Amalia

Amalia Resumen y Análisis Parte cuarta (capítulos 1-8)

Resumen

El 16 de agosto, 11 días después de los sucesos anteriores, tres bultos se asoman a la casa de Barracas por la madrugada. Son Mariño, la joven negra que trabaja en la pulpería de al lado y un teniente de policía. Con una llave falsa, abren la verja de fierro por la que se ingresa al patio. Tratan de reconocer si hay alguien dentro de la casa, pero la joven dice que vio irse en coche a Doña Amalia dos días atrás. El teniente dice que debe marcharse para sumarse a la escolta que acompañará a Rosas al campamento de Santos Lugares, en donde esperará a Lavalle. Mariño coincide en que es hora de irse y le da dinero al teniente por sus servicios.

Buenos Aires, en ese momento, está envuelta en un silencio sepulcral. Todos están a la expectativa de cómo terminará la lucha entre Lavalle y Rosas. El cuerpo de la “Mashorca” (p.341) recorre la ciudad por las noches, sin hacer uso todavía de sus armas. Nos encontramos en la casa de Felipe Arana, que ha sido nombrado gobernador delegado. Allí se encuentran Mandeville, Daniel Bello y Don Cándido. Daniel comunica al ministro inglés y al gobernador delegado un documento firmado por el cónsul francés Martigny y la Comisión Argentina en Montevideo. En él se oficializa la alianza entre los argentinos exiliados y Francia, que asegura garantías de comercio y navegación al gobierno francés para cuando Rosas haya sido derrotado.

Como tomando partido por los federales, Daniel dice que el gobierno inglés debería asistir a Rosas para no darle ventaja a Francia sobre territorio argentino. Pero también menciona que al gobierno inglés le podría resultar beneficioso mantenerse neutral, para estar en condiciones de negociar con un futuro gobierno unitario. Mandeville comprende las insinuaciones de Daniel, que Arana no percibe. Daniel persuade al gobernador delegado de no hablar del asunto con Rosas, para que no se disguste con él.

Mandeville y Daniel salen juntos riéndose y compadeciéndose de la ingenuidad del gobernador delegado. Mientras esto ocurre, se acercan a la casa de Arana Victorica y el cura Gaete. Victorica llega primero, por lo que el cura decide esperar cumpliendo visita a la esposa de Arana. Victorica le pide al gobernador delegado que interceda ante la Mazorca, que opera sin autorización de la policía. También le dice que María Josefa Ezcurra solicita un nuevo registro de la casa de Barracas, e informa que se tiene sospechas sobre un pariente de Amalia, Daniel Bello. Arana dice que él responde por Daniel, a quien la Federación le debe mucho, y le dice que no puede dar ninguna orden sin consultar antes a Rosas. Victorica le dice que, como gobernador delegado, Arana debe cumplir con sus atribuciones, pero este le dice que solo es gobernador en las formas.

Victorica sale y entra en el despacho el cura Gaete. Al verlo, Don Cándido empalidece y trata de no hacerse ver ni de decir una palabra. Gaete le pide al gobernador delegado que le dé autorización para prender a unos “impíos unitarios” (p.366) que lo ofendieron. A continuación, reconstruye lo que ocurrió en la casa de Doña Marcelina, sin mencionar que se trata de un prostíbulo. Para hacer esto le pide a Don Cándido que se pare junto a él para que haga del hombre con quien se tropezó en la oscuridad, mientras imita lo sucedido. Muerto de miedo, Don Cándido hace una señal de que le duele la cabeza para salir de esa situación. Arana le dice que puede volver a su escritorio y anotar la denuncia del cura.

Gaete le pide a Arana que le dé una orden de prisión con el nombre en blanco, porque no quiere revelar la identidad de su atacante, Daniel Bello. Arana, que no quiere dar orden sin autorización de Rosas, le pide a Don Cándido que lea la denuncia de Gaete para ganar tiempo. Sin otra alternativa, Don Cándido empieza a leer en voz alta. El cura reconoce en seguida su voz y le dice a Arana que aquel es el otro hombre que lo ofendió. El gobernador delegado le dice que no está en su juicio, y que todo aquello que refiere pudo haber sido un episodio de lo que él llama sonambulismo o magnetismo. Don Cándido respalda la teoría de Arana y asegura que no fue él con quien Gaete se tropezó aquella noche. El cura se retira enfadado, diciendo que irá a ver al señor gobernador. Arana lo despide y manda a Don Cándido a visitar a unas monjas por un encargo.

La narración refiere a la religión en tiempos de Rosas. Afirma que la Federación permite que se profanen los templos y que se prostituya el clero, sin que nadie en Buenos Aires vele por la santidad del pueblo. Después de esta reflexión, se describe una escena en un monasterio, donde dos monjas, Sor Marta del Rosario y Sor María del Pilar, revisan una carta escrita por la primera en la que felicita a “Vuecelencia” (p.380), Juan Manuel de Rosas, por su victoria en la batalla de Sauce Grande. Acto seguido reciben la visita de Don Cándido, que se deshace en cumplidos en nombre del gobernador delegado y le pide que las monjas lo tengan en sus oraciones. Sor Marta le entrega la carta que acaba de leer y le pide a Don Cándido que lea el borrador de otra, en la que dice que ruega a Dios por el triunfo de Rosas sobre los enemigos que acaban de invadir el país. Don Cándido alaba la carta, la que se lleva junto a la otra, y se despide.

Al salir del convento se encuentra con una mujer a quien Don Cándido no reconoce, pero ella a él sí: se trata de Doña Marcelina, la dueña del prostíbulo. Marcelina agradece la fortuna de haber dado con Don Cándido para advertirle que el cura Gaete tiene el plan de seguirlos a él y a Daniel para asesinarlos apenas tenga la oportunidad. Don Cándido se aleja consternado. Poco después, la gente se apiña cerca del río para ver a una ballenera francesa que se aproxima a la orilla. Está a poca distancia de la zona a la que llegan los cañonazos de la fortaleza y la batería del Retiro. También llama la atención un hombre que se encuentra unos cuarenta metros río adentro, sobre la superficie de una tosca por la que puede avanzar con el agua hasta las pantorrillas. Este hombre no es otro que Don Cándido, que, en su desesperación, trata de alcanzar la ballenera para exiliarse a la vista de todos. El barco maniobra y se aleja, mientras un grupo de oficiales a caballo llega hasta donde está Don Cándido. Este se excusa diciendo que es el secretario del gobernador delegado y que se acercó a la ballenera para ver si traía gente de desembarco en el fondo. Así logra volver a la orilla recibiendo felicitaciones.

El 21 de agosto, la naturaleza americana se exhibe en su esplendor, inspirando al narrador a describir al tipo social característico de estas tierras, el gaucho, cuya importancia social y política se comprende mejor recomponiendo la historia de la revolución argentina. De estos levantamientos surgen los caudillos como los mejores gauchos que encabezaron la resistencia a las reformas republicanas. Rosas es la más perfecta representación de esta fuerza reaccionaria que convierte el conflicto civil en una lucha entre la civilización y la barbarie. Es el Rosas que se encierra en los reductos de Santos Lugares mientras Lavalle avanza sobre la ciudad.

Análisis

Los primeros capítulos de la Parte Cuarta incluyen varios documentos históricos que Mármol utiliza para darle verosimilitud a su narración y para fundamentar sus críticas al gobierno de Rosas, las que realiza a través de los comentarios de su narrador omnisciente. En una nota al pie sostiene que “todo documento publicado en esta obra es auténtico” (p.380), sugiriendo que, así como la historia se pone al servicio de la ficción, esta también sirve como marco para darle interés narrativo a los testimonios de época.

El primer capítulo abre con una escena que reafirma el peligro en el que se hallan Amalia, Eduardo y Daniel, porque lo muestra a Mariño merodeando por la casa de Barracas junto a la joven empleada de una pulpería que delató el ocultamiento de Belgrano. La escena se envuelve en un ambiente de misterio que presenta a los personajes como “bultos” que acechan el recinto privado de Amalia, que ha dejado de ser su refugio ameno y civilizado. La narración sigue con el relato de la inminente llegada de Lavalle a Buenos Aires, transmitiendo el clima de tensión que se vive en la ciudad. El conflicto se concibe como “un duelo a muerte entre la libertad y el despotismo, entre la civilización y la barbarie” (p.338).

El narrador realiza uno de sus varios paréntesis de reconstrucción histórica, esta vez sobre las fiestas de las parroquias, como se refiere al asesinato de Manuel Vicente Maza y su hijo por encargo de Rosas en 1839, que provocó un “entusiasmo popular […] cuya bacanal debía celebrarse en los templos” (p.344). De esta manera, el narrador se respalda en los documentos de la época como muestras de “la degradación del pueblo sometido a Rosas” (p.345). Esto mismo hace más adelante, en el capítulo 5, cuando recupera el modo en que Rosas hizo uso de la religión para someter al pueblo, y en el capítulo 8, cuando describe al gaucho como tipo social argentino para explicar a Rosas como la expresión más acaba y sanguinaria del caudillismo. A través de estas reflexiones, Amalia se acerca al género del ensayo histórico del Facundo de Domingo F. Sarmiento, en cuanto coincide con la interpretación de que los levantamientos de los caudillos populares significa una reacción “del pueblo colonial atrasado, ignorante y apegado a sus tradiciones seculares” (p.395) contra las ideas europeas de progreso.

Don Cándido y Doña Marcelina vuelven a funcionar como resortes para que se desarrolle la trama, pero también como personajes que otorgan alivio cómico ante la tensión dramática. Esto ocurre con Don Cándido cuando lo vemos al borde de echarlo todo a perder por el miedo que le tiene al cura Gaete o por intentar exiliarse atravesando el río a pie en frente de todo el mundo. Doña Marcelina, por su parte, produce risa por la forma en la que introduce referencias literarias en cualquier circunstancia, y cuando atemoriza aún más al pobre maestro de primeras letras de Daniel con sus premoniciones trágicas: “Yo, mis amigos y la desgracia componemos las tres unidades de la tragedia clásica, según me lo explicó tantas veces el célebre poeta Lafinur (…). No puedo ni hablar con las personas sin que caigan en desgracia luego” (p.386).

En estos capítulos, el cargo que ocupa Arana como gobernador delegado le permite a Daniel Bello rearmar su plan conspirativo, que consiste en aprovecharse de su posición en la sociedad federal para persuadir a sus enemigos de actuar a su favor. En el capítulo 2, Daniel convence a Arana de guardarse de comunicarle algo a Rosas sobre el acuerdo entre la Comisión Argentina en Montevideo y el gobierno francés, al mismo tiempo que consigue comunicar esto mismo a Mandeville para condicionar la posición del gobierno inglés. No obstante, la narración también insiste en que la maleabilidad de las autoridades del gobierno federal es funcional al sistema de Rosas, porque el único que tiene poder real es él; por eso el narrador afirma que “todos cuanto representaban un papel en el inmenso escenario de la política” formaban parte de una “laboriosa ficción”, en la que “cada personaje era un actor teatral: rey a los ojos de los espectadores, y pobre diablo ante la realidad de las cosas” (p.364).