Los de abajo

Los de abajo Imágenes

Los caballos

A lo largo de la obra, podemos encontrar abundantes imágenes referidas a los animales, en general, para retratar la violencia salvaje.

El animal que más protagonismo cobra es obviamente el caballo, instrumento imprescindible para los soldados. En la primera página del libro el narrador recurre a una imagen sensorial auditiva para anunciar la presencia de caballos: “Se oyó un ruido de pesuñas en el pedregal cercano” (p.7). Quien primero percibe el sonido es el perro de la familia, Palomo, que se empieza a inquietar. Al utilizar la imagen auditiva, el efecto que se consigue es una mayor tensión porque genera incertidumbre acerca de la identidad de los jinetes que se acercan al rancho de la familia.

Más adelante, durante el combate en el cerro La Bufa, donde Demetrio consigue una victoria célebre, Solís narra lo sucedido para Luis Cervantes que se ha quedado atrás, precisamente porque lo dan por muerto el momento en que desmonta y pierde su caballo. En su relato, Solís utiliza la siguiente imagen: “El caballo de Macías, cual si en vez de pesuñas hubiese tenido garras de águila, trepó sobre estos peñascos” (p.77). En esa imagen visual podemos imaginar la fuerza y brío del caballo del jefe que consigue hacer algo que parece casi antinatural al usar las pesuñas como si fueran garras. Las acciones casi sobrenaturales del caballo se reflejan en su jinete, Demetrio, elevando la espectacularidad de su hazaña.

Por momentos, las descripciones de los caballos y la interacción con los jinetes consiguen desdibujar los límites entre ambos. Es decir, por momentos, los hombres solo parecen estar en su elemento natural cuando están arriba de un caballo. Durante el combate, el narrador describe esa afinidad cuando utiliza la siguiente imagen visual: “sus hombres, siguiendo tras él, como venados, sobre las rocas, hombres y bestias hechos uno” (p. 77).

Las sierras

Las sierras son importantes en la novela en parte porque refuerzan el tema de la identidad asociada a la tierra y también permiten construir la circularidad de la obra a través del ascenso y el descenso de las sierras. Tanto en el primer capítulo como en el último, las sierras cobran protagonismo. Incluso en el último capítulo, el narrador personifica a las sierras como una novia lista para las nupcias.

En dos ocasiones, el narrador asocia las sierras con los penachos de los reyes y dioses aztecas: “con su crestón, como testa empenachada de altivo rey azteca” (p.78), “parecen testas de colosales ídolos aztecas, caras de gigantes, muecas pavorosas y grotescas” (p.97). La comparación con los penachos nos permite imaginarnos la sucesión de peñascos de las sierras. Además, la asociación con los aztecas establece la conexión entre identidad y espacio geográfico. Los hombres de las sierras son parte de esa herencia azteca, guerrera.

En el Capítulo 7 de la Tercera parte el narrador empieza la descripción del paisaje así: “Fue una verdadera mañana de nupcias” (p.149). Luego, se centra en las nubes lo que nos permite asociar con las nupcias por el color blanco. Además, agrega la descripción de las rocas recién lavadas que: “vierten gruesas gotas de agua transparente” (p.149). El paisaje apacible, casi festivo por la asociación con las nupcias, refleja el humor de los hombres quienes sienten: “La gran alegría de la partida” (p.149). Pronto esa alegría se ve interrumpida por un ataque repentino, pero las sierras permanecen iguales y la descripción final refuerza la idea de que se trata de un día de celebración: “La sierra está de gala; sobre sus cúspides inaccesibles cae la niebla albísima como un crespón de nieve sobre la cabeza de la novia” (p.151). Acá también el color blanco se destaca y permite al lector imaginarse el paisaje. La descripción final de las sierras como una novia nos remite al símil que aparece en el Capítulo 11 de la Segunda parte en la que el narrador describe el anhelo de los hombres por las sierras: “pensaron en ella como en la deseada amante a quien se ha dejado de ver por mucho tiempo” (p.117).

En las descripciones de los peñascos la manera en la que focaliza el narrador el paisaje se asemeja a la técnica cinematográfica que combina imágenes panorámicas con primeros planos lo que nos permite imaginar la vastedad de las sierras. Por ejemplo, al inicio de la novela, cuando vemos a Demetrio subir la sierra por primera vez, el narrador lo describe así: “Como hormiga arriera ascendió la crestería, crispadas las manos en las peñas y ramazones, crispadas las plantas sobre las guijas de la vereda” (p. 12). La primera parte de la cita contiene un símil que compara a Demetrio con una hormiga que asciende a la crestería. Esa imagen nos permite imaginar visualmente la vastedad del cañón y lo diminuto del hombre que asciende. Se trata entonces de una imagen panorámica. En la misma oración, sin embargo, el narrador focaliza en una parte de su cuerpo como realizando un zoom. Vemos en un primerísimo primer plano sus manos que imaginamos enrojecidas y apretadas gracias al uso del adjetivo “crispadas”.

En otras dos ocasiones, el narrador utiliza planos panorámicos en los que los hombres aparecen a lo lejos “diminutos en caballos de miniatura” entre las sierras (p.15). Los hombres en esta imagen son los federales que se encuentran en la base del cañón. Quienes los ven desde las alturas son los hombres de Demetrio. Es decir que el narrador focaliza desde ellos esta descripción. Pancracio incluso sugiere jugar con ellos, idea que remite a la pequeñez de los hombres en la vastedad de la sierra a tal punto que parecen juguetes con caballos miniatura.

Más adelante en la novela, María Antonia va a ver a los hombres de Demetrio alejarse del caserío y va a decir que “parecen juguetes de rinconera”. Nuevamente la imagen visual es la de un plano panorámico que permite la comparación con juguetes.

Las ruinas

Los hombres de Demetrio vuelven a Juchipila luego de un año de la toma de Zacateca. El narrador dice: “Juchipila era una ruina”. A través de imágenes predominantemente visuales, el narrador retrata el estado de la ciudad que contrasta con las imágenes sonoras que acompañan la escena.

En el mismo momento en que Demetrio entra a las calles de Juchipila, suenan las campanas de la iglesia que “repicaban alegres, ruidosas, y con su timbre peculiar que hacía palpitar de emoción” (p.145). El sonido agradable remite a la primera ocasión en la que estuvieron ahí festejando el combate en La Bufa. El narrador personifica las campanas al usar el adjetivo “alegres” que contrasta con lo que están por presenciar, ya que el pueblo “ya no los quiere”.

Llegan a la plaza y se encuentran con lo que “debía haber sido jardín, a juzgar por sus naranjos escuetos y roñosos”. A estas imágenes visuales que hablan del deterioro, se suma otra imagen sonora contrastante porque desde el interior de la iglesia que da a la plaza se escuchan: “las voces melifluas de un coro femenino” (p.146).

Continúa el narrador la descripción de las ruinas de Juchipila: “La huella negra de los incendios se veía en las casas destechadas, en los pretiles ardidos. Casas cerradas; y una que otra tienda que permanecía abierta era como por sarcasmo, para mostrar sus desnudos armazones, que recordaban los blancos esqueletos de los caballos diseminados por todos los caminos. La mueca pavorosa del hambre estaba ya en las caras terrosas de la gente, en llama luminosa de sus ojos que, cuando se detenían sobre un soldado, quemaban con el fuego de la maldición. (p.146)”. El narrador personifica a las estructuras en ruinas, vacías, al dotarlas de agencia e intención porque se muestran desnudas y lo hacen como reprochando. Además, aparece la comparación con los esqueletos de los caballos que no es solo efectiva como imagen visual, sino que vincula a las casas vacías y los caballos muertos como resultado de la guerra sin sentido. Agrega al final la descripción del aspecto demacrado de las “caras terrosas” de los paisanos para luego centrarse en su mirada acusatoria.

Los hombres se sienten cada vez peor por la tristeza y el hambre, mientras las mujeres continúan con su canto y “los pajarillos no cesan de piar”.

A través del contraste entre las imágenes visuales y sonoras, el narrador consigue transmitir la decadencia de la revolución y el abatimiento de los soldados.

La pelea de gallos

En el Capítulo 3 de la Tercera parte, Demetrio y sus hombres encuentran un barril de tequila y deciden festejar. Durante los festejos organizan una pelea de gallos. La descripción de la pelea combina la belleza de los gallos con la violencia del espectáculo. Azuela utiliza técnicas modernistas recurriendo a imágenes visuales asociadas a materiales exóticos y preciosos: obsidiana, escamas de cobre, ojos como corales, cinabrio. En la escena se describe la delicadeza de los gallos de "plumas esponjadas" (p.141), "hermosos reflejos de obsidiana" (p.141) y "plumas como escamas de cobre irisado a fuego" (p.141). Asimismo sus movimientos son gráciles: "erectas las crestas, crispadas las patas, un instante se mantuvieron sin tocar el suelo siquiera" (p.141). No obstante, el narrador describe con la misma precisión la violencia de la pelea y el final en el que el gallo negro muere: "sus plumas esponjadas se estremecieron convulsas en un charco de sangre" (p.141).

El detalle con el que se describe esta pelea no es accesorio, este enfrentamiento refleja lo que sucede entre los hombres. De hecho, lo primero que dice el narrador sobre la pelea es que: "fue brevísima y de una ferocidad casi humana" (p.141). La violencia de la que son capaces estos dos gallos tiene su origen en la barbarie de los humanos que los han armado y entrenado con "largas y afiladísimas navajas" (p.141).

Los perros

A lo largo de la novela podemos encontrar imágenes que establecen una comparación entre los hombres y los animales. En la descripción de los personajes, el narrador menciona todo tipo de animales. El animal más recurrente que aparece asociado a hombres y mujeres es el perro. Por ejemplo, cuando Demetrio y la Pintada se conocen, el encuentro se describe así: “se miraron cara a cara como dos perros desconocidos que se olfatean con desconfianza” (p.83). Luego de tomar Zacatecas, los hombres se acercan a la cantina, los acompañan mujeres: “como perros callejeros entre los grupos” (p.82). Asimismo, cuando los hombres de Demetrio entran a la casa de don Mónico en Moyahua, el narrador los describe así: “Como perros hambrientos que han olfateado su presa, la turba penetra, atropellando a las señoras” (p.100). Evidentemente las recurrentes imágenes referidas a perros al describir a los soldados y las soldaderas refuerzan la idea de que se trata de personas poco civilizadas, es decir, asociadas a la idea de barbarie.

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