San Manuel Bueno, mártir

San Manuel Bueno, mártir Temas

Verdad vs. religión

Sin dudas, este es el tema más importante de la novela. En consonancia con su teoría de la “agonía del cristianismo”, Unamuno construirá una historia de la que se desprende la idea de que la pura verdad no siempre es necesariamente buena, mientras que la religión, utilizada para mejorar la vida diaria de las personas y no para su tormento, sí lo es.

Los hermanos Carballino son los aldeanos más educados de Valverde de Lucerna. Ángela creció leyendo los libros de su padre y fue al colegio de la ciudad. Lázaro vivió muchos años en América, donde adoptó la ideología progresista, los pensamientos modernos de las sociedades contemporáneas. Ambos hermanos, por lo tanto, al principio de la novela, creen que la verdad es un valor esencial.

Sin embargo, cuando descubren el secreto de Don Manuel y advierten cómo la religión, carente de verdad (ni siquiera el párroco cree en lo que profesa), alegra la vida diaria de las personas, cambian de parecer. Se unen a Don Manuel y lo ayudan a que la verdad no salga a la luz, y a que la religión siga llenando al pueblo de felicidad.

En la religión puede no haber verdad, pero hay fe y esperanza. Hay unión entre los aldeanos, hay solidaridad, hay un espíritu compartido. Y eso, según los protagonistas (y según Unamuno en el epílogo), es lo que los aldeanos necesitan, ya que no están preparados para entender la verdad, que es horrible e intolerable. Como dice Don Manuel: no está mal que la religión sea el opio de los pueblos.

En el momento más importante de la novela aparece con mayor claridad esta contraposición: cuando Lázaro, sin tener ninguna creencia católica, toma la comunión frente a todo el pueblo, genera la felicidad pura en Valverde de Lucerna.

Vida terrenal vs. vida después de la muerte

Este tema es complementario a la oposición entre verdad y religión. Desde el comienzo de la novela, Ángela nos narra el esfuerzo constante de Don Manuel por lograr que los aldeanos sean felices. Ese es el principal deseo del párroco. Ahora bien, ¿de qué depende la felicidad del pueblo?

En San Manuel Bueno, mártir, Unamuno intenta conciliar dos concepciones sobre la vida que, históricamente, estuvieron opuestas: por un lado, gozar de la vida terrenal implicaba no ser fiel a los mandatos religiosos y, por lo tanto, perder la fe en una vida después de la muerte; por otro lado, vivir de manera religiosa en pos de alcanzar el perdón divino y el paraíso implicaba no gozar de la vida terrenal.

La figura de Don Manuel concilia estos términos opuestos para que el pueblo sea feliz. Es un cura que no se preocupa por castigar los pecados (ni siquiera los peores, como el suicidio), sino por resolver los problemas cotidianos para que el pueblo pueda seguir adelante con alegría. La resolución de dichos problemas la lleva a cabo de dos modos diferentes y complementarios: realizando tareas cotidianas, terrenales, que ayudan en el día a día; y predicando la fe y la esperanza en la vida más allá de lo terrenal.

Como dice Lázaro, Don Manuel le enseñó que hay dos tipos de hombres peligrosos: aquellos que le quitan al pueblo la esperanza de una vida después de la vida terrenal, y aquellos que le exigen que solamente vivan para la vida después de la muerte. Don Manuel encuentra una síntesis, que le dice al oído a Lázaro antes de morir: el pueblo debe vivir en la eternidad que se halla en los pocos años de la vida terrenal. Allí radica la esencia de su felicidad.

El suicidio

La novela trata el tema del suicidio desde dos ópticas diferentes, aunque complementarias. Por un lado, aparece en relación con los valores religiosos. El suicidio es un grave pecado dentro del catolicismo. Este pecado se castiga, incluso, con la prohibición de enterrar el cuerpo del suicida de manera cristiana, con ceremonia religiosa y en un cementerio católico. Sin embargo, en la introducción se nos cuenta que Don Manuel decidió que el cuerpo de un suicida fuera enterrado en campo sagrado, a la manera cristiana. Según Don Manuel, el suicida debía haberse arrepentido en el momento previo a cometer su suicidio y eso alcanzaba para que fuera perdonado a los ojos de Dios.

Por otro lado, el suicidio aparece en relación con la vida cotidiana, terrenal. Don Manuel tiene desde siempre (según él, lo heredó de su padre) deseos de suicidarse en el lago. Sin embargo, si logró atravesar su dolorosa vida y morir de forma natural fue porque su vida entera se convirtió en un suicidio continuo en pos del bienestar del pueblo.

La novela tiene la particularidad de no tratar el tema del suicidio como una tragedia o como un hecho negativo. Desde el punto de vista religioso, el suicida merece el perdón de Dios porque debe haberse arrepentido. Desde el punto de vista terrenal, el deseo del suicidio puede utilizarse para una buena causa: para morir en vida, continuamente, por el bien de los demás.

El sacrificio

El tema del sacrificio es central en la novela. Ya en el título aparece la palabra “mártir” para definir a Don Manuel. Un mártir es alguien que vive, lucha y muere por una causa noble, una causa que tiene como finalidad ayudar a otras personas, sin importar el propio padecimiento. Es decir, se trata de un sacrificio absoluto por el prójimo.

Don Manuel se pasa toda su vida trabajando duro para sus aldeanos. Dedica su tiempo al bienestar de ellos. Sin embargo, su sacrificio va mucho más allá de estos menesteres cotidianos. Su sacrificio más duro lo hace, día a día, en la función de párroco. Si Don Manuel es un mártir es porque, para hacer feliz al pueblo, debe padecer la infelicidad de sus contradicciones internas. Vive sufriendo diariamente su ateísmo. Debe mentirles a los aldeanos (a quienes quiere muchísimo) y sufrir la culpa. Su dolor es tan grande que él mismo afirma que su vida es una especie de suicidio continuo que debe llevar a cabo por el bienestar del pueblo.

Este sacrificio, este martirio, termina inspirando a Lázaro y Ángela, quienes también deciden sacrificar sus propios ideales, el respeto a la verdad como un valor fundamental, y dedicar su vida a mantener viva la fe y la esperanza de los aldeanos.

Progresismo vs. iglesia

A través de la figura de Lázaro, Unamuno introduce las ideas progresistas en Valverde de Lucerna, un pueblito conservador ultra religioso donde la iglesia aún es la institución que detenta el poder. En este sentido, es interesante destacar que en ningún momento de la novela se nombraN representantes estatales: no hay intendente, ni gobernador, ni nada por el estilo.

Para que sea verosímil que alguien oriundo de ese pueblito tenga ideas progresistas, Unamuno construye un personaje que es hijo de un forastero que llegó tiempo atrás a Valverde con libros (lo que está planteado como algo llamativo), y que al crecer decidió ir a América (se deduce que los personajes llaman “América” a Estados Unidos). Allí, en la tierra de lo moderno, en la tierra del progreso es donde, precisamente, Lázaro incorporó sus ideas progresistas.

El choque entre progresismo e iglesia se ve, en primera instancia, cuando Lázaro decide enviar a su hermana al colegio de monjas de la ciudad. Esto lo hace muy a su pesar, ya que las monjas no le caen bien, pero los colegios del pueblito están demasiado atrasados. Luego, esta oposición se manifiesta cuando Lázaro regresa al pueblo. Su idea, entonces, es llevar a su madre y a su hermana a vivir a Madrid, a la civilización, lejos de ese pueblo dominado por la iglesia que, según él, hunde a toda España en el Medioevo y el feudalismo. Es un pueblo regido por la teocracia, arguye. Por supuesto, esta visión de Lázaro genera rechazo en Ángela y en su madre (incluso Ángela se burla de las exageraciones pesimistas de su hermano), y en todo el pueblo.

Pero entonces Lázaro conoce a Don Manuel y advierte que todo puede ser diferente, que ese cura no somete al pueblo con sus sermones, sino que lo hace feliz.

A partir de entonces, Unamuno concilia las ideas progresistas de Lázaro, que aspiran a la libertad y la felicidad del pueblo, con el poder de la iglesia, detentado por un cura que pretende lo mismo para su gente, en lugar de hundirlos en el castigo y el sometimiento a la infelicidad, lo que Lázaro considera en principio propio de la iglesia.

La amistad entre ambos personajes llega hasta tal punto que terminan fusionándose. No solo viven trabajando a la par, sino que cuando muere Don Manuel, Lázaro hereda su enfermedad. En esta fusión entre la iglesia y el progresismo, Unamuno encuentra el modo de que el pueblo pueda vivir feliz.

La felicidad

La felicidad del pueblo es el fin que justifica los medios. Es lo que justifica la mentira de Don Manuel, Lázaro y Ángela, el sacrificio de los dos primeros. Esa suerte de suicidio continuo al que ellos se someten es para que los aldeanos sean felices.

Ahora bien, ¿qué quiere decir que sean felices? En principio, la introducción hace mucho hincapié en el esfuerzo diario de Don Manuel para que todos tengan lo que necesitan materialmente. Sin embargo, a través de la novela vemos que, según Don Manuel (y también según Lázaro y Ángela), lo que termina determinando esa felicidad es la fe, la esperanza, la religiosidad. Eso está por encima de todas las necesidades materiales. Incluso, pareciera que esa ayuda material constante que Don Manuel le brinda al pueblo está motivada, en realidad, por su necesidad de no estar solo y evitar el ocio, más que por satisfacer las necesidades materiales de la gente. El ejemplo más claro de esto aparece cuando Don Manuel se opone radicalmente a crear un sindicato agrícola (propuesto por Lázaro), con el argumento de que la religión no debe ocuparse de las cuestiones económicas. Esta acción demuestra que el párroco, aun estando genuinamente preocupado por la felicidad del pueblo, no cree que estos necesiten estar mejor económicamente para ser felices. Solamente precisan lo básico como, por ejemplo, ropa que esté en buenas condiciones. El resto es fe.

La soledad

En San Manuel Bueno, mártir, la soledad es el peor de los males. Aparece como una fuerza que las personas del pueblo deben evitar para poder sobrevivir. Por supuesto, el ejemplo más claro de esto es el mismísimo Don Manuel, de quien, por su condición de párroco, se esperaría que tuviese un apego por la soledad, una necesidad de la misma para poder llevar a cabo sus actividades espirituales, para conectar con Dios. Sin embargo, como le confiesa a Ángela, Don Manuel no puede soportar la idea de vivir en la soledad de un monasterio. Ángela se dará cuenta luego de que Don Manuel no soportaba la soledad porque no soportaba sus propios pensamientos.

Además de afectar a Don Manuel, la soledad destroza a Lázaro una vez que Don Manuel ha muerto, y ronda a Ángela, que la evita, al igual que Don Manuel, viviendo para el pueblo. Por otro lado, la soledad nunca afecta al pueblo. En toda la novela, el pueblo aparece siempre como un conjunto colectivo de personas que realizan distintas tareas. Esas tareas son, sobre todo, religiosas. Podría decirse que, en definitiva, si el pueblo es feliz es gracias a que la religión lo mantiene unido y alejado de la fuerza destructora que es la soledad. He aquí otro valor positivo, entonces, que Unamuno destaca de la religión.

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