Resumen
A partir del “Soneto CXXVII” comienza lo que se considera la segunda parte de los Sonetos. Esta es mucho más breve que la primera, y su característica fundamental es que el amor del yo lírico ya no se dirige más al justo joven, sino a la dama oscura. El final de esta parte llega junto al final de la obra.
En esta sección analizaremos cinco sonetos representativos de esta sección: “Soneto CXXIX”, “Soneto CXXX”, “Soneto CXXXII”, “Soneto CXXXVII” y “Soneto CXLVI”.
Soneto CXXIX
El yo lírico divaga acerca del sufrimiento irresistible que genera la lujuria en las personas. Este es uno de los pocos poemas de esta parte en los que el yo lírico no interpela en segunda persona del singular a la dama oscura, sino que reflexiona de manera general sobre el modo de actuar de las personas en relación al goce sexual.
Soneto CXXX
El yo lírico afirma que la belleza de su amada no es comparable con los elementos de la naturaleza. La conclusión final es que aunque su amada es sumamente terrenal, es única.
Soneto CXXXII
El yo lírico afirma que ama los ojos oscuros de la dama. Compara esa oscuridad con el luto, y termina diciendo que nada le sienta mejor a su amada que lo negro.
Soneto CXXXVII
El yo lírico culpa a la dama oscura de haberle quitado noción de lo que es la belleza. La increpa preguntándole qué hizo con sus ojos, que ya no pueden ver. Saben qué es la belleza, pero no pueden diferenciar el bien del mal, al punto que le hacen creer que ella le pertenece, cuando en realidad es una mujer lujuriosa que tiene relaciones carnales con todos los hombres.
Soneto CXLVI
El yo lírico siente lástima por la dama oscura, por el vacío de su interior, que intenta suplir a través del goce sexual. Afirma que se está nutriendo de muerte, pero que si adquiere lo divino alimentando su interioridad, podrá matar a la muerte.
Análisis
Los sonetos dedicados a la dama oscura en esta última parte de la obra se encuentran en el polo opuesto de aquellos dedicados al justo joven del principio de la colección. El amor platónico ha sido radicalmente reemplazado por el deseo carnal. Sin embargo, hay un punto importante en el que ambos extremos coinciden: la frustración del yo lírico. Así como su amor platónico con el justo joven fracasa, el amor y el deseo carnal por la dama oscura no lo conducen hacia la dicha o la celebración del goce, sino hacia el dolor y la irracionalidad.
Shakespeare aborda aquí diferentes aspectos negativos de la experiencia erótica. El deseo carnal se combina con el escepticismo intelectual del yo lírico, que, cual si fuera un largo viaje, viene perdiendo la fe desde hace 126 sonetos, y agotado se entrega a la dama oscura. La crítica coincide en afirmar que Shakespeare es el primer escritor que aborda la experiencia sexual desde su costado negativo.
Incluso, el “Soneto CXXIX” (uno de los pocos de esta segunda parte en los que el yo lírico no se dirige directamente a la dama oscura) es prácticamente un manifiesto en contra del goce sexual: “Gozada se la odia, y ya de nuevo/ contra razón buscada, y obtenida/ contra razón odiada, como un cebo/ que a la víctima le quita seso y vida” (p. 155). En estos versos, hace referencia a la energía sexual que se “derrocha” en el momento del orgasmo. Como vemos, las personas son consideradas víctimas del deseo. El goce es planteado como algo efímero, insustancial, que, en definitiva, quita vida. La obsesión del yo lírico por conjurar el paso del tiempo también está aquí presente en esta advertencia en contra de derrochar energía vital en el placer sexual.
Desde el punto de vista formal, es interesante destacar que este soneto está atravesado por el uso de antónimos: “Dicha en la prueba, luego no hay reposo/ antes una ilusión, después un sueño/ Todo el mundo lo sabe y nadie aprende/ a obviar un cielo que al infierno tiende” (p. 155). "Antes" vs. "después", "cielo" vs. "infierno", “todo el mundo” vs. “nadie”. El uso de términos opuestos le sirve al yo lírico para ser contundente en su crítica sin grises al goce sexual. Su mensaje, incluso, se puede resumir utilizando también una antonimia: las personas están bien antes del acto sexual, y mal después del mismo.
Si bien en este soneto el yo lírico no se dirige a la dama oscura ni utiliza la primera persona del singular, es evidente que está haciendo alusión indirecta a su propio sufrimiento. Se está reprendiendo a sí mismo y a la lujuria de su amada. En el “Soneto CXLVI”, retoma esta idea, pero ahora sí interpela directamente a la dama oscura: “¿Por qué derrochas tanto si es pequeño tu ingreso/ ornando una mansión que pronto se derrumba?/ ¿Han de ser los gusanos los dueños de ese exceso?/ ¿Devorarán tu haber? ¿Esa será tu tumba?” (p. 171). Nuevamente, el yo lírico utiliza el verbo “derrochar” en relación a consumar el acto sexual y llegar al orgasmo (el “Soneto CXXIX comienza: “Derroche de energía en la vergüenza”, p. 155). La elección de este verbo es fundamental, ya que se conecta con la pérdida de la energía vital. Aquí, el yo lírico le pregunta retóricamente si serán los gusanos quienes se adueñarán de ese exceso, dando a entender que, al derrochar tanta energía en el goce sexual, la dama está, de algún modo, quitándose la vida.
Para lograr su salvación, le propone que cultive su interioridad, que se conecte con lo divino. Como en toda la obra, los sentidos, representados por los ojos, se contraponen a lo ideal, cultivado en el corazón y la mente: “Adquiere lo divino vendiendo tu desecho/ lo de adentro alimenta, lo de afuera es de sobra” (p. 171). La dama oscura debe desprenderse de lo exterior, vender sus “desechos”, dejar de poner su goce en “la mansión que pronto se derrumba”, que es una metáfora de su cuerpo y de lo que le sucederá con el paso del tiempo. Es decir, debe abandonar lo efímero e ir hacia lo eterno.
En el “Soneto CXXXVII”, el yo lírico ni siquiera pretende “salvar” a su amada, sino que la repudia por haber arruinado su espíritu y haberle hecho perder su capacidad de discernimiento. Ese repudio hacia la dama oscura, que vuelve a aparecer en diferentes sonetos, es sumamente particular dentro de la tradición poética petrarquista, en la que la amada es tratada con devoción y respeto. Si bien Sir Thomas Wyatt ya había mostrado algo de repudio por la amada en algunos de sus sonetos, Shakespeare aquí va más allá, componiendo un soneto en el que el yo lírico directamente la insulta: la llama “plaga”, la acusa de ser “lo peor”, de tener sexo con todos los hombres:
¿Qué hiciste de mis ojos, que ver bien les impide
aunque miren con tino, torpe y cegado Amor?
Saben lo que es la belleza, saben dónde reside
sin embargo confunden lo mejor con lo peor
¿Por qué mi corazón tendrá como privado
un lugar que él conoce que al mundo pertenece?
(p. 163)
La idea de los ojos y el corazón distorsionando la percepción del poeta ya había aparecido en el “Soneto XLVI”, en el que estos se enfrentan en un juicio. En tal soneto, sin embargo, los ojos y el corazón llegan a un acuerdo, a un dictamen racional, dividiéndose responsabilidades: “la deuda de mis ojos es tu aspecto/ la de mi corazón, tu íntimo afecto” (p. 71). Aquí, por el contrario, los ojos arrasan con toda posibilidad racional. Si el corazón cree que la dama oscura le pertenece es porque los sentidos han embotado la razón del yo lírico.
Ahora bien, además de estos sonetos que condenan el goce sexual, que repudian tanto a la dama oscura como a la lujuria inevitable del yo lírico, en esta segunda parte hay otro tipo de sonetos, en los que el yo lírico deja de lado la crítica y acepta su amor por la dama oscura, a sabiendas de que este está atravesado por el pecado. En el “Soneto CXXXII”, el yo lírico afirma:
Y en verdad que ni el sol de la mañana
mejor sienta al carrillo gris del este
ni la estrella que surge en cielo grana
ni la mitad de gloria da al oeste
como esos lutos sientan a tu cara (…)/
Juraré que lo negro bien parece
y que no es bella quien de tal carece.
(p. 157)
El yo lírico comienza elogiando la belleza de los ojos negros de la dama oscura y termina afirmando que “lo negro” es una característica esencial de la belleza. Aquí, lo “negro” no solo funciona de manera literal (la dama oscura es morena y sus ojos son negros), sino también de manera simbólica: lo negro representa el pecado, la lujuria, lo carnal.
Un punto que es interesante destacar es que el yo lírico, tal como lo hace en la primera parte con el justo joven (sobre todo en el “Soneto XVIII”, cuando lo compara con el verano), vuelve a afirmar que la belleza de la persona que ama es superior a la de la naturaleza. En el “Soneto CXXX”, afirma: “No son soles los ojos de mi amada/ junto al coral su boca es bien modesta/ la albura de sus pechos no es nevada/ negros cordones crecen en su testa” (p. 155). En este caso, pareciera que el yo lírico está dando a entender que la belleza de su amada es inferior a la de la naturaleza. Sin embargo, en el pareado final, concluye: “Y sin embargo es tan sobresaliente/ que la comparación con ella miente” (p. 155).
Recordemos que en la primera parte, más precisamente en el “Soneto XXI”, el yo lírico se mofa de los “otros poetas” por referirse a la belleza de las personas comparándolas con “pimpollos”, “aguamarinas” u otras “extrañas cosas” que hay en la tierra. Aquí, nuevamente, deja en claro que la comparación de la belleza de las personas con la de la naturaleza es un error, una mentira poética.
El “Soneto CXXX”, así como el “Soneto XXI”, es otro de los que pueden considerarse una parodia de Shakespeare al petrarquismo y su típico modo de abordar el amor. El mismo Petrarca, por ejemplo, dedicó muchos de sus sonetos más importantes a una mujer ideal llamada Laura. En estos textos, el poeta italiano solía comparar la belleza de su amada con la de la naturaleza, y enaltecer a Laura como si fuera una diosa. En marcado contraste, Shakespeare no intenta deificar a la dama oscura. De hecho, hace todo lo contrario cuando afirma: "No he visto caminar ninguna diosa/ mi amada al caminar pisa la tierra" (p. 155).
De todos modos, es interesante destacar que el propio Shakespeare, en la primera parte de sus Sonetos, también deificaba la belleza del justo joven y hacía uso de este tipo de comparaciones exageradas y relacionadas con la naturaleza que ahora satiriza. Por ejemplo, en el “Soneto IC”, el yo lírico compara la belleza de las flores con la del justo joven, y termina afirmando que, si estas son así de bellas, es porque le robaron su “color o esencia” a su amado. Una explicación interesante a esta supuesta contradicción se puede hallar en el recorrido que hace el yo lírico a través de los sonetos, en la transformación que sufre aquel poeta de la primera parte que ama platónicamente al justo joven, que luego sufre su desamor, y finalmente divaga hasta encontrar a la dama oscura y comenzar a vivir un amor carnal que no admite idealizaciones ni grandilocuencias, sino goce y sufrimiento terrenal.