Al filo del agua

Al filo del agua Resumen y Análisis El Padre Director, Ascensión, La Desgracia de Damián Limón

Resumen

El Padre Director

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El sacerdote José María Islas es el Padre Director de la Asociación de las Hijas de María. Es sumamente respetado -incluso temido- por su severidad. Muchos creen que es como un santo. Las mujeres de la asociación le obedecen por completo. Paradójicamente, su aspecto físico es de debilidad: parece un enfermo a punto de desmayarse. El cura Martínez cree que Islas es un tanto vanidoso y le gusta ser venerado. Sin embargo, lo respeta tanto que lo ha elegido como su confesor. El Padre Reyes, por el contrario, desconfía de Islas y cree que su rigidez es excesiva. Para Reyes, esto es peligroso: los fieles terminan por respetar los mandatos de la iglesia solo por temor, y algunos se descarrilan peligrosamente.

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Para todo el pueblo, Islas tiene visiones proféticas, es decir, predice el futuro. El sacerdote había asegurado que Damián traería la desgracia al pueblo. A su vez, había intentado dirigir a Micaela por el buen camino con mucha predisposición, pero fracasó. Por la terquedad de Micaela se cumple el augurio del Padre Islas y llega la desgracia al pueblo.

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Los vecinos recuerdan varios casos de mujeres relacionadas con la Asociación de las Hijas de María. Muchos años antes, vivía en el pueblo Teo Parga, una mujer rica que estaba por casarse. El Padre Islas acababa de llegar al lugar y le repitió que no se casara, que debía mantenerse virgen y religiosa. Ella no le hizo caso, hasta que el día de la boda, un rayo mató a su novio. Teo Parga quedó convencida de que debía dedicarse por completo a la iglesia y fundó la asociación. El narrador recupera las historias de otras mujeres; algunas eran virtuosas y otras se descarrilaron y sufrieron terribles castigos. Una de ellas, estando embarazada, aseguró que el Padre Islas era el demonio disfrazado de sacerdote, y que él mismo la había dejado embarazada. Esa mujer murió apedreada por todo el pueblo. El Padre Islas conduce ahora a las Hijas de María para mantener la doctrina con firmeza entre los habitantes.

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Nadie puede conocer la vida privada del Padre Islas. Vive en una casa a tres cuadras de la parroquia. Nunca recibe visitas y siempre tiene todas las ventanas cerradas. Solo interactúa con los vecinos cuando es estrictamente necesario. Su actitud es semejante a la del cura Martínez, pero es todavía más radical. Jamás habla con una mujer a solas. Cuando toma confesión a una mujer, se encarga de que haya testigos cerca. Jamás come carne y no cuida para nada su cuerpo. Para todos, es un misterio qué hace durante el tiempo libre en su casa. No se confiesa en el pueblo, sino que viaja a un convento franciscano en las afueras. No recibe cartas ni regalos. Siente una aberración extrema por todo lo relacionado con el sexo, al punto tal que está en contra del matrimonio. Por eso intenta mantener solteras y vírgenes a todas las mujeres del pueblo como director de las Hijas de María.

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Para Islas, la viriginidad es la mayor virtud posible del humano. Desde que gana influencia en el pueblo, se realizan muchos matrimonios clandestinos y casi no hay fiestas cuando se celebra un casamiento. El Padre Rosas se burla del Padre Islas, provocándolo con chistes sobre posibles parejas en el pueblo. Por su parte, muchos habitantes sienten temor y paranoia, y piensan que casi cualquier cosa remite a pensamientos indecentes relacionados con la sexualidad, por ejemplo, haber visto ropas de mujer y de hombre colgadas en la misma cuerda para secarse, o tener conciencia de la reproducción de los animales. Los niños crecen en este ambiente de prohibición, temor, silencio y oscuridad, y, por lo tanto, van ganando una sensación de miedo constante.

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En medio del noviazgo, Micaela se arrepiente y le dice a Damián que todo se terminó. Ella decide reencauzar su vida y ser una virtuosa Hija de María. Primero, Damián piensa que es una broma, y luego desespera porque no entiende el motivo de este cambio repentino. Micaela habla con todo el mundo, incluído el Padre Islas, para que sepan que busca rectificarse. El sacerdote le recuerda que, al ingresar a la asociación, debe ser genuina, y le recomienda que lo piense bien.

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Desde la pubertad, el Padre Islas siente un enorme temor a su propia sexualidad. Este miedo crece cada vez más, y está seguro de que tarde o temprano cometerá un pecado de impureza. Por eso prefiere estar siempre solo.

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A fines de junio, Damián se da cuenta de que está enamorado y se propone hablar con alguno de los sacerdotes. Decide hacerlo con el Padre Islas, que lo recibe, pero se muestra muy distante. Damián le explica que ama a Micaela y que ella lo ha aceptado. Entonces, le pide que no le permita entrar en la Asociación de las Hijas de María, para que pueda casarse con él. Le promete que cambiará su actitud y será decente. Islas escucha todo horrorizado y le dice que jamás hará algo así. El joven insiste y el sacerdote termina de rodillas rezando exorcismos.

Ascensión

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Se escuchan unas campanadas terroríficas. Todo el pueblo se alerta; son campanadas que anuncian una muerte. Sin embargo, nadie parece haber fallecido. Para los habitantes del pueblo, es como si llegara el apocalipsis. Por un momento, piensan que son las campanadas del Día de la Ascención, pero para eso faltan dos semanas. Resulta que Gabriel se ha infiltrado en el campanario y toca como si estuviera loco.

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Esa mañana, Gabriel está haciendo unos mandados cuando ve que en la casa de la familia Pérez se preparan para la partida de Victoria. Entonces lo domina un impulso frenético que él mismo no comprende y se dirige a la torre para tocar las campanas. A través del sonido, se expresa como si las campanadas fueran palabras de su lengua. Siente un extraño alivio, como si estuviera llorando. Desde la altura, puede ver cómo Victoria se va por el camino hacia Guadalajara. Al escuchar las campanadas, ella se da vuelta hacia la torre y lo observa por un instante. Luego sigue su camino y, cuando Gabriel ya no puede verla más, él detiene las campanadas súbitamente. Entonces observa desde la torre las calles del pueblo, volviendo a la realidad, y toma conciencia de la consternación de los habitantes ante esos sonidos fatales. El cura Martínez llega para hablar con él. No está enojado, sino que muestra compasión. En un pasillo de la iglesia, Marta y María lloran. Cuando Gabriel pasa por allí, María lo mira intensamente y él siente que esa mirada es de amor. Esto lo enloquece.

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Han pasado cuatro días desde que el cura Martínez ha tenido aquellas terribles pesadillas. Aunque cree que han sido tentaciones del diablo y que no debe pensar en ello, no puede parar de preguntarse qué significado tienen: por qué se confunden las figuras de Micaela, Marta y María, por un lado, y las de Gabriel y Damián, por el otro. Ahora cree que este sueño está relacionado con las campanadas enloquecidas de Gabriel. Sin embargo, el concierto ha sido tan excelente, que piensa que en realidad ha sido un ángel o un demonio el que ha tocado las campanas. En ese momento, recuerda que Victoria se acaba de retirar del pueblo y se pregunta si esto tiene algo que ver con el estado del chico. Don Dionisio habla con Gabriel, le pregunta qué ha ocurrido. El joven solo le dice, desesperado, que quiere irse del pueblo hasta un lugar donde nadie sepa quién es. El cura cree que está loco. Le dice que no le prohibirá marcharse, pero le recomienda hacer Ejercicios Espirituales para aliviarse. Gabriel acepta. Después, Martínez pasa horas confesándose y flagelándose hasta que se queda dormido.

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En la Casa de Ejercicios Espirituales, Gabriel no puede dormir. Se siente atormentado. Piensa en María como nunca lo ha hecho antes. Y piensa en Victoria. Considera escapar hacia Guadalajara para encontrarla, pero enseguida decide que no lo hará. Lee en las paredes de la celda un mensaje que anuncia su muerte y asegura la presencia constante de Dios, que controla todo lo que hace.

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Tres días después, el Padre Reyes conversa con Gabriel, todavía en la Casa de Ejercicios Espirituales. Le cuenta que Luis Gonzaga se ha vuelto loco por la partida de Victoria y ha escapado tras ella. Luego le indica una meditación acerca de la muerte. Esa tarde, el cura Martínez encuentra a Gabriel muy afiebrado. Le dice que vuelva a la parroquia para hacer reposo, pero el chico se niega. Luego, llora con desesperación y le confiesa toda la verdad al sacerdote.

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El día de la Ascención, un jueves 20 de mayo, Gabriel se va del pueblo montando un burro, con la bendición de Don Dionisio. En el pueblo se rumorea que va a un manicomio o que se va a estudiar a una ciudad grande. Gabriel mira por última vez el pueblo y, en eso, escucha unas campanadas leves. En ellas siente que le habla la voz de María. Piensa en ella y la compara con Victoria, pero luego se determina a olvidarse de ambas. Mientras tanto, en la iglesia, el Padre Islas da un sermón sobre la muerte de Jesús. Esa tarde amenaza una lluvia que no se desata.

La desgracia de Damián Limón

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A mediados de julio, comienza a rumorearse que Timoteo Limón y Micaela se casarán. El pueblo se indigna. A medida que se acerca agosto, los rumores crecen cada vez más.

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Agosto es un mes de desgracias y muertes tanto naturales como catastróficas; después, de accidentes, peleas y actos de violencia.

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Por esas fechas, hay festividades en pueblos cercanos, y muchos comerciantes hacen viajes para participar. Algunos hombres intentan convencer a Damián Limón de que vaya a una fiesta con ellos, pero el joven duda. Un hombre también trata de convencer a Timoteo de viajar, pero él está determinado a quedarse en el pueblo. Timoteo está convencido de que se acerca su muerte. Se lo ha anunciado San Pascual, de quien es devoto, y los aullidos de Orión, cada vez más terribles. Micaela ha puesto en marcha su plan y se muestra afectuosa con Timoteo. Esto despierta los rumores en el pueblo.

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Lucas Macías recuerda historias de muerte y desgracias ocurridas durante agosto en años pasados.

5

Micaela, al final, no se ha incorporado a las Hijas de María. El Padre Islas le asegura que ella creará su propia ruina y la de otros.

6

Aunque está muy angustiado por todos sus pesares, Timoteo Limón no es indiferente a las muestras de afecto de Micaela. Primero intenta distraerse de ese interés, recordando que todo el pueblo la considera deshonesta, pero, luego, esa falta de honestidad empieza a resultarle atractiva. Imagina actos de intimidad con la chica. Esto lo excita y lo atemoriza al mismo tiempo. El 17 de mayo, día de San Pascual Bailón, Timoteo escucha unas campanillas que anuncian su muerte y, desde esa mañana, se prepara para fallecer: se pasa todo el día en la iglesia, confesándose. El 7 de agosto se cumplirán los veinticinco años de la fecha en que mató a Anacleto.

Una noche, al salir de la iglesia, Timoteo se cae y Micaela lo ayuda a levantarse. El contacto con el cuerpo de la chica despierta sus fantasías y se olvida de los augurios de muerte. Comienza a sentir esperanzas: piensa que, si se casa con ella, puede ser feliz por primera vez en su vida. Pasa a despreciar al pueblo por hablar mal de Micaela. Comienza el mes de agosto y Timoteo vuelve a escuchar las campanillas de San Pascual, que ahora anuncian su muerte con más insistencia aún. Los aullidos de Orión durante la noche se vuelven insoportables y Damián mata al perro de un tiro. Una semana más tarde, Damián se cruza con Micaela en la calle y la rechaza. Ella cree que el joven está demente y se ríe.

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En el pueblo se dice que Damián espera resolver temas de su herencia para luego volver a Estados Unidos, y que ya no está interesado en Micaela. Pero tiene el orgullo herido por el desprecio de la joven, y eso lo lleva a cometer la desgracia: mata a Micaela y a su padre. El narrador relata que, al morir, Micaela grita: "No le hagan nada, ¡suéltenlo!, él no es culpable, yo fui la que quise, porque lo quiero y a nadie como a él he querido, ¡suéltenlo!" (250). Para el pueblo, esto es un enigma.

Por su parte, Inocencio declara que, desde que volvieron de la capital, la hija insistía en irse del pueblo. Por eso los curiosos se preguntan por qué la chica no quiso seguir a Damián, que también estaba decidido a irse. Unos días antes, Micaela desprecia a Damián en público y se muestra afectuosa con Ruperto. Los dos jóvenes están a punto de pelearse, pero no lo hacen. Damián le dice a Ruperto que Micaela es una sivergüenza y le da a entender que ya ha tenido relaciones sexuales con él. Entre el 17 y el 24 de agosto, Damián ronda la casa de los Rodríguez montando a caballo. Un día antes de la desgracia, que tendrá lugar el 24 de agosto, Damián le dice a su hermana Prudencia que quiere hablar con el padre para ponerse de acuerdo en temas de la herencia y así marcharse de inmediato a California.

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Damián está en la cárcel del pueblo tras haber cometido los asesinatos. Lo han encerrado para evitar que el pueblo, indignado, se violente contra él. No solo ha matado al padre y a Micaela, sino que también estuvo a punto de asesinar al Padre Islas.

La noche de los asesinatos, el Padre Islas se acerca a la casa de los Rodríguez para darle bendiciones finales a Micaela, ya agonizante. Entonces, se cruza con Damián en la calle. Este le echa la culpa de todo y dispara dos tiros que rozan el sombrero del sacerdote, sin herirlo. En ese momento, varios hombres persiguen y atrapan a Damian. El director político y la policía tardan mucho en llegar al lugar.

Cuando llega Don Dionisio, se encarga de ponerle fin al espectáculo y hace que todos vuelvan a sus casas. Luego se dirige a la casa de los Limón, donde yace el cadáver de Timoteo. Dionisio conversa con Prudencia para entender qué ha ocurrido. La mujer le cuenta que, horas antes, Damián se había presentado en la casa, pidió hablar con el padre y le encargó a Prudencia un mandado. Cuando la mujer volvió de hacer el mandado, el padre ya estaba muerto y Damián se había ido. De allí, el cura corre hacia la casa de los Rodríguez. Al llegar, ve que se retiran el director político y don Refugio, el médico. La chica murió de un balazo que atravesó sus pulmones. Una mujer comenta que escuchó el intercambio previo a los disparos: Damián le dijo a Micaela que se fuera con él, pero ella se niegó y él la mató.

El cura Martínez visita a Damián en la cárcel y el joven pide que lo maten. Sin embargo, Don Dionisio le habla con compasión y tranquilidad. Intenta convencerlo de que todavía puede salvar su alma. Damián le dice que no cree en Dios y desprecia sus consejos. Se escuchan ladridos insoportables y campanadas incesantes. Al retirarse, el cura Martínez piensa, con preocupación, en todos los fieles y, en particular, en Marta, María y Gabriel. Se preocupa por el aumento de la indecencia en el pueblo.

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Barolo Jiménez le cuenta lo sucedido a Bruna, ex novia de Damián, y la mira a los ojos por primera vez. Ella le devuelve la mirada con ira, rencor y resentimiento. Bartolo decide irse a Estados Unidos.

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Se apuran los entierros de ambos cuerpos para evitar que algún médico de Teocaltiche les realice autopsias. Nadie en el pueblo quiere que se investigue lo sucedido. Todos los habitantes se presentan al velorio de Timoteo, pero casi ninguno va al de Micaela. Todos la desprecian.

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Aquellos que tenían deudas con Timoteo se preocupan. Tendrán que negociar con los hijos del difunto, que no tendrán piedad.

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Llegan gendarmes para llevar a Damián a Guadalajara. El cura Martínez intenta garantizar que se cumplan sus derechos. Damián se niega a prestar declaraciones y no se confiesa. No se sabe si lo llevan a la prisión o a la muerte.

Análisis

En esta serie de capítulos se narra el primer momento de clímax de la novela: la desgracia de Damián Limón, es decir, la noche en la que el joven mata a su propio padre y a Micaela. Pero antes de hacer explícitos los acontecimientos, la narración va preparando una atmósfera cada vez más tensa y mortífera. Así, por ejemplo, se multiplican las referencias auditivas a los aullidos de perros y a campanadas terroríficas que anuncian la muerte. Asimismo, abundan las predicciones de diversos personajes que están convencidos de que se avecina una tragedia, como el Padre Islas, que cree que Micaela traerá un gran mal al pueblo, o Timoteo Limón, que está seguro de que se acerca su muerte. Además, toda la secuencia se produce durante el mes de agosto, y la novela nos explica que ese mes siempre mueren muchas personas en el pueblo.

De esta manera, se prepara el terreno para contar la noche de la tragedia, y también se crean grandes expectativas en los lectores porque la tensión va en aumento. En este punto, se ilumina especialmente el título de la novela: los lectores tenemos la sensación de estar "al filo del agua", es decir, inmersos en la tensión del momento previo a la caída de la lluvia. De hecho, justo antes de que comience el capítulo "La Desgracia de Damián Limón", se narra que hay amagos de una lluvia que no comienza. El efecto está potenciado por el hecho de que la narración rompe un poco con la cronología y produce algunos saltos en el tiempo. Por ejemplo, primero se relata la muerte de Micaela y, algunas páginas más tarde, se explica cómo, antes de asesinar a la chica, Damián ha matado a su padre.

Por otra parte, en el pueblo se refuerza la idea de que las mujeres que expresan abiertamente la sexualidad son la encarnación del mal y de los pecados. Nuevamente, esto se ve con nitidez en las figuras de Micaela y de Victoria. La primera es víctima de su propio plan: ha tramado seducir a Timoteo y a Damián para así generar un escándalo que sirva como venganza contra el pueblo, que la reprime y la desprecia. Su plan es exitoso en la medida en que logra enemistar al padre y al hijo, pero este último se venga matándola también a ella. Es posible pensar que, a Micaela, el plan se le va de las manos, que actúa de manera impulsiva e infantil sin medir las consecuencias. Sin embargo, lejos de compadecerse y empatizar con ella, el pueblo le echa la culpa y la desprecia. Esto resulta muy curioso: Timoteo, un hombre adulto, se deja seducir por una adolescente y piensa en casarse con ella, pero en el pueblo solo lo consideran una víctima de la desgracia, mientras que Micaela es responsabilizada, y muchos creen, incluso, que merecía morir. El contraste queda claro en sendos velorios; mientras que todo el pueblo se presenta al de Timoteo, casi nadie va al de Micaela.

Victoria, por su parte, es señalada como la responsable de la pérdida de la cordura de varios hombres. Cuando la ve marcharse del pueblo, Gabriel tiene un ataque que lo lleva impulsivamente a tocar las campanas de la iglesia, a pesar de que ha sido desplazado del cargo de campanero. Dado que las campanas son su medio de expresión y está muy perturbado por la partida de la mujer, produce sonidos terroríficos que preocupan a todo el pueblo. Después del trance, el joven está convencido de que Victoria lo está llevando a la locura y, cuando le confiesa todo al cura Martínez, este también cree ser la culpable. Incluso, el Padre Reyes le explica a Gabriel que Victoria es la causa por la que Luis Gonzaga ha perdido la cordura.

En sintonía con esta idea de que las mujeres que no reprimen su sexualidad son la encarnación del mal, es preciso prestar atención a una frase que, en principio, puede parecer insignificante. Al comienzo de "El Padre Director", mientras se construye el retrato del Padre Islas como un hombre extremadamente cumplidor de la doctrina religiosa, se cuenta que muchos años antes vivió en el pueblo una mujer llamada Maclovia Ledesma. Maclovia primero pertenece a las Hijas de María, pero deja la asociación para casarse, para disgusto del Padre Islas. Luego le ocurre una serie de desgracias y la tratan de loca. Una tarde, embarazada, sale a la calle y grita: "Mírenme todos cómo estoy, así me puso el Padre Islas, que es un disfraz del diablo" (216). Es decir, la mujer denuncia al Padre Islas, dice que es maligno y que él la ha dejado embarazada. Este breve pasaje remite a otro presentado en "El Día de la Santa Cruz", donde se afirma que Gabriel es hijo del cura Martínez, no solo en términos religiosos, sino también en el sentido biológico: "Doblemente hijo: en el espíritu y en la consanguinidad" (203). Si bien la novela apenas sugiere rápidamente estas posibilidades y no lo deja totalmente en claro, se trata de denuncias muy fuertes, ya que destacan la dinámica hipócrita del pueblo y, en particular, la hipocresía de sus autoridades. Estos hombres se muestran especialmente rígidos: supuestamente, creen que la lujuria es el peor de los pecados y tratan de manera muy cruel a los fieles por cualquier desvío respecto de los mandatos católicos. Sin embargo, puede pensarse que son ellos los mayores pecadores, que no respetan el celibato propio de los sacerdotes católicos y que han tenido hijos a escondidas.