La heroicidad
El tema del héroe es central en la novela, especialmente con relación al protagonista, Demetrio Macías. En muchos sentidos el personaje representa las características del héroe épico en un sentido clásico. En primer lugar, Demetrio es valiente, viril, y tiene una habilidad que lo hace destacarse en la lucha: su puntería. Como líder, es hábil para ganarse la fidelidad de sus hombres y, al igual que en otras épicas, rápidamente consigue sumar hombres a sus filas. En el episodio en el que Demetrio viaja a Fresnillo para luchar bajo el general Natera, empieza el viaje con 23 hombres y, tras la emboscada del Capítulo 27, se presenta con 100 ante el general.
Además de sus características personales, sus hazañas son heroicas en cuanto a que el relato de sus proezas lo precede y estas se vuelven materia de invención. En el Capítulo 18 de la Primera parte, en su primera noche en Fresnillo, el amigo intelectual de Luis, Alberto Solís felicita a Demetrio por sus “hechos de armas” (p.69) y Demetrio escucha con gusto “sus hazañas, compuestas y aderezadas de tal suerte, que él mismo no las reconociera” (p.69). Esta cita nos permite vincular al protagonista con otros héroes épicos como Aquiles y el Cid. Este último es quizá al que más se asemeja Demetrio, no solo por la cercanía entre los hechos y el momento en que empieza a ser materia de romance (ficción), sino porque comparten algunas características.
Al igual que el Poema del Mio Cid, Los de abajo comienza con un destierro; sus tropas crecen a medida que su fama se incrementa; ambos héroes están movidos por una afronta personal; su sola presencia en la batalla, en el caso del Cid, y en el dintel de la puerta, en el caso de Demetrio, espanta al enemigo; en el Cid y Demetrio conviven paradójicamente la violencia espectacular y el aprecio por la vida. En este último punto, podemos mencionar la misericordia que demuestra Demetrio al perdonar la vida de la Pintada, como el Cid perdonaba la vida de muchos de sus enemigos.
A pesar de todas estas coincidencias, la figura de Demetrio Macías está humanizada, o como diría Carlos Fuentes, aparece vulnerada por el novelista. Azuela matiza su heroicidad al mostrar la ingenuidad con la que Demetrio lucha, es decir, su desconocimiento absoluto de los ideales de la revolución. Además, Macías lucha por una injusticia que lo toca a él personalmente; no lo hace en función de algo que lo trasciende.
No obstante, la aceptación ciega de su lugar dentro de la revolución también nos remite al camino del héroe porque este actúa para cumplir con su destino que es inevitable y, en este caso, le es asignado por su linaje. Las palabras que pronuncia Macías ante su mujer, poco antes de morir, muestran cómo su destino se ha puesto en marcha y no hay nada que pueda cambiar su curso: “Mira esa piedra cómo ya no se para...” (p.148). Por otro lado, Azuela menciona varias veces a los aztecas para referirse al paisaje de las sierras con las que Demetrio y sus hombres se sienten plenamente identificados (“¡Qué ganas ya de la sierra!” (p.115). Luego, el autor describe así a Demetrio: “sus mejillas cobrizas de indígena de pura raza” (p.55). Su linaje lo dispone a las grandes gestas.
Finalmente, la trayectoria de Demetrio coincide con la del héroe que se ve llamado a la aventura, sale de casa y, transformado, retorna al hogar. De vuelta en Juchipila, Demetrio se enfrenta por última vez y muere. El último párrafo de la novela muestra a Demetrio eternizado en su figura mítica de héroe guerrero: “Y al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa, como pórtico de vieja catedral, Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil..." (p.151).
La alteridad (el tema del Otro)
El ingreso de Luis Cervantes en la banda de Demetrio implica el encuentro con la alteridad. Mientras que los hombres de Demetrio se sienten hermanados por una serie de características y circunstancias, reconocen a Luis Cervantes como un “otro”. Solo con el aval de Demetrio, el estudiante de medicina logra integrarse parcialmente. Sin embargo, aun con el jefe, Luis Cervantes no encuentra un lenguaje en común para tender puentes entre dos mundos en tensión. En su presentación ante Demetrio, el joven intenta salvar las diferencias y presentarse como “uno más”, pero para ello Luis usa la palabra “correligionario” que solo consigue marcar más las diferencias. Esto queda claro con la respuesta que recibe: “¿Corre... qué? —inquirió Demetrio, tendiendo una oreja” (p.24).
Por un lado, Luis Cervantes, periodista y estudiante de medicina, representa la cultura letrada de la ciudad, y para marcar la distancia los hombres de la banda se refieren a él con el mote de “curro”, que se usa para referirse a una persona elegante o refinada. Por el otro, se encuentra Demetrio, un ranchero a quien las letras y las grandes ideas no le interesan. A Demetrio el campo y su tierra no le es indiferente, lo que podemos ver reflejado cuando recuerda con nostalgia su casa y no solo piensa en su mujer y su hijo, sino que “pensaba en su yunta: dos bueyes prietos, nuevecitos, de dos años de trabajo apenas, en sus dos fanegas de labor bien abonadas” (p.115). Su nombre mismo nos remite a la diosa griega de la agricultura: Deméter. Al igual que él, otros de sus hombres se dedican a lo mismo y se enorgullecen de su trabajo. Un ejemplo de esto es Anastasio de quien se burlan los otros hombres porque le gusta repetir: “soy dueño de diez yuntas de bueyes” (p.43).
No resulta extraño que esos dos mundos, el de la ciudad y el del campo, no logren acoplarse del todo. El espacio físico en el que se forman influye en la lectura que cada uno de estos personajes hace de los hechos de la revolución. Mientras que Demetrio piensa en su situación personal y se preocupa por su comunidad más inmediata, pues nadie puede negar que se ocupa de sus hombres, sobre todo al principio de la obra. Luis, en cambio, piensa en “nación”, un concepto demasiado moderno y abstracto. Un ejemplo claro de cuán diferente es su perspectiva sucede en una de las primeras conversaciones entre ambos. Demetrio le cuenta a Luis su historia con don Mónico para explicarle por qué lucha. De inmediato, Luis transforma esa historia de una discrepancia particular, personal y local en una idea universal y abstracta. De este modo, lo que para Demetrio es la resistencia contra don Mónico, el cacique local, para Luis es la resistencia ante el caciquismo, en general.
A lo largo de la obra otros detalles van a reforzar el contraste entre campo y ciudad. Por ejemplo, cuando llega el momento de celebrar, Demetrio prefiere tomar tequila y permanecer en silencio, mientras que Luis elige servir champaña y hacer discursos grandilocuentes.
No obstante, las diferencias no solo aparecen con relación a Luis. Hacia el final de la novela, de regreso en Juchipila, Demetrio y sus hombres siguen luchando sin saber bien por qué. Cualquier ilusión de seguir ascendiendo ya se ha perdido porque Demetrio y los demás comprenden ahora que “el veterano que comenzó de soldado raso, soldado raso es todavía” (p.143), mientras que en la ciudad cubren los puestos políticos que la guerra ha dejado vacantes “con señoritines de capital, perfumados y peripuestos” (p.143).
La revolución
La novela explora la revolución desde una perspectiva pesimista. A través del contraste entre los distintos actores que participan de la revolución, la novela da cuenta de cuán desarticulado es el proceso de cambio que se está gestando. Por un lado, se menciona varias veces a actores históricos como Villa, Huerta, Carranza, Orozco, cuyas cambiantes dinámicas determinan los enfrentamientos de los que participa Demetrio. Al principio, se enfrenta a los federales que apoyan a Huerta. Pero luego debe elegir un bando en la nueva puja que surge entre Carranza y Villa dentro de la misma revolución. Lo único que permanece igual es que Demetrio y sus hombres no son tomados en cuenta en el reparto del poder, únicamente ponen el cuerpo en la lucha, pero cuando se trata de volver a componer el estado "se cubren las bajas del Estado Mayor con señoritines de capital, perfumados y peripuestos" (p.143).
Al principio de la novela, la mirada sobre la Revolución mexicana no parece tan somera. Por un lado, el entusiasmo y el apoyo del pueblo aparece representado en señá Remigia y los vecinos que reciben, celebran y alientan la lucha de los revolucionarios. Asimismo, inicialmente las ideas de Luis Cervantes sobre la revolución muestran optimismo. Dice Luis: "Somos instrumentos del destino para la reivindicación de los sagrados derechos del pueblo" (p.49). No obstante, luego comprendemos que lo único cierto en esa frase es que Demetrio y sus hombres son "instrumentos del destino". Pero tanto Luis Cervantes como Alberto Solís experimentan el desencanto cuando sus ideas se ponen a prueba en el escenario de la revolución.
Definitivamente la mirada pesimista sobre la revolución es la que impera. El fracaso de la revolución aparece en parte reflejada en la estructura circular de la novela: Demetrio consigue su primera victoria en Juchipila al inicio de la novela y muere durante un enfrentamiento en ese mismo lugar al final. La circularidad del viaje en cuanto al territorio se reproduce en la circularidad del viaje vital. Demetrio empieza su vida como revolucionario debido a los caprichos del cacique local y la persecución por parte de los federales; asimismo, termina su vida luchando aún por las pujas de poder de los hombres poderosos de la revolución. El carácter cíclico muestra el fracaso de la revolución porque nada cambia en las estructuras de poder: los de abajo siguen estando abajo.
Asimismo, el fracaso está plasmado en la desilusión del pueblo con respecto a los revolucionarios. Los paisanos reciben a los revolucionarios con hospitalidad porque simpatizan con su lucha, no desde los ideales, sino desde la perspectiva del enemigo en común, pues tanto los soldados revolucionarios como los paisanos han sido víctimas de los abusos de los federales. En este sentido, el momento de mayor cercanía entre la banda de Demetrio y el pueblo es cuando se hospedan con señá Remigia y sus vecinos mientras el jefe se recupera de su herida. En una ocasión Pachita y Fortunata visitan a señá Remigia, pero en realidad quieren acercarse a Demetrio. Pachita desea ayudar a Demetrio a recuperarse, mientras que Fortunata quiere contarle la historia de su hija, a quien los federales robaron, y termina su relato diciendo: “Espero de Dios y María Santísima que ustedes no han de dejar vivo a uno de estos federales del infierno” (p.37). Por su parte, Demetrio también lucha motivado por reparar una afronta personal y una injustica vivida en carne propia. En este sentido ambos comulgan: Fortunata y Demetrio no rechazan a los federales por una cuestión ideológica, sino por una experiencia vital que los une. En este punto de la historia, Demetrio verdaderamente forma parte de su comunidad.
A medida que asciende de rango dentro del ejército revolucionario, empieza a alejarse de su comunidad a tal punto que, en lugar de vengar los abusos como los sufridos por Fortunata, Demetrio mismo ordena el rapto de Camila. Cuanto más se aleja la lucha de las motivaciones personales, sus modos se asemejan más a los de los enemigos hasta tal punto que el pueblo mismo rechaza a los revolucionarios a quienes ya no logra distinguir de los federales.
Naturaleza e identidad
A lo largo de la novela nos encontramos con párrafos descriptivos de la naturaleza que, aunque breves, muestran la imaginación poética del autor. Al principio de la novela el narrador describe las sierras de Juchipila:
(...) el sol bañaba la altiplanicie en un lago de oro. Hacia la barranca se veían rocas enormes rebanadas; prominencias erizadas como fantásticas cabezas africanas; los pitahayos como dedos anquilosados de coloso; árboles tendidos hacia el fondo del abismo. (p.12)
La naturaleza contrasta con la rudeza de las escenas de combate.
En la novela, la naturaleza imperturbable acentúa la insignificancia de las vidas particulares que se pierden en medio de la violencia inconsciente. Esto sucede también al final donde se describe la mañana de la muerte de Demetrio Macías así:
Fue una verdadera mañana de nupcias. Había llovido la víspera toda la noche y el cielo amanecía entoldado de blancas nubes. Por la cima de la sierra trotaban potrillos brutos de crines alzadas y colas tensas, gallardos con la gallardía de los picachos que levantan su cabeza hasta besar las nubes. (p.149)
Igual de importante es la función que cumple la naturaleza con relación a la identidad. Los hombres de Demetrio son de las sierras y, cuando se ven obligados a andar por la planicie, añoran su tierra como “la deseada amante a quien se ha dejado de ver por mucho tiempo” (p.117). Allí se sienten más a gusto porque se identifican con su gente. Al principio de la novela, Demetrio y sus hombres cuentan con una ventaja por sobre los federales: ellos conocen la sierra mientras que los federales necesitarían un guía, pero “los de Limón, Santa Rosa y demás ranchitos de la sierra son gente segura y nunca nos entregarían” (p.11). En parte por la seguridad que les brinda y porque forma parte de su identidad, los hombres de Demetrio desean volver a las sierras para sacarse de encima la tristeza o “murria”, como la llama Anastasio.
Finalmente, es necesario detenerse en las descripciones de la sierra en las que se menciona explícitamente a los aztecas. Por ejemplo, en la toma de Zacatecas, en la que Demetrio tiene un papel destacado, sobre el cerro de La Bufa donde combaten se dice que tiene “su crestón, como testa empenachada de altivo rey azteca” (p.78). Luego, la misma comparación aparece cuando los hombres vuelven a Moyahua y se alza la cordillera “como monstruos aletargados, de angulosa vertebradura; cerros que parecen testas de colosales ídolos aztecas” (p.97). Seymour Menton, uno de los críticos que le ha dedicado más páginas a esta novela, considera que las alusiones a los aztecas en la descripción del espacio refuerzan la identidad de estos hombres, cuyos antepasados son los nativos prehispánicos. Se puede argüir que ese linaje no solo explica su carácter guerrero, sino su rebeldía ante las estructuras coloniales perpetuadas en el caciquismo de don Mónico.
En contraste con todo lo dicho sobre los hombres de Demetrio, Luis, el hombre de ciudad, planea lucrar cuanto puede de la lucha para luego dejar el país, algo inconcebible para Demetrio. De hecho, Luis cumple con ese propósito y se muda a los Estados Unidos cuando su tierra natal ya no tiene nada que ofrecerle.
La degradación moral
La primera mitad de la novela narra la historia del ascenso de Demetrio dentro de las filas de los revolucionarios que culmina en el centro justo de los 42 capítulos que componen la obra. Con su participación en la toma de Zacatecas Demetrio demuestra su liderazgo y obtiene el rango de general. A partir de allí, la historia se torna en el relato del descenso. De hecho, luego de ese combate, durante la celebración de esa hazaña, los hombres de Demetrio van a mostrar su peor cara. Vale aclarar que Demetrio, en gran parte, se va a mantener al margen de los robos y los abusos por parte de su tropa. Esto es importante porque es lo que permite leer la obra en clave heroica (ver tema La heroicidad), ya que, a pesar de ser un héroe épico vulnerado por la novela, es decir, imperfecto, no obstante, es capaz de mantener cierto grado de pureza: no le interesa el dinero, muestra misericordia más de una vez, siente cariño genuino hacia sus hombres.
En este sentido, los dos nuevos reclutas van a ser clave porque encarnan enteramente la violencia y crueldad sin límite. Ambos sirven como contrapunto, pues carecen de todas las características que redimen en cierto grado a Demetrio y, en menor medida, a sus hombres que lo acompañan desde el principio y muestra absoluto fidelidad, aun cuando sí participan de los saqueos y la violencia antojadiza.
La degradación de los revolucionarios y la caída en picada hacia la barbarie están rematadas por un detalle del Capítulo 2 de la Segunda parte en el que la muchacha a la que Codorniz lleva a la casa en la que se hospeda Demetrio arranca las páginas de la Divina Comedia diciendo “Mira, tú… cuánta vieja encuerada” (p.88). Para Seymour Menton, esa alusión al infierno de Dante marca el inicio del descenso al infierno de la barbarie. Luego de esta escena es que Demetrio intenta llevarse a la muchacha de catorce años a la recámara, Margarito azota al viudo que desea recuperar sus fanegas de trigo y la Pintada mata a Camila.
La barbarie
En la obra hay dos capítulos en las que las voces de los soldados se alternan como si se tratara de un coro para tratar el tema del “yo maté” y el de “yo robé”. De manera jocosa y, a veces, vanidosa, algunos solados cuentan las veces que mataron y robaron. La colección de historias individuales da cuenta de la violencia y amoralidad que impera entre los soldados.
Estos dos temas abren y cierran la Segunda parte, que es precisamente la que desarrolla en detalle el deterioro moral, el abuso del poder y la corrupción de la revolución. En ambas conversaciones, la del Capítulo 1 sobre matar y la del 14 sobre robar, participan otros soldados de quienes no conocemos los nombres. Esto es significativo porque el propósito es mostrar la barbarie de la revolución, que trasciende a las tropas de Demetrio. Lo que se busca es que la suma de las voces individuales componga un solo relato que hace patente la violencia sin sentido de la revolución.
En los dos capítulos el narrador menciona cuán abundantes son las historias en torno a robar y matar. La primera vez dice que los hombres “se arrebataban las palabras de la boca” (p.82) y “el tema es inagotable” (p.85); al final de la Segunda parte dice: “El tema del "yo robé", aunque parece inagotable, se va extinguiendo” (p.130).
Además de la cantidad, el modo en que cuentan estas historias y lo que dicen es significativo porque muestran la naturalidad con la que aceptan la violencia. En sus historias hay bromas, risas, y justificaciones antojadizas. Su sentido del bien y el mal está distorsionado. Uno de los hombres que participa de ambas conversaciones es Margarito, junto a la Pintada, el hombre más cruel del libro. En sus relatos podemos ver esta distorsión porque justifica sus robos diciendo: “Eso sí, mi gusto es gastarlo todo con las amistades. Para mí es más contento ponerme una papalina con todos los amigos que mandarles un centavo a las viejas de mi casa...” (p.130).
Los actos de violencia retratados en esta parte de la novela no son cuestionados por nadie, excepto por Camila. Solís, el intelectual que muere en la Primera parte, tiene mayor capacidad para percibir el entramado de la revolución que su par, Luis. Considera que la barbarie es inevitable porque es parte de la identidad. Lo pone en estos términos:
Hay que esperar un poco. A que no haya combatientes, a que no se oigan más disparos que los de las turbas entregadas a las delicias del saqueo; a que resplandezca diáfana, como una gota de agua, la psicología de nuestra raza, condensada en dos palabras: ¡robar, matar!... (p.78).
Quizá por eso la barbarie llega a parecer la norma para los soldados de la revolución.
El machismo
El mundo de Los de abajo es un mundo masculino; su carácter épico lo vincula inmediatamente con lo viril. Las virtudes de estos hombres son aquellas que los hace destacarse en el combate, espacio casi exclusivamente masculino. No obstante, uno de los hombres de Demetrio, su secretario Luis Cervantes va a servir de contrapunto, ya que, si Demetrio encarna al “hombre de veras” (p.10) por antonomasia, Luis Cervantes es, en cambio, “curro”, es decir, señorito. Por otro lado, el machismo en la obra también se va a desarrollar a partir de la relación de estos hombres con las figuras femeninas que la novela retrata.
Como hemos recalcado en la sección dedicada al tema de la alteridad, Luis Cervantes se presenta desde un inicio como un “otro”. Esto también es cierto en lo que se refiere a su modo de ser masculino. El mote “curro” quiere decir “señorito” u hombre elegante y refinado; su aspecto físico de inmediato lo separa de los demás. Cuando Anastasio intenta conocer mejor al joven le dice: “A usté le falta la bulla de su tierra. Bien se echa de ver que es de zapato pintado y moñito en la camisa...” (p.43). El contraste no termina ahí, ya que, si ganar combates es asunto de hombres, según Venancio: “por curros se ha perdido el fruto de las revoluciones” (p.38).
Si bien todo esto apunta implícitamente a que los hombres de Demetrio reconocen que Luis Cervantes no cumple con la masculinidad considerada normativa entre ellos, esa opinión se hace explícita en dos ocasiones. Las dos insinuaciones sobre las preferencias sexuales de Luis Cervantes suceden luego de que el joven lleve a Camila como “ofrenda” para su jefe. Cuando eso sucede entre varios de los hombres se da la siguiente conversación: —¡Claro! Pa mí el tal curro no es más que un... — A mí no me gusta hablar de los amigos en ausencia —dijo el güero Margarito—; pero sí sé decirles que de dos novias que le he conocido, una ha sido para... mí y la otra para el general..." (p. 106). La elipsis que aparece en “no es más que un…” calla lo que no se puede decir, pero fácilmente se deduce del contexto. Además, debemos reparar en el modo en que está construida esa oración, pues desvaloriza al decir “no es más que”. No nos cabe duda de que los hombres especulan sobre la sexualidad de Luis y tampoco nos cabe duda de que piensa mal de él por ello. Luego, la Pintada alude a esa misma opinión cuando habla con Camila y le pregunta “¿Sabes lo que es ese curro?” (p.107).
Quien no parece reparar en la sexualidad de Luis es Demetrio, pero el jefe aprecia al joven porque siente que puede dar forma o sentido a su lucha, algo de lo que sabe que él mismo es incapaz. Sin embargo, otra parte de su intercambio y mutuo aprecio se da por medio de las mujeres, tal y como dice Margarito en la cita de la conversación mencionada anteriormente. Allí se habla de las mujeres de Luis que en realidad han terminado en otras manos. Ambas, no obstante, estaban destinadas para Demetrio. Cuando Luis lleva a su “futura esposa” a la celebración por Zacatecas, descubrimos que “Luis Cervantes reparó en que Demetrio clavaba su mirada de ave de rapiña en ella y se sintió satisfecho” (p.90). Luis llevó a la muchacha como ofrenda para satisfacer el deseo de su jefe. Asimismo, es capaz de viajar, engañar y llevarse a Camila con él con tal de satisfacer a su jefe. Estas acciones reflejan una visión machista en la que los cuerpos de las mujeres sirven como transacción en medio de las relaciones entre los hombres.
Tal es la condición de las mujeres como bienes de transacción que descubrimos que la muchacha de 14 años, "futura mujer" de Luis, en realidad fue raptada por el Meco y el Manteca y Luis pagó por ella un precio insignificante: "algunas mancuernillas chapeadas... alguna estampita milagrosa del Señor de la Villita" (p.96). En el caso de Camila, Luis utiliza los sentimientos de la muchacha para engañarla y llevársela con él. En ambos casos, la voluntad de las mujeres nunca es tomada en cuenta. De todos los personajes, en ellas se cumple más que en otros la premisa de que los de abajo serán siempre los de abajo. Mientras que los hombres de Demetrio ven en un momento un ascenso en su poder y sus posibilidades, aunque momentáneo, las mujeres son siempre víctimas. Al principio son los federales quienes raptan a la hija de Fortunata, pero luego son los revolucionarios quienes replican esos abusos.
Además de ser un bien de transacción entre los hombres, las mujeres de la obra cumplen funciones tradicionales a excepción de la Pintada. Por un lado, en situación de guerra, las mujeres se quedan atrás para esperar el retorno de los hombres y penar por su ausencia. Por otro, cumplen el rol de cuidadoras cuando los hombres vuelven a casa. De hecho, la virtud que se destaca de Camila, la mujer más virtuosa de la obra, es su actitud servicial. Cada vez que Demetrio la recuerda, la imagen que sobreviene es la de la muchacha ofreciéndole agua. María Antonia, por su parte, es servicial en el sentido de que ha compartido encuentros sexuales con todos los hombres de Demetrio, y señá Remigia les ofrece alimento y curación. En contraste con estas mujeres aparece la figura de la Pintada que representa a las soldaderas, mujeres cuya participación activa en la revolución está registrada en la Historia. Sin embargo, aun con este personaje que no encaja en el rol tradicional de la mujer, podemos apreciar una mirada machista. La única soldadera representada en la obra es grotesca y aparece masculinizada, sin embargo, sus actitudes de mujer celosa ponen de manifiesto la lógica patriarcal bajo la cual las mujeres compiten entre ellas por la atención de los hombres.