En 1808, el ejército francés envía refuerzos hacia Portugal y utiliza eso como excusa para invadir España bajo el mando de Napoleón Bonaparte. Este conflicto se encuadra en uno mayor que se extiende entre 1792 y 1815 y enfrenta a Francia con gran parte de Europa. Las guerras napoleónicas llegan a España ese año de 1808. En un principio la guerra no llega a Andalucía, sino que afecta a Pamplona y Barcelona. En apenas un mes de ocupación, Napoleón fuerza al rey Carlos IV a abdicar y unos meses después impone a su hermano José como nuevo rey de España. Todo el reino se levanta en contra de los franceses.
Con la ayuda de los ingleses bajo el mando de Arthur Wellesley, el duque de Wellington, los portugueses consiguen recuperar sus territorios. España, en cambio, tiene que batallar más tiempo para hacer frente al enemigo. Recién en 1813, los españoles, aún con la intervención de Arthur Wellesley, consiguen expulsar a los franceses de sus fronteras.
En el caso específico de la Alhambra, la ocupación empieza a principios de 1810 cuando los franceses ya llevaban dos años en otras regiones del reino. En enero de ese año, las tropas francesas lideradas por Horacio Sebastiani llegan a Granada. Establecen en la Alhambra su cuartel militar. Distintas partes de la fortaleza cumplen funciones como prisión, almacenamiento, barracas, albergue. Para cubrir sus necesidades, los franceses no dudan en utilizar parte de la madera del artesonado como combustible.
Paralelamente a la destrucción, los franceses también se toman la libertad de introducir cambios considerables para que la Alhambra coincidiera con sus gustos. Por ejemplo, sustituyen el suelo del Patio de los Leones por jardines con rosas, jazmines y arrayanes.
La destrucción de este monumento no termina ahí, dado que cuando los soldados se ven obligados a abandonar su cuartel no lo hacen antes de diezmar la biblioteca y sustraer parte de su patrimonio artístico. Además, intentan destruir lo que queda porque en su retirada se ven obligados a dejar piezas de artillería que después podían ser empleadas en su contra. Es por este detalle que se dice que la existencia de la Alhambra hoy se la deben los españoles a un hombre: el brigadier del Regimiento de los Inválidos José García, quien arriesga su vida para detener la explosión de la fortaleza apagando las mechas activas.
Irving comenta sobre estos hechos, aunque toma partida por los franceses y dice: "España puede agradecer a sus invasores el haberle conservado el más hermoso e interesante de sus monumentos históricos" (p.169). Según Irving, la fortaleza había caído en desgracia y estaba sumamente descuidada, pero los franceses repararon los techos, cultivaron los jardines, habilitaron las fuentes. Admite que los franceses destruyeron varias torres de la muralla exterior, aunque lo justifica diciendo que lo hicieron para dejar indefensa para futuras incursiones.
De todas maneras, reconoce que los franceses sustrajeron parte del patrimonio: "Este, en otros tiempos, afamado emporio de la erudición es ahora una mera sombra de lo que fue tras haber sido despojada por los franceses, mientras fueron los dueños de Granada, de sus manuscritos y obras más raras" (p.203).
Por momentos, la valoración de Irving sobre el efecto que tuvo la presencia de los franceses es inconsistente. Por ejemplo, los alaba por su refinamiento: "Gracias al gusto ilustrado que siempre ha caracterizado a los franceses en sus conquistas, se rescató de la ruina absoluta y la desolación que lo amenazaban este monumento de la elegancia y grandeza mora" (p.169). No obstante, coincide con la opinión popular de que el cambio que realizaron en el patio de los leones fue un error: "El patio está recubierto por macizos de flores en lugar de su antiguo y más apropiado pavimento de losetas de mármol; el cambio, un ejemplo de mal gusto, lo realizaron los franceses mientras estuvieron en posesión de Granada" (p.175).
A pesar de reconocer que los franceses destruyeron torres de la muralla exterior, saquearon parte del patrimonio y no preservaron la belleza del patio de los leones, Irving insiste en pensar que los españoles les deben a los franceses la preservación del monumento histórico. Su orientalismo y el afán de posicionar a los españoles como un 'otro', menos capacitado para cuidar de su patrimonio, hace que Irving no perciba las inconsistencias de su propio discurso.