El puñal (Símbolo)
En Amalia, el arma de la Federación es el puñal. Es un arma de los sectores populares, la misma que utiliza el barbero, el carnicero o el criminal. No es un arma de caballero como la espada, sino la que usa la Mazorca para degollar a sus víctimas como si fueran animales. En palabras de María Josefa Ezcurra: “No es época de espadas […] sino de puñal. Porque es a puñal que deben morir todos los inmundos salvajes asquerosos unitarios, traidores a Dios y a la Federación” (p.402). De este modo, el puñal simboliza la violencia federal, que en contraste con las armas de los unitarios, se presenta brutal y bárbara.
Las cartas (Símbolo)
Daniel Bello enfrenta el puñal federal con el poder de la palabra, por eso las cartas que escribe son un instrumento esencial en sus intrigas políticas. En el transcurso de la trama lo vemos redactando y mandando numerosas cartas, algunas clandestinas para sus aliados en el exterior, otras secretas para su prima y su amada, y otras a miembros importantes de la Federación, en las que pretende confabular contra los unitarios para socavar información clave para sus planes conspirativos. También envía otro tipo de escritos, como los papeles que funcionan de contraseña para los congregados a la reunión clandestina, y recibe cartas y documentos que protegen a sus seres queridos, como el papel que certifica que es miembro de la Sociedad Popular Restauradora, o la carta de Manuela Rosas que frena el ingreso de los mazorqueros a la Casa Sola. En suma, si el puñal simboliza la fuerza bárbara y brutal de los federales, las cartas simbolizan el poder letrado e ilustrado de Daniel y los suyos.
El reloj (Símbolo)
Otra forma en la que Daniel Bello organiza sus acciones es a través del control del tiempo. Por eso, el reloj se presenta en la novela como un símbolo de su habilidad para organizar y llevar a cabo sus intrigas. Daniel siempre tiene en cuenta qué hora es y calcula el tiempo que le lleva desplazarse de un lado a otro, para prevenir sospechas o que la Mazorca llegue antes que él. Cuando los personajes se ven más comprometidos, Daniel empieza a perder el control del tiempo, como cuando no consigue llegar antes que Victorica y Mariño a la casa de Amalia. En el final de la novela, el reloj se reviste de otro significado, como símbolo que representa las premoniciones de Amalia. La noche de su casamiento y de la muerte de Eduardo y Daniel, desde las 6 de la tarde hasta las 10 de la noche, cada vez que el reloj da la hora, Amalia siente el anuncio de su destino trágico.
La sangre (Símbolo)
Amalia utiliza la sangre como representación material y simbólica del gobierno de Rosas. Es una representación material, en cuanto se escenifica el derramamiento de sangre en los dos enfrentamientos que abren y cierran la novela: la emboscada a los unitarios que buscan exiliarse, y el ingreso de la Mazorca a la casa de Barracas. Es una representación simbólica en cuanto la sangre expresa, para el narrador, el anhelo de muerte y destrucción de Rosas, que se regocija al ver la mano ensangrentada de Cuitiño; que al beber un vaso de agua teñida de rojo, parece saciarse con la sangre de las muertes que provocó; y que produce con sus políticas de terror una “primavera de sangre” en la sociedad porteña.
Amalia (Alegoría)
El personaje de Amalia funciona como una representación alegórica de la Argentina. Su destino está atado al destino nefasto de su país, porque su felicidad depende de que el gobierno de Rosas no encuentre y asesine a su amado. Si ella padece premoniciones funestas es porque su corazón intuye el destino que le depara a su patria, que desde la perspectiva de la novela está condenada a sufrir años de represión dictatorial. Eduardo ama a Amalia como ama a su patria; eso mismo insinúa Daniel cuando le dice:
Acabas de pensar en la patria, y estás pensando en Amalia. Acabas de pensar cómo conquistar la libertad, y estás pensando cómo conquistar el corazón de una mujer. Acabas de echar de menos la civilización en tu patria, y echar de menos los bellísimos ojos de tu amada (p.205).
La vestimenta (Motivo)
Una de las formas en que se expresa el enfrentamiento entre unitarios y federales como un enfrentamiento entre la civilización y la barbarie es a través de la vestimenta. Los personajes del bando unitario o antirrosista pertenecen a las clases altas y visten trajes que representan lo civilizado y lo europeo, trajes que se corresponden con sus rostros bellos y sofisticados. Una correspondencia entre vestimenta y apariencia física se da también entre los federales, pero desde un punto de vista que asocia la procedencia popular con lo bárbaro; así describe el narrador el aspecto uniformado de los hombres de la Sociedad Popular:
Sombrero negro con una cinta punzó de cuatro de dos de ancho, chaqueta azul oscuro con su correspondiente divisa de media vara, chaleco colorado, y un enorme puñal a la cintura […] y del mismo modo que el traje, las caras de aquellos hombres parecían también uniformadas: bigote espeso; patilla abierta por bajo de la barba, y fisonomía de esas que sólo encuentran en los tiempos aciagos de las revoluciones populares… (pp.126-127).
Por esta relación entre fisonomía, vestimenta, estrato social y partidismo, cuando los federales asisten a un baile, su falta de adecuación a las costumbres civilizadas se transmite en el uso de una vestimenta protocolar que les molesta porque les resulta completamente ajena (ver “Resumen y Análisis Segunda Parte, capítulos 7-12”).
Los silencios y sonidos (Motivo)
Un motivo recurrente de la novela es el silencio que envuelve a la ciudad sitiada por el terror. En este ambiente de silencio sepulcral, cualquier sonido, como el ruido de unas pisadas a la puerta de la casa, puede ser indicio de peligro, como el arribo de una partida de la Mazorca. También hacer ruido puede generar sospechas y conducir los puñales hacia donde proviene el sonido, porque en Buenos Aires, cualquier persona que oye puede ser un potencial delator. Así transmite la novela cómo el gobierno de Rosas subyuga a través del silencio y de los sonidos a la sociedad porteña.