Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo a los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí
Don Juan se jacta de ser un hombre malvado. Al comienzo de la obra, se presenta al personaje como un vil seductor de mujeres y un trasgresor. Además, podemos ver que es arrogante y está orgulloso de su maldad. Más tarde, en el acto final, el protagonista repite estos versos con algunas variaciones, mostrando arrepentimiento por su conducta. En lugar de los últimos dos versos, pronuncia: "y pues tal mi vida fue, / no, no hay perdón para mí" (vv. 3736-3737).
Luis. ¡Por Dios, que sois hombre extraño!
¿Cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?Juan. (...) Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas,
y una hora para olvidarlas.
En la cita se evidencia una de las principales características de don Juan. Es un hombre extremadamente hábil en las cuestiones amorosas: es capaz de seducir y conquistar una gran cantidad de mujeres. Sin embargo, no las ama. La única excepción se presenta cuando conoce a doña Inés, de quien se enamora y por quien se dispone a abandonar su antiguo estilo de vida.
(...) los hijos como tú
son hijos de Satanás.
Don Diego reniega de su hijo, don Juan, después de enterarse de los daños que ha causado. Por su maldad, lo compara con un demonio. Esta asociación es frecuente en la obra, en algunas ocasiones, a propósito de la maldad del protagonista, como el pasaje que señalamos. En otras oportunidades, la comparación se debe a su destreza, a su temeridad o a su poder de seducción.
JUAN. ¿Y está hermosa?
BRÍG. ¡Oh! Como un ángel.
Doña Inés se presenta, en la primera parte de la obra, con rasgos físicos y de carácter angelicales. En el mismo sentido, más adelante, don Juan se dirige a la novicia llamándola "ángel de amor" (v. 2170). La cualidad angelical que posee contrasta con el carácter demoníaco que se le atribuye a don Juan, de manera que doña Inés es la antítesis de él. Esta caracterización, además, presagia la función que adquiere el personaje en la segunda parte de la obra, puesto que allí doña Inés se convierte en mediadora entre el libertino y Dios.
Dichosa mil veces vos;
dichosa, sí, doña Inés,
que no conociendo el mundo,
no le debéis de temer.
Dichosa vos, que del claustro
al pisar en el dintel,
no os volveréis a mirar
lo que tras vos dejaréis;
y los mundanos recuerdos
del bullicio y del placer,
no os turbarán, tentadores,
del ara santa a los pies;
pues ignorando lo que hay
tras esa santa pared,
lo que tras ella se queda,
jamás apeteceréis.
Mansa paloma, enseñada
en las palmas a comer
del dueño que la ha criado
en doméstico vergel,
no habiendo salido nunca
de la protectora red,
no ansiaréis nunca las alas
por el espacio tender.
La abadesa exalta las virtudes del encierro y la fortuna de doña Inés, para quien, por desconocer el mundo exterior, es imposible desear los placeres terrenales. Además, compara a la novicia con una "mansa paloma", por la docilidad de su carácter y por su naturaleza apacible. Este parlamento, con el que se abre el Acto III de la primera parte, pone en evidencia la castidad de doña Inés, que contrasta fuertemente con la lujuria de don Juan.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí:
es Dios, que quiere por ti
ganarme para él quizás.
Las palabras que don Juan dirige a doña Inés evidencian un cambio importante en el carácter del protagonista. Por otra parte, doña Inés se presenta en este pasaje como la intermediaria entre don Juan y Dios, y como la única capaz de conducir al personaje hacia su futura salvación.
Escucha, pues, don Gonzalo,
lo que te puede ofrecer
el audaz don Juan Tenorio
de rodillas a tus pies.
Yo seré esclavo de tu hija,
en tu casa viviré,
tú gobernarás mi hacienda,
diciéndome esto ha de ser.
El carácter transgresor de Don Juan en la primera parte de la obra pierde fuerza en la medida en que el protagonista se enamora de doña Inés y se dispone a acatar las normas sociales. En este pasaje observamos que deja a un lado su arrogancia y se arrodilla ante don Gonzalo, para pedirle que consienta su matrimonio con doña Inés.
Inocente doña Inés,
cuya hermosa juventud
encerró en el ataúd
quien llorando está a tus pies;
si de esa piedra a través
puedes mirar la amargura
del alma que tu hermosura
adoró con tanto afán,
prepara a un lado a don Juan
en tu misma sepultura.
Cuando Don Juan regresa a Sevilla, se dirige, en soledad, a la tumba de doña Inés con estas palabras. En el pasaje podemos observar que, tras cinco años desde su último encuentro, el personaje aún siente amor por ella. Con esto se pone en evidencia que el cambio de carácter de don Juan es definitivo.
¡Ah! ¡Estos sueños me aniquilan,
mi cerebro se enloquece...
y esos mármoles parecen
que estremecidos vacilan!
En este pasaje observamos que, por primera vez en la obra y en la tradición donjuanesca, don Juan pierde el control. Después de escuchar a la sombra de doña Inés, cree enloquecer. Como él mismo señala, nunca antes había experimentado un trastorno semejante: "Más nunca de modo tal/ fanatizó mi razón/ mi loca imaginación/ con su poder ideal" (vv. 3044-3047). Cuando, en medio de las alucinaciones, lo encuentran Centellas y Avellaneda, Don Juan está temblando y está pálido. Este don Juan que tarda en recobrar su aplomo y que culpa a la luna por su mal color contrasta con el que no le temía a nadie ni a nada, de la primera parte de la obra.
Tú eres el más ofendido;
mas si quieres, te convido
a cenar, comendador.
La invitación de don Juan a la estatua del Comendador muestra al personaje como un sacrílego. Sin embargo, en esta obra, a diferencia de otros textos de la tradición, don Juan hace la invitación para demostrar su valentía ante Centellas y Avellaneda, quienes se han mofado de él por su temor a los muertos. De esta manera, se presenta al personaje con rasgos más humanos que en otras versiones: él ya no es el personaje mítico, irreverente y desalmado, sino un hombre que desea probar ante sus antiguos amigos que su osadía permanece intacta.