Axolotl

Axolotl Citas y Análisis

El azar me llevó hacia ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavorreal después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port-Royal, tomé St. Marcel y L´Hospital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios.

Narrador, p. 517.

En este fragmento se describe el paisaje de París y la rutina solitaria del narrador, que vaga solo por las calles de la ciudad. En toda la extensión del cuento no habrá menciones a otros vínculos familiares o amistosos, y son los leones y las panteras del zoológico los únicos seres mencionados como sus amigos.

Empecé a ir a todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete.

Narrador, p. 518.

En este pasaje se profundiza el rasgo obsesivo del narrador, que adquiere comportamientos marcadamente extraños. El guardián del acuario, por su parte, nota la actitud particular del visitante, pero se mantiene al margen.

Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario.

Narrador, p. 518.

En este fragmento se vislumbra la construcción ambigua del narrador. La oración comienza refiriéndose a los axolotes desde la tercera persona del plural y luego el narrador se incluye, mediante un paréntesis, en el grupo de los axolotes. De esta forma, el cuento avanza en una vacilación constante sobre la realidad del narrador, que se refiere a sí mismo como un humano y como un axolote.

Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente.

Narrador, p. 519.

El narrador, obsesionado, se dedica a la meticulosa observación y descripción de los axolotes. En este apartado, profundiza sobre el comportamiento fundamentalmente estático de la especie.

Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía, inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas.

Narrador, p. 519.

Este pasaje introduce uno de los motivos dentro del cuento: los ojos. Al visitante le llaman poderosamente la atención los ojos de los axolotes, y los observa en un estado hipnótico en busca de respuestas a los profundos misterios que albergan.

No era posible que una expresión tan terrible, que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió.

Narrador, p. 521.

En este fragmento, el narrador comparte uno de sus intentos frustrados de negar sus percepciones y descubrimientos. Para eso, arguye que todo se trata de una proyección de él sobre los axolotes. Sin embargo, la conexión con los axolotes se presenta de una forma tan contundente que le resulta imposible negar la nueva realidad descubierta.

Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez más de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de un axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Narrador, p. 521.

Este pasaje corresponde al clímax del cuento; el momento en que el visitante del acuario, absorto en la mirada del axolote, se metamorfosea en la criatura anfibia.

El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

Narrador, p. 522.

En este fragmento, la separación entre el axolote y el visitante del acuario parece absoluta. La voz narradora se identifica por completo con el axolote dentro de la pecera, que desde su encierro observa las visitas del humano. Sin embargo, en la frase final, la incertidumbre sobre quién es realmente el narrador reaparece; la voz narradora amplía las posibilidades interpretativas del cuento y hace imposible una respuesta unívoca sobre la naturaleza del narrador.

Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre.

Narrador, p. 522.

En este pasaje, la voz narradora explica el desinterés del humano por los axolotes desde que se produce la metamorfosis.

Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

Narrador, p. 522.

Con este pasaje concluye el relato. Al final, la voz narradora expresa su esperanza de haber influido sobre el humano para que este escriba un cuento sobre los axolotes. Así, Cortázar logra dar un nuevo giro al cuento, sugiriendo que la obra leída es producto de ese humano, y que, finalmente, el deseo del axolote se cumple.

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