Diarios de motocicleta

Diarios de motocicleta Resumen y Análisis Esperanza fallida-Acotación al margen

Resumen

Esperanza fallida

Alberto y Guevara llegan a una casa donde, suponen, la madre de un amigo argentino les dará alojamiento. Descubren que allí vive en verdad el cuñado de dicho amigo, quien de igual modo los aloja y alimenta por varios días, sin mucha posibilidad de echarlos a causa del vínculo familiar. Finalmente, este hombre les dice haber conseguido quien los lleve gratuitamente a Lima, y los jóvenes no pueden negarse a dicha oferta, por lo que abandonan la casa. Poco después, sin embargo, el conductor del camión que los llevaba los abandona en la ruta tras haber realizado menos de la mitad del camino a destino.

Utilizan después su rutina de “aniversario”: apelar a la compasión de las personas haciéndoles creer que cumplen un año de empezado su viaje y no tienen con qué celebrarlo, recibiendo así algo de bebida y comida. Después de unos días, sin embargo, no pueden más que pedir comida y descanso en un hospital local. A Alberto le da demasiada vergüenza, por lo que se encarga Guevara de hablar con los médicos.

Por fin logran subir a una camioneta que los lleva a Lima. El conductor, con problemas de vista, hace del trayecto a orillas del acantilado una experiencia especialmente aterradora. Pasan brevemente por la ciudad de Oroya, en la que vislumbran las penurias del estilo de vida de los mineros. Al día siguiente, llegan a Lima.

La ciudad de los virreyes

Guevara y Granado están contentos en esta última etapa de su viaje, a pesar de no tener un centavo. Ernesto describe Lima: es bonita y parece haber suprimido su pasado colonial mucho más que Cuzco. Las calles son anchas y fáciles de atravesar. Resalta en la ciudad la catedral, hermosa en comparación con la sólida y monolítica de Cuzco, donde los conquistadores glorificaron toscamente su propia grandeza. El arte en Lima es más estilizado, las torres son esbeltas, la carpintería está hecha con maestría; todo esto muestra cómo la riqueza de Lima ayudó a resistir a los ejércitos de extranjeros hasta el último momento. La ciudad representa, para Guevara, a un Perú que no salió del estado feudal de la colonia y aún espera “la sangre de una verdadera revolución emancipadora” (p.131).

El rincón de la ciudad que los jóvenes aprecian especialmente es el museo arqueológico, donde se sintetizan culturas enteras.

Ucayali abajo

Guevara y Alberto suben a un barquito. Se organizan mesas de juego y Alberto gana algo de dinero. El viaje dura varios días. No traban amistad con los pasajeros. Guevara padece asma y los jóvenes sufren los ataques violentos de los mosquitos. Los días son monótonos. Se sienten más afines a los marineros que a los integrantes de la clase media que pueblan el barco. Guevara tiene un encuentro con una muchacha que le renueva el recuerdo de Chichina. Se siente despojado y se pregunta si lo que está haciendo vale la pena. Pasan dos días más y el río Ucayali y Marañón se juntan, pero Guevara está demasiado enfermo para dejarse impresionar. Una fuerte tormenta provoca aún más mosquitos. Finalmente, llegan a Iquitos.

El día de San Guevara

Guevara cumple 24 años el 14 de junio de 1952. El Dr. Bresciani, director de un hospital, organiza una fiesta para él y Alberto, y beben pisco muy animados. Guevara da un discurso que es muy bien recibido; habla de su gratitud y de cómo la división de los países latinoamericanos es completamente arbitraria; en su opinión, son una sola raza mestiza.

La kontikita se revela

La balsa en que se dirigen a tierra brasilera es difícil de dirigir. Tras horas de lucha, el cansancio los vence y se duermen en una orilla. Les preocupa estar entrando a Brasil sin papeles y sin hablar el idioma, pero la fatiga los abruma y siguen durmiendo.

Hacia Caracas

Con sus pasaportes sellados, Guevara y Alberto cruzan a Venezuela. Una serie de policías y soldados venezolanos los detienen durante largos períodos para hacerles preguntas y revisar sus bolsos. Una camioneta los lleva a San Cristóbal. En un puesto policial deben detenerse por más tiempo a causa del cuchillo que lleva consigo Guevara, aunque no descubren su revólver, mejor escondido.

Viajan a Caracas en un vehículo demasiado pequeño, lleno de personas y equipaje. La policía los revisa con frecuencia y el viaje es difícil debido a los neumáticos pinchados. Guevara sufre un ataque de asma. En un momento se detienen, alquilan camas, Alberto le inyecta a Guevara adrenalina y este logra dormir.

Este extraño siglo XX

Guevara continua viaje separado de Alberto, cuya ausencia siente de forma aguda, sintiéndose desprotegido y solo.

Describe Caracas, donde hay numerosos africanos y portugueses; bandos unidos entre sí por el desprecio y la pobreza. Se diferencian, en opinión de Guevara, en el modo de encarar la vida: los africanos son soñadores indolentes, gastan lo poco que tienen sin demasiados miramientos, mientras que los portugueses tienen una tradición de trabajo duro y ahorro.

Guevara explora el área africana y se asoma a algunas de las chozas que encuentra. Intenta sacar fotos, pero algunas personas se asustan frente a su cámara y acaban insultándolo a gritos, llamándolo "portugués".

A lo largo del camino hay grandes cajones de transporte de automóviles que los portugueses usan como hogares. La música suena a todo volumen, automóviles lujosos se estacionan en la puerta de casas humildes. Guevara describe al espíritu de Caracas como “impermeable al mecanicismo del norte y reciamente fincado en su retrógrada condición semi pastoril del tiempo de la colonia” (p.142).

Acotación al margen

En la completa oscuridad de la noche fría, Guevara escucha con pasión el discurso de un hombre de origen europeo que conoció el miedo y vivió grandes aventuras yendo de un país a otro. Este hombre asegura que el futuro es del pueblo, que la civilización llegará a ellos después de la revolución, que se educarán aprendiendo de sus errores, que se perderán vidas inocentes, que habrá quienes no logren adaptarse y morirán maldiciendo aquello que alguna vez iniciaron, que habrá sacrificios, que la vieja civilización está podrida y desmoronándose.

Guevara sabe que, en un momento, la humanidad se dividirá en dos grupos antagónicos y que él estará del lado del pueblo, luchando contra el enemigo. Acaba declarando: “preparo mi ser como un sagrado recinto para que en él resuene con vibraciones nuevas y nuevas esperanzas el aullido bestial del proletariado triunfante” (p.145).

Análisis

Guevara tiene un particular talento para reconstruir escenas o paisajes. Suele encontrar ciertos detalles que resultan efectivos, mucho más que un intento general por abarcarlo todo. El narrador no habla de desamor o soledad, por ejemplo, sino a partir de la inesperada caricia de una muchacha en el barco por Ucayali, caricia que, dice Guevara, “penetró como un pinchazo en los dormidos recuerdos de mi vida pre aventurera” (p.133). El joven que logró en un momento dejar a su novia, Chichina, para emprender la experiencia del despojo y la libertad, se permite sin embargo un momento de fragilidad, en avanzada etapa de su viaje, para recordar a la muchacha y hasta para preguntarse, evaluando su decisión: “¿vale la pena esto?” (p.134).

La libertad y la aventura siguen enfrentándose para el protagonista a las comodidades de la estable vida burguesa. Es por esto, quizás, que la pregunta por la validez de la bohemia vida elegida surge en un momento de extrema incomodidad, con el asma y los mosquitos al acecho. Se conserva, también, la asociación entre la libertad y la naturaleza. Así como el mar empujaba a Ernesto de aquel “paréntesis amoroso” en Miramar, ahora es un cielo estrellado el que titila “alegremente, como contestando en forma afirmativa” (p.134) a la pregunta por si tiene o no sentido el estilo de vida elegido, con todos los sacrificios que este implica.

Una constante a lo largo del texto es el tono de vitalidad juvenil que vuelve al conjunto de experiencias un todo entretenido a la vez que sustancioso en términos ideológicos. En “Esperanza fallida”, Ernesto cuenta cómo él y su amigo son engañados por un compatriota argentino: este les asegura un transporte a Lima para sacarlos de su casa y luego los abandona a mitad de camino. Guevara relata el instante en que los jóvenes, sin darse cuenta aún, son librados a su suerte en medio de la intemperie: "nos dejó a las dos de la mañana en San Ramón, mucho menos de la mitad del camino; nos dijo que esperáramos, que iba a cambiar de vehículo y para que no sospecháramos mucho nos dejó a su acompañante. Este a los diez minutos fue a comprar cigarrillos" (p.126). Evidentemente, dicho "acompañante" no va a comprar cigarrillos sino que vuelve a su casa abandonando a los jóvenes, que se quedan esperándolo con inocencia largas horas hasta darse cuenta de lo que sucede. "Este par de vivos argentinos", dice con ironía Guevara acerca de él y Alberto, al parecer tan fáciles de engañar, "a las cinco de la mañana se desayunó con la amarga realidad de que nos habían tomado para el churrete" (p.127). Lo que más pareciera molestar a los jóvenes, de toda aquella experiencia, es una suerte de golpe en el propio ego: los muchachos cayeron con inocencia en una trampa que ellos mismos podrían haber tendido a otros.

Y es que el narrador se muestra consciente de sus propias actitudes, de los mecanismos que pone en escena para conseguir lo que quiere. Sin nunca perder el humor ni la picardía, el joven cuenta por ejemplo en detalle, con gracia, el “magnífico número del aniversario” que los muchachos emplean para conseguir bebida y comida gratuitamente. Al narrar, repara especialmente en los momentos en que él o Alberto (el más “caradura” en ese momento) deben improvisar de acuerdo a las circunstancias.

Es por este conjunto de divertidas anécdotas, quizás, que el narrador no precisa reponer la escena de la separación entre ambos amigos: no es difícil asumir que se trata de un momento algo triste, doloroso. A lo que accedemos en el pasaje “Este extraño siglo XX” es a un Ernesto que ya está solo hace unos días: “la ausencia de Alberto se siente extraordinariamente” (p.140), confiesa el narrador, tocando por primera vez el tema. La sensación producto de la ausencia del amigo no es exactamente de soledad, sino incluso de una suerte de indefensión: “parece como si mis flancos estuvieran desguarnecidos frente a cualquier hipotético ataque” (p.140). Tras atravesar tantas adversidades y sufrir juntos padecimientos que nunca antes habían sufrido, la amistad trabada entre los hombres se siente más bien como la unidad de un ejército, como si confirmaran una dupla de soldados que saldan una relación íntima mientras se enfrentan en el campo de batalla. La amistad es más grande en tanto los jóvenes comparten creencias, sueños y convicciones: “es que son muchos meses que en las buenas y malas hemos marchado juntos y la costumbre de soñar cosas parecidas en situaciones similares nos ha unido aún más” (p.141).

Guevara no brinda explicaciones sobre la separación. Lo cierto es que Alberto terminó quedándose en Caracas, Venezuela, para trabajar en una leprosería. Según el testimonio del propio Alberto muchos años después, él y Guevara no volvieron a reunirse durante ocho años, hasta que Guevara, como funcionario de Fidel Castro, invitó a Alberto a visitar Cuba. Un año después, Alberto y su familia se mudaron allí luego de que él aceptara una cátedra en la Facultad de Medicina y la Universidad de La Habana.

Pero volviendo a Diarios de motocicleta, hay varios pasajes de esta última etapa en la que aún está presente Alberto. Antes de la separación, los jóvenes atraviesan Bogotá. En la frontera con Venezuela, ambos deben surfear en un mar de “preguntas innecesarias”, “manoseo y estrujamiento del pasaporte”, “miradas inquisitorias hechas con la suspicacia estándar de la policía” (p.138), y cuando creen terminada la secuencia un soldado con “displicente insolencia” los somete a otro interrogatorio. Y es que, en el momento en que Guevara escribe, la capital colombiana está envuelta en un clima de violencia política: pocos meses antes, el asesinato de un líder izquierdista desencadenó el “bogotazo”, un levantamiento popular contra el régimen de Laureano Gómez. Cuando Alberto y Ernesto pisan la ciudad, policías patrullan las calles pidiendo pasaportes. En una esquina, los jóvenes tienen un altercado con un policía que los palpa de armas y le incauta a Ernesto un cuchillo que le había regalado su hermano Roberto. Guevara se resiste, se da un forcejeo y, luego de unas horas en la comisaría, los dos argentinos son puestos en libertad.

Lo irónico de la cadena de múltiples complicaciones que sufren los jóvenes en la frontera es su contraste con el discurso que Guevara dio días antes en Perú, en la celebración que el doctor Bresciani organiza por su cumpleaños. Ahí, un Guevara exaltado por el pisco y agradecido con el pueblo peruano por sus infinitas amabilidades, dice haber confirmado, tras el viaje realizado, que “la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia” (p.136). Es, si se quiere, algo cómico que, luego de sentenciar el carácter ilusorio de las fronteras nacionales, el viaje de Ernesto tambalee, primero por estar entrando a Brasil “sin documentación en regla y desconociendo el idioma” (p.137), y luego por un conjunto de aduanas y policías de frontera que exigen una cantidad insólita de requisitos para pasar de un país a otro.

Por otra parte, con el discurso de brindis de su cumpleaños accedemos a un primer fuerte posicionamiento de Ernesto en los Diarios. El joven articula una postura firme y definida en relación a Latinoamérica: “Constituimos una sola raza mestiza que desde México hasta el estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas. Por eso, tratando de quitarme toda carga de provincianismos exiguos, brindo por Perú y por América Unida” (p.136). Tras recorrer diversos países y conocer a sus habitantes, Guevara parece concluir que los sufrimientos de uno y otro pueblo no distan demasiado, ni en sus orígenes ni en sus potenciales resoluciones. Víctimas del colonialismo primero y del imperialismo luego, los pueblos se encuentran demasiado debilitados como para hacer frente a quienes se aprovechan de ellos. Sin embargo, parece decir Guevara, si los pueblos de Latinoamérica se unieran entre sí adquirirían una fortaleza inaudita: sin demorarse en asuntos exiguos como resguardar los límites que los separan de los países fronterizos, las naciones latinoamericanas podrían, unidas, fortalecerse y luchar por la dignidad de sus habitantes.

En relación a lo anterior, es interesante el modo en que el narrador introduce el discurso revolucionario del europeo en “Acotación al margen”. Guevara recupera en palabras la serie de sensaciones que lo invaden esa noche oscura en un pueblo serrano de Venezuela: "Era (...) como si toda sustancia sólida se volatilizara en el espacio etéreo que nos rodeaba, que nos quitaba la individualidad y nos sumía, yertos, en la negrura inmensa" (p.143). En la descripción meramente sensorial se filtra un imaginario con un sentido claro: la supresión de los límites con los que el sistema capitalista separa a los individuos (y los países), para mantenerlos alejados de la lucha colectiva. La inmensidad de la negrura a la que alude Ernesto es la fundición del yo en el todo, un todo que es la oscuridad de la noche pero también la comunidad humana. “La cara del hombre se perdía entre las sombras” (p.143), dice Guevara, y luego justifica haberse detenido en la descripción del ambiente, alegando que quizás fue este lo que lo “preparó para recibir la revelación” (p.143). Queda así trazada una relación hasta entonces sugerida: el paisaje le comunica al joven Guevara lo mismo que la voz de ese hombre perseguido que proclama: “El porvenir es del pueblo y poco a poco o de golpe va a conquistar el poder aquí y en toda la tierra” (p.144). Por vía de “la revolución con su forma impersonal”, este “pueblo” que se asegura dueño del porvenir se contrapondría al “individuo”, sujeto político del capitalismo y símbolo de la “civilización podrida que se derrumba” (p.144).

En la transcripción del discurso el lector ya sabe que Guevara adhiere a las palabras del europeo, que ya le pertenecen más al joven Ernesto que a aquel. Todo Diarios de motocicleta parece preparado para este momento, para esta conclusión final. Las últimas frases del libro pertenecen ya a un joven comprometido con un futuro sobre el cual ya decidió: en el momento en que “el gran espíritu rector dé el tajo enorme que divida toda la humanidad en sólo dos fracciones antagónicas”, dice el narrador, “estaré con el pueblo” (p.145). El individuo Ernesto Guevara promete disolverse cuando llegue el momento, cuando se enfrenten individuos contra pueblo, cuando los mundos en pugna sean capitalismo y comunismo, orden establecido o revolución. En ese entonces no lo dudará: “aullando como poseído, asaltaré las barricadas o trincheras, teñiré en sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis manos” (p.145).

Todas las cavilaciones de Guevara sobre las injusticias de clase, la pobreza indignante del proletariado, la brutal explotación del colonialismo y el imperialismo, preparan al lector para este pasaje final, esta “Acotación al margen” en la que el narrador sentencia su propio destino. “Ya crispo mi cuerpo, listo a la pelea y preparo mi ser como un sagrado recinto para que en él resuene con vibraciones nuevas y nuevas esperanzas el aullido bestial del proletariado triunfante” (p.145), afirma Ernesto en un presente con el cual da cuenta de que el compromiso se hizo carne en él, que él ya es el “Che” y que ahora solo queda esperar, no mucho, el momento en que la tempestad se desate definitivamente, exigiendo su sacrificio.

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