Resumen
Tras describir cómo era Don Manuel y detallar sus acciones cotidianas, Ángela comienza a recordar cómo empezó la relación entre ellos después de su regreso al pueblo. Lo primero que recuerda es cuando fue a confesarse por primera vez con él, Ángela estaba angustiada, llena de dudas sobre el mundo, sobre cómo debía proceder, sobre los límites acerca del deseo. Sin embargo, Don Manuel le dijo que todas sus preocupaciones provenían de la literatura y que no debía prestarles mayor atención. Tampoco debía creer en todo lo que leía.
En el siguiente encuentro, ante una pregunta religiosa de Ángela, Don Manuel le respondió que él no podía responder ese tipo de inquietudes. Ángela insistió, dado que no solo él era el párroco sino que, para ella, Don Manuel era también un hombre sabio. Él negó ser un sabio, y afirmó ser solamente el pobre cura del pueblo. En ese mismo encuentro, Don Manuel le sugirió que era el diablo quien estaba influyendo negativamente en Ángela y generándole tantas dudas. Ella entonces le dijo la verdad: sí, tenía dudas, pero eran sobre la fe de él, de Don Manuel. Fue más allá y le sugirió que, quizás, en realidad, el diablo le generaba dudas a él. Don Manuel le respondió que él y el diablo no se conocían, y tras esto concluyó con el encuentro. Ángela se fue con la confusa sensación de que aquel hombre que curaba a los poseídos en la noche de San Juan, en realidad no creía en la existencia del diablo.
En el tercer encuentro, entonces, Ángela le preguntó a Don Manuel si creía en el infierno. Sin embargo, él esquivó la pregunta y le dijo que para ella solamente existiría el cielo, y que no tenía por qué preocuparse. Entonces ella insistió: dijo que había que creer tanto en el cielo como en el infierno. Don Manuel respondió que eso era cierto, que había que creer todo lo que predica la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana. Y dio por terminado el encuentro. Ángela, esta vez, se fue con la sensación de que cuando Don Manuel dijo eso había una profunda tristeza en sus ojos.
Tras recordar esos encuentros puntuales, Ángela afirma que los siguientes años pasaron como un sueño. La imagen de Don Manuel fue cada vez más importante en su vida. Ella lo ayudaba con los menesteres cotidianos: visitaba enfermos junto a él, ayudaba a las niñas de la escuela, arreglaba ropa para los pobres. En un momento, fue invitada por unos días a la ciudad por una compañera del colegio y tuvo que volverse porque allí le faltaba algo: el pueblo y, sobre todo, Don Manuel. Ángela sentía que Don Manuel estaba en peligro cuando ella estaba lejos de él.
Así llegaron los 24 años de Ángela, momento en el que retornó Lázaro de América, con dinero y la idea de llevar a su familia a vivir a Madrid. Lázaro creía que se debía vivir en la civilización y el progreso de las ciudades, y evitar el estancamiento de las aldeas como Valverde de Lucerna. Sin embargo, tanto Ángela como su madre se opusieron a esta idea. No podían soportar la idea del desarraigo del pueblo y, sobre todo, tener que vivir lejos de Don Manuel. Esto enfureció a Lázaro, quien afirmó que lo que pasaba con ellas y con la gente de ese pueblo era un ejemplo de la teocracia que hundía a España. Según él, allí los curas manejaban a los hombres y a las mujeres como se les antojaba, y condenaban a la sociedad a vivir en el feudalismo y el Medioevo.
Al principio, Lázaro no podía creer que sus argumentos no convencieran a nadie, ni a su familia ni a ningún habitante del pueblo. Sin embargo, su indignación se aplacó cuando conoció personalmente a Don Manuel, y comprendió la fascinación de la gente. Se sintió profundamente atraído por ese hombre, del que afirmó que era diferente, que era verdaderamente un santo. A pesar de esto, no dejó de expresar su escepticismo religioso, y se negaba a ir a misa para oír sus sermones. Pero un día, finalmente, asistió. Tras escuchar a Don Manuel, Lázaro le dijo a Ángela que este era demasiado inteligente como para creer en las enseñanzas religiosas que impartía. Ángela le preguntó si estaba acusando a Don Manuel de hipócrita. Lázaro dijo que no era un hipócrita, sino que era su oficio el que lo obligaba a no decir lo que, de verdad, creía.
Lázaro, además, había llegado con muchos libros, y le insistía a Ángela para que los leyera. Cuando ella le consultó a Don Manuel, este la incitó a que leyera, sobre todo para darle el gusto al hermano. Ahora bien, para Don Manuel era preferible que Ángela leyera novelas entretenidas en lugar de historias verdaderas, es decir, que utilizara la literatura como diversión, no como una fuente de inquietud.
Análisis
En esa primera introducción que hace Ángela acerca de Don Manuel aparecen sutilmente dos cuestiones que encierran un misterio: ¿por qué le teme tanto Don Manuel al ocio, a sus propios pensamientos? ¿Por qué huye de la soledad? Ángela solamente nombra ambos puntos, pero no profundiza sobre ellos.
Ahora bien, esa primera introducción de Ángela sobre Don Manuel la ubica a ella más como testigo que como personaje. Prácticamente no aparece interactuando directamente con el párroco, sino que su narración nos da un panorama acerca de cómo todo el pueblo giraba alrededor de él, y cómo era él en su vida cotidiana. En este segundo acercamiento a la figura de Don Manuel, Ángela es protagonista. Ya nos contó cómo era él en el pueblo; ahora nos contará cómo era en el trato directo. Allí, por supuesto, los misterios sembrados en la primera introducción tomarán más fuerza.
Ángela recuerda tres encuentros puntuales con Don Manuel. En el primer encuentro de ambos, lo que hay que destacar es la sensación de alivio inesperada que tuvo tras confesarse. Es cierto que, por un lado, Ángela se sintió mejor. Pero, por otro lado, a Ángela le pareció que había algo extraño en ese cura que perdonaba los pecados y los remordimientos con tanta facilidad, sin seguir los preceptos típicos de la iglesia: no la mandó a rezar, no le advirtió acerca de los peligros de los pensamientos pecaminosos, ni nada por el estilo. Simplemente, le dijo que no prestara mayor atención a sus preocupaciones, que provenían de la literatura.
A través de estos acercamientos de Ángela a Don Manuel, Unamuno va haciendo crecer la expectativa acerca de qué sucede con ese párroco, qué es lo que lo hace ser diferente, qué oculta.
En este sentido, el segundo encuentro entre ambos es aún más importante. En este, Don Manuel le negó a Ángela conocer al demonio. ¿Cómo podía ser que alguien que hacía exorcismos en cada noche de San Juan no conociera al demonio? Ángela se transforma en una especie de detective que intenta comprender lo que hay detrás de estas contradicciones. Por supuesto, el lector la acompaña en sus indagaciones. Recordemos que Ángela es un personaje que se define por ser curioso e indagador. Se diferencia del pueblo por estas cualidades que nacen de un afán por saber la verdad, mientras que el pueblo, como personaje colectivo, se conforma con las apariencias.
Ya en el tercer encuentro, Ángela encontró una debilidad más pronunciada en la fe de Don Manuel, cuando este afirmó que no había que pensar en el infierno sino en el cielo. Tras la réplica de Ángela acerca de que la iglesia afirmaba que había que creer en ambos, Don Manuel, resignado, como si se hubiera estado hablando a sí mismo, le respondió que eso era cierto: era fundamental creer en todo lo que la “Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana” decía que había que creer. Aquí el lector se da cuenta de que Don Manuel estaba frustrado. Incluso parecía indignado con la iglesia. El hecho de que la llamara diciendo su nombre completo parece más un signo de enojo, o incluso de ironía, que de respeto. La duda se siembra en el lector: ¿Don Manuel cree realmente en algo? ¿O simplemente obedece?
Tras narrar estos encuentros puntuales, Ángela deja al lector intrigado, y hace avanzar la trama nueve años hasta el momento en que llega Lázaro, su hermano. Lázaro aparece en la trama como un antagonista de Don Manuel. Tiene un carácter totalmente opuesto: es irascible, dictamina lo que se debe hacer (ya sea su familia, el pueblo, España) y, fundamentalmente, es ateo. En este punto no solamente se opone a Don Manuel, sino a todos los personajes de la novela. Lázaro es, prácticamente, un extranjero que viene de América. Simboliza las ideas seculares y progresistas del mundo. Por lo tanto, el pueblo le parece atrasado y rural. Considera que Don Manuel, como todos los curas, es una amenaza para su familia, para el pueblo, para España.
Ese antagonismo entre Lázaro y Don Manuel, sin embargo, se borra rápidamente en el momento en que Lázaro conoce al párroco y se da cuenta de que es un hombre diferente, un santo. A partir de entonces, Lázaro también funciona en la novela como una especie de investigador que pretende descubrir cuál es la verdad de Don Manuel. La ventaja de Lázaro es que no tiene esa unión sentimental con el párroco y, por otro lado, tiene una formación y un conocimiento del mundo de las ideas mucho mayor que Ángela. Esto le permitirá descubrir con mayor frialdad y eficacia lo que Don Manuel esconde.
El primer descubrimiento de Lázaro se dará sumamente rápido y será muy importante. Tras escuchar la misa de Don Manuel, Lázaro se da cuenta de que este no puede realmente creer en lo que decía en sus sermones, sino que es su oficio, su deber para con el pueblo como párroco, el que lo lleva a predicar de ese modo, aunque no crea en sus propias palabras. Es decir, por primera vez un personaje expone que hay falsedad en el comportamiento de Don Manuel. Y lo interesante es que, gracias a su visión más compleja del mundo, no condena esta falsedad, sino que la comprende. Lo contrario le sucederá a Ángela más adelante. En todo caso, el siguiente descubrimiento de Lázaro será fundamental para cambiar el curso de la novela. Y sucederá cuando la madre de ambos fallezca.