Sonetos

Sonetos Resumen y Análisis Despedida del justo joven

Resumen

El yo lírico deja de poner en primer lugar la belleza del justo joven, y se impone su necesidad de transmitir su amor hacia él y sentir la retribución de dicho amor. Además, aparece el poeta rival, que ha logrado captar la atención del destinatario de los versos. Esta parte finaliza en el “Soneto LXXXVII”, cuando el yo lírico se despide del joven.

De esta sección analizaremos cinco sonetos representativos de esta parte de la obra: “Soneto XXVII”, “Soneto XLVI”, “Soneto LXXX”, “Soneto LXXXV” y “Soneto LXXXVII”.

Soneto XXVII

El yo lírico está exhausto y se va a reposar a su lecho. Sin embargo, no logra conciliar el descanso porque le es imposible dejar de pensar en el justo joven.

Soneto XLVI

El yo lírico narra la disputa que existe entre sus ojos y su corazón. Sus ojos afirman que deben ver al justo joven, mientras que su corazón afirma que eso no es necesario, ya que el joven vive dentro de él.

Soneto LXXX

El yo lírico narra las dificultades que siente para escribir sobre el justo joven sabiendo que hay otra persona (el poeta rival) que también está haciendo lo mismo. Le pide a su destinatario que valore su perseverancia y su amor, y que desdeñe la soberbia y la altivez del otro.

Soneto LXXXV

El yo lírico afirma que su Musa se mantiene callada mientras el poeta rival tiene a las suyas dictándole bellos versos para el justo joven. Luego, le exige a este que valore más su silencio y los pensamientos que él le dedica que los versos que el poeta rival escribe en su honor.

Soneto LXXXVII

El yo lírico se despide del justo joven aceptando que es indigno de él.

Análisis

Hasta el “Soneto XXII”, el yo lírico se muestra más enamorado de la belleza del justo joven que de él mismo. Su objetivo principal es que la belleza del justo joven se eternice, ya sea a través de un hijo o a través de sus versos. A partir de aquí, esto cambia radicalmente. El amor por el joven comienza a desestabilizar al yo lírico, que deja de ser un mero observador o admirador para convertirse en un amante que sufre.

En el “Soneto XXVII”, por ejemplo, tras afirmar que no puede dormirse porque no para de pensar en el justo joven, el yo lírico dice: “De día el cuerpo, por la noche el alma/ por mi culpa y la tuya no hallan calma” (p. 53). El amor platónico que hasta aquí dominaba en los sonetos y bastaba al yo lírico para sentirse dichoso, ahora ya no es suficiente. Este necesita ahora estar cerca del justo joven. No solo no puede dormir porque piensa en él, sino que esos pensamientos lo intranquilizan (es decir, no son gratos).

Este soneto, además, retoma un motivo frecuente de la poesía petrarquista. Hay una gran cantidad de poemas basados en la idea del amante que no duerme por estar separado de su amada. Probablemente, el más famoso de estos es “Astrophil y Stella”, de Philip Sidney, pionero del petrarquismo en Inglaterra.

Hemos mencionado que en los sonetos de Shakespeare existe una convivencia entre la estética renacentista y la barroca. Una de las características del renacentismo es la predominancia del pensamiento racional, mientras que en el barroco se desatan las pasiones. En este soneto, el yo lírico parece estar intentando no perder la razón, no quedar sometido a sus impulsos pasionales. Sin embargo, no está de un lado ni del otro: no puede mantener la razón, pero tampoco abraza la irracionalidad como un símbolo de su amor, sino que la padece e intenta dominarla.

El yo lírico de los primeros sonetos es un renacentista. Admira la belleza sin perder la razón. De aquí en adelante, ese dominio racional se irá perdiendo cada vez más: en la última parte de la obra, dedicada a la oscura dama, el yo lírico estará totalmente fuera de sí a causa de las pasiones. Esa convivencia entre el renacentismo y el barroco se convierte en una tensión.

En el “Soneto XLVI”, el yo lírico dice: “Ojos y corazón luchan a muerte/ por partir de tu estampa la conquista:/ mis ojos le obstarían hasta el verte/ mi corazón, derechos a esa vista” (p. 71). La disputa entre los ojos y el corazón es, en realidad, una entre los sentidos y la razón. El corazón aparece ligado a la razón y, por ende, a la estética renacentista. El corazón, como vemos en estos versos, no es tanto un símbolo de la pasión (sí lo será durante el Romanticismo, un siglo después) como del control, mientras que los ojos, que necesitan ver al justo joven, conducen al yo lírico hacia la pérdida de control, hacia lo irracional.

La lucha entre los ojos y el corazón también es un motivo recurrente en la poesía petrarquista. Al respecto, la referencia más importante (prácticamente contemporánea a la escritura de los sonetos shakesperianos) es la de los sonetos 19 y 20 de The Tears of Fancie, de Thomas Watson.

El “Soneto XLVI” está atravesado por la terminología legal, al igual que muchos otros dedicados al justo joven. Primero, se habla de un “pleito” entre ojos y corazón. Luego, el corazón “alega”, como si estuviera en un tribunal de justicia, mientras que "niegan las retinas defensoras", como si fueran la defensa del acusado. Finalmente, el yo lírico afirma: “Por decidir el pleito se ha llamado/ corte de pensamientos, inquilinos/ del corazón, que han determinado/ las partes en disputa y sus destinos” (p. 71).

Ahora bien, a esta altura de los Sonetos, el yo lírico pareciera no tener con el justo joven ni una relación platónica ni una carnal. En este mismo soneto, el yo lírico afirma: “la deuda de mis ojos es tu aspecto/ la de mi corazón, tu íntimo afecto” (p. 71). La palabra “deuda” evidencia la falta del yo lírico. Nuevamente, los ojos aparecen ligados a lo carnal y el corazón, a lo platónico.

Este alejamiento entre el yo lírico y el joven se acentúa a partir del “Soneto LXXIX” con la aparición del poeta rival, quien atrapa la atención del destinatario. El yo lírico, entonces, no solo comienza a sufrir más la falta de correspondencia amorosa, sino que además pierde confianza en sus versos, que, en algún momento, le hicieron sentir que tenía la capacidad de eternizar al amado.

El “Soneto LXXX” comienza con estos versos: “Cómo claudico cuando de ti escribo/ sabiendo que otro espíritu derrama/ sobre tu nombre el homenaje altivo/ y ata mi lengua hablando de tu fama”. El yo lírico expresa una constante contradicción en relación con el poeta rival: no lo considera superior a él, e incluso considera que es meramente un soberbio, pero, a la vez, el hecho de que este escriba sobre el justo joven bloquea su propia escritura, “ata su lengua”.

Este sentimiento de inferioridad o autodesprecio se mantiene como una constante de aquí hasta el final de los sonetos. Incluso, al despedirse del joven en el “Soneto LXXXVII”, el yo lírico afirma que es indigno de él: “Tú diste pues tu mérito ignorabas/ o es que al beneficiario equivocaste/ tu don que por error me regalabas/ con juicio más certero reclamaste” (p. 113). La idea del yo lírico es que si el justo joven le dio atención o le ofreció su compañía fue por error, o porque no tenía consciencia de su propio valor.

Algo interesante que se desprende de estos versos es la sugerencia de que el yo lírico y el justo joven, en algún momento, tvieron algún tipo de relación amorosa -y quizás carnal- correspondida. El yo lírico afirma que el justo joven le “regalaba su don”. Ahora bien, no hay ningún soneto en el que aquel exprese su felicidad o dicha por estar o haber estado con el amado, aunque sí hay constantes lamentos por no estar junto a él, y aquí parece lamentar que esa unión no exista más. La construcción del amor platónico como el amor dominante en la relación del yo lírico con el justo joven impide que aparezca expresada la unión carnal. Incluso, puede pensarse que el tabú de la homosexualidad tiene importancia en este silenciamiento.

Retomando los sonetos en los que es mencionado el poeta rival, debe destacarse la constante esperanza del yo lírico de que el justo joven valore su humildad y su presencia perseverante, en contraposición con la soberbia y la grandilocuencia del poeta rival. Así lo expresa en el “Soneto LXXX”: “Mas siento tu valor, como el mar, vasto/ soporta la ruin vela y la arrogante/ mi bajel, inferior al suyo, y basto/ por tu espacioso mar marcha constante” (p. 105). Otro ejemplo, similar, aparece en el “Soneto LXXXV”: “Respeta de otras voces el aliento/ pero más a mi mudo pensamiento” (p. 111).

El “Soneto LXXXV” tiene la particularidad de que, para referirse al poeta rival, el yo lírico utiliza la segunda persona del plural. Habla de los otros poetas aunque se deduce que está haciendo una referencia indirecta a su rival porque de él viene hablando desde hace varios sonetos. Este soneto tiene cierta carga irónica. Por un lado, comienza con un elogio desdeñoso a los versos que los otros poetas le dedican al amado: “Calla mi musa cauta, amordazada/ mientras bellos comentos lisonjeros/ se empeñan en usar pluma dorada/ que gozan de otras Musas los esmeros” (p. 111). El yo lírico denomina “bellos comentos lisonjeros” a los versos de los otros poetas, como si estos fueran superficiales, carentes de profundidad. Esa superficialidad también se ve claramente en que estos usan “pluma dorada” y gozan de la ayuda de las Musas. El yo lírico se contrapone a esa superficialidad, a la que irónicamente elogia. Él pretende (como lo dice ya en el “Soneto XXI”) escribir de manera fiel, sin pomposidad, sin superficialidad: “Mientras ellos escriben yo medito/ igual que un sacristán, “Amén” contesto/ al himno que ese espíritu inaudito/ escribe con buril pulido y presto” (p. 111). Ahora bien, también es irónico (y paradójico) que el yo lírico afirme que él no escribe sino que piensa, pero que esa afirmación esté, justamente, escrita en un soneto.

La aparición de las musas vuelve a poner en evidencia la fuerte conexión de Shakespeare con la antigüedad clásica, característica del Renacimiento. En la antigüedad, las musas eran nueve diosas, cada una de las cuales supervisaba una de las ramas de la poesía. Si la musa del orador o el poeta estaba "trabada", significaba que este no estaba inspirado para hablar o escribir de una manera ingeniosa.

En relación con la identidad del poeta rival, la crítica considera que lo más probable es que Shakespeare haya construido esa figura basándose en Christopher Marlowe. Marlowe es el predecesor inmediato de Shakespeare y es considerado, junto a aquel, el dramaturgo más destacado de la era isabelina. Incluso, los estudiosos han desarrollado la “Teoría Marlowe”, que afirma que este autor no falleció en 1593 en un duelo de espadas, sino que eso fue un montaje para que el autor pudiera escapar de la justicia, que lo estaba persiguiendo, y que, en realidad, siguió escribiendo, y que muchas de las obras de Shakespeare en realidad fueron escritas por Marlowe desde la clandestinidad. También se describe con frecuencia a Marlowe como homosexual, lo que encaja convenientemente con la atracción del poeta rival por el justo joven.

El “Soneto LXXXVII” es el primero después de la secuencia del poeta rival. Inaugura una nueva sección que tiene en su centro la "ruptura" del yo lírico con el amado. Los primeros versos del soneto evidencian esta ruptura: “Adiós: tu precio excede mi tenencia/ sabes tu estima suficientemente/ gozas del privilegio de solvencia/ los lazos se han soltado finalmente” (p. 113). Aquí también vemos con claridad el autodesprecio y el sentimiento de insuficiencia que predomina en el yo lírico, quien justifica el rechazo del justo joven asumiéndose indigno.

El yo lírico encuentra dos posibles explicaciones para comprender cómo, siendo indigno, obtuvo la atención del joven antes de que apareciera su rival y le quitara su lugar. Una de esas explicaciones consiste en que el justo joven no había advertido aún que era demasiado hermoso para el yo lírico; la otra explicación, que, en realidad, no había advertido que el yo lírico carecía de la belleza y el talento que el otro suponía que tenía. En cualquier caso, el amor entre el yo lírico y el justo joven no tenía asidero en la realidad, sino que se semejaba a un sueño: “Igual que un rey, soñando fui tu dueño/ mas no fue tal al despertar del sueño” (“Soneto LXXVII”, p. 113).

El “Soneto LXXVII”, además, contiene algunos ejemplos muy claros del uso frecuente que hace Shakespeare de ciertas palabras relacionadas con el mundo financiero, como “precio”, “solvencia”, “riqueza”, “beneficiario”. Cierta parte de la crítica especula con la posibilidad de que el justo joven sea W.H., a quien le son dedicados los Sonetos, porque este, a su vez, era un benefactor de Shakespeare que, finalmente, lo abandona para convertirse en benefactor del poeta rival, y de allí este uso de los términos financieros. Si bien esta especulación no tiene un sustento histórico que permita considerarla algo más que una mera especulación, se ha convertido en parte del misterio que rodea la obra, al igual que las identidades de los otros personajes, y la de W.H.