El edificio de la Ley
En el cuento de Kafka, la Ley se presenta como un lugar. Si bien no tenemos una descripción minuciosa de su forma, algunos elementos nos llevan a imaginarlo como un espacio potencialmente infinito. En primer lugar, nos encontramos con un guardián y una puerta abierta. El guardián le dice al campesino: “de sala en sala van apareciendo otros guardianes, cada uno más poderoso que el anterior” (p.232). Esta descripción sugiere que el campesino tendrá que ingresar a espacios internos dentro de la Ley, cada uno más difícil de atravesar que el otro. No sabemos cuántas salas son en total, pero las palabras del guardián dan una idea de una autoridad infranqueable, con más y más puertas y guardianes por atravesar, y esto es lo que hace de la Ley un edificio laberíntico, en el que nunca podremos dar con lo que fuimos a buscar. Por último, cuando el guardián dice en el final que “esta entrada solo [le] estaba destinada” (p.233) al hombre de campo, también sugiere la posibilidad de que el edificio tenga otras puertas de ingreso potencialmente infinitas, una para cada persona que quiera entrar al edificio de la Ley.
La figura del guardián
Cuando el campesino contempla al guardián que vigila la puerta de la Ley, distingue “su abrigo de piel, su gran nariz puntiaguda [y su] luenga barba tártara y escasa” (p.232). Esta descripción da una idea del aire altivo y distante que posee el guardián desde la perspectiva del hombre de campo. El abrigo de piel y la nariz puntiaguda podrían asociarse con un aspecto señorial y, en consecuencia, con una posición más alta en la escala social. Sobre la barba tártara, cabe mencionar que, en el Imperio austrohúngaro, los tártaros, un grupo étnico de origen turco, eran vistos como un “otro”, una minoría apartada de la norma cultural predominante, aunque conviviera en relativa paz con esa norma. Durante la Primera Guerra Mundial, el conflicto con el Imperio Ruso hizo que los tártaros que vivían en Austria-Hungría se hallaran en una situación más compleja; forzosa o voluntariamente, algunos integraron las filas del ejército ruso, otros lucharon con las Potencias Centrales. Teniendo esto en cuenta, es posible que el aspecto tártaro del guardián resonara en las tensiones políticas y culturales de la época en que se publicó “Ante la Ley”.
La voz del campesino y la del guardián
Es posible contrastar al hombre de campo y al guardián a través de imágenes auditivas que describen las voces de los personajes. Cuando el guardián quiere amedrentar al campesino invitándolo a desafiar su autoridad, este “se ríe” (p.232); tenemos aquí un sonido que impone poder a través de la sorna. Del campesino sabemos que primero maldice su suerte “en voz alta” (p.233), pero que, a medida que pasa el tiempo, abandona la exclamación y “solo rezonga ante sí” (ibid.); detectamos en ese cambio en la intensidad de la voz, que desciende en volumen hasta convertirse en un quejido o un gruñido, el deterioro del campesino, su devenir menor. En este sentido, podríamos decir que, en el final del relato, el guardián no solo inclina su cuerpo ante el campesino por la distancia física que los separa, sino también para poder oír el pedido de una voz que se va extinguiendo. Y como el campesino va perdiendo también el sentido de la audición, el guardián “le grita” (ibid.) al oído sus últimas palabras, en un último gesto de imponer su autoridad a través de la voz. De esta manera, las imágenes auditivas también dan cuenta de cómo se construye en el relato la relación de poder entre los personajes.