El hombre reflexiona y luego pregunta si más tarde podrá entrar. ‘Es posible’, dice el guardián, ‘pero ahora no’.
El campesino llega a las puertas de la Ley pensando que podrá ingresar a ella sin dificultades, por eso la prohibición del guardián lo deja pensativo. Desde el principio del relato, el hombre de campo intenta sortear esta dificultad por medio de la reflexión y el ingenio. Lo primero que se le ocurre es, en efecto, preguntar si en algún momento se lo dejará ingresar. Más adelante probará otras estrategias, como sobornar al guardián y cansarlo con sus preguntas. Ahora bien, el guardián siempre le dice que no, pero deja la puerta abierta –literal y figuradamente– a la posibilidad de que, en algún momento, el campesino pueda ingresar. Sin embargo, nada le garantiza al hombre de campo que más adelante se le dejará ingresar a la Ley; es una posibilidad, no una certeza. Esta lógica temporal es lo que termina atrapando al campesino en una espera dilatada y potencialmente infinita que termina con su vida.
En vista de que la puerta que conduce a la Ley está abierta, como siempre, y el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para mirar el interior, a través de la puerta.
El edificio de la Ley tiene siempre las puertas abiertas. El campesino tiene vedada la entrada, pero hay algo en su apertura que lo invita a ingresar. Incluso el guardián se hace a un lado para permitir que el hombre de campo se incline y se asome para ver el interior. En el gesto del guardián hay algo de provocación, como si quisiera incitarlo a infringir la censura, lo que se refuerza cuando lo anima a ingresar a pesar de su poder y el de los temibles guardianes que se encuentran en las distintas salas internas. Pero el campesino no hace más que asomarse, como quien anhela pero no se atreve a conocer qué hay más allá de la puerta.
El hombre de campo no esperaba tales dificultades; la Ley debería ser accesible para todos en todo momento, piensa él, pero ahora que contempla más minuciosamente al guardián, con su abrigo de piel, su gran nariz puntiaguda, la luenga barba tártara escasa y negra, decide que es mejor esperar hasta que llegue la autorización para entrar.
La premisa “la Ley debería ser accesible para todos en todo momento” se formula en el pensamiento del campesino como un axioma que no debería ser cuestionado, y que connota una forma de comprender la Ley más como un derecho que como un sometimiento coercitivo. Es o debería ser “para todos”, pero también debería serlo “en todo momento”, lo que pone de manifiesto un primer intento de resistencia del campesino: él quiere que el axioma se cumpla. Pero frente a él hay un guardián de aspecto extraño. La nariz puntiaguda, la barba tártara y el abrigo de piel son indicios de una presencia exótica e imponente. Esta es la primera vez que el hombre de campo observa detenidamente al guardián, algo que hará de forma constante hasta obsesionarse con él y concebirlo como el único obstáculo para su justo acceso a la Ley. Pero el temor de desobedecer es más fuerte, y el campesino no ve otra opción que acatar las órdenes del guardián y esperar una autorización que nunca llega.
El hombre, que se había aprovisionado de muchas cosas para su viaje, lo dilapida todo, por valioso que sea, a fin de sobornar al guardián. Este, por cierto, acepta todo, pero dice, al hacerlo: 'Lo acepto solo para que no creas que has omitido alguna cosa'.
El campesino y el guardián inician una instancia de negociación que dura años y que pone siempre al primero en condición de inferioridad respecto del segundo. Es el hombre de campo el que está dispuesto a dilapidar todas sus posesiones para obtener lo que quiere. No le importa lo “valioso que sea” el objeto que elige para sobornar el guardián: nada es más importante para él que ingresar a la Ley. El guardián, por su parte, emplea una estrategia que conserva incorruptible la relación de poder: acepta los sobornos, pero convirtiéndolos en intentos vanos. De esta manera, logra que el campesino se quede sin recursos mientras se deteriora y va perdiendo la esperanza.
Maldice el infortunado azar; en los primeros años, en voz alta; luego, cuando envejece, solo rezonga ante sí. Se torna pueril y, como luego de estudiar durante años al guardián, también ha llegado a conocer las pulgas en su cuello de piel, les pide también a las pulgas que lo ayuden y que consigan que el guardián cambie de opinión.
El campesino entra en un proceso de deterioro paulatino que se manifiesta físicamente de diferentes maneras: va perdiendo la voz, luego la visión y, más adelante, el oído. El envejecimiento, paradójicamente, lo torna pueril, es decir, lo infantiliza, lo que se puede relacionar con la pérdida de la razón. Una muestra de esto es que su estudio obsesivo del guardián lo lleva a ponerse a hablar con las pulgas del abrigo de piel. También se hace más pequeño de cuerpo, lo que aumenta la distancia física que lo separa del guardián, “en perjuicio del hombre” (p.233). Podemos relacionar esta degradación del campesino y la cercanía con las pulgas con un proceso de animalización que, en la lectura que realizan Gilles Deleuze y Félix Guattari de la literatura de Kafka, se vincula con un devenir menor del personaje, que busca una salida –o, mejor dicho, una entrada– a la imposición de la autoridad y el poder que bloquean su deseo. Esto quiere decir que el campesino, al no poder cumplir su deseo de ingresar a la Ley, accede a una línea de fuga que es la de la degradación y deshumanización de su propio ser. Desde esta perspectiva, la enajenación del personaje puede funcionar también como una vía de escape y de resistencia.
'¿Qué es lo que quieres saber ahora?', pregunta el guardián, 'Eres insaciable'.
El campesino llama la atención del guardián por última vez antes de morir. El guardián parece molesto por la insistencia del hombre, que no se rinde en seguir haciéndole preguntas al guardián, con el objetivo de entrar a la Ley. Antes se había descrito que el campesino agotaba al guardián con sus preguntas, y ahora la reacción del guardián parecería indicar que ha logrado perturbarlo. En este sentido, cuando el campesino llama al guardián y lo hace “inclinarse profundamente sobre él” (p.233), hasta donde se halla su cuerpo empequeñecido, esa inclinación marca la superioridad del guardián, pero también podríamos decir que el gesto de doblegarse indica un sometimiento a la última voluntad del campesino.
'Todos se empeñan en llegar a la Ley', dice el hombre, '¿cómo es que en todos estos años nadie ha pedido ingresar, además de mí?'.
Es interesante marcar todas las premisas axiomáticas que aparecen en el relato: la Ley debería ser accesible para todos en todo momento, la puerta de la Ley está siempre abierta, todos se empeñan en llegar a la Ley. Las últimas dos no se expresan en forma condicional, sino como evidencias, como verdades incuestionables. Las palabras “todo” y “siempre” dan una idea de cómo se plantean estas premisas en términos absolutos.
Pero la primera sí aparece en condicional: la Ley debería ser accesible, pero la situación particular en la que se encuentra el campesino demuestra lo contrario. Es tal vez por eso que el campesino dilapida todo lo que tiene para ingresar a la Ley; entiende que debe hacer un sacrificio semejante para restaurar el sistema de creencias que regula la vida social. Pero él es tan solo un simple hombre de campo. No puede luchar solo frente a la máquina burocrática del edificio de la Ley. Acaso piensa en eso cuando se da cuenta de que, en todo ese tiempo, nadie más que él ha intentado ingresar a la Ley. Podríamos decir que es un primer reconocimiento de la opresión y el enajenamiento al que ha sido sometido, por el que ha sido aislado de los demás, de un colectivo que podría haber tenido la fuerza suficiente para superar al guardián y acceder a la Ley.
El guardián reconoce que el hombre ya está cerca del final, y a fin de alcanzar aún su oído, que está apagándose, le grita: 'Aquí no podía ser admitido nadie más, pues esta entrada solo te estaba destinada a ti. Ahora me voy, y la cierro'.
Es difícil comprender el significado de que la puerta de la Ley solo le estaba designada al hombre de campo. Si eso significa que hay más puertas, una para cada persona que quiera ingresar a la Ley, entonces el edificio de la Ley se torna aún más complejo e inaccesible, por la posibilidad de que posea infinitas salas, infinitos guardianes, infinitos accesos. Tal vez el campesino nunca estuvo frente a la puerta de la Ley, sino frente a una puerta de mentira, con un guardián falso, cuyo objetivo era aislar y sofocar la voluntad del campesino y conducirlo hasta la muerte. En rigor, no podemos decir que el campesino haya muerto. El cuento termina antes de que este fallezca y antes de que el guardián haga lo que dice que hará: irse y cerrar la puerta de la Ley. Acaso eso también es parte del engaño, pero el lector no lo puede saber. El sentido último del cuento –como tal vez el de cualquier historia– permanece tan inaccesible como la propia Ley.