Resumen
"Visitantes de la Alhambra"
Este breve capítulo narra la llegada de un viejo conde que viene desde Granada para quedarse unos días en la Alhambra. Irving ahora debe compartir la fortaleza que él imagina es su propio reino.
Irving disfruta de observar al conde y su entorno; ve en "su corte doméstica" (p.311) un buen ejemplo de la vida familiar en España. El resto del capítulo dedica una buena parte a hacer un retrato de Carmencita, la hijastra del conde: una niña de quince años que Irving encuentra encantadora.
"Reliquias y linajes"
Irving visita la casa del conde en Granada para ver las reliquias que guarda de las guerras de reconquista. El conde desciende de Gonsalvo de Cordova, el Gran Capitán, que ganó muchas batallas durante las campañas de Fernando e Isabel y uno de los líderes que negoció las condiciones de rendición de los moros.
En casa del conde, Irving admira la espada del Gran Capitán, unas espingardas (escopetas árabes), un antiguo estandarte de los Reyes Católicos, gualdrapas de terciopelo, entre otras reliquias. No obstante, le decepciona que el conde no tenga armaduras o armas de los moros de Granada.
Según el narrador, existen ideas equivocadas sobre la ropa que llevaban los moros en España. Al parecer, adoptaron el modo de vestir de los cristianos. Por ejemplo, el turbante no era parte de su atavío, por mucho que sea esa la imagen que la mayoría asocia con los musulmanes. En su lugar, los moros en España utilizaban el fez de los bereberes. Ya en el siglo XIII el equipo de guerra era el mismo que el de los cristianos. En el siglo XIV retomaron por un periodo el modo de vestir árabe con un equipo refinado y lleno de lujo.
"El Generalife"
Este capítulo sirve de introducción a la leyenda que lo sigue. En ocasión del cumpleaños de Carmencita, la hija del conde, un grupo visita el Generalife, "un palacio de cuento de hadas" (p.318). Algunas de las personas que estaban allí cuentan historias vinculadas con ese palacio. La leyenda que sigue es el resultado de esas historias a las que Irving ha dado forma.
"Leyenda del príncipe Ahmed al Kamel; o el peregrino del amor"
La leyenda narra la historia de un príncipe a quien los astrólogos le anticipan una vida feliz, siempre y cuando no conozca el amor antes de la madurez. Para garantizar que se cumplan los buenos vaticinios, el rey construye un palacio para que el príncipe y su tutor vivan alejados del mundo. El palacio de la leyenda es el Generalife, que se puede visitar hoy en Granada.
Eben Bonabben, el filósofo y tutor del príncipe, es obligado a garantizar con su propia vida el propósito de que Ahmed no conozca lo que es el amor mientras esté bajo su tutela. En su formación, el príncipe muestra pronto que sus intereses tienden más a la música y la poesía que a la filosofía y la ciencia. Esto llena de preocupación a su maestro que piensa: "¡El príncipe ha descubierto que tiene corazón!" (p.322). Como consecuencia de la inclinación del príncipe a los aspectos más sensibles de la vida, el tutor decide encerrarlo en la torre más alta del Generalife y para distraer a su pupilo le enseña el lenguaje de las aves que él había aprendido en su estancia en Egipto.
Con el nuevo lenguaje adquirido, el príncipe hace los siguientes amigos: un halcón, un búho, un murciélago y una golondrina. Cuando llega la primavera, el príncipe empieza a notar que los cantos que vienen de los jardines del palacio hablan solamente del amor y acude a sus amigos para intentar aprender sobre el tema. El halcón no sabe nada del amor porque solo se interesa en la guerra y la caza. Por su parte, el búho considera al amor como una preocupación menor en comparación con la filosofía. El murciélago es demasiado lúgubre para interesarse en él y la golondrina, demasiado enérgica, inquieta y sociable como para dedicarle ni un minuto al tema. Por último, acude a su tutor, pero Eben Bonabben le dice que el amor es el origen de tantas penas y tantos males que sería mejor que se mantenga alejado.
Un día, una paloma entra por la ventana de la torre y cae a los pies del príncipe. La sensibilidad de Ahmed lo lleva a cuidar de ella y la pone en una jaula de oro, pero la paloma se niega a comer y parece consumirse de pena. Cuando Ahmed pregunta por qué está tan desdichada, la paloma le explica que está separada de su amado. Por primera vez Ahmed escucha una descripción detallada del amor y empieza a comprender de qué se trata y a desear vivir esa experiencia. Ahmed le reclama a su tutor el haber ocultado algo tan importante, y Eben Bonabben le explica la verdad detrás de su vida en el Generalife y las predicciones de los astrólogos.
Pasan algunos días desde que Ahmed liberó a la paloma cuando ella lo visita para traerle una recompensa por su libertad: le trae la noticia sobre una princesa en otro reino que es muy hermosa y vive recluida de todo contacto con los varones. La descripción que la paloma hace de la princesa es tan detallada que enciende el amor en Ahmed. Decide escribir una carta de amor y pedirle a la paloma que se la lleve.
Tras algunos días, la paloma entra por la ventana de la torre, pero está herida. Muere a los pies de Ahmed, sin antes cumplir su última misión: trae una cadena de perlas con un retrato muy pequeño de la princesa a quien Ahmed había escrito la carta. Sin la paloma, no puede averiguar dónde vive la mujer del retrato, por lo que decide escapar de la torre y convertirse en un peregrino del amor en busca de la princesa.
Dado que Ahmed nunca había dejado el palacio, decide pedirle al búho que sea su compañero de viaje y, a cambio, le ofrece un cargo en su corte cuando sea rey. La primera parada que recomienda el búho es en Sevilla para hablar con un cuervo venido de Egipto que antes servía a un mago.
El cuervo habita la Giralda, una famosa torre mora en Sevilla. Ahmed le muestra el retrato de su amada y este le indica que busque a un loro en la palmera de Abderramán en Córdoba. A diferencia del cuervo, el loro sí recorre jardines y ve princesas más a menudo.
Por el loro, Ahmed descubre que la princesa es la hija del rey de Toledo y se llama Aldegonda. Ahmed lo convence de que los acompañe a Toledo para ver a su amada. En Toledo el loro anuncia ante la princesa la llegada de Ahmed. Ella se alegra, pero le advierte que el día siguiente, en su decimoséptimo cumpleaños, va a ser presentada en sociedad y se ha organizado un torneo en el que el vencedor se llevará su mano. La noticia le cae muy mal a Ahmed, ya que ha vivido recluido con un filósofo en un palacio toda su vida y nada sabe sobre armas.
El búho le ofrece una solución: en una cueva cercana hay una armadura mágica y un caballo encantado. La armadura y el caballo pertenecieron a un mago moro que las escondió allí cuando los cristianos tomaron la ciudad. El hechizo solo podía ser levantado por un musulmán y el caballo y la armadura solo le servirían para vencer a todo enemigo durante un periodo acotado: desde el amanecer al mediodía.
Ahmed se presenta en Toledo con la armadura y el corcel encantado. Todos están asombrados de su presencia y aspecto. El príncipe se presenta como "Peregrino del Amor" y anuncia que desea participar. Los pretendientes de la princesa se burlan de él; por supuesto, un musulmán no puede competir por la mano de una joven cristiana. Las burlas llenan de ira a Ahmed quien reta a los caballeros cristianos y, uno por uno, los vence a todos. El rey de Toledo se enfurece al ver a Ahmed vencer a todos los pretendientes y envía a su guardia e incluso él sale a hacer frente al caballero moro, pero Ahmed nuevamente vence y lo tumba de su caballo. Sin que Ahmed lo notara, había llegado el mediodía y el caballo empieza a galopar hacia la cueva; el encantamiento había terminado.
Después de tanta violencia y conmoción, Ahmed se siente desdichado y empieza a entender por qué su tutor creía que el amor solo trae preocupaciones. El búho vuelve con la noticia de lo que pudo ver cuando sobrevoló el palacio: la princesa se encuentra en cama, desdichada y aferrada a la carta de Ahmed. La torre en la que se encuentra está fuertemente custodiada. Asimismo, el rey de Toledo había convocado a todos los médicos de la zona para que curaran a su hija de la melancolía. Quien lograra eso, recibiría la joya más rica del tesoro real.
Ahmed decide disfrazarse de un árabe del desierto y se presenta en el palacio con instrumentos musicales para intentar curar la melancolía de la princesa. Frente a ella se pone a cantar con las palabras que estaban escritas en la carta que la paloma había llevado a la princesa a nombre del Peregrino del Amor. Al oír las palabras, la princesa se repuso de inmediato. El rey le concede a Ahmed la posibilidad de elegir la joya que él quiera. Por consejo del búho, Ahmed elige una alfombra que en realidad era un talismán porque había sido del rey Salomón. Cuando recibe su recompensa, Ahmed la tiende a los pies de la princesa, revela su verdadera identidad, declaran el amor que sienten uno por el otro, y de repente, la alfombra se eleva en el aire y se lleva a los dos enamorados.
El rey organiza sus tropas y marcha a Granada para recuperar a su hija. Allí envía un heraldo para exigir que le devuelvan a su hija. Para ese entonces Ahmed ya era rey de Granada y se presenta ante el rey de Toledo, quien acepta el destino de su hija cuando se entera de que es reina y que ha podido mantener su fe cristiana.
Por su parte, el búho recibe el cargo de primer ministro y el loro, el de maestro de ceremonias.
Análisis
El primer texto de la sección se concentra en la antítesis entre ruina y esplendor. Irving ve en las ruinas y los espacios abandonados el pasado elegante y refinado. En dos frases seguidas, Irving comunica el lujo pasado y el presente ruinoso:
Todavía pueden verse huellas de la pasada elegancia, como los baños de alabastro en los que las sultanas se reclinaron un día. La persistente oscuridad y el silencio han hecho que estas bóvedas sean el lugar preferido por los murciélagos, que anidan durante el día en los oscuros rincones y hendiduras, y que cuando se les molesta, revolotean misteriosamente por las cámaras oscuras, agudizando, de un modo indescriptible, la sensación de abandono y deterioro. (p.310)
De sultanas pasamos a murciélagos sin ninguna transición. De hecho, es la imaginación de Irving lo único que repone ese esplendor pasado.
Para Barbara Nugnes que estudia la obra de Irving, la necesidad de presentar antítesis para luego reconciliar estas oposiciones pertenece a un legado más bien neoclásico que romántico. Según Nunges, Irving necesita dar orden al caos y crear un justo medio entre los opuestos, lo que para los neoclásicos sería aurea mediocritas, es decir, establecer un punto de equilibrio alejado de los excesos. Es cierto que a lo largo de la obra, como vimos ya en "Las habitaciones misteriosas", todo exceso emocional se ve atemperado por la razón para buscar precisamente el balance.
Justamente en este capítulo Irving juega con la idea de armonía y equilibrada convivencia entre dos "reyes" que comparten Granada: "Tácitamente compartimos el imperio los dos, como los últimos reyes de Granada, salvo que nosotros mantuvimos la más amigable de las alianzas" (p.311). Ambos señores tienen espacios dentro del palacio que dominan, pero se sientan a comer juntos a la tarde. En esta corte familiar, Irving observa otro rasgo "balanceado" en los españoles: "Entre ningún otro pueblo tienen las relaciones familiares menos reservas ni son más cordiales, o entre superior y subordinado más libres de arrogancia por un lado, y de servilismo por el otro."(p.311-312).
Tenemos en estos capítulos evidencia del humor que Irving vuelca sobre la mayoría de sus obras; es una característica distintiva desde sus primeras obras. No obstante, en obras como Historia de Nueva York el humor es satírico y muchas veces a costa de la burla de alguien. En Cuentos de la Alhambra, en cambio, el humor suele ser muy benevolente. De todas maneras, en el caso del conde, Irving hace algunos comentarios en los que aflora ese costado sardónico. Por ejemplo, todavía con bastante cortesía comenta de este modo las habilidades del conde en la cacería: "aunque la diligencia de sus ayudantes cargando las armas le permitiría mantener un intenso fuego, no podría yo haberle acusado de la muerte de una sola golondrina" (p.311). En el capítulo "Reliquias y linajes" sube la apuesta cuando visita la casa del conde en Granada y ve las armas que había heredado de un gran conquistador y dice: "Podría hacer un comentario fácil sobre los honores hereditarios al ver la espada de aquel gran capitán cedida por derechos hereditarios a tan débiles manos" (p.314). El comentario malicioso busca el humor a costa del conde. Resulta irónico que diga "Podría hacer un comentario..." en modo potencial, pues efectivamente deja para la posteridad su opinión sobre la debilidad del conde.
El último capítulo de esta sección es uno de los textos más leídos como un relato separado de la colección. Nuevamente, se trata una leyenda que tiene elementos típicos de los cuentos tradicionales: objetos mágicos, identidades ocultas, animales que hablan, torres misteriosas, enamorados que deben sortear obstáculos para estar juntos. Este cuento en particular contiene varios elementos que remarcan su orientalismo: los jardines, las aves parlanchinas, incluso, una alfombra voladora. En la obra de Irving se menciona más de una vez la colección Las mil y una noches que sin duda le sirvió de inspiración al autor. Hay claros paralelos entre los relatos de Las mil y una noches y algunos de Irving, como este en particular.
A pesar de tomar los recursos de los cuentos tradicionales, Irving lo convierte en un cuento de autor en el sentido de que ahonda en la caracterización de algunos de sus personajes. Las aves en el cuento, por ejemplo, tienen personalidades muy marcadas y sus conversaciones contienen humor e ironía. Gran parte del humor radica en la oposición entre los dos ayudantes del príncipe: el búho y el loro. Mientras que el uno es sabio y se jacta de su erudición, el otro vive para los placeres de la corte y es ingenioso y despreocupado. Asimismo, otra fuente de humor es la personificación que Irving lleva al extremo no solo haciendo hablar a las aves, sino con frases como esta sobre el búho: "fruncía el ceño, se volvía malhumorado y engreído, y permanecía silencioso todo el día" (p.339). La frase "fruncir el ceño" referida a un búho implica llevar al extremo la personificación, pero además tiene como resultado la creación de un personaje redondo, ya no un simple recurso estereotipado del animal parlanchín en los cuentos tradicionales.
Finalmente, Irving no abandona el humor hasta el final del cuento cuando narra que el príncipe Ahmed nombra al búho y al loro funcionarios en su corte. Además, incluye su propio juicio irónico: "No hace falta decir que nunca fue un reino tan sabiamente administrado, ni una corte dirigida con más meticulosidad" (p.352).