—Yo he procurado hacerme entender, convencerlos de que soy un verdadero correligionario...
—¿Corre... qué? —inquirió Demetrio, tendiendo una oreja.
—Correligionario, mi jefe..., es decir, que persigo los mismos ideales y defiendo la misma causa que ustedes defienden.
Demetrio sonrió: —¿Pos cuál causa defendemos nosotros?...
Luis Cervantes, desconcertado, no encontró qué contestar.
Esta conversación ocurre la primera vez que Luis Cervantes se presenta ante Demetrio Macías. Luis Cervantes quiere establecer puentes entre los rebeldes y él mismo, pero no lo consigue porque hasta su lenguaje los separa. Al utilizar la palabra “correligionario” confunde a estos hombres que tienen mucha menos formación con él, remarcando las diferencias y su condición de “otro”. Cuando intenta hacerse entender, nuevamente demuestra que no comprende a estos hombres a los que busca unirse en la lucha, ya que no puede poner en palabras cuál es la causa por la que ellos luchan.
Usted, hombre modesto y sin ambiciones, no quiere ver el importantísimo papel que le toca en esta revolución. Mentira que usted ande por aquí por don Mónico, el cacique; usted se ha levantado contra el caciquismo que asola toda la nación. Somos elementos de un gran movimiento social que tiene que concluir por el engrandecimiento de nuestra patria. Somos instrumentos del destino para la reivindicación de los sagrados derechos del pueblo. No peleamos por derrocar a un asesino miserable, sino contra la tiranía misma. Eso es lo que se llama luchar por principios, tener ideales.
En esta cita se pone de manifiesto las visiones contrastantes de Demetrio y Luis. El primero ha terminado de narrar su historia con el cacique local, don Mónico, que lo ha obligado a convertirse en un rebelde. Sus motivaciones son puntuales, personales y locales. Por su parte, Luis Cervantes, como representante de la cultura letrada de la ciudad, más interesado en los ideales de nación, se centra en lo que él cree que hay detrás de la historia particular de Demetrio. El joven percibe una estructura de poder que debe ser combatida. A pesar de los discursos y las lecciones de Luis, Demetrio nunca comprenderá por qué lucha y permanecerá atado a una concepción más reducida de las necesidades de su comunidad. Asimismo, nunca podrá obtener una visión trascendental sobre su contribución a la nación, ya que es un concepto demasiado alejado de su realidad. Luis, por su parte, abandona todo ideal y, finalmente, la misma revolución, cuando siente que ha obtenido de ella lo suficiente.
Y Demetrio, encantado, oía el relato de sus hazañas, compuestas y aderezadas de tal suerte, que él mismo no las conociera. Por lo demás, aquello tan bien sonaba a sus oídos, que acabó por contarlas más tarde en el mismo tono y aun por creer que así habíanse realizado.
En esta cita podemos observar cómo Azuela construye la épica y al mismo tiempo la vulnera. Por un lado, el relato desproporcionado de las hazañas de Demetrio que ya corren de boca en boca a pesar de la inmediatez de los hechos nos remite a lo sucedido con otros grandes héroes épicos, en particular, el Cid, que hemos visto que es quizá el más cercano a nuestro protagonista. Tal es la fama que ha adquirido Demetrio, que los relatos de sus propias gestas vuelven a él “aderezadas”. Hasta ahí vemos como Azuela integra elementos de la épica. Ahora, el regodeo de Demetrio frente al relato y su disposición para adoptar esas versiones y creérselas, resulta irónico y, hasta cierto punto, ridículo. Recordemos que Demetrio es un héroe épico particular, producto de su época y de una épica fallida, llevada adelante por héroes fallidos. Su vanidad menoscaba su heroicidad, pero, sin duda, lo humaniza.
—¡Ah, Villal... La palabra mágica. El gran hombre que se esboza; el guerrero invicto que ejerce a distancia ya su gran fascinación de boa.
—¡Nuestro Napoleón mexicano! —exclama Luis Cervantes.
—Sí, "el Águila azteca, que ha clavado su pico de acero sobre la cabeza de la víbora Victoriano Huerta"... Así dije en un discurso en Ciudad Juárez —habló en tono un tanto irónico Alberto Solís, el ayudante de Natera.
Luis Cervantes y Alberto Solís son ambos representantes de la cultura letrada de la ciudad. La diferencia radica en que Cervantes se desilusiona de la revolución y opta por el camino del cinismo, mientras que el desencanto de Solís lo lleva a reflexionar sobre el pueblo, acercarse a él y dejarse llevar por el “huracán de la revolución”. En ese sentido, Solís logra acercarse a sus compañeros más que Cervantes, y esta cita refleja eso. Por un lado, cuando Cervantes quiere exaltar la figura de Villa, héroe popular, lo hace refiriéndose a la cultura europea, comparándolo con Napoleón. Solís, cuya comprensión de los revolucionarios parece ser más lúcida, remite a un imaginario local con el que el soldado campesino, sin duda, puede sentirse identificado, y se refiere a Villa como el “águila azteca”.
El resultado es que Solís construye un discurso que puede interpelar a la gente con la que lucha, mientras que el discurso de Cervantes es, una vez más, hermético.
Una silueta dolorida ha pasado por su memoria. Una mujer con su hijo en los brazos, atravesando por las rocas de la sierra a medianoche y a la luz de la luna... Una casa ardiendo...
Esta imagen se le viene a la cabeza a Demetrio mientras don Mónico implora por misericordia para su mujer y sus hijos cuando los revolucionarios invaden su casa. En ese momento, en lugar de permitir la violencia que se avecina, pues ya hemos visto que los hombres de Demetrio no se miden cuando es hora de saquear, el jefe decide ordenar a todos que se retiren. Luego, ordena a Luis que queme la casa.
A diferencia de algunos de sus hombres, Demetrio es más reflexivo y no participa de la violencia sin sentido. En esta ocasión, Demetrio muestra misericordia y justicia, aunque sea la justicia del Antiguo Testamento, de la ley del talión y el ojo por ojo. El ciclo que inicia con la persecución impulsada por don Mónico, cierra con este gesto. No obstante, reafirma que no hay salida y que aun vengando lo que le sucedió a él, debe continuar en la lucha. En este sentido, Demetrio se aleja de la visión del mundo que le es más auténtica: aquella que solo mira su bienestar y el de su comunidad más próxima, y ya está plenamente inserto en la maquinaria de la revolución que supuestamente está impulsada con ideales de nación. Sin embargo, al serle ajeno el manejo ideológico y político de la revolución, ya no hay lugar para su ascenso, de hecho, solo podrá descender al lugar de brazo irreflexivo del poder.
Mira esa piedra como ya no se para…
Esta es una de las citas más comentadas de la obra porque, en muy pocas palabras, simboliza el destino inevitable del héroe. Estas palabras las dice Demetrio a su mujer cuando la visita al final de la novela. Si bien su mujer cree inicialmente que ha venido para quedarse, pronto se da cuenta de que su marido va a volver a salir a luchar. Entonces, le pregunta por qué lucha, y en ese momento Demetrio deja caer una piedra hacia el fondo del cañón y pronuncia estas palabras. Por la naturaleza misma de la revolución, destinada a fracasar y a repetir las mismas estructuras injustas que obligaron a Demetrio a dejar su casa en primer lugar, Demetrio no puede interferir con el destino que ya se ha puesto en marcha.
El tema del "yo robé", aunque parece inagotable, se va extinguiendo cuando en cada banca aparecen tendidos de naipes, que atraen a jefes y oficiales como la luz a los mosquitos.
Este es uno de dos episodios en la novela en el que los hombres comparten historias de asesinato y robo. En ambos casos, el narrador menciona que el tema es o parece inagotable. Esto remarca como las historias de sus “hazañas” poco honrosas son tan numerosas que podrían contarlas sin parar. En estas ocasiones, Demetrio no suele participar y se mantiene al margen. Esta conversación en particular comienza cuando una señora recorre el tren pidiendo limosna y ayuda porque alguien le ha robado la cartera. Al inicio, los hombres se compadecen de la mujer y critican al hombre que le robó, pero luego se dan cuenta de que todos ellos tienen historias sobre las veces que han robado.
Mire, a mí no me haga preguntas, que no soy escuelante... La aguilita que traigo en el sombrero usté me la dio... Bueno, pos ya sabe que nomás me dice: "Demetrio, haces esto y esto... ¡y se acabó el cuento!".
Con esta cita cierra la Segunda Parte del libro y marca la degradación y fracaso de la revolución. Los intentos de reorganizar el país tras la caída de los federales son inútiles y ahora son las distintas facciones de los mismos revolucionarios los que se van a enfrentar. Demetrio ya ascendió a general y no hay otro ascenso posible. Por otra parte, los ascensos no le han otorgado ni mayor poder ni la posibilidad de elegir su camino y Demetrio parece aceptar esta verdad con resignación. Cuando Natera le pregunta en qué bando quiere luchar, Demetrio contesta que quiere seguir órdenes. Esto nos muestra que nada en él ha cambiado en cuanto a la motivación en la lucha; sigue sin comprender de ideales, pero se ha adentrado tanto en la vida de revolucionario que tampoco puede salir. Lo único que le queda es aceptar su lugar de subordinado, su lugar entre “los de abajo”.
—¡Juchipila, cuna de la revolución de 1910, tierra bendita, tierra regada con sangre de mártires, con sangre de soñadores... de los únicos buenos!...
—Porque no tuvieron tiempo de ser malos —completa la frase brutalmente un oficial ex federal que va pasando.
Valderrama es un excéntrico poeta e intelectual que acompaña brevemente a Demetrio y sus hombres. Cuando llegan de regreso a Juchipila, el poeta pronuncia una oración por los “primeros revolucionarios”. La respuesta por parte del oficial ex federal condensa el inevitable fracaso de la revolución. Solo los muertos son buenos, porque ambos bandos tarde o temprano muestran su degradación. Es más, la sola presencia del ex federal en las filas de Demetrio muestra hasta qué punto son la misma facción.
Pero se me figura que nos está sucediendo lo que a aquel peón de Tepatitlán. ¿Se acuerda, compadre? No paraba de rezongar de su patrón, pero no paraba de trabajar tampoco. Y así estamos nosotros: a reniega y reniega y a mátenos y mátenos... Pero eso no hay que decirlo, compadre...
En Tepatitlán Camila y Demetrio se alojan con un ranchero cuyo peón tiene una deformidad, pero trabaja incansablemente. Tras una breve conversación con él, ambos se sienten tristes porque el hombre se queja de sus condiciones de trabajo, pero no hace otra cosa que trabajar. El peón se llama Pifanio, nombre que remite a “epifanía” o revelación. Ese breve encuentro termina siendo una anticipación de las condiciones en las que se van a encontrar Demetrio y sus hombres. Demetrio nuevamente muestra cuán reflexivo puede ser, ya que es capaz de identificar que se encuentran en esa situación sin salida, resignados a obedecer lo que quiera que indiquen las autoridades. El momento en que Camila y Demetrio llegan a ese rancho, el jefe se encuentra en su punto más alto: ha sido nombrado general, cada vez más hombres se unen a sus filas y el ranchero se asegura de recibirlos como corresponde, dado que son “tan honorables huéspedes” (p.113). Ahora que recuerda sus palabras, Demetrio se encuentra en franco descenso. Elige recibir órdenes y a pesar de renegar de su situación, la acepta sin cuestionamientos.