Resumen
Y ya siento flotar mi raíz libre y desnuda… y
En una comisaría donde pasan la noche, Guevara lee una carta de ruptura enviada por Chichina. Escucha mientras la voz de un prisionero que relata sus aventuras. Guevara piensa en las tierras lejanas que verá. Intenta responder la carta a Chichina pero no le sale; incluso, le cuesta recordarla a ella. Se queda dormido. Al día siguiente, suben la Poderosa a un barco y llegan a la cordillera. En un mirador desde donde se ve Chile, Guevara se siente en una encrucijada.
Objetos curiosos
Alberto y Ernesto se encuentran con médicos chilenos y les explican sobre la lepra, enfermedad inusual en Chile, consiguiendo así admiración y respeto. Uno de los chilenos menciona la existencia de una colonia de leprosos en la Isla de Pascua, y Guevara y Alberto piden entrevistarse con el presidente de la Sociedad de Amigos de la Isla, que vive en Valparaíso.
Llegan a Osorno y viajan por la hermosa campiña chilena, parcelada y cultivada, muy contrastante con el árido sur argentino. Los chilenos son muy amables. En el puerto de Valdivia les hacen un reportaje.
Los expertos
Guevara reitera lo maravilloso de la hospitalidad chilena. En el diario local de Temuco una noticia se titula “Dos expertos argentinos en leprología recorren Sudamérica en motocicleta” (p.53). A partir de entonces, todo el mundo los mira con admiración. Alberto y Ernesto se despiden y siguen viaje hacia el norte.
Las dificultades aumentan
La motocicleta sigue teniendo dificultades y a veces deben frenar por la noche. La gente de la región los admira por su condición de “expertos” y los hospeda con amabilidad.
En un momento, la caja de velocidades de la motocicleta se rompe. Consiguen que una camioneta los lleve a Lautaro, el pueblo siguiente. Allí logran arreglar la motocicleta en un buen taller mecánico. Antes de abandonar el pueblo, deciden salir de fiesta con unos amigos ocasionales de allí. Todo va bien hasta que un simpático mecánico le pide a Guevara que baile con su esposa, puesto que él está demasiado lleno para hacerlo. Ernesto se dispone a hacerlo, pero la mujer se resiste. Intentando zafarse, esta patea a Guevara, quien la suelta, y entonces la mujer cae estrepitosamente. Alberto y Ernesto deben salir corriendo.
La Poderosa termina su gira
Los jóvenes retoman la carretera. En una pendiente muy pronunciada la motocicleta pierde el control, el freno se rompe y los muchachos salen volando, aunque resultan ilesos.
Los hospedan unos alemanes que los reconocen por la nota el diario. Guevara vomita por la noche. Al día siguiente continúan el camino: la motocicleta anda cada vez peor, hasta que finalmente se destruye por completo. Un camión transporta a los jóvenes hasta Los Ángeles, Chile.
Bomberos voluntarios, hombres de trabajo y otras yerbas
En Chile, todos los bomberos son voluntarios, y el cargo de capitán de un cuerpo de bomberos es considerado un honor. Los incendios ocurren con frecuencia. Guevara y Granado pasan tres días alojados en un cuartel, inspirados por la belleza de las tres hijas del encargado del lugar. Una noche, acompañan a los bomberos para frenar un incendio, donde Alberto salva un gato.
Un camión los lleva a Santiago, donde hacen arreglar su motocicleta. Para devolver el favor, trabajan ayudando en una mudanza.
Les cuesta conseguir la visa peruana, pero finalmente la obtienen pagando una importante suma de dinero. Entre lágrimas, se despiden definitivamente de la Poderosa, que queda en un depósito, y emprenden en camión el viaje a Valparaíso.
La sonrisa de la Gioconda
Guevara dice que es una nueva etapa de la aventura: estaban acostumbrados a llamar la atención, en parte, por andar en la Poderosa, eran “los caballeros del camino” (p.62), pero ahora, en cambio, no parecen más que “linyeras” (p.62) caminando por la carretera, cargando sus bultos y con aspecto sucio.
Están tan cansados que exponen todo su sufrimiento ante el encargado de un estacionamiento y consiguen dormir allí, sobre unos tablones de madera. La noticia de su presencia llega a un argentino instalado en una fonda cercana, que les ofrece una cena y los invita a su casa al día siguiente. Es el dueño del restaurante La Gioconda.
Al día siguiente los viajeros exploran Valparaíso, que llama su atención por su extraña belleza y por los mendigos que abundan en la zona. Luego visitan el muelle, para preguntar cuándo sale el próximo barco a la Isla de Pascua, y con tristeza se enteran de que ninguno lo hará hasta dentro de seis meses. Se quedan varios días comiendo en La Gioconda, invitados por el dueño.
Los viajeros intentan contactarse con los médicos de Petrohué. Mientras Alberto les sigue el rastro, Guevara visita a una clienta asmática de La Gioconda que padece una enfermedad cardíaca. La mujer está muriendo y Guevara se siente muy impotente: los pobres trabajan en condiciones injustas, incluso mientras padecen enfermedades, con tal de no morir de hambre. Guevara considera que la vida de los proletarios es trágica y desesperante, y que los gobernantes deberían dedicarse a solventar “obras de utilidad social” (p.65). Guevara poco puede hacer por la mujer, así que le receta un régimen y le regala unas pastillas que lleva consigo.
A la mañana siguiente, logran reunirse con los médicos, que les facilitan una recomendación para entrevistarse con el intendente de Valparaíso. Este los recibe con amabilidad, pero les informa que no podrán llegar a la Isla de Pascua hasta el año siguiente.
Guevara y Granado se dirigen a todas las compañías navieras para ver si pueden viajar gratis o a cambio de trabajo hacia los puertos del norte, pero la respuesta es negativa. Alberto propone que se escabullan en uno de los barcos, escondiéndose en la bodega, y los muchachos esperan a la noche para ejecutar el plan.
Polizones
El barco elegido es el San Antonio, en el centro del puerto. Los dos hombres esperan el momento oportuno y se adentran en el barco. Se esconden en un baño y se limitan a decir “ocupado” cada vez que alguien golpea a la puerta.
La letrina está tapada y el hedor es insoportable. Alberto acaba vomitando. Horas después, ambos se sienten demasiado enfermos y deben presentarse ante el capitán y declarar su situación de polizones. El capitán acepta hacerse cargo de ellos y les asigna tareas. Guevara siente injusta la distribución: él debe limpiar el baño mientras que Alberto trabaja en la cocina, pelando papas.
Más tarde, el capitán los invita a jugar a la canasta y los deja dormir en el camarote de un oficial de licencia. Al día siguiente, los dos trabajan duro para pagar su deuda. Por la noche miran por la borda el mar inmenso, comprendiendo que su verdadera vocación es “andar eternamente por los caminos y mares del mundo” (p.70). A la distancia se vislumbra el próximo destino, Antofagasta, que dará por terminada su aventura como polizones.
Esta vez, fracaso
Guevara y Alberto deciden visitar la famosa mina de cobre de Chuquicamata. Se encaminan hacia allí mientras consiguen el permiso de las autoridades. Tras despedirse de los marineros se hacen amigos de un matrimonio de obreros chilenos comunistas que trabajan en la mina. El matrimonio les cuenta sobre su pobreza y padecimientos y a Guevara se le aparecen como una “viva representación del proletariado de cualquier parte del mundo” (p.72). Alberto y Ernesto les prestan sus mantas, puesto que la pareja duerme a la intemperie en el frío. Guevara lamenta que se reprima a gente como esa, que protesta por su natural anhelo de algo mejor, que lucha para que los pobres dejen de morir de hambre.
En la mina, Ernesto y Alberto se enfrentan a la indiferencia de los jefes y se enteran también de que la huelga es inminente.
Análisis
En el cruce a Chile, Ernesto documenta una nueva sensación de libertad, aunque también de leve desamparo. “Y ya siento flotar mi raíz libre y desnuda” (p.47), titula el pasaje que coincide con su entrada al extranjero, expresando así la sensación de encontrarse ya desprendido de su tierra, a la vez que sin ataduras ni anclas de ningún tipo. Porque al hecho de dejar atrás las comodidades de estar en su país natal se suma una noticia inesperada que rompe por completo cualquier compromiso que lo forzara a regresar: Ernesto recibe una carta de Chichina anunciando el final de su relación. “Todos los sueños de retorno condicionados a los ojos que me vieran partir de Miramar se derrumbaban” (p.47), escribe Guevara. Sin condicionamiento más que el que pueda dictar la propia voluntad, Guevara observa la tierra chilena desde la cordillera que divide a aquel país de la Argentina: “es una especie de encrucijada, al menos para mí lo era en ese momento” (p.49), admite el joven aventurero, que más tarde, observando desde un barco el mar inmenso, sentirá que su verdadera vocación es “andar eternamente por los caminos y mares del mundo (...) sin clavar nuestras raíces en tierra alguna” (p.70).
La estadía en Chile resulta enriquecedora para Alberto y Ernesto, quienes además de conocer una cultura distinta a la propia son recibidos con suma amabilidad y hospitalidad por la sociedad chilena. Esta amabilidad se incrementa aún más a partir de que los jóvenes son reconocidos como expertos a causa de una nota en el diario local acerca de sus conocimientos sobre leprología: “ya no éramos un par de vagos más o menos simpáticos con una moto a la rastra, no; éramos LOS EXPERTOS, y como a tales se nos trataba” (p.53). Este nuevo título del que gozan los jóvenes viajeros y gracias al cual pueden acceder a generosas atenciones por parte de los locales llega en buen momento, en tanto coincide con la definitiva destrucción de la Poderosa. Sin siquiera medio de transporte, los hombres dependen aún más que antes de la generosidad de las personas a las que se cruzan en su camino.
Una constante en Diarios de motocicleta es la picaresca: Ernesto y Alberto protagonizan numerosos episodios que bien podrían entenderse como travesuras propias de jóvenes bohemios. En tanto continuamente se relacionan con los habitantes de las regiones que visitan, no faltan en los relatos experiencias de torpeza y comicidad que resultan en que ambos jóvenes deban escapar corriendo del escenario de acción. Así, Ernesto se alcoholiza al punto de hacer caer a la mujer de un mecánico que les estaba invitando bebidas, y poco después vomita a través de una ventana en donde se hospeda para comprobar, al día siguiente, que arruinó las frutas que reposaban debajo. Algo similar sucede cuando se creen vencedores al entrar escondidos a un barco y luego padecen el hedor encerrados durante horas en un baño, por lo que deben presentarse ante el capitán y terminar trabajando para él. Episodios como estos contribuyen en la narración a forjar ciertos aspectos del carácter de los jóvenes protagonistas: a pesar de ser talentosos médicos y con legítimas preocupaciones por quienes sufren, no dejan de ser dos varones en la plenitud de su juventud y con sed de aventuras.
Por otro lado, también aparecen en estos pasajes momentos que bien pueden considerarse como forjadores del espíritu revolucionario de Guevara. En Valparaíso, el joven recurre a atender a una señora que padece un estado asmático y una fuerte descompensación cardíaca. “En estos casos es cuando el médico consciente de su total inferioridad frente al medio, desea un cambio de cosas” (p.65), expresa Guevara, angustiado por su propia impotencia y seguro de la necesidad de una transformación socioeconómica, “Algo que suprima la injusticias que supone el que la pobre vieja hubiera estado sirviendo hasta hacía un mes para ganarse el sustento” (p.65). Ernesto tiene los suficientes conocimientos de medicina como para entender que ningún tratamiento alcanzará para resolver el penoso estado de salud de la señora, víctima de la injusticia que somete a la clase trabajadora, explotada hasta el punto de contraer enfermedades incurables. “Allí, en estos últimos momentos de gente cuyo horizonte más lejano fue siempre el día de mañana, es donde se capta la profunda tragedia que encierra la vida del proletariado de todo el mundo” (p.65), sentencia un Guevara ya capaz de leer en una situación particular un problema de orden político y social. El joven cumple como puede su labor de médico y le regala a su paciente unas pastillas que él mismo suele ingerir frente a ataques de asma. En cuanto a su pensamiento político, sin embargo, lo que Ernesto plasma en sus palabras no pareciera agotarse en la resignación. Quizás ya sintiendo dentro de sí un germen de lo que será su pensamiento revolucionario, Guevara protesta contra un “orden de cosas basado en un absurdo sentido de casta” que debe llegar a su fin cuanto antes, y sentencia que “es hora de que los gobernantes dediquen menos tiempo a la propaganda de sus bondades como régimen y más dinero, muchísimo más dinero, a solventar obras de utilidad social” (p.65). Pareciera que, más allá de la indignación, en el narrador aparece con claridad la idea de una nueva forma que debería reinar en el mundo, producto de una reorganización que invirtiera la jerarquía de prioridades propia del sistema capitalista.
Otra de las experiencias que parece contribuir al pensamiento revolucionario del narrador de estos Diarios aparece en el encuentro entre los jóvenes y aquel matrimonio de obreros chilenos al que conocen rumbo a Chuquicamata, en un pueblo llamado Baquedano. Ambos miembros del matrimonio, trabajadores mineros, profesan el pensamiento comunista. Guevara y Alberto simpatizan con ellos y hasta les comparten una manta para cubrirse del frío, mientras escuchan con atención las palabras del hombre. Toda la escena aparece narrada en detalle y Guevara repone las particularidades del ambiente en el que se encuentran mientras oyen al obrero: comparten una noche fría a la intemperie, sin más que una vela con la cual alumbrarse y calentarse, y sin más cena que un mate y un pedazo de pan. El narrador articula así un escenario que logra transmitir el desamparo trágico en que se envuelve la cotidianidad de este matrimonio proletario.
El hombre les cuenta que debió pasar meses en la cárcel por sus opiniones políticas mientras su mujer, hambrienta, debía dejar a sus hijos al cuidado de un vecino capaz de alimentarlos. Se suma a su padecimiento un “infructuoso peregrinar en busca de trabajo” y las constantes noticias de “compañeros misteriosamente desaparecidos” (p.72) y de otros cuyos cadáveres aparecen en el mar. “El matrimonio aterido, en la noche del desierto, acurrucado uno contra el otro, era una viva representación del proletariado de cualquier parte del mundo” (p.72), sentencia un Guevara nuevamente capaz de leer en una situación particular una problemática social y política de orden universal. Ernesto otra vez padece la impotencia de no poder ayudar a esa gente más que con una manta, impotencia que quizás sirve de alimento a una sed revolucionaria que no deja de crecer en él. “Fue una de las veces en que he pasado más frío, pero también, en la que me sentí un poco más hermanado con esta, para mí, extraña especie humana” (p.72), admite el joven narrador.
Los Diarios de motocicleta permiten al lector acceder a un primer encuentro entre Guevara y el pensamiento comunista, pensamiento que será tomado como bandera inquebrantable por el “Che” desde apenas un tiempo después de los hechos narrados hasta su muerte. En esta instancia, sin embargo, aún asistimos a un Ernesto Guevara que atiende a dicha doctrina en calidad de mero observador, sin acabar de convencerse de ella. Lo que manifiesta en este pasaje se corresponde más bien con una empatía por una persona que sufre no solo la pobreza sino también la persecusión a causa de su pensamiento político: "Realmente apena que se tomen medidas de represión para personas como estas. Dejando de lado el peligro que puede ser o no para la vida sana de una colectividad, “el gusano comunista”, que había hecho eclosión en él, no era más que un natural anhelo de algo mejor, una protesta contra el hambre inveterada" (p.73). Lo que Guevara manifiesta aquí no es, entonces, un acercamiento a la doctrina comunista, sino un sentimiento de piedad por una persona que sufre y que encuentra en ella una posibilidad de esperanza.
Tras despedirse del matrimonio, los jóvenes viajeros dialogan con algunos representantes de las minas, lo suficiente como para entender que no hay en ellos un ápice de preocupación por lo que padecen los obreros que arruinan “su vida a cambio de las migajas que le permiten la subsistencia” (p.73). Dice Guevara: "Eficacia fría y rencor impotente van mancomunados en la gran mina, unidos a pesar del odio por la necesidad común de vivir y especular de unos y otros, veremos si algún día, algún minero tome un pico con placer y vaya a envenenar sus pulmones con consciente alegría. Dicen que allá, de donde viene la llamarada roja que deslumbra hoy al mundo, es así, eso dicen. Yo no sé" (p.74). Como se evidencia en sus palabras, Guevara mantiene aún distancia con la “llamarada roja”, es decir, el comunismo implantado por la Unión Soviética desde 1917 y con plena vigencia en el momento en que el protagonista escribe.
Lo que sí se puede afirmar al leer estos pasajes es que en Ernesto se encendió ya una preocupación de índole social y político que es producto, quizás, de una colisión: es un joven inquieto y empático, deseoso de conocer y escuchar a las personas, que recorre un escenario latinoamericano que no parece ofrecer más que miserias e injusticias. Al mismo tiempo, aunque aún ávido de viajar y vivir aventuras, Guevara parece empezar a sentir cierta incomodidad respecto de su propia inacción en relación a lo que se presenta a sus ojos. Así lo manifiesta, al menos, su sospecha de que el obrero del matrimonio siente en el fondo un “desprecio por el parasitismo que veía en nuestro vagar sin rumbo” (p.73). Es posible que nada en aquel hombre aloje tal sentimiento, y que en verdad sea el joven Guevara quien, sintiéndose culpable por su origen acomodado y su presente vida despreocupada, guarde en sí ese juicio sobre sí mismo, juicio que no tardará en estallar, arrojándolo a la acción revolucionaria.