El narrador en primera persona explica al lector que en una época estuvo muy interesado por los axolotes, y que tenía la costumbre de ir a verlos al Jardin des Plantes de París. Luego, revela que ahora él es un axolote.
La primera vez que se encuentra con estos animales es por pura casualidad. Sin embargo, desde ese día, los axolotes se vuelven una obsesión que ocupa casi por completo sus pensamientos, por lo que comienza a visitarlos todo el tiempo. Absorto frente a las peceras, el narrador se concentra en la fisonomía y el comportamiento de aquellas criaturas -que describe con gran precisión- y comienza a sentir una conexión profunda que lo liga a ellos. Tal es su obsesión que no puede sacárselos de la cabeza, incluso cuando ya no está en el acuario.
Un día, mientras observa de cerca a uno de ellos, el narrador se da cuenta de que se está viendo él mismo a través del vidrio de la pecera y comprende que, de alguna forma, su conciencia se trasladó de su cuerpo humano al del axolote. Este evento, aunque no deja de consternarlo, le resulta natural, como si hubiera estado predestinado a ello.
El humano sigue visitando el acuario, aunque cada vez con menos frecuencia. Finalmente, el narrador expresa su confianza en que el humano, por la conexión que alguna vez tuvo con él, escriba un cuento sobre los axolotes.
