Resumen
El 1º de septiembre de 1840, un cielo oscuro y triste se extiende sobre Buenos Aires. El Ejército Libertador de Lavalle avanza lentamente, mientras otras provincias contrarias a Rosas se preparan para el combate. En Buenos Aires, la mujer porteña comienza a ser el blanco predilecto de “la Mashorca”. Si ven en la calle una joven que no lleva una divisa visible de la Federación, la agarran brutalmente y le pegan un moño de coco punzó en la cabeza. Los hombres también reciben un tratamiento similar: si no llevan barba y cabello al estilo federal, se los afeita con el cuchillo que después se utilizará para atravesar sus cuellos. En Buenos Aires la sociedad se divide entre “ser facinerosos o ser víctimas” (p.463).
En Santos Lugares, Rosas desmonta en el cuartel general. Durante tres cuartos de hora se pasea por la habitación mientras un soldado le ceba mate y el resto aguarda en silencio sus órdenes. Rosas se dirige a Corvalán y le ordena que lea un documento que registra el avance del ejército de Lavalle. En ese momento, viene un soldado a avisar que llegó un hombre al campamento para vender unos dulces, pero que creen es espía de Lavalle. Rosas ordena que hagan lo que quieran con él. Mientras Corvalán reanuda su lectura, se oyen unos alaridos que indican el degüello de aquel hombre infeliz, vendedor de masas de profesión.
Rosas envía a Corvalán a decirle a María Josefa que haga lo que quiera con los unitarios que está persiguiendo, y que le diga a Mariño que parece unitario, por lo que publica en la Gazeta Mercantil, que en esos momentos “[chorrea] de sangre, azuzando a los lebreles de la Federación al exterminio de todos los unitarios” (p.470). Corvalán sale a cumplir las órdenes, pero en seguida es llamado a regresar. Entonces Rosas ordena que lea las clasificaciones de 1835, un documento que registra la condición política de casi diez mil individuos. Cuando termina la lectura de una parte de aquel documento, Rosas le pide a Corvalán que se lo envíe a María Josefa. Luego toma una copa de agua que se tiñe de color sangre por el sol que entra en la habitación a través de las cortinas de coco punzó.
En Buenos Aires, Don Cándido se dirige a la casa de Daniel. Antes, entra en la Sala de Representantes improvisadamente, cuando ve a un grupo de federales que salen de una fonda. Después de ser echado de allí por un oficial que cree que está loco, Don Cándido llega a lo de su discípulo y le reprocha haberlo involucrado en conspiraciones de las que él no quiere ser parte, porque él es un buen federal. Por eso sentencia que quiere terminar sus relaciones con Daniel. Su discípulo le responde que si quiere ser ahorcado por Rosas, él se encargará de visitar a Salomón para informar su intento de emigración. También le dice que puede ser ahorcado por Lavalle cuando entre a la ciudad y quiera vengarse de los funcionarios del gobierno, como el secretario del ministro y gobernador delegado Arana. Viéndose acorralado, Don Cándido le entrega a Daniel unos papeles que hablan de los alzamientos a favor de Lavalle en las provincias. Daniel se lamenta, porque cree que si el interés está puesto en las provincias, y no en atacar la ciudad, disminuye la posibilidad de vencer a Rosas.
Llega Doña Marcelina al despacho de Daniel, provocando un gran disgusto en Don Cándido. Este le pide a Daniel que eche a esta mujer que es poco menos que Satanás, porque siempre que aparece les trae desgracias. Marcelina se defiende con sus citas literarias. Daniel hace pasar a Marcelina a su escritorio. Esta le cuenta que se encuentra en su casa el señor Douglas, el contrabandista de unitarios, y que ha traído uno de sus correos secretos. Daniel lee y le pide a Marcelina que ordene a Douglas que venga a verlo a la tarde. Marcelina se retira, no sin antes amedrentar al temeroso Don Cándido. Daniel entra a su habitación, donde se encuentran Eduardo y el doctor Alcorta, y les comparte la carta, que da noticias de una expedición al Río de la Plata del vicealmirante francés Mackau. Una vez más, Daniel muestra preocupación, porque si se espera la llegada de aquella expedición se echará a perder el ataque rápido sobre Buenos Aires. Luego confirma que cuenta con quince hombres bien resueltos que sabrán donde posicionarse cuando llegue el ejército de Lavalle y que posee armas que se hizo traer de Montevideo. Todo está listo para la partida de Madama Dupasquier y su hija. Amalia no las acompaña porque no quiere alejarse de Eduardo.
Acorta se retira y vuelve a aparecer Don Cándido, que insiste en cortar relaciones con Daniel y con Eduardo. Estos le vuelven a explicar que se verá en problemas tanto si los federales se enteran de que los ha asistido, como si ellos no lo respaldan cuando entre Lavalle y quiera dar justas represalias a los funcionarios de Rosas. Cándido sostiene que él es federal, pero que le dio pena leer en el preámbulo que le dictó Arana que se ordenará la quita de todos los bienes de los unitarios, después de que se haya triunfado sobre Lavalle. Daniel y Eduardo intercambian miradas que expresan el horror de lo que acaban de oír. Don Cándido sale e ingresa Mr. Douglas, a quien Daniel le da instrucciones para la partida de Florencia y su madre, junto a un encargo de embarcar unos baúles, de enviar una carta y traer su respuesta.
La casa de Rosas se ha convertido en un punto de reunión al que todo el mundo federal va para conocer las noticias sobre la avanzada de Lavalle. Manuela conversa con Victorica sobre las novedades que ha recibido de Santos Lugares. Victorica se queja de que ahora no recibe las órdenes directas del señor gobernador, sino de otros que las dan en su nombre. Así le cuenta que Doña María Josefa le ha ordenado que espíe una casa unitaria y a un muchacho de buenas relaciones federales, Daniel Bello. Manuela le responde que el señor Bello es “uno de los pocos hombres sinceros que nos rodean” (p.510) y que no debe dar paso alguno contra él sin recibir orden expresa de “tatita”. Victorica accede, complacido de ir en contra de lo que quiere Ezcurra. Aquella mujer, por su parte, ha relevado a Cuitiño por otro hombre de la Mazorca, Martín Santa Coloma, en su plan de persecución.
Mr. Douglas se dirige en la ballenera al punto de embarque en Olivos. Se inquieta cuando ve que su señal de luz no recibe respuesta del otro lado, hasta que por fin llega. Unas horas antes, vemos a madama Dupasquier y a Florencia yendo en coche hasta la Casa Sola, escoltadas por Daniel y Eduardo. Allí las recibe Amalia, que se encuentra con Luisa y Pedro. Los dos jóvenes y las mujeres caminan juntos hasta un punto en la orilla, y se preocupan al ver que la señal lumínica se demora en aparecer. Cuando la ven, responden y avanzan hasta el lugar de embarque. Florencia y su madre se despiden con lágrimas. Daniel sube con ellas y ordena a Fermín que le prepare su caballo en una peña, en la que desembarcará dentro de dos horas.
Mientras los ven alejarse, Amalia, Eduardo y Luisa oyen la detonación de una descarga de mosquetería. Vuelven de prisa a la casa, donde los recibe un Pedro muy preocupado. En el trayecto oyeron dos descargas más: una igual a la primera y otra que fue una respuesta de la ballenera. Amalia teme que haya heridos, pero Eduardo dice que es imposible que las balas hayan impactado a esa distancia. En ese momento, oyen el ruido de un grupo de jinetes que se acerca a la casa. Eduardo y Pedro se alistan para luchar. El grupo de hombres toca la puerta, y al ver que no hay respuesta, empiezan a golpearla y a darle tiros para echarla abajo. Pedro ordena a Amalia refugiarse en otra habitación con Luisa. Cuando están a punto de ingresar, Luisa recuerda la carta de Manuela Rosas. Amalia la toma y abre una ventana para enfrentar a los hombres y entregarles la carta. El jefe de la partida, Santa Coloma, lee y pide disculpas por haber intentado ingresar en la casa de una amiga de Doña Manuelita. Amalia dice que comprende la confusión y promete no decir nada de lo que ha ocurrido. Santa Coloma y los suyos se marchan. Un minuto después, Amalia cae desmayada sobre el sofá.
Análisis
A medida que la novela se acerca al momento histórico que determina la suerte de los personajes –la retirada de Lavalle, que implica la derrota unitaria y la permanencia de Rosas en el poder durante doce años más– son más los momentos en que el narrador se detiene a realizar una descripción entre histórica y literaria de las condiciones sociales y políticas de la época. Por un lado, describe literariamente el enfrentamiento entre Lavalle y Rosas como una expresión de la lucha entre la civilización y la barbarie:
Lavalle y Rosas representaban los dos principios opuestos de la revolución.
Ya estaban frente a frente.
Su voz se oía.
Sus armas se tocaban. Y el que cayese, debía arrastrar en su caída toda su causa con todas sus manifestaciones, más o menos extensas que ellas fuesen (p.460).
Por otro lado, para recuperar lo que el antirrosismo nombra como el período del terror del gobierno de Rosas, el narrador afirma que “la pluma del romancista se resiste, dejando al historiador esta tristísima tarea, a describir la situación de Buenos Aires, al comenzar los primeros días de septiembre” (p.460). De esta manera, pretende asegurar la veracidad histórica de lo que cuenta cuando describe las acciones violentas que utilizó la Mazorca, como pegar con brea la divisa punzó en las mujeres porteñas. Aquí también aparece “el cuchillo de la Mashorca” (p.462) como el arma simbólica que representa la violencia federal que proviene de los sectores bajos, de los carniceros y los delincuentes, que se han convertido en la fuerza parapolicial de Rosas.
Con relación a esta caracterización de las clases populares y su adhesión al gobierno de Rosas, la narración vuelve a manifestar su sesgo racista y de clase, cuando describe la participación de “los negros, pero con especialidad las mujeres de ese color”, como “principales órganos de delación” en el sistema de Rosas (p.506). Así sostiene que la raza negra, a la que considera una raza americana (porque fue “modificada notablemente por el idioma, el clima y los hábitos americanos”, p.505), traicionó a la sociedad que le otorgó su libertad y que con generosidad e indulgencia le dio salario y pan para sus hijos; en otras palabras, sentencia: “El odio a las clases honestas y acomodadas de la sociedad era sincero y profundo en esa clase de calor; sus propensiones a ejecutar el mal eran a la vez francas e ingenuas; y su adhesión a Rosas leal y robusta” (p.506).
Por contraste, el narrador reivindica la colaboración de extranjeros como Mr. Douglas, gracias a quienes se salvaron “los más notables personajes de la emigración activa” (p.503). De esta manera, enfatiza el antagonismo entre civilización y barbarie a través de una diferenciación entre europeos (y norteamericanos) benefactores y americanos delatores:
Cuando la delación era tan pródigamente correspondida, y cuando no pasaba un día sin que las autoridades de Rosas la recibiesen de hijos del país, en todos esos extranjeros, italianos, ingleses, norteamericanos, poseedores del secreto y de la persona de los que emigraban […], no hubo uno solo que vendiese el secreto o la confianza que se depositaba en él (p.504).
Un capítulo que cruza con destreza el archivo histórico y la caracterización literaria es el tercero, titulado “Un vaso de sangre”. Aquí se ve cómo Rosas impone su poder por medio de un sistema racional y eficiente y a través del miedo que impone su figura. En este capítulo, se incluye una reproducción parcial de un documento, las Clasificaciones que comprenden, según indica Mármol en nota al pie, “nueve mil cuatrocientos cuarenta y dos individuos; comenzadas en 1835, y concluidas, parece en 1844” (p.471). Se trata de un documento que cataloga a las personas de alto rango de acuerdo a su condición política, ya sean federales, unitarios o federales que se pasaron de bando. Este documento ocupa casi diez páginas de la novela en los que aparecen nombres propios de personas reales y con aclaraciones como “renegado”, “comprometido”, “unitario malo”, “buen federal”.
Luego el capítulo cierra con una imagen contundente: la de Rosas bebiendo un vaso de agua que, “por un efecto de óptica” (p.481) producido por la luz del alba que ingresa a la habitación a través de unas cortinas rojas, “llevó el terror a la imaginación de los secretarios, que, herida por la idea que acaban de comprender en Rosas al mandar las clasificaciones a su hermana política, les hizo creer que el agua se había convertido en sangre” (ibid.). Por si hiciera falta la aclaración, el narrador reviste de valor simbólico este efecto de la óptica y la imaginación diciendo que daba
la verdad terrible de ese momento […] porque en ese momento [Rosas] bebía sangre, sudaba sangre y respiraba sangre: concertaba en su mente, y disponía los primeros pasos de las degollaciones que debían bien pronto bañar en sangre la infeliz Buenos Aires (p.481).
Respecto del destino particular de los personajes de la historia, aparece en estos capítulos otro episodio de alta tensión. Se trata del momento en que se orquesta el exilio de Florencia y Madama Dupasquier y que pone en peligro a todos los personajes, cuando llega una nueva partida de la Mazorca a intentar invadir el refugio de Amalia en las afueras de la ciudad. En esta escena, vuelven a ser relevantes las operaciones de Daniel, que consigue salvar a su prima a través de la carta que consiguió de Manuela Rosas. No obstante, es evidente que solo ha conseguido demorar el puñal que está constantemente al acecho.