Axolotl

Axolotl Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

El narrador siente que existe un vínculo entre él y los axolotes. De su extraña fisonomía, lo que más le llama la atención son los ojos, unos misteriosos orificios dorados carentes de toda expresividad. Otra cosa que lo llena de curiosidad es su inexplicable quietud, aunque ahora que es un axolote, dice, puede comprenderla. En un principio, atribuía esa falta de movilidad a una voluntad de abolir el tiempo y el espacio. Ahora sabe que la quietud se debe a la falta de espacio en la pecera.

Contrariamente a lo que se podría suponer, el narrador comprende que es la lejanía entre la fisonomía del animal y la del humano lo que los hace parecidos. La cara triangular del axolote, tan lejana a la de cualquier otra criatura, incluso la del humano, revela la existencia de una conciencia particular, más semejante a la de los hombres que a las de otras especies. Absorto en estos pensamientos, el narrador comienza a percibir, en la mirada de aquellas criaturas, un pedido de ayuda dirigido exclusivamente a él, y analiza cómo podría salvarlos.

Análisis

En la sección anterior hemos visto que el inicio del relato se concentra en el encuentro inesperado del narrador con el axolote. Este encuentro, dice el narrador, se da por azar: “El azar me llevó a ellos una mañana de primavera” (p. 517). Al respecto, cabe señalar que el azar, en el mundo de Cortázar, se presenta como una ley suprema que rige los destinos de los personajes, quienes intuyen esta ley, e incluso actúan como sus cómplices. El propio Cortázar indica en diversas entrevistas que considera al azar como una potencia que hace muy bien las cosas, lo que viene a ilustrar su importancia en este relato. El azar, entonces, se presenta como una fuerza inexorable que empuja al protagonista al encuentro con el axolote y a su consecuente identificación con la criatura.

Tras ese primer encuentro azaroso con los axolotes, el narrador desarrolla una obsesión hacia aquellas criaturas y comienza a visitar el acuario todos los días. En los párrafos que corresponden a esta segunda sección del análisis, la estructura que se plantea es la siguiente: el narrador se enfrenta a los axolotes, los reconoce, se identifica con ellos, comienza un sostenido proceso de interpretación de su naturaleza y logra establecer una secreta comunicación con ellos. Como veremos en la sección siguiente, la comunicación dará luego paso a la metamorfosis o fusión del final del relato.

Desde los primeros días, el narrador indica: “comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido seguía sin embargo uniéndonos” (p. 518). Esta primera intuición que tiene el narrador necesita del reconocimiento y la verificación. Así, el narrador se dedica a la observación y la descripción minuciosa de aquellas criaturas, en las que descubre más elementos del mundo vegetal, e incluso mineral, que del mundo animal. Tal es la impresión del narrador que llega a declarar que los axolotes “no eran animales” (p. 520).

Podemos destacar, llegados a este punto, la cuestión de la animalidad, que compone uno de los temas más desarrollados en los cuentos de Cortázar. Cabe mencionar, al respecto, los famosos cuentos de Bestiario, que exploran diferentes aspectos de la condición humana a través de la relación que las personas establecen con los animales. Así, el autor se permite reflexionar sobre la presencia de una animalidad subyacente a todo ser humano, que aflora e influye en los comportamientos considerados racionales por la sociedad moderna. La racionalidad pura y la superioridad del hombre sobre los animales es puesta en jaque, y el ser humano deja de ser una entidad perteneciente a un orden superior privilegiado para colocarse al mismo nivel que el resto de las criaturas que pueblan el mundo.

En este sentido, “Axolotl” trabaja sobre la posibilidad de comunicación entre los humanos y otras especies, y abre el juego a la exploración de la subjetividad humana desde su identificación con rasgos animales. Lo que llama la atención, en este sentido, es que el narrador, al exclamar que los axolotes no le parecen animales, lo que hace es imponerles una subjetividad con la que él mismo se identifica: al igual que él, estos anfibios inmóviles en sus peceras aparecen como criaturas solitarias, introvertidas y aisladas de sus pares. La fusión final del humano y el axolote pone de manifiesto la proximidad que puede existir entre los comportamientos animales y los humanos, e implica una rebelión ontológica de la condición humana, que viene a ser resignificada mediante la constatación de rasgos e impulsos puramente animales en el ser humano.

Volvamos sobre la estructura del relato que hemos planteado anteriormente; el reconocimiento de las singularidades de los axolotes empuja al narrador a identificarse con ellos. Tal como lo plantea, las enormes diferencias que separan a dichas criaturas de los seres humanos terminan por unirlos: “Y sin embargo estaban cerca (...). Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles” (p. 520).

En este pasaje del reconocimiento a la identificación, el narrador comienza a experimentar la falta de espacio de las peceras y a identificarse con la inmovilidad de los axolotes. En dicho proceso, los cambios en la voz narradora son un indicio de la presencia del axolote ya metamorfoseado en humano (o viceversa: el humano metamorfoseado en axolote). Veamos el siguiente pasaje: "Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos pasándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros" (p. 519). Como puede observarse, de la enunciación en primera persona singular, el yo-humano da paso a la narración en primera del plural y se convierte en un nosotros-axolotes que evidencia la fusión anunciada en el primer párrafo del cuento. La empatía del narrador (que luego se convierte en una identificación total) se preocupa por la soledad y la falta de espacio del axolote.

En este punto, es interesante destacar la conexión que existe entre la soledad del axolote y la del propio autor. Es bien conocido que Cortázar fue un hombre solitario, al punto de que muchos llegaron a llamarlo aislacionista. Los axolotes son criaturas igualmente solitarias y silenciosas que se pasan la mayor parte de sus vidas en el fondo del agua y emergen a la superficie en muy contadas ocasiones. Además, tanto en estado de cautiverio como en libertad, estos anfibios prefieren la soledad, y si se encuentran en grupos suelen pelearse y morderse hasta recuperar el aislamiento deseado. Al igual que Cortázar, el narrador del cuento también es un sujeto solitario, como se desprende de los comentarios que realiza al comienzo de su relato: suele andar solo por París, paseando en bicicleta o visitando el zoológico, entregado a la contemplación silenciosa de las criaturas enjauladas. Todo lo que acabamos de exponer parece demostrar que la elección del axolote no es arbitraria. Por el contrario, puede interpretarse que la identificación del narrador con la criatura se da, en gran parte, por los rasgos que comparte con ella.

El proceso de interpretación y de identificación con estas criaturas culmina en la comunicación del narrador con los axolotes. En la inexpresividad de los ojos del axolote, el narrador comienza a observar un mensaje: “Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos»" (p.520). Desde que el narrador cree escuchar a los axolotes comienza él también a susurrarles palabras de alivio y a sospechar que es comprendido. Como veremos en la siguiente sección, esa posibilidad de comunicación es la que luego da paso a la fusión de las dos entidades.

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