Resumen
Agustina Rosas presenta a María Josefa Ezcurra, a quien Amalia no conoce, y las dos se acomodan junto a los demás cerca del fuego. María Josefa se sienta al lado de Eduardo, dándole la derecha. La cuñada de Rosas intenta hablar con Eduardo preguntándole por su salud, mientras los demás buscan desviar el tema de conversación. A Florencia se le ocurre cantar en el piano e invita a María Josefa a acompañarla. María Josefa acepta y se levanta de su asiento apoyando firmemente su mano en el muslo herido de Eduardo, que exclama de dolor. Todos, con excepción de Agustina, comprenden que la acción de María Josefa tuvo “algo de premeditación siniestra” (p.287), por lo que quedan “vacilantes y perplejos” (ibid.). María Josefa finge disculparse con Eduardo mientras los demás aparentan que el asunto no fue grave. Poco después, Agustina anuncia que deben retirarse y María Josefa se despide pidiéndole maliciosamente a Eduardo que no le guarde rencor por lo del muslo.
Cuando las dos mujeres se retiran, Daniel dice que María Josefa vino motivada por alguna delación y admite que todo el trabajo que hicieron por su seguridad está perdido. Ezcurra sabe que el fugitivo del 4 de mayo tiene una herida en el muslo izquierdo y al apoyar su mano en el muslo de Eduardo ha confirmado sus sospechas. Ahora urge que Eduardo se esconda en otra casa, cuya ubicación Daniel oculta a las mujeres, y se despide asegurando que volverá a Barracas dentro de una hora. Eduardo no quiere separarse de Amalia en este momento de peligro, pero ante la insistencia de su amada, acepta irse.
Daniel deja a Florencia y a su madre en su casa, conduce a Eduardo un tramo en coche y otro a pie, para evitar que rastreen su escondite, y luego pasa por su casa a dar unas órdenes a su criado. Transcurre una hora y media hasta que llega de vuelta a la casa de Amalia. En el camino ve un grupo de jinetes que se dirige a la casa de Barracas. Cuando llega a la casa, pregunta a los hombres cuál es el motivo de la visita. Estos responden que vienen por ordenanza del comandante Cuitiño, en busca de un unitario escondido. Daniel permite su ingreso y les enseña un papel en el que dice que él, Daniel Bello, está al servicio de la Sociedad Popular Restauradora.
En este momento llega Cuitiño, quien comunica que fue María Josefa Ezcurra la que dio la información de que allí se esconde un unitario de nombre Belgrano. Daniel le dice que Eduardo Belgrano no es aquel a quien buscan, porque lo ha visto en la ciudad sano y bueno durante este tiempo, por eso sugiere que Ezcurra ha caído en la trampa de alguna mentira de los unitarios. Cuitiño confía en Daniel, a quien reconoce “tan buen federal como [él]” (p.238) y ordena a sus hombres que se retiren.
Cuando están a solas, Daniel le dice a su prima que Cuitiño ya no hará caso a lo que le diga María Josefa, y también le dice que está contento porque Lavalle está pronto a entrar en Buenos Aires. Luego lee una proclama de Lavalle que entusiasma mucho a Amalia, aunque Daniel espera que se cumpla lo que allí se dice. En ese momento, oyen un caballo que ha parado en la puerta. Es un criado que trae una carta de Mariño, en la que este le cuenta a Amalia que sabe que está comprometida con el asunto del unitario escondido y le dice que está a su disposición para asistirla en secreto. Daniel responde con una carta en la que habla en nombre de su prima diciendo que Amalia es ajena a todo lo que se le atribuye, y que él mismo irá a hablar con Rosas sobre el asunto.
Al día siguiente, el 6 de agosto por la mañana, Rosas se encuentra en su casa enviando y recibiendo una multitud de correos provenientes de la campaña. Expide órdenes que después manda a anular para dar otras tantas, sin poder decidirse sobre cómo dirigir el combate. Recibe la visita del señor Mandeville, a quien Rosas acusa de no servirle, porque el gobierno inglés no hace nada por intervenir en el bloqueo de los franceses. Mandeville se excusa diciendo que su país está muy ocupado con la cuestión de Oriente. Rosas le dice que si él fuera ministro inglés se ocuparía de tener para el gobernador de Buenos Aires una ballenera lista para cuando sea necesario embarcarse. Mandeville dice que hará lo que Rosas le pide, pero este dice que él no le está dando órdenes, sino diciendo lo que haría si estuviera en su lugar.
Rosas acompaña a Mandeville a la salida cuando se encuentran con Manuelita ordenando pisar la mazamorra en la cocina. Rosas le hace señas a su hija para que empiece a moler ella misma, lo que usa de excusa para pedirle al cónsul inglés que reemplace a Manuelita en la labor. Mandeville acepta y se queda un rato amasando y sudando. Llega María Josefa Ezcurra y le dice a Rosas que ha dado con el que escapó el 4 de mayo, aunque todavía no pudo agarrarlo. Ambos pasan a la alcoba de Rosas para hablar sobre el asunto.
Esa misma mañana Daniel visita a Don Cándido. Este lo lleva hasta el cuarto de su criada para decirle que no le gusta nada la presencia de Eduardo en su casa, de quien sospecha que está envuelto en alguna conspiración contra el gobierno. Daniel le explica que así como ahora el maestro está seguro como secretario del ministro Arana, de caer Rosas le convendrá estar del lado de Eduardo, para que no lo cuelguen junto con los federales. Entonces Don Cándido dice que él es igual en organización a Juan Manuel de Rosas, porque este también tiene miedo de la situación que lo rodea. Daniel le pregunta de qué tiene miedo Rosas, y Don Cándido le cuenta que oyó al ministro Arana decir que él se embarcará al momento en que lo hiciera Rosas cuando la situación se complique.
Daniel se reencuentra con Eduardo, que está impaciente por volver a Barracas. Daniel le dice que si regresa allí expondrá a su amada a un mayor peligro. Además, en pocos días podrán reencontrarse, una vez que Lavalle ingrese en Buenos Aires y derrote a Rosas. Si Lavalle no aprovecha este momento para dar el golpe, entonces no convendrá esperar más, sino que deberán irse todos juntos de la ciudad. Don Cándido interrumpe la conversación y, después de impacientar a los jóvenes con sus digresiones, avisa que Fermín ha llegado a la casa. El criado de Daniel trae la noticia de que Amalia será visitada por la policía en una hora. Daniel sale rápido con la intención de llegar a Barracas antes que la policía.
Sin embargo, Victorica, Mariño y un comisario de policía se presentan antes de la hora avisada. Amalia los recibe con disgusto y ordena a Luisa que acompañe a Victorica en su inspección de la casa. Luisa le muestra la casa sin revelar ninguna información, pero Victorica, que intenta ser lo más cordial posible, se molesta cuando ve que los muebles y decoraciones de la casa indican que allí vive una unitaria. Mientras tanto, Mariño le dice a Amalia que acompañó a Victorica para protegerla, pero Amalia le responde que no le importa su influencia y que su presencia le fastidia, lo que irrita sobremanera a Mariño. Victorica vuelve de su pesquisa y le pregunta a Amalia hace cuánto tiempo conoce a Eduardo Belgrano. Ella le responde que hace apenas dos o tres semanas, y admite que si supiera donde se encuentra ahora, no se lo revelaría al jefe de policía. Victorica la acusa de comportarse como una unitaria exaltada, lo que Amalia no desmiente. Después de revisar unos papeles en los que no encuentra nada, Victorica, Mariño y el comisario deciden marcharse. Cuando salen se cruzan con Daniel y Mariño le dice a Victorica que deberán vigilarlo a él también.
Una hora después, Daniel llega a la casa de Florencia, para encontrarla atendiendo a madama Dupasquier, que se ha desmayado. Se entera de que recién pasaron por allí Victorica con sus hombres, y que revisaron toda la casa. Madama Dupasquier recobra el sentido y le urge a Daniel que se exilie pronto con Eduardo. Ellas los acompañarán después junto con Amalia. Daniel empieza a sentir un presentimiento terrible que oprime su corazón. En ese momento llega Don Cándido para avisar que supo por el ministro Arana que se ha ordenado que se vigile la casa de Daniel y que se lo siga.
Daniel sale para llevar a Amalia hasta la casa de Florencia. En la salida choca con un hombre que viene caminando por la calle, a quien le pide disculpas. El hombre, que no es otro que el cura Gaete, mira a Daniel y le dice que reconoce su voz. Daniel interrumpe el diálogo y se despide, mientras Gaete se sonríe por haber reconocido al que lo asaltó en la oscuridad en el prostíbulo de Doña Marcelina. Antes de reanudar su marcha, toma nota del número de la casa Dupasquier.
Análisis
La visita de María Josefa Ezcurra a la casa de Amalia significa el ingreso de la violencia federal en el recinto privado y hasta entonces seguro de los personajes que luchan por el bien y la libertad en la novela. A partir de este momento, se harán más frecuentes esos ingresos amenazantes que anticipan otra invasión, la de los puñales. En este sentido, el capítulo de la visita de Ezcurra, titulado “El primer acto de un drama”, construye una escena de alta tensión dramática, que concentra en una acción en apariencia inocente –que una señora mayor se apoye en el muslo de un joven para levantarse de su silla– el punto de inflexión que define el destino trágico de los personajes. El último capítulo de esta tercera parte reafirma este giro fatal en una sentencia: “Todos comprometidos”.
El cambio de fortuna de estos personajes se expresa en la trama a través del motivo del tiempo. Si antes Daniel operaba controlando las manecillas del reloj, ahora el tiempo lo controla a él poniendo en riesgo su plan, su vida y la vida de los suyos. Cuando Ezcurra sale de la casa, Daniel actúa rápidamente con la intención de poner a salvo a todos. Sale de Barracas para esconder a Eduardo en otro lugar y promete volver a cuidar de su prima en una hora. Pero el capítulo siguiente comienza indicando que “por muy de prisa que anduviese Daniel, le era imposible volver a Barracas en el término de una hora” (p.291). Luego, unos capítulos más adelante, también llega tarde a proteger a Amalia cuando esta reciba la visita de Victorica y Mariño, lo que para él es una señal de que las cosas irán de mal en peor: “Empiezo a llegar tarde, y es mal agüero” (p.238).
Daniel continúa con sus estrategias conspirativas cuando hace uso de sus credenciales de buen federal, como miembro de la Sociedad Popular, para poner a Cuitiño en contra de María Josefa, o cuando le escribe a Mariño convencido de que lo hará retroceder en sus intenciones: “Y es de este modo”, le dice a Amalia, “hago que nuestros propios enemigos se conviertan en nuestros mejores servidores” (p.302). Daniel también utiliza, al igual que Rosas, el espionaje, porque tiene a Don Cándido de informante en el gobierno. Pero su plan conspirativo no funciona; por el contrario, no consigue descalificar a Ezcurra, que continuará enviando pesquisas para dar con el paradero de Eduardo, ni desmotivar a Mariño en intento de conquistar, o más bien de poseer, a Amalia. Así, Daniel empieza a perder la confianza que lo caracteriza mientras lo invaden los pensamientos supersticiosos: “Una especie de presentimiento terrible empezaba a oprimir el corazón de Daniel” (p.332).
En el capítulo 12, la narración vuelve a ingresar en la residencia de Rosas. Como personaje, solo había aparecido en los primeros capítulos de la novela. Otra vez lo vemos interactuando con Mandeville, en un diálogo que ejemplifica la forma en que Rosas somete a su voluntad al cónsul inglés mediante el autoritarismo y la humillación. Rosas le hace saber a Mandeville que no le preocupa la sublevación de las provincias y que no necesita la ayuda de su gobierno, pero también le da indicaciones de lo que debe hacer y lo obliga a amasar maíz, haciendo pasar por gesto de caballerosidad un sometimiento a la voluntad del tirano. Esto hace que el narrador ironice acerca del modus operandi de Rosas, que sabe cómo convertir en vasallos hasta a las personas más poderosas y respetables: “Y el ministro plenipotenciario y enviado extraordinario de Su Majestad la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda continuaba machacando el maíz para la mazamorra del dictador argentino” (p.310).
La escena en la que Amalia recibe sola a Victorica y Mariño la muestra como una mujer valiente que no se deja amedrentar por la presencia de los federales. Su casa es una manifestación visible de su posición política porque está decorada con los colores unitarios: “Tapices, colgaduras, porcelanas, todo se presentaba a los ojos del jefe de policía con los colores blanco y celeste, blanco y azul; celeste, o azul solamente. Y las pobladas cejas del intransigible federal empezaban a juntarse y endurecerse” (p.323). Si bien la joven generación a la que pertenece Amalia no se considera parte del antiguo Partido Unitario, aquí la palabra “unitario”, o más bien, “unitaria”, se reviste de otro significado, en relación con la resistencia femenina ante el poder federal. La posición de Amalia es evidente por la forma abiertamente hostil en que se dirige a Mariño, que responde llamándola “perra unitaria” (p.326). La respuesta de Amalia ante las acusaciones de Victorica es que “En Buenos Aires solo los hombres temen; pero las señoras sabemos defender una dignidad que ellos han olvidado” (p.327). Pero esta valentía, que la acerca a la actitud intransigente de la Señora de N…, tiene la contraparte de señalarla como potencial víctima del terror rosista, algo que Daniel, si hubiera estado allí, podría haber evitado censurando la actitud de su prima.
En los últimos capítulos de esta parte va creciendo el número de problemas y amenazas que acechan a los personajes. Esto provoca un nuevo panorama respecto de cómo deben actuar: si Lavalle no realiza su golpe pronto, deberán exiliarse cuanto antes. Como ahora la suerte no está de su lado, empiezan a ser más las señales de un final trágico para los protagonistas. Esto se evidencia también en una circunstancia azarosa, cuando Daniel se topa casualmente con el cura Gaete. Este no solo reconoce la voz de quien lo amenazó hablando en contra de Federación, sino que también toma nota de la casa de su amada. De esta manera, todos los potenciales riesgos que acechan a los personajes se tornan en peligros reales.