a la magia y expresa su admiración por ese arte. Señala que el poder de los reyes y emperadores se limita a su territorio, pero que el poder de los magos es semejante al de los dioses, por lo que se propone practicar ese arte.
A continuación, entra Wagner, el sirviente de Fausto, y él le ordena que convoque a sus amigos Cornelius y Valdés. Wagner se marcha y Fausto declara que la ayuda de sus amigos será necesaria para practicar la magia. Entonces se presentan un ángel bueno y uno malo; el primero le dice a Fausto que se aparte del libro maligno de la magia, para no acumular ira de Dios de sobre él, mientras que el segundo lo alienta a dedicarse a la magia y a convertirse en un dios de este mundo. Ambos se retiran y Fausto se entusiasma pensando en las extrañas maravillas que podrá realizar con la hechicería.
Entonces ingresan Cornelius y Valdés, y Fausto declara que ellos lo han convencido de dedicarse al ocultismo y a la magia. Valdés afirma que con el ingenio de Fausto y la pericia de ellos dominaran la Tierra y los elementos de la naturaleza. Cornelius señala que los conocimientos en lenguas, astronomía y minerales son los requisitos para la magia, y alienta a Fausto a convertirse en un mago célebre. Luego, Valdés menciona algunos libros a los que Fausto deberá recurrir, y Cornelius propone que este comience aprendiendo fórmulas mágicas. Fausto los invita a cenar y anuncia que conjurará esa misma noche.
Acto I, Escena 2
Un estudiante se pregunta qué habrá sucedido con Fausto, recordando que solía atronar sus aulas con su “sic probo” (1. 2. 2, “así lo pruebo”). Junto con otro estudiante, al divisar a Wagner, le pregunta dónde se encuentra Fausto, y el sirviente se burla de ellos utilizando un lenguaje erudito. Finalmente, Wagner afirma que Fausto está en su casa, cenando con Valdés y Cornelius. El sirviente se marcha y los estudiantes temen que Fausto se haya inclinado a la nigromancia, arte por el que son famosos Cornelius y Valdés en el mundo. Entonces deciden informar al rector, creyendo que este, con su consejo, podría modificar la conducta de Fausto. El primer estudiante teme que nadie pueda disuadir a Fausto, pero el segundo insiste en intervenir.
Análisis
La trágica historia del doctor Fausto se enmarca en el momento de transición de la Edad Media al Renacimiento, y en la obra podemos observar el choque de los valores que representan ambos mundos. Con el Renacimiento surge un interés inusitado por el individuo, que comienza a desplazar el lugar central que había ocupado Dios en la cosmovisión medieval. Asimismo, las autoridades incuestionables durante la Edad Media comienzan a perder vigor en la medida en que avanza la curiosidad intelectual y crece la confianza en el potencial de la mente humana para alcanzar nuevos conocimientos. Este choque de valores puede verse desde el inicio de la obra, en el primer monólogo del protagonista (1.1), cuando Fausto menciona las autoridades de distintas disciplinas (la lógica, la medicina, el derecho) y la Biblia (como autoridad concerniente a la teología), para indagar sobre esas áreas del saber y su alcance. Es clave comprender que su búsqueda de expandir los límites del conocimiento humano es una aspiración que atañe al espíritu renacentista, pero que, en el medioevo, podía concebirse como una ambición pecaminosa.
Por otra parte, la obra se inspira en un género teatral que hoy se conocen como “moralidad”, de tradición medieval. Estas obras surgieron a fines de la Edad Media, y fueron muy populares desde principios del siglo XV hasta el siglo XVI. En general, presentan un personaje principal que representa la humanidad, a una persona corriente o una clase social, y conceptos personificados (generalmente vicios y virtudes), junto a ángeles y demonios que intentan persuadir al protagonista. Las moralidades siguen principalmente la siguiente estructura narrativa: el protagonista, tentado por uno o más personajes, se envilece, considera arrepentirse, se arrepiente y se salva. Las obras suelen incluir también escenas cómicas. Finalmente, el enfrentamiento entre los personajes secundarios contribuye al proceso de aprendizaje del protagonista, ofreciendo al público una guía moral. La trágica historia del doctor Fausto sigue en buena medida estos patrones, excepto en el desenlace. Encontramos en ella personajes secundarios alineados con el bien o el mal que animan al protagonista a actuar virtuosa o vilmente y, como se verá más adelante, observamos el envilecimiento del mismo. Sin embargo, apartándose de la tradición, Marlowe aporta a algunos de sus personajes una individualidad de la que carecen los típicos personajes de las moralidades.
La obra comienza con la intervención de un coro, herencia de la tragedia griega, que presenta sucintamente al protagonista, Fausto, narrando su historia, desde su nacimiento hasta el punto en que comienza la obra. En este prólogo podemos observar numerosas referencias al mundo clásico. Se menciona al dios Marte, la batalla del Lago Trasimeno (217 a. C.) y a los cartagineses. También se alude al mito de Ícaro: “sus alas de cera lo elevaron en exceso, / y derritiéndose, tramaron los cielos su caída” (Prólogo, 21-22), para explicar la trayectoria del personaje. Podemos ver también que la historia de Ícaro presagia el destino de Fausto: Ícaro escapó de una isla con la ayuda de alas artificiales creadas por su padre Dédalo e, ignorando la advertencia de no volar demasiado cerca del sol, se elevó. Así, la cera que unía sus alas se derritió, provocando la caída de Ícaro y su muerte. Asimismo, Fausto, por su arrogancia, busca conocimientos que exceden el límite de lo permitido, cae por eso en desgracia, y acaba condenado. Finalmente, el mito de Ícaro, convertido en símbolo de la arrogancia y del peligro de sobrepasar los límites del ser humano, anuncia el tema central de esta obra de Marlowe.
El coro nos presenta al protagonista como un joven sobresaliente, pero cuyas cualidades lo han vuelto insaciable de conocimiento. En el largo soliloquio de Fausto a continuación, en la primera escena, podemos observar más características del personaje. En primer lugar, ninguna de las áreas del conocimiento que desbroza lo satisface, y su insatisfacción proviene de la soberbia: Fausto no tolera las restricciones que imponen los límites humanos. Su condena a la medicina es reveladora al respecto: no está satisfecho con sus logros como médico, a pesar de que gracias a él “ciudades enteras han escapado a la peste, / y miles de enfermedades desesperadas se han curado” (1.1. 21-22). Salvar vidas no resulta suficiente para Fausto; él anhela un poder sobrenatural: “Y sin embargo, eres todavía Fausto, tan sólo un hombre. / Si pudieras hacer que el hombre viviera eternamente, / o estando muerto, volverlo a la vida, / entonces esta profesión sería estimable” (1.1. 23-26). De esta manera, Fausto expresa un pensamiento profundamente sacrílego: para el cristianismo, el poder sobre la vida y la muerte pertenece a Dios, así como la resurrección de los muertos.
El tema del pecado de la soberbia es importante en la obra, y aparece en ella como la madre de todos los demás pecados. La soberbia es la mayor transgresión de Fausto, y también es una réplica del pecado del propio Lucifer. Según la tradición cristiana, Lucifer era un ángel cuya soberbia lo llevó a desafiar a Dios y a liderar una rebelión contra el cielo. Luego de su derrota, él y sus ángeles fueron arrojados al infierno. El pecado de Fausto es paralelo al del Lucifer, puesto que también desafía los límites impuestos por Dios. Además, Fausto desea la deificación. Él afirma: “Entonces, fatigaré mi cerebro para lograr la divinidad” (1.1. 61).
Por otro lado, cuando reflexiona sobre la teología, Fausto considera las palabras bíblicas: “Si decimos que no tenemos pecados / nos engañamos y no hay verdad en nosotros” (1.1. 41-42). El pasaje pertenece a la Primera Carta de Juan (1.8), y Fausto omite la siguiente línea: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad.” (1 Juan, 1.9). Al hacerlo, ignora el aspecto redentor del cristianismo. Asimismo, al leer algunos de los pasajes de las Escrituras, Fausto los hace parecer cómicos. Cuando lee “La recompensa del pecado es la muerte” (1.1. 39), citando Romanos 6, su lacónico “Eso es duro” (Ídem.) puede suscitar la risa del público. Al combinarlo con el pasaje de la Primera Carta de Juan, Fausto da una imagen agria y sombría del cristianismo. Sin embargo, descarta la teología con tono jocoso, comentando: “Che serà, serà” (1.1. 46, “Lo que ha de ser, será”). El drama crea, así, un efecto complejo: por un lado, Fausto se burla de todo lo sagrado: la imagen que ofrece del cristianismo es parcial, selectiva y, en cierto aspecto, impía. Por otro lado, él se muestra gracioso y el público se ríe con él de sus sacrilegios. De esta manera, Fausto cautiva al espectador, al mismo tiempo que muestra evidencias de sus defectos morales.
Por último, Fausto, encarna al hombre renacentista, no solo porque anhela expandir los límites del conocimiento humano, sino porque, con su exuberante discurso sobre las proezas que realizará con la magia, muestra el deleite que siente al contemplar los nuevos horizontes que se abren con la exploración del mundo:
¡Cómo me satisfacen estas fantasías!
¿Haré que los espíritus me traigan lo que desee (...)?
Los haré volar a la India por oro,
saquear el océano de perlas orientales,
y registrar los rincones del Nuevo Mundo
por frutos agradables y golosinas principescas.
(1.1. 76-83)
Entre otras aspiraciones, Fausto desea también “ser el único rey de todas las provincias” (1.1. 92), y que los espíritus inventen extrañas máquinas para el embate. Es notable que, como podremos observar más adelante, Fausto se quedará lejos de alcanzar los objetivos a los que acá parece aspirar.
En la segunda escena, las formulaciones de Wagner en sus respuestas parodian la argumentación escolástica. Así, el personaje se mofa de los estudiantes que lo interpelan. Finalmente, podemos observar que en la escena predomina un tono cómico que ofrece un respiro antes de la invocación al demonio que se ha anticipado, y que tendrá lugar al comienzo de la escena siguiente.