Resumen
Sin embargo, a pesar del buen recibimiento, pocos días después un mensajero le informa a Cortés que los españoles que quedaron custodiando las diferentes ciudades y los pueblos que recorrieron en su camino están siendo asesinados por Qualpopoca y sus guerreros, que dicen responder a órdenes de Moctezuma. Por este motivo, Cortés ordena el encarcelamiento del señor mexica. Posteriormente, Qualpopoca se reconoce como único responsable de las masacres, confesión que le vale la ejecución, y cuando Cortés le ofrece a Moctezuma la liberación, este la rechaza, puesto que prefiere permanecer encerrado y así evitar tener que dar explicaciones a su pueblo. Además, según lo que le explica Cortés a Carlos V, Moctezuma, aunque privado de su libertad, recibe las comodidades y atenciones de un emperador en todo momento, por lo que no su estado de prisionero no lo afecta.
Ya asentado en Tenochtitlan, Cortés inicia la exploración del territorio para encontrar un lugar propicio para la construcción de un puerto, y envía, además, muchos grupos de soldados españoles a buscar oro en las ciudades aledañas.
Mientras tanto, en la ciudad Texcoco (Cortés lo escribe "Tezcuco"), el sobrino de Moctezuma, Cacamatzin, inicia una rebelión que rápidamente es combatida por las tropas españolas. Como estrategia política, Cortés pone a Cucuzcacin a ocupar el puesto de señor de Texcoco. Luego de este incidente, Moctezuma habla a todo su pueblo para instarlo a respetar la autoridad de Cortés, y explica por qué este es justo heredero de todas las tierras.
Afianzado su dominio, Cortés comienza a recaudar oro de todos los pueblos, con el objetivo, según explica, de hacérselo llega a su majestad, Carlos V. Luego, dedica largas páginas de su carta a la descripción de Tenochtitlan. El ojo del conquistador está puesto en los mercados y el comercio, en la administración de la justicia, en las prácticas religiosas e, incluso, en la relación de los mexicas con la naturaleza. Respecto de la religión, Cortés menciona la presencia de muchas deidades, a las cuales honran con sacrificios humanos, que él prohíbe durante su estadía. Cortés admira la calidad de vida de los mexicas, a pesar de considerarlos un pueblo bárbaro e inferior a los españoles. Otros aspectos que llaman su atención son la exquisita orfebrería que realizan con minerales y piedras preciosas, su sistema de escritura y sus formas de entretenimiento, como las casas de placer o la casa donde alojan a las personas albinas o deformes. Cortés también siente cierta admiración por los lujos de los que goza Moctezuma. En Tenochtitlan tienen a disposición del emperador un gran estanque con agua salada y dulce, que reúne plantas, peces y aves de todas las especies de la zona. En ese estanque trabajan cientos de personas, que dedican su vida pura y exclusivamente al cuidado de esos animales y plantas. Además, el emperador cuenta con una gran servidumbre que está siempre a su servicio, y la asimetría entre los vasallos y el emperador es tal que no tienen permitido mirar a su majestad a la cara.
Luego de seis meses de permanencia en Tenochtitlan, Cortés se entera de que en la costa merodean dieciocho barcos, por lo que envía una serie de mensajeros a los diferentes pueblos que conquistó para alertar que no se trata de aliados. Pasados quince días, otros mensajeros arriban a Tenochtitlan para informar que los navíos ya desembarcaron en la costa de Vera Cruz, y que los mensajeros que Cortés envió están siendo retenidos por los visitantes. Ante esta situación, Cortés envía a un clérigo para que les transmita la inmediata orden de detener su marcha, puesto que están entrometiéndose en territorio del emperador Carlos V. A los cinco días, llega a Tenochtitlan un grupo de soldados de Cortés que había sido encomendado para proteger Vera Cruz. Estos soldados le informan que la persona que desembarcó en la costa es Pánfilo de Narváez, quien tiene la orden de prender a Cortés y devolverlo a Cuba para ser juzgado. Cortés envía entonces a otro mensajero, para preguntarle a Narváez la causa de su venida, y también para reafirmar su autoridad como servidor de Carlos V. Paralelamente, el capitán español recibe la noticia de que los habitantes de Cempoala se han aliado con Narváez. Ante esta noticia, decide emprender inmediatamente la marcha hacia la costa, con un ejército compuesto por soldados españoles y guerreros tlaxcaltecas, para enfrentar a su enemigo. Moctezuma le garantiza a Cortés que se ocupará de mantener el orden en la ciudad durante su ausencia, y le propicia dos guías para que lo lleven por los caminos más seguros. Aun así, Cortés deja a cargo de la ciudad a Pedro de Alvarado.
En el camino, Cortés se encuentra con uno de los clérigos que envió días atrás, quien trae una carta de Pánfilo de Narváez dirigida a él. En ella, Narváez lo insta a rendirse y le recomienda acatar sus órdenes, puesto que lo respalda el poderío de Diego Velázquez. Además, le informa sobre su trato con Moctezuma, con quien parece tener una alianza.
Antes de llegar a la ciudad donde permanece Narváez, Cortés es interceptado por una serie de mensajeros que nuevamente le advierten que se rinda y entregue las tierras, pero él responde que, en tanto no reciba orden de Carlos V, él se considera en su derecho de continuar con la conquista que está llevando a cabo. Cortés es consciente de que el ejército de Narváez lo supera en número y, por tal motivo, entra en Cempoala durante la noche, se introduce sigilosamente en el templo en el que este descansa y lo toma prisionero. Luego de tal hazaña, las tropas de Narváez se ponen al mando de Cortés.
Luego de vencer a su enemigo, Cortés envía un mensajero a Tenochtitlan para informarles a sus colegas respecto de su victoria. Sin embargo, cuando el mensajero vuelve, llega con una terrible noticia: en Tenochtitlan, los mexicas se rebelaron y los españoles permanecen sitiados dentro de la ciudad, en una situación de extrema urgencia. Cortés parte entonces hacia la capital mexica sin demoras. Durante el viaje llega un mensajero enviado por Moctezuma, mediante el cual el señor mexica le ruega que no se enfade con él, puesto que intentó detener la rebelión, pero no tuvo éxito.
Análisis
La llegada de los españoles a Tenochtitlan está marcada por el asombro y la maravilla. Cortés señala que la capital mexica es tan grande como las ciudades de Sevilla y Córdoba, en España, pero mucho más ordenada y limpia que estas últimas. Además, algo que llama mucho la atención de los españoles es la gran cantidad de comerciantes y mercancías que andan por toda la ciudad. Bernal Días del Castillo, el cronista que acompaña a Cortés, plasma su impresión de Tenochtitlan:
De allí vimos las tres calzadas que entran a México (...) y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenía hechas de trecho en trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra; y veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos y otras que volvían con cargas y mercaderías; y veíamos que cada casa de aquella gran ciudad, y de todas las más ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa en casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenían hechas de madera, o en canoas; y veíamos en aquellas ciudades cúes y adoratorios a manera de torres y fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas y en las calzadas otras torrecillas y adoratorios que eran como fortaleza.
Y después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había (...) y entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo y en Constantinopla, y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no habían visto (Días del Castillo, en León Portilla, 2007: 265).
A la llegada de los españoles, se calcula que en México-Tenochtitlan viven unas ciento veinte mil personas. La ciudad se extiende sobre una superficie más o menos cuadrada de aproximadamente tres kilómetros de lado. Al norte, se une al islote vecino de Tlatelolco. Una gran calzada conecta Tlatelolco a la tierra firme; al sur, otra calzada comunica Tenochtitlan con Iztapalapa. Por este camino es que los españoles entran a la ciudad. Hacia el oeste, una tercera calzada conecta con el pueblo aliado de Tlacopan. Por dicho camino escapan los españoles en la famosa huida de la “Noche Triste”, sobre la que hablaremos en la sección siguiente.
El lugar más importante de la ciudad es el recinto sagrado donde se levantan los setenta y ocho edificios que componen el Templo Mayor con sus adoratorios, sus escuelas y sus dependencias. Este recinto, ubicado en el centro de la ciudad, está dispuesto como un cuadrado de quinientos metros de lado, protegido por un gran muro de piedra. Frente al Templo Mayor se ubica el palacio de Axayácatl, lugar en el que se alojan los españoles cuando llegan en calidad de huéspedes. Allí es donde Cortés encierra a Moctezuma y lo mantiene prisionero hasta su muerte, que tiene lugar tras la matanza del Templo Mayor.
Cortés se interesa principalmente por la organización mercantil de la ciudad, y señala:
Tiene esta ciudad muchas plazas donde hay continuo mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo; donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan, así de mantenimientos como de vituallas, joyas de oro y plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles y de plumas (59).
La descripción de la organización de los mercados y centros de comercio de Tenochtitlan se extiende aún por tres largos párrafos más. Sin embargo, basta la cita anterior para observar el enorme interés que pone Cortés en la riqueza y variedad de los materiales que se comercian. Como es bien sabido, la colonización de América es impulsada por un profundo afán extractivista: los españoles se instalan en el Nuevo Continente con el objetivo principal de explotar sus minas de minerales preciosos —especialmente de oro— y de llevarse la riqueza a Europa. Por eso, una de las primeras cosas que el capitán español hace al instalarse en Tenochtitlan es informarse de todas las minas que se hallan en el territorio mexica y enviar a sus exploradores a que las investiguen. Luego, una vez que organiza nuevamente el gobierno de la capital y que nombra a un nuevo señor de Texcoco, Cortés comienza a exigir que se reúna el oro de la ciudad para entregarlo en tributo a Carlos V: "Hablé un día al dicho Mutezuma y le dije que vuestra alteza tenía necesidad de oro para ciertas obras que mandaba hacer y que le rogaba que enviase algunas personas de los suyos y que yo enviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrecido, a rogarles que de lo que ellos tenían sirviesen a vuestra majestad con alguna parte" (55).
En retribución, Cortés asegura que su emperador tendrá una mejor opinión de aquellos señores que más oro entreguen voluntariamente. Así, las piezas que llegan al capitán español son de exquisita orfebrería, de tanta perfección que Cortés solo atina a decir que nunca en el mundo se ha visto nada igual. Sin embargo, los españoles destruyen todas aquellas obras del ingenio y el arte azteca, funden el oro y producen lingotes fáciles de transportar, con el fin de sacarlos de la ciudad. Así, la codicia ciega de Cortés y los suyos significa una enorme pérdida para el patrimonio cultural del pueblo mexica. La destrucción de los tesoros de Tenochtitlan es, sin lugar a dudas, una de las mayores muestras de la brutalidad y la falta de sensibilidad que ostentaron los españoles durante todo el proceso de la Conquista.
Otro aspecto interesante a resaltar del choque de culturas es la profunda ironía con la que Cortés llama bárbaros a los mexicas, al mismo tiempo que destaca la exquisitez de sus productos culturales. Desde la ropa que tejen y tiñen hasta los objetos ornamentales, los códices guardados en las casas del saber y los trabajos con los minerales y la cerámica, la manufactura azteca sobrepasa enormemente, tal como lo indica Cortés, a la española. Tal es la maravilla que contemplan los españoles, que la experiencia pertenece al orden de lo inenarrable: “no podré yo decir de cien partes una, de las que de ellas se podrían decir (...) porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender” (57). Así se expresa otra dimensión de la alteridad: la incapacidad de comprender los gestos culturales del otro.
Sin embargo, Cortés aprende a utilizar esta falta de comprensión como un justificativo para esconder sus excesos ante Carlos V. La matanza del Templo Mayor, uno de los hitos más terribles y dolorosos de la Conquista, que sigue siendo recordado por los mexicanos con profundo dolor, se disfraza en el discurso de los españoles como un malentendido cultural, algo que, como veremos a continuación, no fue.
Hacia finales de diciembre de 1519, Cortés recibe aviso de la llegada a la costa de una armada comandada por Pánfilo de Narváez, quien tiene la orden de capturarlo y llevarlo a Cuba para ser juzgado por el gobernador Velázquez. Como es de esperarse, en la Segunda carta de relación, Cortés dedica muchas páginas a justificar su accionar ante Carlos V y a deslegitimar al gobernador de Cuba. Según informa, Pánfilo de Narváez hace un trato con Moctezuma para levantar a todos los pueblos mexicas contra los españoles instalados en Tenochtitlan y derrotarlos. Por eso, para Cortés es fundamental evitar que su enemigo se instale en el Golfo y consolide el apoyo azteca. El capitán español decide entonces dejar al mando de la capital mexica a Pedro de Alvarado, y se dirige él mismo a combatir con Narváez. El 21 de enero, Cortés llega a la costa de Vera Cruz, ataca por la noche a su enemigo y, al día siguiente, logra capturar su flota y reducirlo. Tras esta acción, el capitán español debe pasar un tiempo en Vera Cruz reorganizando el gobierno de la ciudad, y luego se dirige a Cempoala y a otras ciudades del Golfo con el fin de apaciguar los ánimos de los pueblos y afianzar su dominio sobre las poblaciones que Narváez ha puesto en su contra.
Cortés debe regresar a Tenochtitlan a toda prisa tras recibir un mensaje de parte de Alvarado, en el que le "hacía saber cómo los indios le habían combatido la fortaleza por todas partes de ella y puéstoles fuego por muchas partes y hecho ciertas minas y que se habían visto en mucho trabajo y peligro y todavía si los mataran si el dicho Mutezuma no mandara cesar la guerra; y que aún los tenían cercados, puesto que no los combatían, sin dejar salir ninguno de ellos dos pasos fuera de la fortaleza" (79).
Sin embargo, en ningún momento explica el autor la causa del alzamiento mexica. Al respecto, el comentador de la Segunda carta de relación, Mario Hernández Sánchez-Barba, explica, desde una perspectiva no menos españolista que la de Cortés, que el problema se desata porque a Alvarado le falta habilidad para
percatarse de las verdaderas intenciones indígenas cuando, con motivo de la celebración de la fiessta del Toxcatl, en la que un joven que era cuidadosamente preparado durante todo el año anterior y que se suponía era la encarnación de Tezcatlipoca, se sacrificaba. Para esta fiesta se preparaban muchas armas y movimientos de guerreros, lo cual, junto con la prohibición tajante dada por Cortés de realizar sacrificios humanos, movió a Alvarado a tomar precauciones, entre ellas, la toma de rehén de un príncipe de la corte de Moctezuma, al que los españoles llamaron el Infante. Esto hizo estallar la rebelión (81).
Las palabras de Cortés y las del comentador Sánchez-Barba están llenas de implícitos y esconden o deciden ignorar parte de los hechos registrados por muchos cronistas, tanto mexicas como españoles. Estas otras versiones, que coinciden en más detalles, y que en las últimas décadas han sido revisadas y probadas como más próximas a lo sucedido realmente, sostienen que Pedro Alvarado aprovecha que Cortés no está en la ciudad y ataca por sorpresa a los mexicas que celebran la fiesta del dios Tóxcatl en el Templo Mayor. Esta es la celebración religiosa más importante para los aztecas, por lo que la matanza ocurrida ese día cobra en la cosmovisión mexica una dimensión paradigmática: las crónicas indígenas que recogen el episodio presentan una fuerza de expresión comparable a los grandes poemas épicos de la antigüedad clásica, como la famosa Ilíada de Homero.
Bartolomé de las Casas, el cronista español citado en la sección anterior de este análisis, escribe sobre la matanza del Templo Mayor:
Y los más nobles y caballeros de sangre real, según sus grados, hacían sus bailes y sus fiestas más cercanas a las casas donde estaba preso su señor (...) [;] a estos fue el capitán de los españoles con una cuadrilla dellos, y envió otras cuadrillas a todas otras partes de la ciudad donde hacían las dichas fiestas, disimulados como que iban a verlas, y mandó que a cierta hora todos diesen en ellos. Fue él, y estando embebidos y seguros en sus bailes, dicen: ¡Santiago y a ellos!, y comienzan con las espadas desnudas a abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados, y a derramar aquella generosa sangre, que uno no dejaron a vida; lo mesmo hicieron los otros en las otras plazas. Fue una cosa esta que a todos aquellos reinos y gentes puso en pasmo y angustia y luto, e hinchó de amargura y dolor; y de aquí a que se acabe el mundo, o ellos del todo se acaben, no dejarán de lamentar y cantar en sus areitos y bailes, como en romances (que acá decimos), aquella calamidad y pérdida de la sucesión de toda su nobleza, de que se preciaban de tantos años atrás (de las Casas, 1995: 52).
Como puede observarse en esta cita (y comprobarse con muchos otros testimonios que, dada la extensión del análisis, nos es imposible referir), el enfrentamiento del Templo Mayor es una verdadera masacre. Los españoles se abalanzan sobre los mejores guerreros aztecas mientras estos danzan, desarmados, en el recinto ceremonial del Templo Mayor. Allí también asesinan al personificador de Huitzilopochtli, un guerrero-sacerdote vestido con las piezas ornamentales y sagradas que representan al Dios Sol. Como es sabido, los rituales religiosos tienen la función de instaurar la dimensión de lo sagrado sobre las prácticas mundanas de una población. En este sentido, la fiesta del Tóxcatl no se trata de una simple representación actoral, sino de la repetición paradigmática de los gestos realizados por los dioses al crear el mundo. Por eso, la masacre cometida por los españoles es doblemente violenta: no se trata solo del asesinato de los mejores guerreros, sino que, al violar el rito, están destruyendo al propio Huitzilopochtli. Para los mexicas, el evento del Templo Mayor es vivido como un anuncio del final del mundo conocido. Para Cortés, el exabrupto de Alvarado es un problema, puesto que lo obliga a regresar a Tenochtitlan a toda prisa y planear una fuga en la que, como veremos, todos los españoles están a punto de perder la vida.