Para recordar al rey Yusef se construye un monumento que "recoge para la posteridad sus virtudes", sin embargo, el monumento no se sostiene en el tiempo y ya no existe para el momento en que Irving visita la Alhambra.
Los musulmanes deciden enterrar a Yusef, el monarca que termina la construcción de la Alhambra, con toda la pompa e incluyen una larga inscripción en el monumento en su memoria. Esa inscripción tiene como propósito recoger "para la posteridad sus virtudes" (p.214). Irónicamente, aquello que fue construido para que la memoria del monarca se preserve desaparece y ya no existe para el momento en que Irving visita la Alhambra.
El narrador dice del protagonista de "El albañil" que respetaba todos los días de fiesta religiosos con toda su devoción.
El narrador dice que era un hombre muy devoto, pero en realidad quiere decir que era un holgazán. Esta ironía contribuye al tono humorístico que adopta el narrador en varias ocasiones a lo largo de la obra. En este caso, todo el cuento trata benévolamente al albañil como si se tratara de un buen cristiano, aunque continuamente deja entender que sus verdaderas motivaciones para respetar las fiestas es tener que trabajar lo menos posible.
Nadie más puede cruzar por la puerta de la Alhambra por la que cruza Boabdil por última vez porque los franceses destruyen esa parte del palacio.
Cuando Boabdil abandona la Alhambra por última vez, pide que los reyes Católicos le concedan la promesa de que nadie más podrá cruzar por esa puerta. Se le concede ese pedido tapiando la puerta y construyendo una inmensa edificación conocida como la Torre de los siete suelos. Los franceses destruyen esa parte del edificio y el narrador repara sobre la ironía que supone que el pedido de Boabdil siga cumpliéndose, pero por un motivo que seguramente lo entristecería. Dice el narrador: "el último deseo del pobre Boabdil se ha cumplido de nuevo, aunque de forma no intencionada, pues la puerta ha quedado cegada por las piedras amontonadas de las ruinas y resulta imposible pasar por ella" (p.270).
"... si albergara alguna duda, remito al suspicaz lector a Mateo Ximenez y sus colegas historiógrafos de la Alhambra" (p.287).
Después de contar la historia detrás de la casa de la veleta que contiene elementos de fantasía como talismanes y portentos, con humor, Irving se adelanta a cualquier reclamo sobre la veracidad de su historia. Para ello se refiere a Mateo Ximenez, su escolta, y a los demás moradores de la Alhambra como historiógrafos. Sin duda, Mateo Ximenes y otros moradores de la Alhambra son fuentes valiosísimas de folclore, pero no son historiógrafos, de hecho, no cuestionan la veracidad de historias que son casi siempre fantásticas.
Se hace referencia a Aben Habuz como al más pacífico de los monarcas.
En el cuento "El astrólogo", cuando el astrólogo le da la opción de terminar con su enemigo de manera pacífica o en medio de una masacre, Aben Habuz elige lo segundo y mientras dirige la lanza para causar la muerte de su enemigo, el narrador se refiere a él irónicamente como "el más pacífico de los monarcas" (p.294).
El narrador de "La leyenda del legado del moro" dice que el alcalde le daba un gran valor a la justicia.
El narrador dice sobre el alcalde: "no podía negarse que daba un gran valor a la justicia", pero luego agrega "pues la vendía a peso de oro" (p.369). En este sentido, Irving apunta a lo contrario de lo que dice al principio cuando menciona el valor de la justicia, es decir, el alcalde solo valora la justicia en términos monetarios.