“Formas ligerísimamente dibujadas por el pincel delicado de la Naturaleza, más parecía la idealización de un poeta, que un ser viviente en este prosaico mundo en que vivimos” (p.87) (Símil)
Esta caracterización de Florencia, en la que el narrador la describe como un cuadro pintado por la Naturaleza y la compara con una composición poética, es representativa de cómo la novela concibe a sus heroínas como seres extraordinarios, perfectos en sus formas y comportamientos, y que se asemejan a seres divinos o celestiales. Lo mismo hace el narrador con Amalia cuando la describe en su habitación, dominada por un éxtasis delicioso, momento en el que “no era una mujer: era una diosa de esas que ideaba la poesía mitológica de los griegos” (p.136).
“Las palabras del general Mansilla fueron la mecha, y el pulmón de los ilustres convidados fue el cañón que dio salida a la detonación de su fulminante entusiasmo” (p.216) (Metáfora)
En la cena del baile, cuando Mansilla dice “Bomba” para introducir un brindis por Rosas, su hija y la aniquilación de los unitarios, el narrador utiliza la metáfora del cañón para construir una imagen del entusiasmo desmedido que despiertan sus palabras. De esta manera, la bacanal federal del baile queda asociada al campo semántico de las armas y a la posibilidad de que aquel furor pueda canalizarse en la acción de herir y asesinar a los unitarios.
“Hacían su papel para los demás; pero ante los mismos no había uno que no supiese que su corona era de cartón dorado, y su cesáreo manto, de franela” (p.364) (Metáfora)
El narrador utiliza esta metáfora para construir una imagen del gobierno de Rosas como una farsa o una puesta en escena. En la mirada del narrador, ningún funcionario del gobierno tiene poder real, porque Rosas domina la sociedad como si fuera un dictador o un monarca. Por eso sus mandatarios simulan tener poder de decisión cuando solo cumplen su función en las formas, lo que se transmite con la imagen de la corona de cartón y el manto cesáreo de franela, como accesorios de una representación, actuada a conciencia.
“Y las olas continuaban desenvolviéndose y derramando su blanca espuma, como pliegues vaporosos de blanco tul que se agitan en derredor del talle de una hermosa dama” (p.430) (Símil)
Esta es otra imagen de las numerosas que aparecen en la novela para idealizar el amor de Eduardo y Amalia. La descripción de las olas, semejantes en sus movimientos a los ondeos de un tul, envuelve a los enamorados que las observan, embelleciendo sus sentimientos de felicidad y de desdicha. La imagen continúa, reforzando la comparación de las olas, con elementos femeninos, que llegan “a los pies de esos amantes tan tiernos y tan combatidos de la fortuna, olas cuyo rumor asemejaba al cerrar de un abanico cuando con mano perezosa lo abre y cierra una beldad coqueta” (p.430).
“Hasta ahora he tratado de ser el dique de la emigración. Ahora la escena ha cambiado, y seré su puente” (p.537) (Metáfora)
Daniel pronuncia estas palabras cuando comunica la retirada de Lavalle a los pocos hombres que todavía resisten en la ciudad. La comparación con el dique y el puente es funcional al tema de la emigración, que se realiza por barco, y que hasta ese momento Daniel intentó disuadir. Pero si en el pasado él fue el dique que frenaba el agua que corría en dirección al exilo, ahora no hay motivo para esperar un ataque que se demorará, como sabe el lector, más de 12 años. Daniel ha facilitado el exilio de su amada, y a continuación intentará ser el puente para la emigración de Eduardo. Pero ese puente será destruido por el puñal federal.