"... todas las campanas en plañidos prolongados, extendiéndose por el cielo como humo" (Narrador, Acto Preparatorio, 20) (Símil)
En la extensa descripción del pueblo que leemos en el "Acto Preparatorio", encontramos esta comparación que destaca la presencia de las campanas de la iglesia en el pueblo. Como se verá con mayor detenimiento más adelante, las campanadas inundan toda la atmósfera del lugar, extendiéndose como el humo, marcando tanto el lugar como a sus habitantes a través del sonido.
"La carta, en el seno, era como una brasa" (Narrador, Aquella noche, 37) (Símil)
Cuando Merceditas Toledo recibe la carta de Julián, al comienzo de la novela, se mortifica porque teme que alguien la encuentre y que piensen que ella está cometiendo un pecado. Entonces la esconde debajo de su vestido y siente que la quema, como si fuera una brasa. El símil expresa una idea de calor sofocante que junta los dos sentimientos contradictorios de la chica en este momento: la quema el miedo de ser descubierta y también el deseo que comienza a sentir en relación con Julián. Esta idea de calor se prolonga y la chica pasa la noche como afiebrada.
"Los pasos, las voces, las miradas —como aves en libertad reciente, como escolares cuando el maestro se ausenta, como internos en asueto—, tejen redes, taladran muros, persiguen sombras" (Narrador, Los Días Santos, 108-109) (Símiles y Metáforas)
Durante las celebraciones de Semana Santa, el pueblo pasa mucho tiempo en las calles y es el momento de mayor sociabilidad del año. Esta cita, a través del símil, expresa, justamente, cómo las personas se mueven con libertad, menos controladas, y por eso se miran y conversan las unas a las otras. A su vez, la comparación está inserta en medio de una gran metáfora: este moverse, hablar y observar de manera más libre hace que los habitantes del pueblo construyan vínculos (tejiendo redes), superen obstáculos (taladrando muros) e intenten descifrar enigmas o misterios (persiguiendo sombras).
"El destino —en marcha— de sus feligreses le parecía el rodar de canicas en aquellos juegos de feria donde un impulso imperceptible modifica las derivaciones por caminos diferentes, embargando la expectación de jugadores y curiosos. La parroquia es un gran plano inclinado en el que van rodando cientos de vidas..." (Narrador, Canicas, 161) (Metáfora)
La metáfora de las canicas es central en la novela. Para el cura, el pueblo es un tablero y sus habitantes son canicas que ruedan hacia su destino final. De acuerdo con Françoise Perus (2000, 41), esta metáfora expresa la vida del pueblo en relación con un debate entre la Providencia divina (es decir, el modo en que Dios gobierna el destino de los humanos) y el libre albedrío (o sea, el poder de las personas para tomar sus propias decisiones y elegir sus destinos). Don Dionisio está convencido de que solo Dios sabe qué ocurrirá con los fieles de su parroquia y solo Dios puede activar ese "impulso imperceptible" que cambia el curso de los acontecimientos. Curiosamente, la metáfora señala la posición de autoridad que ocupa el cura: él mismo no se percibe como una canica más, sino que está por fuera y por encima del tablero, observándolo.
"... vino como un hombre que trae puñales clavados y se esfuerza en vencer el vértigo, en acallar los alaridos de la carne, la rebeldía del corazón" (Narrador, El cometa Halley, 362) (Símil)
Este símil hace referencia al estado en que se encuentra el cura en la escena final de la novela. El día anterior han irrumpido los revolucionarios en el pueblo, y ahora los habitantes que han quedado se reúnen en la iglesia para escuchar la misa. Don Dionisio se esfuerza por dar la misa como todos los días, pero está devastado, envejecido, debilitado. Como expresa la comparación, su cuerpo está tan dañado como su espíritu, y es como si la Revolución y todos los cambios que se han producido en el lugar fueran puñaladas que lo lastiman.