Amalia

Amalia Resumen y Análisis Parte segunda (capítulos 1-6)

Resumen

La segunda parte abre con una descripción de Amalia Sáenz de Olavarrieta, cuya belleza es comparada con la de su tierra natal, la provincia de Tucumán. A sus 22 años ha padecido la muerte de su padre, de su madre y de su marido, el coronel Sáenz, con quien contrajo matrimonio sin que su corazón se hubiera abierto aún a las pasiones del amor. El 24 de mayo –20 días después del incidente con que abre la historia– encontramos a Amalia sentada en un sillón de damasco de caña, semidormida en un “éxtasis delicioso” (p.137), mientras Luisa, su criada y compañera, peina sus cabellos. Amalia se incorpora y le pide a la niña que le cuente por cuarta vez su encuentro con Eduardo en el jardín, que se hallaba allí recogiendo flores, y que le preguntó a Luisa sobre los gustos e intereses de Amalia. Después Luisa le pregunta a la señora si quiere estar bien para la noche, en la que tienen un baile, pero Amalia le dice que preferiría estar enferma para no tener que asistir. Luego le pide a Luisa que le diga al señor Belgrano que la espere en media hora en el salón.

Una tarde del 18 de mayo (6 días antes de la mañana en que vimos a Amalia conversando con su criada), cuando está por caer el sol, Daniel y Don Cándido ingresan en una casa misteriosa y recóndita de la calle Cochabamba. Abren con llave y suben a la azotea, donde Daniel le pide a su maestro que realice un croquis de los alrededores de la casa. Cuando están por salir, oyen, en la oscuridad del zaguán, el ruido de otra llave y una persona que ingresa a la casa. Daniel y Don Cándido se esconden, pero el desconocido roza en la oscuridad el pecho de Don Cándido, al que le pregunta quién es amenazándolo con el cuchillo. Daniel lo embiste sin mostrarse y lo exhorta a revelar su identidad: es el cura Gaete, un federal adepto a las mujeres del prostíbulo de Doña Marcelina, lugar en el que se encuentran. Daniel lo acusa de ser un sacerdote inmoral y ensangrentado por la “herejía política” (p.150) de la Federación, mientras Gaete pide piedad temblando. Luego Daniel lo arroja a una sala y reanuda la retirada, cuando una tercera llave abre la puerta de entrada. Esta vez es Doña Marcelina, a quien Daniel le pide tiempo para escapar y le ordena que no revele su nombre al cura.

Daniel y Don Cándido caminan unas cuantas cuadras cambiando el rumbo varias veces para prevenir la persecución del cura. Luego entran en la casa de Don Cándido, donde Daniel corta una hoja de papel en 32 cuadrados. Sin comprender del todo, Don Cándido hace lo que le pide su discípulo: escribir en los 32 papeles el número 24 y la palabra “Cochabamba”, en diferentes tipos de letras y con distintas tintas. Luego Daniel se guarda los papeles y le pide a Don Cándido que se olvide para siempre de lo que acaba de escribir. También le encarga que tenga listo el plano del croquis que hizo en la azotea de la casa de Doña Marcelina para el día siguiente.

De regreso en su casa, Daniel recibe la visita del Señor Don Lucas González, hombre honrado y amigo de su padre. Este se excusa por no poder responder por un dinero que debía pagar al día siguiente. Daniel le dice que no se preocupe por cumplir con el plazo, entonces el Señor González le explica que contaba con 500 onzas de oro en su caja, pero que Mansilla, cuñado de Rosas, le pidió prestado ese dinero a cambio de la hipoteca de su casa, que ha quedado pendiente en firmar. Daniel le da a entender a su visita que Mansilla no le dará la hipoteca, y que él no debe exigirla, porque la “autoridad popular” (p.164) tomará partido por “el cuñado de su Excelencia” (p.164). El anciano se retira indignado ante la ingratitud recibida, pero entiende que no puede reclamar sin verse en peligro. Luego Daniel se pone un frac y sale a visitar a su amada.

La narración vuelve a la mañana del 24 de mayo, donde dejamos a Amalia conversando con Luisa. Ahora la encontramos sentada en un sofá con una rosa blanca en la mano y acompañada de Eduardo. Amalia le dice a su huésped que no permitirá que se vaya sin que esté completamente curado. Eduardo responde que piensa en marcharse porque teme por los peligros que corre Amalia si él permanece en su casa. También confiesa que otra causa, el honor, lo mueve a separarse. Toma las manos de la joven y ella oprime la de él en las suyas, mientras Eduardo le declara su amor. Entonces besa una de las manos de Amalia, que, conmovida de felicidad, deja caer la rosa blanca al piso. Eduardo le pide a Amalia una palabra que confirme lo que su corazón adivina. Pero Amalia, que ha observado la rosa blanca caída en el piso, confiesa que sufre porque ve en la flor una señal de una idea horrible.

Eduardo le pregunta quién estorbaría su felicidad, momento en el que Daniel se hace presente en el salón, incomodando a los enamorados. Daniel se entretiene con la escena, mientras le pregunta a Amalia a qué hora pasará a buscar a Florencia y su madre para ir juntas al baile dado a Manuela Rosas, al que fue solicitada especialmente por Agustina, la hermana de Rosas. Amalia quiere ir tarde y permanecer el menor tiempo posible, pero Daniel insiste en que no deben exponerse a que lo consideren un desaire. Amalia dice que no le importa lo que piensa esa gente, entonces Daniel, fingiendo frivolidad, pregunta por las heridas de Eduardo, dando a entender el peligro en el que se exponen si permiten que la Mazorca realice una visita a su casa. Eduardo quiere escoltar a Amalia hasta el baile, pero Daniel le dice que no puede ir con ella aquella noche del 24 de mayo, indicación que hace sospechar a Amalia de que se trata de un asunto político. Luego Daniel dice que saldrá en ese momento con Eduardo, y le promete a su prima que cuidará de él. Eduardo se despide de Amalia y sale. Daniel le dice a su prima que adivina lo que ocurre entre ellos y que lo aprueba. Amalia confiesa que ama a Eduardo, pero que la desgracia le ha enseñado a ser supersticiosa.

Aquella víspera del 25 de mayo, aniversario de la “grandiosa revolución” (p.176) que dio fin a la colonización española en el Río de la Plata, los coches empiezan a moverse en dirección a los salones en que se dará la fiesta dedicada al señor gobernador y su hija, a la que no asiste Rosas, con la excusa de verse convidado en la mesa del cónsul inglés Mandeville. Un coche que va del Retiro hasta la plaza de la Victoria choca con una confitería ambulante. Llegan los vigilantes y uno de los que estaban dentro del coche ofrece algo de dinero por los daños. Un agente de policía guarda los billetes en su bolsillo y pide campo para que pasen los “buenos federales” (p.177). El coche continúa su curso y se detiene en el cruce de las calles de la Universidad y Cochabamba. Descienden cuatro hombres que continúan su camino a pie hasta cruzarse con otro grupo de tres hombres. Después de un momento de precaución, se reconocen y los dos grupos continúan caminando hasta llegar a la casa misteriosa en la que habían entrado Daniel y Don Cándido unos capítulos atrás. Los hombres pronuncian las palabras “Veinte y cuatro” (p.178) para entrar, y lo mismo hacen otros grupos de dos o tres personas que van ingresando en la residencia de Doña Marcelina.

Análisis

La segunda parte de Amalia se abre con una descripción del personaje que le da su nombre al libro. Que el título de la novela sea el nombre de una mujer, sugiere, por un lado, la importancia que tiene Amalia como heroína que contribuye desde su posición social y de género al combate contra el dictador, pero también, por otro lado, sitúa la trama en la tradición de novelas románticas cuyo conflicto principal gira en torno de los vaivenes de una historia de amor.

Amalia se presenta como un modelo perfecto de mujer civilizada y europea, pero también tiene un costado poético que la vincula con lo americano. No es casual que Mármol haya decidido que su protagonista naciera en Tucumán, provincia que el romanticismo argentino concibe como el Jardín de la República. Así describe la naturaleza tucumana el narrador omnisciente de la novela:

Suave, perfumada, fértil y rebosando gracias y opulencia de luz, de pájaros y flores, la Naturaleza armoniza allí el espíritu de sus creaturas, con las impresiones y perspectivas poéticas en que se despierta y desenvuelve su vida (p.134).

De esta manera, el personaje de Amalia –del que el narrador dice que “aspiró hasta en lo más delicado de su alma todo el perfume poético que se esparce en el aire de su tierra natal” (p.135)– encarna también una representación literaria de la naturaleza americana. Asimismo, Amalia posee un espíritu imaginativo que le permite soñar despierta; esto dice sobre sí misma a su criada: “Veo cosas que no son realidades; hablo con seres que me rodean, siento, gozo o sufro según las impresiones que me dominan, según los cuadros que me dibuja la imaginación” (p.139). Esta habilidad imaginativa refuerza la caracterización de Amalia como personaje romántico, idealizado en cuerpo y alma.

Tal vez por esa fuerza de la imaginación que la domina, Amalia también se ve a sí misma como un personaje trágico que se halla siempre cercano a la muerte. Al ser una mujer que ha perdido a sus padres y a su esposo de muy joven, Amalia se cree portadora de una mala estrella y predestinada “al dolor que arrastran la vida a la desgracia, fija, poderosa, irremediablemente” (p.135). En estos capítulos, el sino de Amalia se manifiesta en la rosa blanca, regalo de Eduardo que simboliza la pureza de su amor, pero que su amada interpreta, cuando la rosa cae al suelo, como un augurio de que su felicidad terminará en desgracia. La ironía dramática que percibe el lector, en este punto, es que sabe que el combate que están librando en esa época los antirrosistas terminará en un fracaso que podría terminar también con la vida de los enamorados.

En estos capítulos vuelve a aparecer Don Cándido como un personaje bufonesco, por lo temeroso que es y por su ridícula propensión a las adjetivaciones, como los que utiliza para describir su miedo: “Es efecto de mi organización sensible, delicada, impresionable. Tengo horror a la sangre…” (p.152). Pero Daniel se beneficia de la influencia que ejerce sobre su maestro y lo utiliza dentro de su plan de lucha. De esta manera, si bien Daniel se asegura de que Don Cándido no esté en peligro, también se aprovecha de él, como cuando lo hace secretario de Arana para protegerlo y para saber qué información posee el ministro. También le solicita que realice un plano de la zona en la que convocará una reunión clandestina, y que escriba unos papeles con la contraseña a distribuir entre los participantes de la reunión. Todo esto ocurre mientras el lector se encuentra en una posición parecida a la de Don Cándido, porque desconoce qué es exactamente lo que se propone Daniel. Este desconocimiento le da un tono de suspenso y misterio a la trama.

El capítulo “Quinientas onzas”, en el que se describe una estafa de Lucio N. Mansilla a un señor amigo del padre de Daniel, le trajo problemas al autor de la novela, José Mármol. Mansilla es un militar federal, casado con Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel de Rosas, que antes había pertenecido al Partido Unitario. En 1856, Lucio V. Mansilla, hijo del que se describe en la novela, insultó y retó a duelo a Mármol durante una función en el Teatro Argentino por calumniar a su padre en Amalia. Afortunadamente para Mármol, el que terminó en la cárcel y extraditado a Paraná por el incidente fue Mansilla.

Por último, la fecha en la que se detiene esta parte de la narración, el 24 de mayo, es significativa porque se trata de las vísperas del aniversario de la Revolución de Mayo, hito histórico que marca el inicio de los procesos de emancipación que llevan a la formación de la República Argentina. Lo que ocurre en esta noche son dos episodios contrapuestos: la reunión clandestina contra Rosas organizada por Daniel y una ceremonia de adhesión al régimen federal, hecha en nombre de Rosas y de su hija Manuelita. Así, estos dos episodios escenifican la lucha facciosa que se juega no solo en el combate cuerpo a cuerpo, sino también, como veremos, en el combate a través de la palabra.