Cometierra

Cometierra Resumen y Análisis Segunda Parte: Capítulos 37-47

Resumen

Segunda parte (continuación)

37

Dos noches después de su encuentro con Ezequiel, la chica vuelve a soñar con Ana. Ahora, ella desconfía de su maestra, pero sigue considerándola su amiga. Cada vez más, piensa en preguntarle quién la ha matado. Tras haber tragado tierra en un sueño anterior, ha visto a un hombre arrastrar a Ana, y ha escuchado muchas risas insoportables. Luego ha visto que la desvestían. Ahora, en este sueño, es el cumpleaños de Ana, y ambas celebran compartiendo una lata de cerveza muy chiquita que la maestra saca de su cartera.

38

El viernes por la tarde, el Walter y sus amigos se preparan para salir a bailar a una discoteca llamada El Rescate. El Walter ya no sale con la chica de los borcegos y va a bailar muy seguido. Mientras los chicos toman algo en la habitación, la protagonista fuma marihuana con uno de los amigos de su hermano en la puerta de entrada. Allí contempla el terreno y piensa que las casas también pueden morir. Después le pide a su hermano que la lleve a bailar con ellos. El Walter no quiere. Enojada, Cometierra va a buscar cerveza a la heladera. Una botella se le cae y se rompe. Los pedazos de vidrio le recuerdan a unos animalitos de vidrio fundido que coleccionaba su mamá. Al padre no le gustaban y una vez, enloquecido, los rompió todos. La madre juntó los pedazos y los rearmó con pegamento. Arreglados, se veían oscuros, como "animales monstruosos" (105). La protagonista cree que romper esta botella le da risa porque, en parte, se parece a su padre. Walter entra en la cocina y le dice que es momento de irse.

39

El Rescate está lleno de gente. El Walter se distrae con las chicas y la protagonista se encuentra con Hernán. Han pasado muchos años desde la última vez que se vieron. Él está casado y tiene una hija de dos años. Cometierra se sorprende al enterarse de que es padre. Bailan juntos durante mucho tiempo y después toman cerveza. Él le pide perdón por haberse ido, años antes, cuando el padre de Ian disparó contra la casa. Se besan y se abrazan. Finalmente, Hernán se va.

40

La protagonista se queda un rato sola y luego tiene ganas de irse. Afuera del boliche hay mucho movimiento y la gente está nerviosa. Hacia adelante se ve un amontonamiento. Al acercarse, Cometierra ve el cuerpo de Hernán tirado en el piso y rodeado por un charco de sangre. Ezequiel está allí trabajando como policía. La agarra de la muñeca y le pregunta: "¿Qué mierda hacés con estos negros?" (108). Ella se sorprende; nunca lo ha escuchado usar la palabra "negros" para referirse a ella, su hermano y sus amigos. Se siente furiosa. Ezequiel intenta apartarla, pero ella se acerca al cuerpo de Hernán, agarra un poco de la tierra sobre la que está tirado y se la guarda en el bolsillo. Finalmente, Ezequiel la saca de allí y la lleva a su auto. Cuando está sola nuevamente, se pone la tierra en la boca y cierra los ojos.

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Cometierra duerme con resaca. Sueña con Ana, que está muy demacrada y habla como una desquiciada. Le repite "El Corralón Panda, prohibido" (111). Para tranquilizarla, la chica le dice que sí, que ya lo sabe, pero la maestra anticipa que la protagonista va a ir igual. Luego, fuera de sí, cuenta que se la llevaron varios hombres: uno la arrastró, otro la ató, varios le sacaron la ropa. Comienza a nombrar a todos esos hombres. La chica no quiere escuchar; siente mucho dolor. Ana vuelve a repetir "El Corralón Panda, prohibido" (111), y Cometierra despierta.

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A la mañana siguiente, la protagonista se despierta y la casa está llena de amigos de Walter. También hay allí una persona que no conoce. Parece de unos trece años. No sabe si es una chica o un chico. Le dicen Miseria. Miseria se ríe y habla mucho. Cometierra se da cuenta, finalmente, de que es una chica. Todos ahí están tomando algo; es una suerte de velorio improvisado de Hernán. Conversando con Miseria, la protagonista recuerda haber ido al comedor del barrio, un lugar donde sirven alimentos para aquellos que no tienen qué comer. Luego, se pregunta qué van a hacer con respecto a la muerte de Hernán.

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Cometierra sabe que si cuenta lo que ha visto al comer la tierra de Hernán, todos querrán vengarse atacando a Ale Skin. Entonces recuerda el día que conoce a ese chico, muchos años antes, cuando todavía era una niña. Estaba en la calle con el Walter y en la zona de las vías se les acercó un grupo de chicos vestidos de negro y con la cabeza rapada. Ale Skin llevaba un bate de béisbol. Cometierra recuerda haber sentido pánico. Ale Skin dijo que quería "jugar" (116) con la cabeza de la nena. El Walter se paró enfrente de su hermana para protegerla, el otro lo escupió en la cara y sus amigos se rieron. De pronto, se fueron.

En la visión de la noche anterior, después de la muerte de Hernán, Cometierra volvió a ver a Ale Skin vestido de negro y rapado, pero esta vez armado con un cuchillo. Con ese cuchillo mató a Hernán. Cometierra no termina de entender por qué. Quiere contarles esto al Walter y a sus amigos, pero no se anima. De golpe, inesperadamente, las palabras salen de su boca: "Dijo la tierra que a Hernán lo mató el Ale Skin" (117). Se hace silencio por un momento y luego se arma un gran alboroto. Todos gritan a la vez, llenos de furia. El Walter es el único que no habla; se mueve, nervioso, de un lado al otro. La protagonista piensa que debería llamar a Ezequiel, pero no lo hace.

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Todos salen de la casa, apurados. La protagonista todavía piensa en sus últimos sueños: la advertencia de la seño Ana, el Walter amenazado por un cuchillo y el peligro del Corralón Panda. Sabe que el cuchillo del sueño es el mismo con el que han matado a Hernán. Quiere llamar a Ezequiel, pero sabe que explicarle todo implica demasiado tiempo. Después de la ruta y el cañaveral, los chicos se adentran en una tierra que la protagonista no conoce. Esta tierra no le gusta para nada: sabe que, si la probara, le mostraría cosas terribles que ella no quiere ver. Llegan al galpón con el cartel que dice Corralón Panda. Todos los chicos se mantienen unidos. Anochece. Afuera del galpón hay mucha cerveza: parece que habrá una fiesta o un baile allí esa noche. Un hombre que vigila la puerta les pregunta si van a bailar y, aunque los chicos no responden, los deja entrar.

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El galpón está muy oscuro. Las personas que están allí tomando alcohol desde temprano parecen fantasmas. El techo es tan alto que los chicos se sienten más chicos todavía. Intentan disimular el miedo. Comienzan a dispersarse por el galpón buscando a Ale Skin. Cometierra está a la espera de ver aquello que ya ha anticipado en su sueño: la mano con el cuchillo. Ella, Miseria y las otras chicas del grupo son las únicas mujeres del lugar. Los hombres las miran sin parar. En la barra, el Walter toma cerveza del pico. De pronto, él y los amigos empiezan a "agitar" (122), es decir, a hacer alboroto, llamar la atención y provocar a los demás. A Walter se le cae la botella que tiene en la mano y enseguida vomita. La protagonista escucha la voz de Ale Skin a sus espaldas: "Mirá lo que hacen estos negros de mierda" (122), dice.

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En ese momento, Cometierra se da cuenta de que no ha reconocido la mano de su hermano en el sueño. Al escuchar a Ale Skin, el Walter se da vuelta, saca un cuchillo e intenta herir al otro. Ale Skin logra amargarlo por poco y lo enfrenta con su propio cuchillo. Está acompañado por otros que también llevan la cabeza rapada. Miseria le da un botellazo a uno de ellos, que se cae al piso. El Walter y Ale Skin siguen peleando con los cuchillos y a las patadas. En un momento, Ale Skin pierde su cuchillo y el Walter le pega en la cara. Sigue golpeándolo con ira cuando el primero está en el piso. Entonces llega el hombre que vigila la puerta y agarra a Walter. Ale Skin se levanta y empieza a pegarle. Nadie puede defenderlo porque todos pelean con alguien más. Cometierra intenta agarrar el cuchillo de Ale Skin, pero alguien la patea y se cae. Un hombre está a punto de atacarla cuando ve una mano que agarra el cuchillo y la defiende. Es su propio padre. Al reconocerlo, se queda sin aire. El padre esconde el cuchillo y separa a Ale Skin de Walter. El skinhead le dice "viejo de mierda" (124) y el hombre termina por clavarle el cuchillo en el cuerpo.

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La protagonista está aturdida. Todo el galpón es un caos y los chicos se dirigen a la salida. Nadie está ileso, pero tampoco hay heridos graves. Ella siente que alguien la lleva de la cintura y luego se da cuenta de que es su padre. Los skinheads que se quedan en el galpón les gritan y los amenazan. Cometierra sabe que, hagan lo que hagan, no podrán salvarlo: Ale Skin está muerto. Quiere que todos se vayan y la dejen sola con su hermano. Finalmente, el padre la suelta y se queda un momento mirando a sus hijos antes de irse. El Walter le dice que se volverán a ver. Ella piensa que lo ha visto matar dos veces.

Análisis

Hacia el final de la segunda parte, la protagonista sueña cada vez más seguido con la seño Ana. En esta serie de capítulos, los sueños mueven la narración hacia el pasado, ya que Cometierra va recibiendo más información sobre el modo en el que se produce el femicidio de la maestra. Así, se entera de que ha sido víctima de una violación grupal: varios hombres son responsables de su secuestro y asesinato. Sin embargo, esta información es obtenida por la protagonista al comer tierra en el plano de los sueños, lo cual está prohibido, según la maestra. La prohibición tiene que ver con el grado de crueldad y brutalidad de las visiones originadas en el mundo onírico: "Esa vez que había tragado tierra de sueño vi a un tipo arrastrando a Ana de los pelos mientras se oían unas risas insoportables. Todo se llenó de sombras menos ella. El blanco de su cuerpo parecía brillar en una noche oscura y entre las manos oscuras que la arrastraban y le sacaban la ropa. El terror me mordió la columna y no quise seguir viendo" (101). La escena es descrita aprovechando imágenes visuales que contrastan el blanco como símbolo de la bondad de la maestra y el negro como marca de la violencia criminal ejercida por esos hombres. Además, la imagen auditiva de las "risas insoportables" potencia la perversión y el efecto terrorífico de la escena. A partir de esta visión, el vínculo entre la maestra y la chica se ve atravesado por cierta tensión, dado que esta última la ha desobedecido. No obstante, el enojo de Ana tiene que ver con su afecto por Cometierra y con su voluntad de protegerla. Así como la chica siente terror y no quiere continuar viendo la escena de violencia contra su maestra, la mujer tampoco quiere exponerla a tales horrores.

Asimismo, a través de la presentación de un presagio, estos sueños con la seño Ana también mueven la narración hacia el futuro. A pesar de mostrarse enojada porque la protagonista ha comido tierra en un sueño, la maestra nunca deja de protegerla. De hecho, le advierte que debe tener cuidado y le indica que ciertas cosas están "prohibidas", en el sentido de que son muy peligrosas. Entre estas prohibiciones se destaca la de ir al Corralón Panda, que funciona como anticipación en la novela. Es en el Corralón Panda donde han secuestrado, violado y asesinado a Ana. En el capítulo 41, la maestra enfatiza que no debe ir allí, que el lugar no es seguro, pero también asegura que Cometierra irá al corralón a pesar de todo, lo cual sucede, de hecho, en los capítulos finales de esta parte, cuando la protagonista, su hermano y sus amigos buscan vengar la muerte de Hernán:

—El Corralón Panda, prohibido —repetía como si fuera un conjuro.

Y yo, para tranquilizarla, le decía que ya lo sabía. Que ya me lo había dicho.

Pero Ana no me creyó. Me miró con ojos tristes y dijo:

—Pero vas a ir. ¡Vas a ir!

Estaba sacada, irreconocible.

—No fue uno solo. Uno me arrastró. Otro me ató. Varios me arrancaron la ropa.

(111)

De esta manera, la maestra, en sueños, engarza el pasado con el futuro, la revelación de la verdad con la advertencia, la historia de su femicidio con el presagio fundamental de la novela. A pesar de que antes se ha esforzado por evitar exponer a Cometierra a la verdad brutal sobre su muerte, ahora explicita la violencia sexual y de género de la que ha sido víctima para resaltar la peligrosidad del Corralón Panda, dando cuenta de que varios hombres la han golpeado, atado y violado allí. El presagio aquí puede entenderse como mecanismo propio de las tragedias, es decir, de esos relatos donde el protagonista está destinado a un final funesto. Aunque Cometierra sabe que no debe ir allí, terminará por hacerlo, como si estuviera cumpliendo su destino. De todas maneras, como se ve más adelante, no se consuma un final trágico para Cometierra, ya que ella, su hermano y sus amigos lograrán escapar del Corralón Panda sin ser heridos de gravedad.

En ese sentido, cabe destacar la presencia de la figura paterna en este segmento de la obra. Antes de ir a la discoteca esa noche, Cometierra ha recordado a su padre. Cuando se le cae una botella de cerveza, la imagen de los pedazos de vidrio roto en el piso le recuerda la de unos adornitos de vidrio en forma de animales que coleccionaba su madre, y que su padre rompió en un arranque de ira. Significativamente, a través de esta memoria, y a pesar de que para los lectores la narración de este recuerdo pone de manifiesto cuán frecuente y brutal era el accionar violento del padre contra la madre, la protagonista se siente identificada con el hombre: "Si romper una botella me causaba tanta gracia era porque también soy su hija, pensé, mientras tiraba los pedazos de vidrio en el tacho" (105).

Es posible pensar que este recuerdo afectivo y este reconocimiento de una semejanza con el hombre anticipe el posterior encuentro en el boliche. Es gracias a la presencia de su padre que Cometierra y el Walter logran salir ilesos de la pelea contra los skinheads: el hombre no solo los rescata, sino que también evita que su hijo se convierta en asesino, matando él mismo a Ale Skin. Esta secuencia está cargada de ambivalencia. Por un lado, el hombre vuelve a presentarse como un personaje extremadamente violento, lo cual se resume en la frase final de esta segunda parte, cuando la narradora concluye: "Dos veces lo vi matar" (125), dado que en sus visiones ha visto cómo el padre ha matado a su madre y ahora, en presencia, lo ha visto acuchillar a Ale Skin. Pero, por otro lado, el hombre defiende y salva la vida de sus hijos en esta pelea, en una suerte de acto de reparación. Como el hombre se va sin decir ni una palabra, y tampoco vuelve a contactarse con sus hijos, no podemos considerar la secuencia como una restitución del vínculo familiar. Tampoco sería correcto decir que el hombre se ha redimido por el asesinato de la madre, ni que los hijos lo hayan perdonado, pero esta instancia parece permitir que la protagonista haga las paces con su pasado, de manera tal que se habilita la decisión de cambiar de vida que ella tomará en la tercera y última parte de la novela.

El asesinato de Hernán pone de manifiesto otra forma de la violencia explorada en la novela, que combina el racismo con la aporofobia, es decir el odio hacia las personas pobres. Esta cuestión se elabora y se condensa en el uso de la palabra negro de manera despectiva, tanto en boca de Ezequiel como de Ale Skin, para referirse a la protagonista, a su hermano y a sus amigos. En Argentina, con frecuencia se confunden las categorías étnico-raciales y las de clase social, y muchas veces la palabra negro es usada por personas violentas para referirse peyorativamente a otras personas que pertenecen a clases sociales bajas o que viven en la marginalidad, más allá de su pertenencia étnica. Curiosamente, Ezequiel trata a los amigos de la protagonista de este modo despectivo por primera vez al estar trabajando como policía. Cuando la encuentra cerca del lugar donde ha sido asesinado Hernán, Ezequiel le pregunta: "—¿Qué mierda hacés con estos negros?" (108). Ella se sorprende porque nunca lo ha escuchado tratarlos de esa manera, e inmediatamente se llena de rabia. Cabe pensar, pues, que en estas circunstancias Ezequiel expresa la violencia institucional de la policía, tal como es retratada en esta novela: se trata de una institución que discrimina y categoriza a las personas, marginalizando y despreciando a aquellos que pertenecen a las clases bajas.

Por su parte, Ale Skin da cuenta de la misma lógica, pero esta vez no desde la institución policial, sino desde la subcultura skinhead en su versión neonazi y racista. Ale Skin expresa su pertenencia a tal subcultura a través de su aspecto físico –lleva la cabeza rapada y siempre viste prendas negras–, y, sobre todo, a través de su actitud violenta. En particular, su accionar activa la violencia racista y de clase, y se lo exhibe como una figura llena de odio, que practica la violencia física con frecuencia. El chico también vive en el barrio desde hace muchos años, y la protagonista recuerda haber sido amedrentada y amenazada por él de muy pequeña. Cabe destacar la perversión de la escena en la que Ale Skin disfruta de la idea de golpearla en la cabeza –siendo ella una niña de 6 años y él, un adolescente– con un bate de béisbol, perversión condensada en el uso del verbo jugar como equivalente de golpear:

Cuando estaban cerca, el Ale Skin levantó el palo y dijo:

—Quiero jugar.

Los otros tres se rieron. Hablaban y se reían adelante nuestro, como si no estuviéramos. Uno de los amigos le contestó «juguemos con la cabeza de ella» y el Ale Skin agitó el bate en el aire como si me fuera a arrancar la cabeza.

(116)

La violencia racista y la aporofobia de Ale Skin llegan a su punto más álgido cuando asesina de una cuchillada a Hernán a la salida de la discoteca sin motivo alguno, más allá de su odio de clase y su racismo.

Este asesinato, a su vez, permite iluminar que en este barrio marginalizado y desamparado, donde las problemáticas sociales no son atendidas por el Estado, la justicia no la ejercen las instituciones. Como se ha mencionado, Ezequiel, que trabaja en la zona del crimen esa misma noche, usa, al igual que Ale Skin, el término "negros" para referirse a los amigos de la protagonista, incluyendo a Hernán, la víctima del asesinato. En tanto que representante de la institución policial, en estas circunstancias Ezequiel refuerza la lógica violenta que ha decantado en la muerte de Hernán. Entonces, son los amigos del joven quienes procuran activar la justicia por mano propia. En realidad, los propios chicos hablan de venganza: cuando se enteran de que el asesino es Ale Skin, en el velorio improvisado en la casa de la protagonista, se escucha: "Hay que vengar a Hernán" (117). Esta dinámica multiplica las situaciones de violencia y deja a Cometierra, el Walter y sus amigos todavía más vulnerables ante posibles ataques. Tal como anticipado por la seño Ana en sueños, los chicos se dirigen al Corralón Panda, y los lectores entendemos que allí tendrán lugar situaciones en extremo peligrosas. En efecto, en el galpón los chicos pelean con los skinheads y el Walter corre el riesgo de ser apuñalado. Irónicamente, como se ha analizado, es el padre de la protagonista quien los rescata. A pesar de haber matado a su madre y de haberlos abandonado, dejándolos desamparádos, el hombre les salva la vida.

Por último, el final de la segunda parte introduce a un personaje nuevo que será fundamental en la tercera parte. Miseria es una chica de unos trece años que parece comenzar una suerte de noviazgo con el Walter, aunque esto no queda del todo claro. Su nombre resulta significativo, ya que da cuenta de las condiciones de marginalidad y pobreza en las que viven los personajes principales de esta historia. Por ejemplo, tanto Miseria como Cometierra recuerdan haberse alimentado en comedores sociales porque sus familias no tenían qué darles de comer en casa. Además, aunque el asunto no se explora con detenimiento, la narración deja entrever que ella es prácticamente una niña, mientras el Walter tiene más de veinte años. A Cometierra esta importante diferencia de edad le genera alguna incomodidad: le parece extraño que la chica los acompañe en las secuencias posteriores al asesinato de Hernán, pero Miseria le cae muy bien y el devenir de los hechos es tan acelerado en esta parte del relato que no se profundiza en la cuestión de la edad. Esta chica será un personaje clave de la segunda novela de Dolores Reyes, titulada, precisamente, Miseria.