La tierra (Símbolo)
La tierra es el elemento más importante de esta narración y simboliza la conexión de cada personaje con su lugar. Quienes han muerto se identifican con la tierra donde están enterrados. Es por ello que la protagonista debe comer la tierra adecuada, la que representa a cada víctima, para poder tener visiones sobre su historia y su paradero. La tierra también es símbolo de la pertenencia a un lugar de los personajes vivos. Por ejemplo, durante toda la narración, Pablo Podestá, el barrio donde vive la protagonista, es su tierra. Finalmente, cuando decide cambiar de vida, también decide cambiar de tierra.
El destapador (Símbolo)
El destapador de botellas funciona aquí como símbolo del padre de la protagonista. Tras la muerte de la madre, el hombre abandona a los hijos, que se quedan solos en la casa. El único objeto del padre que queda allí es ese destapador, que la protagonista encuentra y guarda como recuerdo. De hecho, se vale de ese objeto para tener una visión en la que se entera de que su padre está vivo en algún lugar. Es posible pensar que este símbolo destaca además la cuestión del consumo problemático de alcohol, en particular de cerveza, como modo de calmar la angustia y las emociones negativas.
Las botellas (Símbolo)
Las botellas que se acumulan en la entrada de la casa de la protagonista simbolizan a los desaparecidos. Aquellos que buscan a personas que faltan saben que Cometierra puede encontrarlos en sus visiones y comienzan a dejarle botellas con tierra de sus desaparecidos con la esperanza de que ella decida comerla. Estas botellas se multiplican rápidamente, al punto tal que la chica siente que su casa se está convirtiendo en un cementerio: "A veces sentía el peso de todas las botellas juntas que iban transformando mi casa en lo que siempre había odiado, un cementerio de gente que no conocía, un depósito de tierra que hablaba de cuerpos que nunca había visto" (47). Cometierra, además, se sorprende por la gran cantidad de botellas que hay allí, ya que eso indica que hay muchísimas personas desaparecidas. De ese modo, la novela denuncia la problemática extra literaria de la desaparición de personas como una constante en Argentina y en América Latina en general.
El toallón violeta (Símbolo)
Tras haber ganado dinero por las visiones con las que intenta encontrar a María, la protagonista se compra un toallón violeta. Se trata del primer objeto que le pertenece realmente, lo primero que se regala a sí misma. Es un toallón grande, suave y pesado. A la chica le encanta la sensación de cubrirse el cuerpo con él. Este objeto simboliza la independización, la autonomía y el desarrollo de la identidad de la protagonista, que comienza a entender que tiene derecho a una vida plena, a tomar decisiones propias y a tener cosas materiales y no materiales que le pertenezcan.
El nombre propio (Símbolo)
En sintonía con la simbología del toallón violeta, resulta muy significativo el hecho de que los lectores nunca conozcamos el nombre de la protagonista. Otros personajes la llaman "Cometierra" porque, para que se produzcan sus visiones, ella necesita tragar tierra. Pero ese es un apodo y no un nombre, y proviene de su don y de su función social, no de su identidad como ser humano pleno. Además, al final del relato, ella decide no comer más tierra; no le gusta definirse de esa manera.
El nombre propio funciona, así, como símbolo de la identidad, mientras que la falta de un nombre para llamar a la protagonista evidencia las problemáticas que ella enfrenta para desarrollar su propia identidad, para vivir de manera plena, tomar decisiones y elegir un proyecto de vida. Cabe destacar que todas esas problemáticas se acentúan por su situación social de marginalidad, es decir, por pertenecer a un barrio pobre y a una familia destruida, y por ser mujer en un contexto donde imperan la violencia de género y la violencia sexual. Significativamente, en la línea final de la novela, cuando se va de su tierra hacia otra, piensa: "yo también quería, ahí afuera, un nombre para mí" (137). Irse de la casa familiar y del barrio natal pueden ser interpretados, pues, como movimientos hacia el desarrollo de una identidad autónoma, independiente y plena.