“Ante la Ley” es un cuento que Kafka incluyó en su novela inconclusa El proceso. Allí, la parábola es contada por un sacerdote a Joseph K., el protagonista de la historia, que una mañana cualquiera se entera de que ha sido procesado, sin saber nunca el porqué. Es interesante recuperar la conversación que tienen estos dos personajes sobre la parábola para profundizar en el tema de la búsqueda de sentido en “Ante la Ley”.
Después de escuchar la historia, Joseph K. cree que el guardián ha engañado al hombre de campo al omitir el hecho de que la puerta solo le estaba destinada a él, información que le ofrece cuando ya es demasiado tarde. Pero el sacerdote le dice que es posible que el guardián solo estuviera cumpliendo con su deber, lo que se nota en el hecho de que nunca abandona la puerta ni es sobornable, y muestra respeto por sus superiores.
No obstante, dice el sacerdote, el guardián le hace dos aclaraciones al hombre de campo que van más allá de su deber, y que acaso debilitan su vigilancia de la entrada: que en este momento no puede permitirle el ingreso y que la entrada solo le estaba destinada a él. Hay varios elementos del relato que hacen al guardián más amistoso de lo que parece: el modo en que se burla del campesino ante su intento de ingresar, el hecho de que le ofrece un taburete para sentarse y la paciencia con que tolera los pedidos del hombre pueden ser manifestaciones de este costado más humano. El sacerdote incluso sugiere que, cuando el guardián le dice al campesino que es insaciable, se puede leer en esas palabras un tono de amistosa sorpresa y de condescendencia, en vez de un tono de hartazgo y enfado.
K. llega entonces a la conclusión de que el campesino no ha sido engañado. Pero el sacerdote aclara que solo se trata de opiniones. Luego le ofrece otra interpretación, que es la posibilidad de que el engañado sea el guardián. Esto lo fundamenta por la simplicidad del personaje: el guardián no conoce, en realidad, el interior de la Ley; no ha pasado más allá del tercer guardián, cuya visión no puede siquiera tolerar. De esta manera, muestra más miedo que el campesino, quien, a pesar del temor y las advertencias, no abandona su intención de ingresar a la Ley. Bajo esta lupa, el guardián es el engañado “acerca del aspecto y el significado del interior” (p.237). Hasta se podría decir que está engañado sobre el campesino, a quien está subordinado sin saberlo. El campesino es libre de irse cuando quiere: permanece ante la puerta de la Ley por su propia voluntad. El guardián, en cambio, está cumpliendo una orden.
Siguiendo esta línea, el sacerdote dice que, en el final, el guardián dice que va a cerrar la puerta, pero sugiere que, dado que la puerta está siempre abierta, no tendrá potestad para cerrarla, aunque el hombre de campo muera. Agrega también que el campesino puede ver el destello de luz que proviene del interior de la Ley, pero el guardián no tiene siquiera eso, porque permanece de espaldas a la puerta que custodia. Joseph K. considera que esto está bien argumentado, pero no cree que implique que el campesino no sea también presa de un engaño: “si el guardián está engañado, entonces su engaño tiene que trasladarse necesariamente al hombre” (p.239), le dice al sacerdote. Este le responde que otros dicen que la historia no le da a nadie el derecho de juzgar al guardián, que está atado a su servicio, más que a este campesino.
La conversación entre estos dos personajes empieza a apagarse porque K. está “demasiado cansado para poder abarcar todas las derivaciones de la historia” (ibid.). Para él, “la simple historia había perdido su forma” y quiere “deshacerse de ella” (p.240). Podemos relacionar esta puesta en consideración del sentido del deber del guardián y de la posibilidad de que los personajes estén o no engañados respecto de su lugar en la estructura de poder como una forma de multiplicar las interpretaciones posibles del texto. Pero el sacerdote mismo lo aclara: “No debes fijarte demasiado en las opiniones. El escrito es inalterable, y las opiniones son, a menudo, tan solo una expresión de desesperanza frente a ello” (p.236). Es imposible modificar el texto o hacerle decir algo que no dice; por lo tanto, cualquier intento de interpretación manifiesta un anhelo por la búsqueda de sentido que siempre se frustra. Walter Benjamin lo plantea en estos términos:
Kafka disponía de una rara fuerza para crear parábolas. Sin embargo, jamás se agota en lo interpretable; desde siempre, más bien, ha tomado todas las precauciones imaginables contra la interpretación de sus textos. Con cautela, con prudencia, con desconfianza hay que ir avanzando a tientas en el interior de ellos. Hay que tener presente la peculiaridad de Kafka al leer […]. Podemos también recordar su testamento. La instrucción por la que ordenaba destruir su legado es, teniendo en cuenta aquellas circunstancias, tan difícil de sondear que debe ser ponderada con tanto esmero como las respuestas del guardián ante la Ley (Benjamin 2014, p.43).