Cometierra

Cometierra Resumen y Análisis Segunda Parte: Capítulos 24-36

Resumen

Segunda parte (continuación)

24

Diez días más tarde, Ezequiel sigue visitando a la protagonista. Una tarde, ella está en casa con la novia de Walter. A veces escuchan música juntas; otras, la chica estudia. Cometierra nota que ella tiene nudos en el pelo. Hace varios días que no hay champú en la casa y se lavan con jabón blanco. Entonces sale a comprar comida. Vuelve con hamburguesas, pan y crema de enjuague para el cabello. Al llegar a la casa, encuentra a la madre de María. La mujer le cuenta que su hija se está recuperando física y emocionalmente, y que pronto podrá volver a la escuela de enfermería. El viejo está preso y los vecinos quieren prender fuego su casa. La mujer le da las gracias a Cometierra y le ofrece dinero, pero ella no lo acepta. Siente mucha angustia, pero no tiene en claro si sufre por sí misma, por María o por otras chicas y mujeres. Se da cuenta de que la tristeza de una es la de todas.

25

A medida que pasa el tiempo, la protagonista crece y se acerca a la edad de la seño Ana. En sus sueños, la seño Ana está viva, y ellas conversan como amigas. Una vez, sin permiso de la maestra, la protagonista come un poco de la tierra que hay debajo del cuerpo de aquella. La mujer la mira espantada y le dice que no debe hacer eso; está prohibido. Cometierra primero se ríe, pero después tiene una visión breve y horrorosa, y entiende que Ana tiene razón.

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En la entrada de su casa, la protagonista ve una botella extraña con una tarjeta y un número de teléfono. Adentro, hay tierra y agua. La chica la agarra y la pone al lado de su cama. Agita la botella y se queda mirándola. Luego se pregunta quién habrá empezado a contar que también puede tragar agua para sumergirse en sus visiones. Destapa la botella, toma un trago y ve a una chica que corre cerca de un río, se mete al agua y se hunde. La ve luchando por no ahogarse, hasta llegar al fondo.

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Cometierra llama por teléfono al número pegado a la botella y conversa con un joven. Dos horas más tarde, él está en la casa de la protagonista. Le cuenta que la chica se ha ahogado en el delta del Tigre. La han buscado, incluso, buzos tácticos, pero no han encontrado su cuerpo. Cometierra dice que necesita ir al lugar. Él le explica que, para llegar, es necesario tomar una lancha. Conversan un rato más y luego el joven se va. Cuando el Walter vuelve del trabajo, la ve tirada y le pregunta qué le pasa. Ella responde que no sabe cómo hacer para que el río devuelva algo. El hermano le recomienda que visite a las maes. Para Cometierra, es una buena idea: visitar a las maes, hacer preguntas, aprender de ellas.

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La protagonista se encuentra en una casa toda blanca. Una mujer con los labios pintados de rojo la recibe y le dice que ella también es bruja. Tiene unos cincuenta años, el pelo negro y largo, y el cuerpo grande y fuerte. Lleva un vestido blanco y un collar de mostacillas colorido. Dentro de la casa hay tantas velas que el calor es sofocante. También hay un humo espeso, parecido al de los sahumerios. La mujer le sonríe a Cometierra, se presenta como la mae Sandra y le pregunta por qué está ahí.

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Ezequiel lleva a la protagonista en auto hacia el Tigre. Escuchan música; a ella, la cumbia le sirve para distraerse, porque está nerviosa. La mae Sandra le ha dicho que tiene que ir al lugar donde se ahogó la chica por que "el río pide un cuerpo" (82). También le indica que hay fuerzas que no quieren recibirla allí, pero que debe estar tranquila porque hará las cosas bien. Cuando llegan al puerto, toman una lancha colectiva llena de gente. La protagonista observa con detenimiento a Ezequiel. Le gusta su cara, su pelo, su cuello. Piensa que tendría que haberle preguntado a la mae por su relación con él. Después se bajan de la lancha y caminan hasta una cabaña. Absorta por el río, la protagonista le pregunta a Ezequiel si sabe nadar. Él dice que sí, que para los "ratis" (84) es obligatorio aprender. A ella le gusta que él use esa expresión para referirse a los policías. Piensa que, cuando están solos, él no parece uno de ellos.

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Esperan en la cabaña al novio de la chica que se ha ahogado. Ezequiel está nervioso y fuma un cigarrillo tras otro. Oscurece, baja la temperatura y se oye la presencia de insectos. Hay bichos por todos lados y a la protagonista no le gustan. Ezequiel se va a comprar cerveza. La protagonista se desviste y se recuesta en la cama. Él vuelve, comparten la cerveza y se besan. Luego, él se saca la ropa y tienen sexo.

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La mañana siguiente es soleada. Cometierra ve por fin la belleza de las islas del delta. Sin embargo, algo allí la incomoda; siente olor a encierro, a agua estancada. Siente que el río no quiere devolver el cuerpo de la chica ahogada. Más temprano, ha estado allí el novio y les ha mostrado el punto exacto de la tragedia. Cometierra recuerda que la noche anterior Ezequiel le dijo que la quería, pero se concentra en la chica. La mae Sandra le ha dicho: "Es solo una cosa por otra" (88), así que le ha ofrendado flores, sangre y velas, pero el río pide otra cosa. Decide no pensarlo demasiado, dejar que su cuerpo la guíe y confiar en Ezequiel y su habilidad para nadar. Entonces corre, salta y se tira al río.

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Como en un trance, algo la lleva dentro del río. No sabe cuánto tiempo ha pasado ni qué ha ocurrido exactamente; siente que se queda dormida en el fondo del agua. Le gusta la sensación del agua entrando en su cuerpo como una droga. Pero Ezequiel la rescata y ella se despierta en la cama de un hospital. Al principio está agotada, deja los ojos cerrados y no quiere hablar. Cuando se da cuenta de que está despierta, Ezequiel la besa y le dice que todo está bien: ha aparecido el cuerpo de la joven que, en efecto, murió ahogada.

33

Después de que la protagonista comiera tierra del sueño de Ana, la maestra se ha puesto extraña. Desconfía de la chica. Una vez, le dice: "Yo sé que te tiraste al río y estaba prohibido" (92). Parece enojada. Luego la toma de la mano y la lleva hasta un galpón con un cartel dice "Corralón Panda". Por primera vez, Cometierra siente miedo en un sueño. Ana la obliga a entrar al galpón. Allí se ve la mano de un hombre con un cuchillo apuntando hacia el Walter. La chica se pone a llorar y la seño Ana le dice: "Venir a lo de Tito el Panda está prohibido, ¿entendiste?" (93).

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Por la mañana, muy temprano, la protagonista camina hacia la estación del tren. Un día antes, le han dejado una botella con una fotocopia en la que puede verse el rostro de un chico sonriente, el nombre "Dypi", una dirección y un teléfono. Algo en su sonrisa le hace pensar a Cometierra que todavía puede estar vivo. En el camino, empieza a llover. La protagonista siente el olor de la tierra mojada.

Pierde el tren y se detiene a ver la lluvia. Entonces ve llegar a un chico con un perro muy grande, del otro lado de las vías. El chico parece gritarle al animal. De pronto, el perro corre sin darse cuenta de que está pasando el tren y muere atropellado. El chico se desespera y Cometierra se preocupa: piensa que, al estar tan acongojado, puede no darse cuenta de que se acerca otro tren y correr la misma suerte que el perro.

En el tren, la chica sueña que abre la puerta de su casa y encuentra allí al chico de la estación. Es pequeño, como un pichón caído de un árbol. Abre la boca pero no emite ningún sonido. Ella quiere ayudarlo pero no sabe cómo.

35

Deja de llover, pero sigue nublado. Hay niños jugando en la calle. Cuando llega a la dirección escrita en la fotocopia, Cometierra pregunta por Eloísa. Una chica le abre la puerta y un hombre le dice que espere. Eloísa está por regresar. En un poste del terreno hay una jaula con un loro que repite: "Borracho, borracho, andá a dormir" (97). El hombre parece avergonzado. En otra zona del terreno hay un caballo amarillo. Aparecen dos mujeres y le cuentan que Eloísa está muy mal, que vive en la calle buscando a su hijo, que se está volviendo loca. Le dicen que tiene que encontrar al hombre que se ha llevado a Dypi. Llega Eloísa y dice que su hijo falta hace doce días.

Al comer la tierra que le ofrecen, la protagonista ve al niño manejando el carro traccionado por el caballo amarillo. El niño se toca las partes íntimas como si tuviera muchas ganas de orinar. Para poder hacer pis, se desvía hacia unos árboles. Allí hace una pausa, desata al caballo y lo acaricia. Después de orinar, el caballo se ha alejado y no le hace caso. En un momento se asusta y patea al niño en la cabeza. Cometierra despierta. Cree que, cuando cuente lo que ha visto, matarán al caballo. Le pide a Eloísa hablar a solas y le relata la visión, destacando que se trata de un accidente. La mujer no parece escuchar; está convencida de que hay "un tipo" (99) que se lleva a los chicos que trabajan solos en carros. La protagonista se va rápido, pero llama a Ezequiel y le cuenta todo; cree que la policía debe hacerse cargo del asunto. También le pide que vaya a visitarla a su casa.

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Ezequiel llega a la casa de la protagonista y le habla mucho, pero ella no logra prestarle atención. Decide tocarlo para que pare de hablar; él entiende. La abraza y luego tienen sexo.

Análisis

En el capítulo 24 se enfatiza y explicita una cuestión que la novela elabora desde el comienzo: la violencia ejercida contra una mujer es violencia ejercida contra las mujeres en general. No se trata de casos aislados o excepcionales sino que forma parte de la cultura machista y patriarcal que les quita valor, importancia y dignidad a las vidas de las niñas y mujeres. Esto se ha puesto de manifiesto en la dedicatoria de la novela. Como ya se ha mencionado, Dolores Reyes sostiene que todas las mujeres son sobrevivientes del femicidio de alguna manera, porque es apenas casual que algunas sean asesinadas y otras no.

Por lo demás, esta cuestión se refuerza con especial potencia durante la búsqueda de María, ya que Cometierra se siente muy identificada con esta chica. De hecho, mientras la busca, afirma: "Yo me parezco a María" (58). El paralelismo entre ambas se intensifica mediante la descripción de sensaciones físicas (por ejemplo, María tiene las manos atadas y Cometierra siente dolor en las muñecas, como si sus propias manos estuvieran esposadas), y porque la madre de la chica confunde a la protagonista con su hija. En el capítulo 24, se refuerza este paralelismo y se lo expande hacia una comunidad que incluye a todas las niñas y mujeres. Cuando la madre de María la visita para darle las gracias por haber encontrado a su hija, leemos: "Yo le di la mano y, cuando me la agarró, sí pareció que se iba a poner a llorar. Me dio pena. No sé si por ella, o por lo que le habían hecho a María, o por mi mamá, o por la Florensia, o por la novia del Walter, o por mí. Lástima de todas juntas. Una tristeza enorme" (75). Algunas de las mujeres enumeradas en esa lista son víctimas; otras, supervivientes; otras, familiares de supervivientes, y otras –como la novia del Walter– pueden no tener un contacto directo con ningún caso de femicidio, pero el dolor es compartido, y la violencia femicida las aúna a todas por su identidad de género.

Esta identificación entre mujeres también se hace presente en la búsqueda de la joven que se ha ahogado en el río. Si bien es cierto que no se llega a explicitar que esta chica haya sido asesinada, apenas se confirma que la causa de su muerte es, en efecto, el ahogo, para que el río devuelva su cuerpo muerto, la protagonista debe arrojar su propio cuerpo al agua. Con ayuda de la mae Sandra, ha entendido que rescatar el cuerpo de esta chica es un intercambio muy particular: "Era solo una cosa por otra, sí, pero ese río de mierda no quería flores, ni sangre, ni velas encendidas. Pedía otra cosa" (88).

Aquí el río, como la tierra, parece tener agencia propia: los elementos de la naturaleza aparecen personificados, toman decisiones sobre los muertos que en ellos habitan y sobre los modos en los que deben comportarse los vivos para relacionarse con ellos. Este es un giro propio de los relatos fantásticos, donde la naturaleza y los espacios naturales suelen tener poderes sobrenaturales que los convierten en refugios o en amenazas para los seres humanos. En este caso, el río es una presencia aterradora que parece alimentarse de cuerpos humanos. La dimensión sobrenatural del rescate del cuerpo de la chica ahogada se pone de manifiesto al observar que los buzos tácticos que han rastrillado la zona no han logrado encontrarlo, pero gracias al intercambio místico, fantástico o mágico performado por Cometierra sí se logra que el río lo devuelva.

Cabe destacar que la protagonista sigue su impulso ético por hacer justicia y recuperar el cuerpo de esta chica, pero no deja de considerar injusta la lógica del intercambio de cuerpos, ya que da cuenta de la desvalorización constante y sistémica de las vidas de las mujeres. Así, leemos: "Una cosa por otra. Recuperar lo que quedaba de la chica iba a terminar siendo como ir al kiosko, entregar billetes para recibir algo a cambio. Me dio bronca" (89). Cometierra se enoja porque entregarse a sí misma al río es una operación comparable a la de entregar dinero para hacer una compra, como si las mujeres se redujeran a la materialidad de sus cuerpos y estos funcionaran, a su vez, como objetos de cambio. La secuencia denuncia esta lógica cosificadora y mercantilista de los cuerpos, las identidades y las vidas de las niñas y las mujeres.

En esta sección de la novela, a su vez, se tematiza la cuestión de la brujería en relación con el don de las visiones que posee la protagonista. Cuando Cometierra tiene dificultades para encontrar a la chica que se ha ahogado, visita a las maes por consejo de Walter. Las maes (en portugués, mães quiere decir 'madres') son sacerdotisas del umbanda y el candomblé, religiones afrolatinoamericanas, es decir, sistemas de creencias basados en matrices africanas que se han desarrollado en América Latina y el Caribe. Aunque estas religiones no suelen usar los términos "bruja" y "brujería" para referirse a sus propias prácticas, en esta novela la mae Sandra se identifica a sí misma como bruja, y también reconoce a la protagonista como tal. De hecho, apenas la ve, le dice: "Vos también sos una bruja" (81). Cabe destacar, en ese sentido, que Cometierra piensa que es una buena idea visitar a las maes porque puede aprender de ellas para ayudar a encontrar a las personas desaparecidas, es decir, ella también percibe una semejanza entre sí misma y estas sacerdotisas. En efecto, es gracias a los consejos de la mae Sandra que logra recuperar el cuerpo de la chica ahogada en el Tigre, entendiendo al río como una fuerza natural y sobrenatural que tiene agencia propia.

La brujería aquí no tiene una connotación negativa. Por el contrario, se relaciona con el poder de percibir la realidad más allá de la lógica racional y del plano material. La casa de las maes es descrita a través de ciertos lugares comunes relacionados con las brujas y las sacerdotisas, como el uso de inciensos y velas, las cabelleras largas y sueltas, y una fuerte presencia del cuerpo, pero también es retratada como un espacio seguro, como un templo o refugio. A Cometierra le despierta admiración la figura y la espiritualidad de la mae Sandra. Asimismo, admira la representación de las sacerdotisas que ve en una de las paredes de la casa: "En una de las paredes, unas mujeres pintadas caminaban de espaldas hacia el agua, alejándose, y a su paso dejaban huellas doradas en la arena. Parecían diosas y eso me gustó. Me las quedé mirando y, no sé por qué, pensé en mi cuerpo e imaginé esos vestidos en mí" (81). Así, se entrelazan la identificación de la protagonista con las maes, su percepción de sí misma como bruja y su entendimiento positivo de estas figuras femeninas como diosas. Es decir, aquí la figura de la bruja no está vinculada al uso de fuerzas mágicas malignas, sino que representa una conexión más profunda con la naturaleza, con la muerte y con los otros seres humanos, y esta conexión supone un poder sobrenatural positivo.

Otro asunto importante de esta novela es la violencia ejercida contra los niños. La cuestión es presentada en la primera parte de la novela mediante el caso de Ian, el primero en el que trabaja Cometierra. Cabe recordar que Ian es un niño golpeado hasta la muerte por su padre, quien, tras matarlo, roba su cuerpo y lo entierra de manera clandestina. La violencia contra los niños vuelve a elaborarse con especial fuerza en los capítulos 34 y 35 de la segunda parte. La historia de Dypi, el niño que muere tras ser pateado por un caballo, expone los peligros que enfrentan aquellos niños que, por pertenecer a las clases bajas marginalizadas, deben trabajar desde muy temprana edad. La novela da cuenta de que estos niños están solos, tienen responsabilidades inadecuadas para la niñez y quedan expuestos a ser maltratados, golpeados o secuestrados. Si bien es cierto que la muerte de este niño puede entenderse como un accidente, en el sentido de que el caballo lo patea por estar asustado y no con la intención de dañarlo, el hecho de que el niño esté trabajado solo siendo tan pequeño, y que no tenga condiciones dignas para orinar permite entender que su muerte no es accidental, porque era evitable. Dypi no debería haberse encontrado en esas circunstancias, expuesto a tanto peligro.

Por lo demás, aunque Cometierra ve que la causa de la muerte de Dypi ha sido la patada del caballo y, por lo tanto, en principio, no habría un responsable directo del hecho, el cuerpo del niño sigue sin aparecer, por lo que se trata de una situación extremadamente violenta. Es decir que, más allá del accidente con el animal, el cuerpo del niño ha sido robado, como lo había sido el cuerpo de Ian. A través de las violencias ejercidas contra estos niños, la novela también destaca el sufrimiento y la desesperación de las madres. Eloísa, la mamá de Dypi, aparece como enloquecida. Una de las vecinas de la mujer le explica a Cometierra: "La Eloísa está hecha mierda. Vive en la calle buscando a su pibe. La otra vez la vi envuelta en unas bolsas para taparse de la lluvia. La Eloísa se está volviendo loca" (97). Esta pérdida de la cordura tiene que ver, una vez más, con el desamparo, con la marginalización y con la ausencia de un Estado que atienda las problemáticas sociales de las personas de clases bajas: la mujer está convencida de que hay un hombre que secuestra a los niños que trabajan solos, pero no puede más que salir a buscar a su hijo por sus propios medios, pues no hay instituciones que garanticen la seguridad de estos niños ni la de sus madres.

Por último, una cuestión importante que se pone de manifiesto en esta serie de capítulos es la temporalidad de la novela. A medida que avanzamos en la lectura de Cometierra, la protagonista crece; la narración transcurre a lo largo de varios años. Si al comienzo Cometierra era una chica que recién entraba en la adolescencia, hacia el final de la historia tiene cerca de veinte años. Este crecimiento se manifiesta de dos formas en particular. Por un lado, ella misma nota que se va acercando a la edad de la seño Ana, y eso les permite conversar más como amigas que como maestra y alumna. Esta paridad hace que ambas pasen a vincularse de un modo cada vez más horizontal. Por el otro, el paso del tiempo se manifiesta en el hecho de que la protagonista tiene sus primeras relaciones sexuales. El desarrollo de la sexualidad y de la vida sexual activa puede entenderse como un signo del crecimiento de Cometierra, que deja de ser una niña y se va convirtiendo en mujer.

Las dos escenas de sexo narradas en esta novela, que tienen lugar en los capítulos 30 y 36, son explícitas e intensas. Poniendo el foco en esos pasajes, sectores conservadores de la sociedad y la política argentina han entendido esta novela como "pornográfica" y han sugerido su censura en las escuelas del país. A modo de respuesta, escritores y trabajadores de la cultura de Argentina y del mundo han salido a defender a Dolores Reyes y han resaltado la importancia de que la literatura pueda elaborar con libertad todos los temas. En Buenos Aires, este apoyo a la autora se ha materializado con singular potencia en la organización de una lectura colectiva de la novela en el Teatro Picadero. Este hecho da cuenta de diferentes modos de la recepción de la obra, y también ilumina cuán problemática e ineficiente es la búsqueda de censura: tras el ataque conservador, las ventas de la novela se han incrementado hasta convertirla en el libro más vendido en una de las principales librerías de Argentina en 2024, y hasta agotarlo en muchas otras.