Cometierra

Cometierra Resumen y Análisis Tercera Parte: Capítulos 48-53

Resumen

Tercera Parte

48

La seño Ana le dice a Cometierra en un sueño que el lugar donde ha aprendido a comer tierra ya no existe. Anticipa que todo terminará o se destruirá. La chica no entiende dónde están durante este sueño. La maestra le recuerda que estaba prohibido ir al Corralón Panda, y le dice que querrán atacarla a ella, a su hermano y a sus amigos para vengar la muerte de Ale Skin. Aunque la protagonista no quiere continuar con las visiones, Ana le pide que siga buscando a los hombres que la han secuestrado, violado y matado.

49

La protagonista le propone a su hermano irse de la casa y del barrio, mudarse a otro lugar. Preparan mate y conversan sobre recuerdos de la infancia. El Walter le pregunta qué hacer con las botellas si se van del barrio. Ella responde que las botellas deben quedar allí, en la casa. Un rato más tarde, llega Miseria. Se ve algo distinto en su sonrisa. El Walter dice que puede conseguir algo de dinero vendiendo su moto. Quiere llevar consigo las herramientas que usa en el taller mecánico, porque pueden servirle. La protagonista repite que quiere dejar de comer tierra. Miseria quiere irse con ellos. El Walter responde que eso no es posible: ella es menor de edad y pueden meterse en problemas. La chica replica que no hay problema: le dirá a su madre que ha conseguido trabajo y podrá irse tranquila. Los hermanos se sorprenden, no entienden de qué podría trabajar Miseria siendo tan chica. A pesar de todo, a la protagonista le gusta la idea de que Miseria los acompañe.

50

El Walter y Miseria salen un rato y la protagonista se acuesta en la cama. Está muy cansada, pero también acelerada, y no logra dormir. Cierra los ojos y piensa en Ezequiel. Se pregunta varias veces qué hacer con él, y varias veces se responde que él debe quedarse ahí. Mientras piensa, se mira en un espejo de su mamá e intenta ver en su propio rostro algo que se parezca a la madre. Finalmente, se dice a sí misma en voz alta: "Ezequiel se queda" (130). Luego se tapa con una frazada y se pone a llorar.

51

La protagonista la ha dicho a Ezequiel que quiere encontrarse con él. El chico se pone contento. Ella se lava y se maquilla. Al salir de la casa, se da cuenta de que ya no tiene sentido cerrar la puerta con llave, pues pronto se irán de allí. Encuentra a Ezequiel en la comisaría; él la espera en la puerta. Compran algo para tomar y salen a dar vueltas en el auto para conversar. Ella le cuenta que se van de la casa y del barrio, que ya no puede seguir "con la gente y la tierra" (132). Él sigue manejando, pero empieza a ir más despacio. Ella insiste: "No quiero más muertos" (132). Él estaciona el auto bajo un árbol. Le pregunta si se van muy lejos. La protagonista responde que no sabe a dónde. Después termina su cerveza y se baja del auto. Piensa en modos de seguir en contacto, pero nada los deja tranquilos, ni a ella ni a él. Vuelve a entrar en el auto y le dice que ya se les va a ocurrir alguna manera de seguir juntos. Finalmente, ella le pide que la lleve al cementerio. Él se sorprende, pero acepta. Antes, necesitan pasar por un almacén para comprar más "escabio" (132), es decir, más alcohol.

52

La protagonista, el Walter y Miseria se están yendo. Cada uno tiene una mochila y un teléfono celular. Las mochilas de los hermanos están llenas de cosas, a punto de reventar. Los tres caminan por el costado de la ruta. Está oscuro. Por momentos, las luces de los camiones que pasan iluminan el lugar. Son luces tan potentes que los enceguecen por un instante. La protagonista piensa en Ezequiel. Cree que es mejor no llamarlo, pero se aferra a su celular. Espera comunicarse con él pronto.

Pasan por una estación de servicio abandonada y la protagonista repasa los graffitis que hay en las paredes. Los conoce de memoria; los ha visto muchas veces. Le presta especial atención a una frase escrita allí: "Rescatate wachx: Podestá es tu tierra" (134). Se detiene y se toma un momento para leer con cuidado. Se concentra en la segunda parte del graffiti: "Podestá es tu tierra". Entonces la protagonista se saca las zapatillas y pisa la tierra con fuerza mientras vuelve a leer los grafittis. Sabe que tiene que irse de allí. Se agacha y toca la tierra con la mano. Está fría, pero le gusta: es tierra, no es basura, no es polvo, no es suciedad. Agarra un puñado y lo aprieta adentro de su mano. Se pregunta si la tierra sabrá que ella ha vivido ahí. Finalmente, endereza su espalda, se mete ese puñado de tierra en el bolsillo, se pone las zapatillas y se apura para alcanzar a su hermano y a Miseria.

53

Los tres siguen avanzando al costado de la ruta. Están en una parada de ómnibus. Deciden subirse al primero que llegue. Finalmente, suben a un bus que va casi vacío. La protagonista pide sentarse del lado de la ventanilla. Miseria cree que es un chiste, pero enseguida se da cuenta de que la protagonista lo dice muy en serio. A medida que avanzan, ella va mirando lo que dejan atrás, a pesar de que todo está muy oscuro. Cometierra tantea la tierra que todavía lleva en el bolsillo; es poca. Se la lleva a la boca, quiere sentirla. Apoya su cabeza en la ventanilla y cierra los ojos. Escucha una voz que la adormece diciéndole: "Cometierra, el lugar donde aprendiste a leer la tierra ya no existe" (136).

En su cabeza comienza a visualizar un lugar nuevo, pero conocido de alguna manera. Se ve a sí misma, a su hermano y a Miseria sentados en el sillón. Están más grandes y hay un niño corriendo entre ellos. El niño se sienta en las piernas de Walter. En la salita hay muchas botellas. La voz vuelve a decir: "Cometierra, el lugar donde aprendiste a leer la tierra ya no existe" (136). Suena el teléfono, pero la chica no puede atender el llamado. Piensa que puede ser Ezequiel y la desespera no poder hablar con él. Entre esas visualizaciones aparece la voz de la seño Ana, que le dice que los muertos la están esperando y que tiene mucho trabajo por hacer.

La protagonista abre los ojos y vuelve a la realidad del ómnibus. Recuerda el día anterior, cuando visitó la tumba de su mamá junto a Ezequiel. Las lápidas de otras tumbas dicen muchas cosas pero en la de la madre solo hay un nombre y dos fechas. No sabe quién ha puesto esa lápida, que no estaba en el momento del entierro. Piensa que las lápidas son como cartas para los muertos, y recuerda que Ana no tiene ninguna.

Sigue recordando la tarde anterior con Ezequiel y repite su nombre mentalmente. Por último, piensa en sí misma y expresa interiormente un deseo: quiere tener un nombre propio.

Análisis

La tercera y última parte de la novela es la más breve: abarca apenas seis capítulos. En esta secuencia, la narración se proyecta hacia el futuro. Se narra cómo la protagonista y su hermano eligen y activan un cambio radical para sus vidas, ya que deciden irse de la casa familiar y del barrio. También se relata cómo, en efecto, se van, acompañados por Miseria. Cabe destacar que en estos capítulos se hace explícito que los hermanos viven en Pablo Podestá, barrio que realmente existe en la Provincia de Buenos Aires, y donde Dolores Reyes trabaja como docente. Este es uno de los datos que iluminan la dimensión realista de la novela y las denuncias a problemáticas sociales de la realidad extra literaria. Como se ha mencionado, Melina Romero y Araceli Ramos, las dos jóvenes víctimas de femicido a quienes está dedicada la novela, vivían en Pablo Podestá, y la autora procura honrar sus vidas, así como las de muchas otras chicas que se les parecen y que viven en condiciones opresivas de marginalización, violencia de género y violencia sexual.

Para los hermanos, esta partida está motivada, en términos urgentes, por la necesidad de protegerse de los skinheads que querrán vengar la muerte de Ale Skin. Pero también implica la decisión de los hermanos de cambiar de vida, de elegir otro destino para sí mismos, alejándose de la violencia y la marginalidad. La protagonista, poco a poco, comienza a entender que tiene derecho a una vida plena, a tomar decisiones propias. En ese sentido, es importante resaltar que en esta tercera parte Cometierra expresa varias veces sus deseos y se apropia cada vez más de su agencia. Es ella quien le sugiere al Walter irse del barrio, es ella quien decide que las botellas con tierra de desconocidos desaparecidos deben quedarse en la casa, es ella quien decide priorizar su necesidad de irse, aunque eso afecte su relación con Ezequiel. Al mismo tiempo, va ganando conciencia sobre su vínculo con las visiones y sobre cómo la afectan. Se siente exhausta y no quiere seguir comiendo tierra, porque los muertos le resultan demasiado pesados. "Yo quiero terminar con la tierra" (129); "no puedo más con la gente y la tierra" (132) y "No quiero más muertos" (132), afirma Cometierra.

De todas maneras, en sueños parece anticipar que no abandonará estas prácticas, al menos no por completo. La presencia fantasmática de la seño Ana sigue acompañándola, y aunque la maestra sabe que el proceso es muy doloroso para la chica, sigue insistiéndole para que no deje de investigar su caso, para que su femicidio no quede impune y se haga justicia. Por ejemplo, en el capítulo 48, cuando la chica admite ante la maestra que no quiere seguir dedicándose a las visiones, leemos:

—¿Y yo qué? ¿Y todo lo que me prometiste?
—Ya no quiero seguir, Ana.
—Pero podés encontrarlos a ellos. Hacer que los encierren, por mí. Si están libres, van a seguir matando, ¿entendés?

(127)

Una vez más, se hace explícito el dilema ético que atraviesa a la protagonista en relación con su don: le resulta agotador y la consume, pero también entiende que tiene la responsabilidad ética de buscar la verdad sobre los muertos desaparecidos para hacer justicia. Además, en la última visión que se relata en toda la novela, la chica se ve a sí misma, unos años mayor, en una salita llena de botellas. De inmediato, escucha la voz de Ana, que le dice: "Tenés trabajo que hacer, aunque la casa se haya venido abajo y solo quede la salita. Están llevando a uno más a tierra" (136), con lo cual podemos suponer que, en el futuro, la protagonista continuará ayudando a encontrar a otras personas desaparecidas, motivada por su sentido de la ética, la responsabilidad y la solidaridad. La novela deja varias líneas abiertas hacia un posible futuro de la vida de la protagonista. Por ejemplo, en esta cita, la seño Ana menciona a "uno" que están llevando a la tierra, y podemos suponer que ese muerto es alguien particularmente importante para la protagonista, un caso que no podrá ignorar y deberá atender mediante sus visiones. Además, se pone de manifiesto que esta partida del barrio no significará el abandono definitivo de la casa donde ha crecido: en esta proyección futura, la casa se reduce a una salita que parece funcionar como una suerte de consultorio donde la protagonista trabaja.

De todos modos, irse del barrio es un modo de cambiar de vida, o al menos de intentarlo. En sintonía con ese momento de transición hacia una nueva vida, y como modo de prepararse para la partida, la protagonista va por primera y única vez a visitar la tumba de su madre en el cementerio. Esta visita es una suerte de despedida que parece darle cierre al período de duelo en extremo doloroso que ha atravesado la chica durante años, desde el femicidio de la madre perpetrado por el padre. Esta secuencia puede entenderse en relación con el último encuentro que la chica y su hermano tienen con el padre, cuando el hombre, al salvarles la vida, habilita una superación del pasado traumático. A pesar de que esta visita al cementerio se configura como una instancia que clausura el dolor de ese largo y árduo proceso emocional, la narración no deja de poner en evidencia cuán injusta es la muerte de la mujer, para ella misma y para su hija. El hecho de que la lápida de la madre lleve apenas su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de defunción, mientras que otras lápidas del cementerio tienen más palabras, da a entender que a la protagonista le fue negada una despedida como corresponde. Como ella misma narra en los primeros capítulos de la novela, su mamá fue robada. Por lo demás, se abre otra incógnita en estas instancias finales con respecto a la tumba de la madre: Cometierra no sabe quién ha puesto esa lápida allí.

Es fundamental observar que Cometierra no está sola al despedirse de su madre: la acompaña Ezequiel. Como se ha mencionado, la historia de amor que conecta a ambos personajes es muy relevante hasta el final de la novela. Él la acompaña y la cuida hasta el final y, aunque ella, en principio, decide terminar la relación y dejar a Ezequiel en el barrio, repitiéndose a sí misma: "Ezequiel se queda" (130), después de verlo y hablar con él, parece determinada a encontrar modos de seguir en contacto. Además, a medida que se aleja del barrio, en las escenas finales del libro, piensa constantemente en él y repite su nombre en silencio. Curiosamente, la novela no da continuidad a la rabia que la chica ha sentido al escuchar que Ezequiel ha tratado a sus amigos de negros, justo después del asesinato de Hernán. Ezequiel es, en todo momento, una figura dual: cuando se define como el novio de la protagonista, es presentado como un chico amoroso, amable y buen compañero que la apoya y la cuida, mientras que cuando ocupa su función como policía encarna las violencias propias de la institución, según la retrata la novela. Al final de la historia, esta dualidad es atenuada, y queda en primer plano el amor que la protagonista siente por él.

Otro momento de vital importancia para la protagonista es despedirse de la tierra. En esta secuencia final vuelve a resaltarse la importancia simbólica de la tierra como elemento que indica la pertenencia de los personajes a su lugar. Aunque, como anuncia la seño Ana, la tierra de la protagonista ya no será esa, porque todo allí se destruirá, para la chica es fundamental sentirla, tocarla e incluso llevarse un puñado: no es la tierra de su futuro, pero sin dudas es la tierra de su pasado, de sus orígenes. Así, resulta significativo que, a medida que caminan hacia el ómnibus en el que dejarán el barrio, la chica lea con detenimiento y reflexione sobre la frase "Podestá es tu tierra" (134) escrita en un grafitti. Leer esta frase la lleva a detenerse, sacarse las zapatillas y entrar en contacto con esa tierra:

Sola, parada delante de la estación de servicio, me saqué las zapatillas y apreté los pies contra la tierra. Pisé fuerte mientras leía los grafitti un par de veces más. Tenía que irme.

Me agaché y toqué. La tierra estaba fría pero me gustaba: era tierra, ni basura ni polvo. Tierra de acá. Agarré un montoncito, lo apreté en mi mano. ¿Sabría la tierra que ahí había estado yo?
Me enderecé y la metí en mi bolsillo.

(134)

Este contacto final con la tierra de Pablo Podestá es otra confirmación de que la protagonista ha hecho las paces con su pasado y ha superado el trauma iniciado por el femicido de su madre. No se va con rencor de esta tierra. Disfruta entrar en contacto con ella, la sensación de frío que le provoca. Y, sin embargo, tiene en claro que debe irse de allí.

Por último, es preciso destacar un punto crucial que atraviesa toda la obra, pero se destaca con especial potencia en sus líneas finales: los lectores no conocemos nunca el nombre de la protagonista y narradora. Otros personajes la llaman Cometierra, pero ese es un apodo y no un nombre. Por lo demás, este apelativo proviene de su don y de su función social, no de su identidad como ser humano. La ausencia de un nombre propio da cuenta de las problemáticas que ella enfrenta para definir quién es y quién quiere ser, para vivir de manera plena, tomar decisiones y elegir un proyecto de vida. Significativamente, al irse del barrio cobra conciencia de que quiere un nombre para sí misma, tal como se evidencia en la línea final de la novela: "yo también quería, ahí afuera, un nombre para mí" (137). Irse de la casa familiar y del barrio natal pueden ser interpretados, pues, como movimientos hacia el desarrollo de una identidad autónoma, independiente y plena, como una suerte de renacimiento para la protagonista, y como una instancia de superación del trauma acarreado durante años y, finalmente, como un pasaje a la vida adulta.