Cometierra

Cometierra Citas y Análisis

A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos.
A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes.

Autora, Dedicatoria, 7

La violencia sexual, la violencia de género y el femicidio constituyen los núcleos principales de esta novela, tal como se destaca desde esta dedicatoria, antes del comienzo de la narración propiamente dicha. Melina Romero y Araceli Ramos son dos jóvenes víctimas del femicidio en la realidad extra literaria.

Melina Romero fue violada y asesinada por un grupo de hombres en 2014, cuando tenía 17 años. Araceli Ramos fue estrangulada en 2013, cuando tenía 19 años, tras presentarse a una entrevista de trabajo falsa. El hecho de que el libro de Reyes comience con esta dedicatoria da cuenta de su dimensión realista, y de su propuesta crítica de la realidad contemporánea. La autora asegura que "De alguna forma quería que su historia no se diluyera, no quedara en la nada. Registrar sus nombres, quiénes eran o dónde vivían me parecía una forma de romper el automatismo, la indiferencia, la misoginia de los medios. Eran dos chicas que tenían toda la vida por delante y les faltan a las familias hasta el día de hoy" (Reguero Ríos, 2020).

En la segunda frase de esta dedicatoria, la autora pretende exponer cuán extendida está la violencia de género, ya que afirma que, de alguna manera, todas las mujeres son sobrevivientes: "Termina siendo azaroso por qué una chica sí y la otra no. Porque la agresión femicida que hay en Buenos Aires, en Argentina, la violencia machista que hay en toda Latinoamérica nos está matando a todas" (Reguero Ríos, 2020).

Esta dedicatoria honra, por un lado, las vidas de estas jóvenes asesinadas de modos brutales. Por el otro, ofrece una importante pauta de lectura: si bien la novela elabora diferentes formas de la violencia contra diversas identidades, se destaca en ella la violencia perpetrada contras chicas y mujeres.

Si no me escuchan, trago tierra.

Antes tragaba por mí, por la bronca, porque les molestaba y les daba vergüenza. Decían que la tierra es sucia, que se me iba a hinchar la panza como a un sapo.

—Levantate de una vez. Lavate un poco.

Después empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron.

Narradora, 9

Desde el comienzo, la historia es narrada por su protagonista en primera persona. Se trata de una chica que vive los primeros años de la adolescencia, y cuya madre acaba de morir. La protagonista tiene un don: tras comer tierra, puede percibir dónde están y qué les ha pasado a personas que se encuentran desaparecidas.

En esta cita, ella misma explica que, en un primer momento, solo come tierra para mostrarse rebelde, porque los demás le dicen que es una práctica sucia, indeseable. Sin embargo, tras la muerte de la madre, comienza a hacerlo para ayudar a otros que buscan a sus seres queridos desaparecidos. El uso de su don como modo responsable y solidario de hacer justicia en diferentes casos de violencia se desarrolla a lo largo de toda la novela. Incluso cuando comer tierra y explorar estas visiones le resulta demasiado doloroso, la protagonista siente el deber de continuar haciéndolo para ayudar a los demás.

La sacudieron. Veo los golpes aunque no los sienta. La furia de los puños hundiéndose como pozos en la carne. Veo a papá, manos iguales a mis manos, brazos fuertes para el puño, que se enganchó en tu corazón y en tu carne como un anzuelo. Y algo, como un río, que empieza a irse.

Narradora, 11

Esta es la primera visión de la protagonista. Gracias a su don, la chica se entera de que su madre ha sido asesinada a golpes por su padre. Es decir, ha sido víctima de un femicidio. La escena narrada es breve pero brutal. Cabe recordar que, en Argentina, la ley determina que el femicidio es un tipo específico de crimen en el que una chica o una mujer es asesinada por razones de género, es decir, por el preciso hecho de ser mujer. Con frecuencia, los perpetradores son hombres con los que la víctima tiene un vínculo personal y estrecho.

Me pasaba la mitad del día tirada entre la cama y el sillón que estaba cerca de la puerta. Mi hermano había pegado laburo en un taller de autos. A veces, cuando se iba a trabajar, yo estaba echada en el sillón. Cuando volvía yo seguía ahí, mirándome la punta del pie [...].

Me costaba dormir. De no hacer nada, me quedaba dormida varias veces durante el día y después, a la noche, ojos abiertos, revolverse, pensar.

Empecé a sacar birras de la heladera, destapaba, abría y tomaba. El destapador de mi viejo —lo único suyo que me había quedado— lo había guardado para mí, siempre en algún bolsillo. La cerveza era como el abrazo de una frazada que me tapaba toda, sobre todo la cabeza.

Narradora, 18

A raíz de la muerte de su madre, y tras ser abandonada tanto por el padre como por la tía, la protagonista queda sumida en una profunda depresión. A lo largo de toda la primera parte, repite en varias ocasiones que se siente angustiada y que tiene ganas de llorar, aunque muchas veces se aguanta las lágrimas. Además, cuando la seño Ana es asesinada, la escuela deja de ser un lugar seguro para ella y decide abandonar los estudios. Así, sin el cuidado de ningún adulto ni de ninguna institución, la chica pasa todo el día tirada en la cama o en el sillón, no tiene energía ni ganas de hacer nada, duerme de manera intermitente durante el día y pasa las noches con insomnio. Además, sus problemas de salud mental se reflejan en el aspecto de su cuerpo, ya que tiene dificultades para higienizarse, está siempre despeinada y viste ropas sucias, y en el estado de su casa, que está sucia y desordenada. En este contexto, siendo todavía muy chica, comienza a consumir alcohol. La cerveza, como ella misma enuncia, funciona como una especie de anestesia para su dolor emocional.

A veces sentía el peso de todas las botellas juntas que iban transformando mi casa en lo que siempre había odiado, un cementerio de gente que no conocía, un depósito de tierra que hablaba de cuerpos que nunca había visto. Mientras, mamá estaba sola en donde, dicen, descansan los muertos. Yo nunca la iba a ver. El Walter no sé. A veces yo quería, pero después no iba. Nunca había vuelto desde que era chica y se la habían llevado.

Narradora, 47

Si bien la protagonista no logra entender cómo, se corre el rumor de que ella tiene un don, y personas desconocidas comienzan a dejar botellas con la tierra de sus muertos en la entrada de la casa de Cometierra. Al principio, ella intenta ignorarlas, pero las botellas le llaman cada vez más la atención; se siente responsable y sabe que su deber es ayudar a encontrar a esos desaparecidos, aunque el proceso le resulta muy doloroso. Estas botellas simbolizan a esas personas desaparecidas que, en su mayoría, están muertas. Así, la acumulación de botellas alrededor de la casa convierte el lugar en una especie de cementerio.

Por otra parte, en esta cita se relata la dificultad de la protagonista para lidiar con la muerte de su madre durante el proceso de duelo. Aunque a veces tiene ganas, no ha vuelto a ver la tumba de su madre desde el momento en que la entierran. Este dato es importante porque en los capítulos finales de la novela, cuando su proceso de duelo parece clausurarse, la chica va al cementerio y se despide de su madre, como si finalmente aceptara esa dolorosa y trágica falta.

Yo le di la mano y, cuando me la agarró, sí pareció que se iba a poner a llorar. Me dio pena. No sé si por ella, o por lo que le habían hecho a María, o por mi mamá, o por la Florensia, o por la novia del Walter, o por mí. Lástima de todas juntas. Una tristeza enorme.

Narradora, 75

Como ya se ha mencionado, Dolores Reyes sostiene que la violencia contra las mujeres es sistemática en las sociedades contemporáneas de América Latina. En esta cita, da cuenta de ello y subraya que la violencia ejercida contra una mujer es violencia ejercida contra las mujeres en general. No se trata de casos aislados o excepcionales, sino que forma parte de la cultura machista y patriarcal que les quita valor, importancia y dignidad a las vidas de las chicas y mujeres. Así, Cometierra siente pena y angustia al pensar en su propia situación, en su propia vida, y se identifica con otras: con Florensia, que ha sido víctima del femicidio; con María, que es secuestrada durante una semana; con las madres que buscan a sus hijas desaparecidas.

«Es solo una cosa por otra», me había dicho la mae Sandra.

Me di vuelta, lo miré, y algo en mí lo hizo reaccionar y empezar a seguirme.

Era solo una cosa por otra, sí, pero ese río de mierda no quería flores, ni sangre, ni velas encendidas. Pedía otra cosa.

Si lo pensaba me daba mucho miedo, entonces no lo pensaba. Dejé que mi cuerpo guiara. Solo esperaba que Ezequiel de verdad supiera nadar.

Una cosa por otra.

(...)


Me di vuelta por última vez, para confirmar que Ezequiel siguiera pisando mis pasos, y ya no lo pensé más. Corrí, di un salto y me tiré al río.

Narradora, 88-89

En sintonía con la identificación general de las chicas y las mujeres a partir de la violencia de la que son víctimas, la protagonista comienza a sentir importantes conexiones con algunas de las desaparecidas que ayuda a encontrar mediante sus visiones. Así, por ejemplo, se ve parecida a María. Algo semejante ocurre cuando busca a la chica ahogada en el río: debe entregar su propio cuerpo a cambio del cuerpo de la chica. Por otra parte, en esta cita se destacan los poderes positivos de la brujería, tal como es presentada en la novela. La protagonista sabe que debe lanzarse al río para encontrar el cuerpo de la otra chica gracias al consejo de la mae Sandra.

Ana parecía poseída. Le supliqué que me soltara, pero tiró de mí hasta que hizo que me parara en la puerta. Me pidió que me asomara y yo miré hacia adentro. Vi una mano con un cuchillo. El corazón me pegó un sacudón. Temblaba tanto que tuve que apoyarme en el marco de la puerta. Aunque cerré los ojos, igual vi la mano de un hombre, las venas marcadas, sosteniendo un cuchillo que apuntaba hacia mi hermano.

Me puse a llorar. Quería suplicarle a Ana que parara todo pero no pude hablar. Me pareció que si nos quedábamos un momento más iban a acuchillar al Walter.

—Venir a lo de Tito el Panda está prohibido, ¿entendiste?

Narradora y la seño Ana, 92

En sueños, la protagonista se encuentra con su maestra, la seño Ana. La mujer, víctima de femicidio, la acompaña, la aconseja y la protege. Cuando la mujer se da cuenta de que la protagonista puede meterse en problemas, se preocupa; entiende que determinadas cosas están prohibidas, porque son demasiado peligrosas. Entre estas prohibiciones se destaca la de ir al Corralón Panda. En sueños, la maestra le muestra imágenes de algo que ocurrirá en el futuro en ese lugar: alguien atacará con un cuchillo a Walter. Esta secuencia constituye un presagio fundamental en Cometierra, ya que más adelante, tras el asesinato de Hernán, la protagonista, su hermano y sus amigos irán, en efecto, al Corralón Panda para vengar la muerte del joven.

No era la ropa negra ni las cabezas rapadas sino la forma de moverse hacia nosotros lo que te hacía sentir que esos cuatro te podían moler los huesos. El Ale Skin era el único de ellos que llevaba un palo enorme. Mi hermano dijo «es un bate de béisbol» y a mí el miedo me cortó la garganta. En vez de arrancar para los videojuegos, nos quedamos paralizados.

Cuando estaban cerca, el Ale Skin levantó el palo y dijo:

—Quiero jugar.

Los otros tres se rieron. Hablaban y se reían adelante nuestro, como si no estuviéramos. Uno de los amigos le contestó «juguemos con la cabeza de ella» y el Ale Skin agitó el bate en el aire como si me fuera a arrancar la cabeza. El Walter, rápido, se paró adelante mío y lo miró fijo. Los otros tres se rieron mientras yo casi me meaba encima. Después, el tipo bajó el palo, se acercó a mi hermano y lo escupió en la cara. Volvieron a reírse. El Walter no se movió. Cuando el corazón me estaba por explotar del miedo, los tipos, no sé por qué, dieron media vuelta y empezaron a alejarse. El Walter se limpió la cara con la manga del buzo y no dijimos nada.

Narradora, 116

En esta cita se presenta a Ale Skin y al grupo de skinheads. Se trata de jóvenes neonazis y racistas que se identifican por su aspecto físico: tienen las cabezas rapadas y visten ropa negra. Pero, sobre todo, es posible reconocerlos por su actitud violenta. Ale Skin es el asesino de Hernán pero, al introducirlo como personaje, la narradora relata un recuerdo de su infancia: cuando ella era una niña, este grupo de jóvenes amenazó con golpearle la cabeza con un bate de béisbol. El Walter la protegió y el Ale Skin lo escupió en la cara. De este modo se presenta la brutalidad de la que son capaces estos jóvenes skinheads que luego atacarán directamente a la protagonista y a sus amigos en el Corralón Panda, poniendo en riesgo sus vidas.

«Ezequiel», dije, y pensé que yo también quería, ahí afuera, un nombre para mí.

Narradora, 137

La línea final de la novela destaca dos grandes cuestiones. Por un lado, pone en evidencia la relevancia de la historia de amor con Ezequiel en la vida de la protagonista. Aunque cuando decide irse del barrio, ella piensa que debe terminar su relación con él, no puede dejar de pensar en su nombre y en posibles modos de seguir juntos.

Por el otro, aquí se ilumina el hecho de que, a lo largo de toda la narración, los lectores no conocemos el nombre de la protagonista. Otros personajes la llaman Cometierra, apodo que se basa en su don y en su costumbre de comer tierra para activar las visiones que la conectan con los desaparecidos. La falta de un nombre propio para este personaje da cuenta de las problemáticas que la chica enfrenta para definir su identidad y sus deseos. Sin embargo, al irse del barrio toma conciencia de que tiene derecho a vivir de manera plena, a tomar decisiones y a elegir un proyecto de vida propio. Esto se manifiesta en el hecho de que quiera tener un nombre propio, "un nombre para mí" (137). Irse de la casa familiar y del barrio natal pueden ser interpretados, pues, como movimientos hacia el desarrollo de una identidad autónoma, independiente y plena.