Resumen
Los primeros 17 sonetos de la obra son denominados “sonetos de la procreación”. En estos, el yo lírico le suplica al justo joven que tenga un hijo para que su belleza pueda sobrevivir a su muerte y ser conocida por las siguientes generaciones. En el “Soneto XVIII”, el yo lírico abandona este tema y, a partir de entonces, busca eternizar la belleza del hermoso señor en sus versos.
En esta sección analizaremos cinco sonetos representativos de esta primera parte de la obra: “Soneto I”, “Soneto III”, “Soneto V”, “Soneto XVI” y “Soneto XVII”.
Soneto I
El yo lírico afirma, utilizando la primera persona del plural, que todos pretendemos que la belleza se propague y se eternice. A continuación, le reprocha al justo joven ser enemigo de esta idea, ya que, al no tener hijos, este ha decidido que su belleza habrá de morir junto a él.
Soneto III
El yo lírico exhorta al justo joven a que le diga al rostro que ve en el espejo que es hora de tener un hijo. Luego se pregunta si acaso existe alguna mujer que pueda desdeñar su amor y se niegue a darle descendencia. Finalmente le dice que, si tiene un hijo, podrá, con solo mirarlo, recordar su propia juventud, mientras que, si no lo hace, morirá solo, y no quedara ningún recuerdo de su figura.
Soneto V
A través de diferentes imágenes, el yo lírico reflexiona acerca de los estragos que hace el paso del tiempo en la belleza.
Soneto XVI
El yo lírico le pregunta al justo joven por qué no lucha contra el paso del tiempo. Afirma que su pluma nunca podrá darle la vida eterna que sí podría darle el acto de tener un hijo.
Soneto XVII
El yo lírico afirma que, si su pluma pudiera describir con precisión la belleza del justo joven, nadie creería que esta es cierta. En cambio, si este tuviera un hijo, su belleza perviviría.
Análisis
Para comenzar este primer análisis, es fundamental situar históricamente los Sonetos de Shakespeare. Estos fueron escritos entre el final del siglo XVI y el comienzo del siglo XVII, momento en el que la estética renacentista aún estaba vigente, pero en plena convivencia con el barroco, entonces en auge. Es complejo, por no decir imposible, encasillar la genialidad de Shakespeare en una u otra estética. Incluso, sus sonetos han sido publicados tanto en antologías de poesía renacentista como barroca. Esto se debe a que, en realidad, en sus sonetos conviven ambas estéticas.
Por ejemplo, entre las características del Renacimiento que aparecen en esta obra de Shakespeare pueden enumerarse:
· La revaloración de la antigüedad clásica.
· La importancia del pensamiento racional.
· La constante referencia a elementos de la naturaleza para la representación artística.
Ahora bien, por otro lado, hay elementos preponderantes del barroco que atraviesan los sonetos del autor. Por ejemplo:
· La exacerbación de las emociones.
· La crudeza y el pesimismo.
· La presencia constante de la muerte, lo efímero, y los estragos generados por el paso del tiempo.
· Las referencias a la obra dentro de la obra.
Otro punto fundamental en relación al entorno histórico y cultural en el que se sitúa la escritura de los Sonetos de Shakespeare es el del dominio del petrarquismo en el mundo de la poesía. El petrarquismo es una corriente estética que imita el modo del poeta italiano Francesco Petrarca. Sus características predominantes son, justamente, la utilización del soneto, así como la importancia de lo abstracto y lo espiritual por sobre lo carnal, que responde a las teorías platónicas del amor como un ideal inalcanzable. Precisamente el amor es el tema preponderante en la poesía petrarquista.
Una de las grandes virtudes que se destacan de los Sonetos de Shakespeare es la transformación que realiza en el mundo de la poesía y la corriente petrarquista. Shakespeare respeta la forma imperante dentro del petrarquismo, es decir, utiliza el soneto, pero le realiza modificaciones adaptándolo al idioma ingles (ver "El soneto shakesperiano" en esta misma guía). De hecho, el soneto inglés se llama "soneto shakesperiano".
Shakespeare, además, siguiendo la corriente petrarquista, toma el amor como el tema fundamental de sus sonetos, pero varía en ciertos aspectos. En esta primera parte, por ejemplo, vemos cómo, en lugar de dedicar sus versos a la amada tradicional, se los dedica a un joven, al que, además, ni siquiera le exige que le confiera su amor, sino que tenga un hijo con alguna mujer (luego, con el transcurso de los sonetos, sí sufre por no poder estar junto a él y reclama su amor).
Los sonetos de Shakespeare son más sexuales y prosaicos que los de otros poetas contemporáneos. Algunos críticos han sugerido que, en algún punto, sus sonetos no solo modifican los sonetos petrarquistas, sino que incluso los parodian.
Una vez realizado este marco, podemos entrar al análisis puntual de esta primera parte, denominada “sonetos de la procreación”. Casi todos estos sonetos están dirigidos directamente al justo joven a través de la segunda persona del singular, como vemos, por ejemplo, en el “Soneto I”: “Tú que eres ahora fresco adorno en la tierra” (p. 27). Hay otros sonetos en los que el yo lírico no utiliza la segunda persona del singular, pero, claramente, hacen alusión al justo joven o al efecto que él genera en el estado emocional del yo lírico. Por ejemplo, en el “Soneto V”, el yo lírico reflexiona acerca de los estragos que hace el paso del tiempo en la belleza, y aunque no nombra al justo joven ni le habla a través de la segunda persona del singular, es evidente que le está advirtiendo lo que sucederá con la belleza de su cuerpo.
La característica principal de los “sonetos de la procreación” es, precisamente, que el yo lírico exhorta al justo joven a que tenga un hijo. ¿Con qué fin? Lograr que su belleza perdure cuando él muera. El yo lírico da por hecho que si el justo joven tiene un hijo, este tendrá una belleza idéntica a la de él: “Gozan tus horas sumos esplendores/ y múltiples jardines sin cultivo/ tendrían con virtuoso afán tus flores/ que ofrecerán de ti el retrato vivo” (“Soneto XVI”, p. 41). En este caso, el yo lírico realiza una alegoría en la que los múltiples jardines sin cultivo hacen referencia metafóricamente a las múltiples mujeres que querrían estar con el justo joven; las flores, por su parte, representan metafóricamente a los hijos que el joven podría tener con ellas y que serían idénticos a él. El sentido de la alegoría se completa con el paralelismo metafórico entre cultivar un jardín del que nazcan flores y dejar embarazada a una mujer de la que nazca, por supuesto, un hijo.
Algo muy particular de estos primeros sonetos de la obra es que el yo lírico no parece enamorado del justo joven, sino de su belleza. Como hemos dicho, no le reclama su amor, sino que eternice sus rasgos, como si el justo joven fuera un objeto al que toda la humanidad debería tener derecho de admirar, tanto las generaciones contemporáneas a él como las que vendrán luego. Así se lo dice en el “Soneto III”: “Dile al rostro que ves en el espejo/ que es tiempo de formar otras figuras/ porque si no renuevas tu reflejo/ al mundo engañas, de una madre abjuras” (p. 29).
Ahora bien, el yo lírico está tan fascinado con la belleza del justo joven como este lo está consigo mismo. Hemos mencionado que una característica del arte renacentista es la revaloración de la antigüedad clásica. Toda la obra de Shakespeare está llena de referencias a distintos mitos griegos y romanos, entre otros. Es pertinente, por tanto, relacionar los versos recientemente citados del “Soneto III” con el mito griego de Narciso, quien muere ahogado tras verse reflejado en el agua y no poder dejar de admirar su propia belleza, hasta terminar arrojándose sobre su reflejo.
El yo lírico, además, acusa constantemente al justo joven de ser egoísta. Según él, aquel no tiene hijos porque no quiere compartir su belleza. Quiere que esta muera junto a él. Es decir, la exhortación a la procreación es también un reproche, una acusación: “Apiádate del mundo, o con tu gula aleve/ tragarás con tu tumba lo que al mundo se debe” (“Soneto I”, p. 27).
Una cuestión que no puede pasarse por alto, y que atañe tanto a estos “sonetos de la procreación” como a todos los sonetos dedicados al justo joven, es el de la homosexualidad. Gran parte de la crítica considera que el amor del yo lírico por el joven es meramente platónico, a causa de que la homosexualidad era un tema tabú en la época de Shakespeare (incluso se especula que su falta de voluntad para publicar los sonetos puede estar relacionada con esto). Comparan la naturaleza platónica de dicho amor con la lujuria carnal que el yo lírico sí se atreve a desplegar en los sonetos que tienen como objeto del deseo a una mujer, la oscura dama. Otra parte de la crítica afirma que no hay argumentos sólidos para sostener tal afirmación, y que la decisión del autor de construir un amor platónico con el justo joven no tiene por qué deberse al tabú de la homosexualidad. Incluso, cierta parte de la crítica niega la existencia de matices homoeróticos en los sonetos, con el argumento de que la cultura de la época permitía un lenguaje íntimo entre amigos que en la modernidad parece erótico, pero que entonces no tenía esa connotación.
Un tema que atraviesa toda la obra, y ya se prefigura en los “sonetos de la procreación”, es el del paso del tiempo y los estragos que este causa. Este es un tema, como hemos dicho, recurrente durante el periodo barroco. En estos sonetos, específicamente, está relacionado con el hecho (lamentable, para el yo lírico) de que la belleza del justo joven se desvanecerá y eventualmente morirá. En el “Soneto III”, el yo lírico le advierte al joven acerca de lo que le sucederá con el paso del tiempo a través de estos versos: “¿O quién tan necio cavará la fosa/ de su amor propio y pare así la especie?” (p. 29). En este caso, el yo lírico apela a la vanidad y al amor narcisista del joven para intentar convencerlo de que tenga un hijo. Su argumento consiste en que es una necedad matar aquello que se ama (en este caso, morir sin descendencia y matar la propia belleza).
El “Soneto V”, uno de los pocos en donde no se evoca directamente al justo joven, también aborda este tema desde diferentes imágenes, como por ejemplo: “Pues al verano el tiempo infatigable/ lleva hasta el torvo invierno, y lo confunde/ cuaja la savia, la hoja saludable/ la nieve oprime, y la flaqueza cunde” (p. 31). En este caso, el paso del tiempo y la llegada de la vejez son expresadas a través de una alegoría. El verano representa metafóricamente la juventud, mientras que el invierno representa la llegada de la vejez. Las hojas que pierden su savia representan la pérdida de la salud de las personas, y la flaqueza de los árboles también alude a la pérdida de vigor, mientras que la nieve hace referencia a las canas que aparecen en el cabello.
Como hemos dicho, las referencias a la naturaleza son una marca característica del Renacimiento que se ve reflejada en los Sonetos de Shakespeare. Esto ya lo hemos visto tanto en la cita reciente del “Soneto V” como en la previamente analizada del “Soneto XVI”. A estos dos ejemplos se pueden sumar los primeros versos de la obra, que también están ligados al mundo natural: “De las bellas criaturas queremos incremento/ a fin de que la rosa de la beldad no muera/ sino que si madura y sufre agostamiento/ un heredero tierno su memoria refiera” (“Soneto I”, p. 27).
En los últimos sonetos que pueden enmarcarse dentro de los “sonetos de la procreación” ya comienzan a aparecer las referencias a la obra dentro de la obra (un recurso característico del barroco) y referencias relacionadas con el arte. Es importante volver a destacar que, tras el “Soneto XVII”, el yo lírico abandona su exhortación para que el justo joven tenga un hijo y comienza a intentar capturar su belleza a través de sus versos.
En el “Soneto XVI”, el yo lírico afirma: “Líneas de vida repondría la vida/ cuyo interno valor, o gala externa/ ni el pincel ni la pluma a ti rendida/ podrían galardonar con vida eterna” (p. 41). Es decir, según el yo lírico, la vida del justo joven solo podría seguir, precisamente, viva si este tuviera un hijo. Pese a que luego dedicará muchos sonetos a intentar inmortalizar su belleza con sus versos, ya desde esta primera referencia el yo lírico acepta que es imposible que el arte pueda en verdad representarla e inmortalizarla.
Por su parte, en el “Soneto XVII” aparece la primera referencia a la obra dentro de la obra. Por primera vez, el yo lírico habla acerca de sus versos, prefigurando el final de esta primera parte. Pregunta: “¿Quién mi verso creerá en la edad futura/ si de tus altos méritos lo llenas?” (p. 43). Este soneto reflexiona acerca de la imposibilidad de transmitir la belleza a través de su pluma, pero se enmarca dentro de los “sonetos de la procreación” porque finaliza con estos versos: “Pero si un hijo tuyo ve ese día/ en él pervivirás, y en mi poesía” (p. 43). Estos son los últimos versos dedicados a exhortar la procreación del justo joven.